lunes, 14 de marzo de 2011

NOTAS DE LECTURA

Yourcenar, Marguerite. El tiro de gracia. Madrid. Alfaguara. 2003 (5ª edic)


Acabo de releer El tiro de gracia, de Marguerite Yourcenar. Me ha fascinado aún más que la primera vez que la leí. Una de las más hermosamente trágicas historias de amor que he alcanzado a conocer en el terreno de la novela. De entrada, el libro plantea un interesante caso de las relaciones, siempre complejas y a menudo insospechadas, entre peripecia biográfica del escritor y creación literaria. Si se parte del principio de que el fondo de donde se surte el escritor es y no puede ser otro que la propia vida, entonces podría decirse que todo creador escribe, de un modo u otro, siquiera sea como resonancia subconsciente o involuntaria --y casi siempre metamorfoseada o transformada---de su vida.





En el caso de la novelita que nos ocupa, la cosa no puede ser más clara: además del doble sentido del título, Grace Krick y la Yourcenar se conocieron en el Hotel Wagran de París en 1937, cuando ambas tienen 34 años. Grace era una profesora estadounidense, oriunda de Sur, de adinerada familia. Tres años antes, M.Y. había puesto fin a su relación con André Fraigneau, pero cuando conoce a Grace aún lo recuerda y vive de algún modo sujeta a su memoria y su fantasma.André es homosexual, como el Eric de la novela. En el invierno de 1938 está con Grace en los USA, porque ha aceptado su invitación por "la imperiosa necesidad de ser amada". En 1939, cuando escribe el relato, aprovecha para llevar a cabo el ajuste de cuentas simbólico-catártico con su historia sentimental.
La novela no incluye división alguna en capítulos, salvo las dos páginas iniciales, a modo de introducción o pórtico, para presentación del narrador-protagonista. Es una evocación en primera persona de los recuerdos de Eric, un minucioso autoanálisis o desnudamiento del alma que la autora sitúa en 1939, veinte años depués de los hechos que narra, en una destartalada estación ferroviaria italiana.
Las circunstancias de la acción son las de una aislada región báltica, con la guerra civil rusa y los estertores de la de 1914-1918 como telón de fondo y con la consiguiente degradación moral generalizada que implica toda guerra. En la casa solariega de los Reval, en Kratovicé, con los tres personajes principales, refugiados ocasionales, soldados, el viejo criado Michel y la tía Prascovie, medio loca y ausente y siempre rezando ante sus iconos. Y además con la presencia ubicua y constante de la niebla y de la lluvia, acaso para marcar la esencial ambigüedad en el comportamiento moral de los personajes.
El relato arranca con el regreso a Kratovicé --tras alistarse en Alemania-- de Eric y el reencuentro con Sophie y Conrad, con los que ha vivido en la propiedad como refugiados y aprovechando un lejano parentesco entre las dos familias. La evocación que se propone Eric -- desde el principio su pasión por Conrad se presenta, seguramente como reflejo y reverberación del mundo grecolatino, como " cierto ideal de austeridad, de camaradería heroica y de virtudes nobles--- es un homenaje al amante muerto y al mismo tiempo un desahogo de la mala conciencia por el trágico fin de la muchacha.
Es lógico que Eric se sienta conmovido ---"lo que más me chocaba en ella ella era su aspecto de adolescente herida"--- cuando empieza a conocer la historia íntima de Sophie: su desenvolvimiento de alma pura en medio de la brutalidad, su violación a manos de un sargento lituano borracho que al día siguiente se había arrodillado, lloriqueante, ante ella para pedir perdón "escena que debió resultar para la niña aún más repugnante que el amargo cuarto de la hora de la víspera".
La pasión que Sophie siente por Eric la describe este en los siguientes términos:" A partir de cierto momento, ella fue quien llevó el juego, y jugó muy fuerte, pues le iba en ello la vida. Además mi atención estaba forzosamente dividida, y la suya entera. (...) No pasó mucho tiempo sin que para ella no hubiera más que yo, como si toda la humanidad a nuestro alrededor se hubiese transformado en accesorio de tragedia". Sophie inicia, en efecto, tras declarársele, el viacrucis de sus autohumillaciones, bajezas y escenas más o menos ridículas en que parece que indefectiblemente caen algunas almas cuando se enamoran y se las rechaza, porque se creen indignas. La intensidad del amor de Sophie parece ser directamente proporcional al desdén y frialdad que cree advertir en Eric: "Todo en ella gritaba un deseo en que el alma se hallaba mil veces más interesada que la carne", deseo sin duda aún más escandaloso por la ignorancia de Conrad ---cuando todos en Kratovicé los cree amantes--- al que ninguno de los dos dice nada.
