lunes, 13 de abril de 2015

AMORES QUE MATAN


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Eduardo Gil Bera. Os quiero a todos. Valencia. Pre-textos. 1997.

              Me da por leer ahora esta atípica y un tanto extraña novela del escritor navarro, al que conocía ante todo como traductor (Hölderlin, Joseph Rorh, Séneca, Montaigne, Chamfort  y bastantes otros) y al que sé también autor, aunque no lo he leído, de un voluminosos libro, Baroja o el miedo, editado hace unos años por Península y que hizo en su día correr no poca tinta y reaccionar con indignación a la tribu literaria española, demasiado servil para con las ideas establecidas, toda vez que venía al parecer a demoler la imagen convencional que se tiene del carácter y perfil ideológico del gran escritor vasco. La novela que nos ocupa pertenece, creo, a esa tendencia que, al calor del desencanto que sucedió a los primeros años de la Transición inauguró Azúa  con su Historia de un idiota contada por él mismo, que tendría luego muchos imitadores.

               Se nos ofrece aquí, bajo el título gozosamente amenazador, por lo obviamente irónico, de Os quiero a todos, un relato en primera persona en el que se cuenta la peripecia vital de Antonio Garrido, una especie de antihéroe escéptico, cínico, amoral y rencoroso (mucho más que el personaje de Azúa). El primer capítulo parece bordado sobre el cañamazo o modelo estructural de la tradición picaresca, pues remite a un individuos de humildes y oscuros orígenes que se decide a abrirse paso en la vida a cualquier precio y que parece enseguida consciente de la perversión esencial del mundo y de los humanos, implemento que no me convence demasiado  por mucho que trate, con notable rigor lógico, de fundamentar la justeza de la máxima del homo homini lupus. Hay que decir que el personaje, como ocurre también con el héroe de la picaresca, consigue al final, junto a cierto acomodo material, también la truculenta y mísera satisfacción de ver vengadas sus presuntas afrentas, no sin haberse tragado algunos sapos en el camino y tener que haber pasado por no pocas humillaciones.

                Gil escribe, siempre en un tono de farsa desmadrada, con soltura y habilidad, y no carece de imaginación verbal, sobre todo para la sátira y la caricatura esperpéntica (del nacionalismo abertxale y del mundo etarra en primer lugar), y la trama está, lo que es de agradecer, plagada de quiebros y golpes de efecto, cosa que hace a la novela de lectura divertida casi siempre. Pero su relato queda un poco lastrado por los corsés ideológicos y lo demasiado obvio de la tesis, lo que hace que como artefacto literario funcione solo a medias, algo que se nota ante todo en la parte final, a partir del cap. XXV, pág. 167, donde el autor presenta a su héroe conviviendo en Alemania con una especie de comuna de feministas radicales, episodios que me resultan un tanto superfluos y como metidos con calzador, en el sentido de tan solo explicables por su deseo de burlarse del obsesivo y delirante dogmatismo de ese tipo de colectivos, algo que Gil lleva a cabo de manera demasiado facilona.

                  Lo mejor me han parecido algunos postulados del protagonista en el arranque del relato, que hacen gracia por su descarnado cinismo y por su nula concesión al sentimentalismo ni a la acrimonia: He visto triunfar a muchos conocidos, compañeros y profesores....Han llegado a consejeros, diputados, portavoces del gobierno, redactores jefes, artistas y sabios oficiales. Todos mintiendo, todos haciendo vilezas y trampas. Siendo imbéciles, inútiles, cínicos, cretinos, aviesos...en fin, como hay que ser. También los pasajes que se dedican a desmontar los clichés y mitos del izquierdismo universitario de los setenta y ochenta, sobre todo en los medios vascos, y el cap. XX, pp. 125-145, donde el autor presenta la erudita discusión entre dos personajes, ambos tasadores de autenticidades, Überzeugt ---quizá inspirado por la figura del filólogo, lingüista y vascólogo de origen alemán Federico Krutwig---y Erro, acerca de la presunta peculiaridad étnica y antropológica de los vascos, las posibilidades del nacionalismo independentista y el influjo y límites del eusquera.


martes, 7 de abril de 2015

DOS POEMAS ULTIMÍSIMOS

                      





Tanscribo aquí un par de poemas de estos últimos días, no sé si algo contaminados por el aire desmesuradamente fúnebre-festivo que se gastan en las celebraciones de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo allá mi tierra, en la que he estado (en la tierra, no en la Pasión, aunque bien mirado, pues también) estas semana pasada.

                      I

Te ha sido dado ya esperar a ver,
como al trasluz de un sol
caduco y preterido,
de qué modo la fiera
retícula de alambres
del cedazo penúltimo
dosifica la oblea de tus días.

Mellado por su usura, dice el vago,
pálido resonar
del agua estremecida de tu carne,
presa en la cuenta atrás
del ábaco infalible.

Y todo te recuerda, en la mirada oblicua
de esta especie de éxtasis al revés,
el hálito de ese eco
diferido que amplía
la prefiguración de las ultimidades,
el mudo reposar de la arenisca.

                      II
Con el denso matraz
de todas las memorias fermentadas,
con su híspido licor,
todavía seguimos.
                             Esperamos
el silbo solitario de la tarde,
entelerido y último.
Su trino infame informa
el rejo del arado de las horas, se hinca
en las lágrimas secas
y tiñe de un gris agrio y abortizo
las lunas estriadas de la piel,
la difusa y traidora,
acogotada  luz de los ocasos.

Y a la vuelta de tantos
detritus arrastrados por la lluvia,
seguimos todavía,
mas nos adelgazamos hasta un frío,
curvo desfiladero en donde se derrama
la ya cribada arena de las urnas,
en donde tañe en vano,
hinchada como un ahorcado obeso,
la afilada campana del silencio.