Susan Sontag.
Cuestión de énfasis. Barcelona. Debolsillo. 2016. 424 pp. Trad. de Aurelio Major.
Familiarizado desde hace años con los ensayos de la Sontag --- no de sus novelas, porque creo que no estuvo nunca muy dotada para la narrativa: en su día empecé con una de ellas, ya no recuerdo cuál, y a las pocas páginas se me cayó de las manos--- doy ahora con esta
Cuestión de énfasis. Si bien el volumen que nos ocupa, que reúne ensayos, de muy variada factura y extensión, escritos entre 1982 y 2003 y aparecidos antes en muy diversos sitios resulta acaso de menor enjundia y resultados que otras recopilaciones que después de la muerte de la autora se publicaron en español (y estoy pensando ante todo en
Bajo el signo de Saturno, Debolsillo, 2007, para no hablar de textos más unitarios y extensos que han llegado a adquirir casi la condición de clásicos contemporáneos, como
Sobre la fotografía, primera edición inglesa de 1973, o
La enfermedad y sus metáforas, de
1978, reseñada esta última en su día en este blog ), no por ello deja su lectura de valer la pena, toda vez que aquí se encontrarán la misma penetración de análisis, lucidez e independencia de juicio y, lo que es aún mejor, desentendimiento respecto de las a menudo estólidas e inanes categorías de la tradición académica. Glosaré algunos de los que me han parecido más sustantivos o menos de relleno o circunstanciales.
La prosa de un poeta indaga, a propósito sobre todo de Brodsky y Mandelstam, pero también de Valery y Auden, e incidiendo en la diferencia y complementariedad entre "Prosa" y "Verso"---de límites cada vez más difusos, como se sabe, desde al menos la época de las vanguardias---, en la condición casi siempre tautológica y autorreferencial de las prosas de los grandes poetas. Otra cosa sería, se me ocurre, la crítica ensayística de autores como O. Paz o Eliot, que más que poetas---y esto parecerá a algunos una arbitrariedad gratuita o un sacrilegio-- tengo para mí que fueron ante todo grandes críticos,
hommes de lettres que
también hacían versos. Pero para los inicialmente citados, que entendieron sus escritos en prosa como un comentario o nota a pie de página de su poesía, aquella no constituiría sino una especie de
autobiografía, de cómo definirse a sí mismos como poetas, esto es, precisamente de una
mitología de la identidad subordinada a la verdadera esencia, que es el poetizar mismo y su casi inevitable correlato de destino patético, y el intento de autodefinición ---más o menos triunfal--- de su yo respecto a las exigencias del mundo y de la vida cotidiana.
Posteridades: el caso de Machado de Assis reivindica la obra de este escritor brasileño, hoy bastante olvidado, al que Sontag considera como uno de los más grandes y fundacionales de América latina, y analiza su
Memorias póstumas de Blas Cubas, 1880, a la luz de sus insospechados paralelismos con el
Tristam Shandy de Sterne. Ambos libros son autobiografías ficticias, irónicas y disparatadas, y en ambos predominan la continua digresión y el didactismo, pero el de Machado es aún más mordaz en su parodia y defensa de una soledad libremente elegida o emblemática y su liberación ---al fin problemática y ridícula---que da en una especie de parodia de la idea de ascenso o promoción en la escala social. De hecho la novela del brasileño podría considerarse precedente de esa
tradición de bufonadas narrativas que Sontag lleva hasta Svevo ---
La conciencia de Zeno y
Senectud---y la estética de lo grotesco de Beckett.
Una mente de luto se dedica a los libros aparentemente "narrativos" ---excluyendo
Austerlitz---de Sebald, que para la Sontag se alzan, como una joya, por encima de lo insustancial, inane y alicorto de buena parte de la narrativa europea de estas tres últimas décadas . Y que vienen a constituir uno de los pocos
proyectos literarios nobles. En los textos de Sebald un viajero- narrador cuenta, sí, al hilo de su continuo deambular, las pruebas de la definitiva muerte de la naturaleza, las devastaciones de la modernidad y el trágico destino de vidas arrumbadas en el abismo de la desdicha y el anonimato, pero lo hace con esa inimitable prosa oblicua, como en penumbra, donde se juntan la digresión erudita con el fogonazo poético, de la mano de un lenguaje denso, delicado,
sumido en la materialidad, tipo de lenguaje del que había pocos precedentes en lengua inglesa y quizá menos aún en la alemana. Lo de menos es hasta qué punto la inclusión de fotografías y otros documentos falsos o falsificados impulsan o determinan el
efecto de lo real y si ese personaje ficticio al que el autor ha prestado su nombre corresponde o no con la
persona real de Sebald, ese alemán que pasó casi toda su vida en Inglaterra y que murió trágicamente en plena madurez en un accidente de coche. Lo que cuenta es el
espíritu de sus narraciones, esa conciencia inestable del narrador, esa
máscara que sabe resolverse de modo magistral en la amplitud y sutileza de los detalles, y que Sontag cree hallar en una cierta tradición germánica que va desde Jean Paul hasta Grillparzer, Hoffmannsthal y Thomas Bernhard, aunque Sebald carezca ---probablemente para bien---del tono de bronco lamento, de la desolación metafísica y la agitación mental de este último.