Conmovedora es la tozudez de la muchacha, que llega a arrojarse, por despecho, en brazos de amantes ocasionales y que se ve devorada por los celos, situación que evidentemente no escapa a la fría lucidez, un poco cruel, de Eric:" Un día me aseguró que hubiera renunciado a mí sin pensar en beneficio de una mujer a quien yo amara: era conocerse mal a sí misma, pues si hubiese existido esa mujer, Sophie hubiera dicho que era indigna de mí y hubiera tratado de que yo la abandonase".
De todos modos, no pueden huir el uno del otro, pese a que Eric consiente, por ponerse a prueba, en una breve relación de unos días, en un hotel y con ocasión de un viaje a Riga que ha hecho pretextando una misión militar, con una húngara, experiencia que le acaba pareciendo repugnante. A partir de ahí los acontecimientos se precipitan porque Sophie va deslizándose cada vez más hacia el abismo. Tras el viaje a Riga de Eric, ella pasa por el humillante episodio de la borrachera, el intento de suicidio, que confesará al descubrirle él una cicatriz en el hombro, y se busca nuevos amantes, como Von Aland, que acabará al poco preso, torturado y asesinado por los bolcheviques, un oficial ruso huído, alcohólico y brutal, y por fin Volkmar, relación que ella le oculta, al contrario que las anteriores, y que llevará a Eric, muy a pesar de sí mismo, a una estúpida escena de celos cuando ella besa a Volkmar, provocativamente, delante de todos la noche de Navidad, hecho que hace que Eric la abofeteara y luego tengan que separarlo de Volkmar. Cuenta Eric: "Con su atavío azul, que le dejaban los hombros al descubierto, y echando hacia atrás sus cortos cabellos (...) Sophie le ofrecía a aquel bruto los labio más provocativos y falsos que jamás vi en una estrella de cine, a quien se le van los ojos detrás de la cámara. Aquello era demasiado." Incluso Conrad, testigo, lo interpreta ingenuamente, como si Eric hubiera cortado las excesivas familiaridades de su hermana con cualquier desconocido.
Poco después, Sophie decide escapar--- "Todos ustedes me dan asco", le dice a Eric-- y unirse a las filas bolcheviques, lo que acelera la llegada de la tragedia final y pone a Eric en una delicada situación, hasta el punto de que se ve obligado a mentir a los demás sobre la huída de la chica. En la agria conversación que ambos mantienen poco antes de la escapada de Sophie, en que ella ha estallado en múltiples reproches, ve Eric "descomponerse su rostro y sus ojos, estremeciéndose en un nuevo ataque de desesperación, como si estuviera bajo la punzada intensa de una neuralgia".
Tras la infructuosa búsqueda de la muchacha y el interrogatorio a la madre de Gregori Loew --antiguo amigo de Sophie con el que Eric sospecha que ha podido reunirse--- se llega a las intensas páginas donde se cuenta la muerte de Conrad, a resultas de sus heridas en combate. Reflexiona Eric a propósito de la marcha de la muchacha:" Yo había sido el único obstáculo para que no creciera en Sophie el germen revolucionario; desde el momento en que arrancaba ese amor, no podía sino comprometerse a fondo por un camino jalonado con las lecturas de su adolescencia, por la camaradería excitante del joven Grigori y por esa repugnancia de las almas sin ilusiones sienten por el medio que las vio nacer". La muerte de Conrad, por oro lado, le genera terribles dudas y un intenso sufrimiento, no exento de mala conciencia porque cree no haberle prestado la suficiente atención. En plena agonía del muchacho llega a temer que a este "le faltase el suficiente valor para pasar ese amargo cuarto de hora más largo que toda su vida, ese mismo valor que a menudo nace de pronto en los que han temblado hasta entonces" y acaba confesando que Conrad sufría tanto que llegó a pensar en rematarlo y que si no lo hizo, fue solo por cobardía. De todos modos Eric no se hace demasiadas ilusiones acerca de lo que podamos saber de la muerte, que será siempre un misterio impenetrable: " Sé muy bien que siempre existirá, entre vivos y muertos, una separación misteriosa cuya naturaleza ignoramos, y que los más sagaces entre nosotros saben tanto sobre la muerte como una solterona sobre el amor".
Las últimas quince páginas del relato, a partir de la captura de Sophie, junto a otros combatientes bolcheviques, por las tropas de Eric, son las que abren el terrible desenlace de la aventura. En el interrogatorio al que Eric ---acaba de confesar que ha organizado los careos con los prisioneros, dejando a sophie para el final, solo por su nerviosismo y por ganar tiempo--- somete a Sophie lo que más le sorprende es la entereza y la aparente indiferencia ante su situación que demuestra la muchacha: "Si hubiese podido dejarme rodar por la pendiente, creo que hubiera balbuceado palabras de ternura sin ilación que ella se hubiera dado el gusto de rechazar con desprecio (...) El horror no consistía tanto para mí en la muerte de Sophie como en su obstinación en morir".