martes, 2 de diciembre de 2014

JUVENTUD, EGOLATRÍA




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Barbara Probst Solomon. Los felices cuarenta. Una educación sentimental.Barcelona. Seix Barral. 1978.


      Pese a que la traducción deja bastante que desear (el traductor parece ignorar el régimen preposicional en español y además calca sistemáticamente galicismos sintácticos ---"fue por entonces (...) que Nicolás vino a verme en Nueva York", p. 286; (...) " comprometido hasta el fin a la idea de España", p.154, y son solo un par de muestras), he leído con curiosidad esta autobiografía de juventud y primera madurez ---en el momento de la publicación del libro la autora anda por los cuarenta años--- que es sin duda a la vez una verdadera novela de formación y que me parece escrita con humildad, lo cual quiere decir con la suficiente falta de petulancia, de pedantería y de autocomplacencia ---lastres de tantos libros de memorias---como para que me haya interesado  casi desde las primeras líneas. La publicista y escritora norteamericana, de la que tuve primera noticia en un ensayo, ahora no recuerdo cuál, de Benet, es autora además de un par de novelas y de algunos guiones cinematográficos. Sin duda porque a los editores les pareció más atractivo y connotado, se  ha traducido al español con el título y subtítulo, de resonancias flaubertianas, que figuran más arriba y que se ha preferido al original  Arriving where we started, un verso de Eliot que se reproduce, traducido junto con otros, como pórtico. El libro es en lo sustantivo el relato de la pérdida de la inocencia, de la dolorosa asunción de las exigencias de la edad adulta y del pálido mecanismo compensatorio de la nostalgia.


     El texto se divide en cuatro partes o secciones. En la primera cuenta la autora su infancia privilegiada en un medio familiar de la alta burguesía neoyorquina de ascendencia judía centroeuropea. No tanto por esta circunstancia, sino por la influencia de una institutriz, Marte, personaje muy importante en su vida a juzgar por las múltiples alusiones que a él se dedican, que le enseña alemán y que le está continuamente hablando de Alemania, desde muy niña Bárbara tiene la obsesión de vivir en Europa en cuanto pueda. A los padres, muy liberales en las costumbres y lo relativo a la educación de los hijos, los veía poco y no parecen haberle dejado demasiada huella, aunque les agradece que le permitiesen hacer siempre más o menos lo que le venía en gana. Ellos estaban muy atareados en sus ocupaciones y en sus relaciones sociales y de hecho hacían vida separada, por mucho que por comodidad o conveniencia siguieran viviendo bajo el mismo techo. Asiste a exclusivos colegios de niña pija y hace después irregulares y breves estudios en la Universidad pública de Washington, a la que decide ir en lugar de a una de las privadas y elitistas, aunque la abandona pronto porque la experiencia le parece frustrante. Los meses de universidad son también los de su toma de conciencia política, sobre todo a través de su relación sentimental con Moe, un joven matemático comunista que acabará suicidándose, y los de los primeros contactos con gentes de otro medio social, aunque hay que decir que Bárbara es  lo suficientemente honrada como para no perder de vista el hecho de que pertenece a una casta privilegiada y no tan cínica como para querer pasar por uno más entre los estudiantes sin recursos ( los veteranos de guerra ven su acceso a las universidades públicas favorecido oficialmente). Tras el desempeño ocasional de algunos oficios, como cajera en un supermercado y enfermera auxiliar militar en un hospital para veteranos de guerra, decide irse a Europa. Tiene vagos planes de convertirse en escritora o quizá en traductora de ruso (para ello ha estado estudiando esa lengua por libre en la temporada pasada en Washington).