La escritura en sí misma:acerca de Roland Barthes, uno e los más extensos y brillantes ensayos de este compilación, se consagra a este moralista, semiólogo, filósofo de la cultura,
connaisseur de fascinante capacidad expositiva y
proteico escritor autobiográfico que tantísimo predicamento e influencia tuvo en la cultura francesa ---y no solo---de las décadas centrales el pasado siglo. Sontag empieza sentando la idea de que Barthes se
formó, empezó a modular su estilo en el rigor ético y analítico de la edad de oro de la NRF de la primera época, cuyos números devoraba ya en su época de estudiante.Lo más perdurable de Barthes acaso sea la manera en que revolucionó la crítica literaria: su
temperamento formalista ---en esencia: que el crítico no debe intentar reconstruir el
mensaje de una obra, sino su
sistema, forma, disposición de sus partes---alcanzó a demostrar, por ejemplo, cómo obras tenidas por insípidas, torpes o reaccionarias podían llegar a ser secretamente subversivas (su modélico ensayo sobre el
Sarrasine de Balzac) o cómo en ciertas obras o discursos, ciertos
proyectos extravagantes de la imaginación lo en apariencia visible no hace sino velar su extremo opuesto. En
Sade, Fourier, Loyola se ve cómo el delirio de total libertad sexual deviene en tiranía del más totalitario racionalismo y cómo, un poco al revés, la ilustrada racionalidad del utopista no escondía sino la desmandada pretensión de un delirio sensual. Y cómo, dicho sea de paso, aunque esto la Sontag no lo menciona, los
Ejercicios de aquel obseso que se autotituló como
soldado de Cristo recordaban inquietantemente el leninista
El Estado y la revolución ---ya Octavió Paz se refirió varias veces, en expresión feliz, a los jesuitas como
bolcheviques del catolicismo--- Por lo demás, la forma de escribir de Barthes, su prosa sembrada de fórmulas aforísticas y epigramáticas, su regodeo en el
fragmento,a la vez que no deja de hundir sus raíces en una secular tradición francesa que se remonta por lo menos a Descartes y a los moralistas del XVIII a la manera de La Rochefoucauld, se integra en esa otra tradición, más amplia, de lo
antisistémico o antisistematizador, que viene de Nietzsche y Wittgenstein y que opta por el cultivo de formas antilineales de narración, por la destrucción de toda "historia" y el abandono de un
argumento reconocible (que según la Sontag también se da en Gide). En Barthes, esa fórmula divagativa que diluye las fronteras entre el ensayo y la ficción cuaja ejemplarmente en su última época, en
Roland Barthes por sí mismo y en ese libro inolvidable que es
Fragmentos de un discurso amoroso (permítaseme la intromisión personal de decir cómo recuerdo todavía lo que lo leí y releí, hasta seis veces, de veinteañero, presa además de una desventura pasional),
donde resplandece lo mejor de su legado: por encima de lo trágico de nuestra condición, por encima de los
sentimientos y de los
mensajes, debe quedar la relación festiva con las ideas, la feliz colusión de arte y placer.
Más breves,
Danilo Kis y
El Ferdydurke de Gombrowicz son sendas y agudas notas sobre dos escritores
raros ---Steiner los hubiera calificado de
extraterritoriales---y a la vez radicalmente distintos entre sí: Si para el primero ---el texto está escrito a raíz de la temprana muerte del serbio---
la geografía fue un destino, en el sentido de que su obra no se entendería si se hace abstracción de las peculiares circunstancias de su biografía, en el segundo un destierro casual y no querido que acabaría prolongándose toda su vida dio inesperadamente en un espléndido enriquecimiento y amplitud de perspectivas. Recuerdo haber leído que Gabriel Ferrater lo consideraba, quizá por haberlo traducido, el más original y desinhibido escritor de las décadas centrales del XX. Aquí se lee
Ferdydurke como
uno de los libros más vigorizantes y directos sobre el deseo sexual jamás escritos (pág. 132).....y sin escena explícita erótica alguna. Es más, Sontag considera
Ferdydurke como el más cabal anti Caroll: si en la historia de Alicia una niña se ve arrojada a un mundo subterráneo, asexuado y fantasmal, gobernado por una lógica fantástica pero implacable, en el relato del polaco, puesto que la
inmadurez era el más querido de los temas de Gombrowicz, la persona adulta convertida en colegial se lanza alborozada a nuevas libertades pueriles para el deseo sexual ---imaginado, no consumado---, la provocación ofensiva y la inconsciencia para con lo vergonzante.
El breve ensayo dedicado a Rulfo incide más en la enigmática personalidad del escritor mexicano que en lo que pudo suponer su
Pedro Páramo y la
Carta a Borges, escrita en el décimo aniversario de la desaparición del maestro porteño,
es una hermosa declaración de admiración,
el escritor al que más deben todos los escritores que vinieron después....donde no deja de prevenirle para que se guarde, desde el más allá,contra la legión de sus imitadores.
De la novela al cine: Berlin Alexanderplatz de Fassbinder es quizá el texto fundamental de los no estrictamente literarios (con el titulado
Un siglo de cine, en donde pasa revista a las transformaciones de este medio desde sus inicios hasta acabar en el, a su juicio, actual impasse empobrecedor por las imposiciones de una industria sin escrúpulos y la reducción, en la pantalla, a una serie de imágenes agresivas). El dedicado a la desmesurada adaptación fílmico-televisiva de la novela de Döblin parece más meditado y circunspecto.Empieza razonando por qué adaptar novelas al cine ha sido desde siempre una práctica respetable, aunque con resultados a menudo decepcionantes, y sin embargo la novelización de una película parecería absurdo y aberrante. Y a continuación considera la adaptación de Fassbinder a la luz y en paralelo a la que hiciera Stroheim de la novela
McTeague del escritor californiano de fines del XIX Frank Norris y que llegaría a la pantalla como
Avaricia. Por desgracia desconozco la novela y no recuerdo ahora haber visto la película (aunque sí la de Fassbinder, hace poco: maravillas de Internet), de modo que poco podría por mi parte decir al respecto. Pero no dejan de llamarme la atención los nítidos paralelismos argumentales que Sontag ve entre las novelas de Döblin y de Norris, aunque con notables diferencias en los métodos de narración de Fassbinder y Stroheim. Este siguió la novela casi línea a línea, en tanto aquel optó por una estructura más libre, discontinua, con muchos saltos atrás y muchas capas de anécdota y comentario, además de las secuencias claramente oníricas o fantasmagóricas de los delirios de Biberkopf. En todo caso, lo meritorio en Fassbinder radicaría en haber alcanzado a reproducir, con la inestimable ayuda de la excelencia de los actores--- Günter Lamprecht, Barbara Sukowa o Hanna Schygulla bordean la perfección----y la grandiosidad de los decorados de época, la rara intensidad meditabunda de la novela de Döblin y su descarnada desolación existencial.
Entre los ensayos que conforman la última parte del libro considero de lo más reseñable (pp. 327-34) el muy apretado
Treinta años después, que viene a constituir un esbozo de lo que sería autobiografía espiritual, escrito además con gran sentido de la decencia y honestidad intelectuales, sobre todo en lo que se refiere al reconocimiento de algunos rasgos de ingenuidad en su primer libro
Contra la interpretación, según ella no exclusivamente achacables al hecho de que lo escribiera muy joven. El texto trasluce un sereno desengaño--- acaso el que proporciona el ir cumpliendo años----puesto que al fin y al cabo los sesenta del siglo pasado ya no se parecían nada a los noventa.....para mal. El triunfo de la llamada
globalización y de las formas más salvajes de capitalismo no da para muchas alegrías, y ya solo queda el ir balanceándose entre los dos polos de ese sentimiento peculiarmente
moderno que se dejan llamar
nostalgia y
utopía. Utopía y nostalgia
para soportar eso que me parece que con sumo acierto ella considera como más definitorio del espíritu de nuestra época, que no es sino Nihilismo--- recuperando adrede el término de Nietzsche ---y Barbarie. El texto es de 1996, y en estos últimos veinte años la cosa no ha hecho más que empeorar: ¿qué hubiera sentido y pensado Susan Sontag, que murió en 2004, de tan tremebundo fenómeno como Donals Trump, por ejemplo? Seguro que, de poder observarlo un segundo, volvería a bajar apresuradamente a la tumba.