      En la segunda parte (pp. 87-163) se cuenta el primer viaje a Europa, inicio para Bárbara de una vida rica en peripecias y conocimientos de ambientes y personajes. En el barco conoce a la madre de Norman Mailer, que le da a leer un manuscrito de su hijo, ya en París y en los inicios de su carrera literaria. Muy viva es la impresión que le causa una Francia aún semidestruida y donde aparecen por doquier las recientes heridas de la guerra. A través de Mailer entra enseguida en contacto con los círculos de jóvenes exiliados españoles en los que se mueve Paco Benet, el hermano del escritor, personaje que resultará determinante en su vida. Benet planea ayudar a escapar a dos presos amigos suyos que cumplen condena a trabajos forzados en Cuelgamuros, Manolo Lamana y Nicolás Sánchez- Albornoz. Fascinada de inmediato con todo lo español, aunque aún no conoce una palabra del idioma, viaja a España y conoce en San Sebastián a Teresa, la madre de los Benet, que la impresiona por su independencia de criterio, libertad de espíritu y fuerza de carácter. En un segundo viaje, junto con Paco y la hermana de Norman Mailer, organizan la fuga de los presos, que se narra en unos pocos párrafos y que resultará sorprendentemente fácil. Se cuenta después el accidentado paso a Francia de todo el grupo, las dos chicas como turistas por la aduana (donde no dejan de tener problemas, aunque logran pasar no sin que los policías las tomen por traficantes de divisas), los dos fugitivos a pie por los Pirineos y Benet, días después, camuflado en una barca de pescadores vascos que lo llevan desde Irún a Hendaya. Reunida con Paco en París y ya convertidos ambos en amantes, se hace comparecer a otros muchos personajes, el más notorio el futuro editor de Ruedo Ibérico Pepe Martínez, que sobrevive malamente como descargador de camiones en Les Halles y que se ve obligado a llevar una existencia semiclandestina al carecer de papeles en regla. Hace constantes viajes a  Madrid como correo de propaganda ilegal, donde conocerá a Juan, el otro de los Benet, que ya anda metido en su papel de terrorista intelectual y del que se traza un retrato tan cariñoso como irónico. Son los tiempos en que en París edita, aunque en condiciones precarias, junto con Benet y Martínez, la revista cultural antifranquista Península.

          La estancia en Alemania, adonde ha seguido a Paco, que ha ido allí a dar clases en la Universidad de Maguncia, ocupa la tercera parte del libro. El país le causa una impresión ambivalente, pues si por un lado se siente conmovida por las penalidades de la gente y por el reencuentro con un idioma para ella muy querido por sus recuerdos de infancia y sus ascendencia familiar, por otro le molestan los esfuerzos que hace todo el mundo por disimular el pasado nazi. En otro orden de cosas, enferma gravemente de asma y se inicia su ruptura con Paco. Regresa a París, donde se cura y acto seguido vuelve a América. Vive una temporada en la finca de sus padres en Conneticut y está de nuevo en Paris en las Navidades del 49, en un intento de reconciliarse con Paco y para ver también a Juan, que ha conseguido al fin un visado para salir de España.

         En la cuarta parte del libro --La vuelta, pp.281-337 --se cuenta  el definitivo regreso a América. Se siente transtornada por la nostalgia y por la conciencia de la derrota tras lo que juzga definitiva ruptura con Paco. Allí, al tiempo que inicia una irregular e intermitente carrera de escritora y publicista, se casa con Harold, un profesor de Derecho con el que lleva una pálida vida matrimonial, del que tiene dos hijas y del que acabará  enviudando pocos años después. Luego hay un largo lapso temporal hasta mediados de los sesenta, en que, enterada por Juan Benet de la muerte en accidente de Paco en Irán, vuelve a Madrid. La ciudad ya no se parece nada a la que había conocido años atrás. Se reencuentra con Benet, con el que no ha perdido el contacto epistolar en todo ese tiempo, y con Teresa, la madre de éste. A través de Benet entra en contacto con muchos y variopintos personajes, desde Ridruejo, Pepín Bello, Caneja y Calvo Serer, el cínico y escurridizo opusdeísta entonces director del periódico Madrid,  hasta Tierno Galván, de todos los cuales hace intuitivos y certeros retratos (de éste último no se le escapa su carácter megalómano y maniobrero). Este tramo final constituye una vívida y muy aguda descripción de los ambientes político-intelectuales antifranquistas madrileños de los sesenta, con la vacuidad y el señoritismo de muchos personajones de la oposición, el conservadurismo tacticista del PCE y la indiferencia de la mayor parte del pueblo, que piensa mayormente en tener un televisor y un frigorífico, todo en un Madrid desarrollista ---como se diría después--- y americanizado que, como la autora repite con insistencia, ya ha perdido el encanto folclórico de la primera postguerra.