jueves, 30 de julio de 2015

UNA POESÍA BIEN HECHA
















Diego Jesús Jiménez. Bajorrelieve. Itinerario para náufragos. Edición de Juan José Lanz. Madrid. Cátedra. 2012.


                La voz poética de Diego Jesús Jiménez (1942-2009), a los pocos años de su lamentable y prematura desaparición, está sin duda a estas alturas, con estos poemarios (el primero era casi inencontrable--- hasta esta  reedición que comentamos--- desde que en 1990 obtuviera el prestigioso premio “Juan Ramón Jiménez” de la Diputación de Huelva) suficientemente consolidada en la poesía española de los últimos años. Poeta en cierto modo un tanto apartado y “periférico” respecto a la nómina canónica de la llamada promoción de los 60, recibió una primera atención crítica, a principios de los ochenta, de M. Pilar Palomo y Luis García Jambrina, entre otros, y poco después Víctor García de la Concha lo incluyó, junto a Gamoneda, Félix Grande y algunos más, en el grupo intermedio entre la generación de los 50 y los novísimos, rescatándolo así de la zona de penumbra o tierra de nadie en que se hallaba. Clasificaciones generacionales al margen (cuya validez casi todo el mundo impugna y casi todo el mundo utiliza) es lo cierto que puede considerarse a Jiménez un poeta vivo,o, dicho menos solemnemente, un poeta digno de consideración,  si por ello entendemos aquél que acierta a crearse un espacio lingüístico propio, que sabe encontrar la peculiaridad de la tesitura de su voz y hacerla comunicablemente inteligible.

                Itinerario para náugragos (1996) es, ya explícitamente y desde el lema o entradilla que abre una de las partes ---pero acaso no la más sustantiva---del libro, Homenaje a F. García Lorca, demasiado servil o seguidista respecto del lenguaje y la imaginería lorquiana, sobre todo de Poeta en Nueva York, por mucho que sean  de estimar algunos logros y hallazgos verbales (sobre todo un par de fragmentos de Arcángel de ceniza, los que empiezan con los versos Oigo desde aquí los aljibes, los desagües/desde donde las ratas y los pobres comparten sus negocios y Contemplas/ los despojos de un siglo que murió entre placeres y sobre todo la que me parece pieza más lograda del poemario, El lingüista, estupendo homenaje, entre lo meditativo y lo visionario, a juan de Valdés. Versos en no pocos casos correctos, limpios y trabajados versículos que, con todo, no me parecen lo memorables y concluyentes que el autor sin duda hubiera deseado y que el prologuista de esta edición, Juan José Lanz, pondera y alaba a mi juicio en demasía. Jiménez fue, en fin,  sin duda un poeta estimable, pero muy lejos en su potencia verbal y capacidad visionaria de, pongo por caso, algunos otros versificadores más jóvenes que él que  harían lo mejor de su producción en la década de los noventa y en la primera del presente siglo, como Vicente Gallego o el nunca suficientemente añorado Miguel Ángel Velasco. No exactamente lo mismo supone, se me antoja, Bajorrelieve  (1990), libro a mi juicio bastante más logrado, más orgánico en su planteamiento y pensado en su disposición, pese a haber al parecer recibido menos atención por la crítica al uso.


                    Estructuralmente, Bajorrelieve aparece  dividido en tres secciones o movimientos, tras un poema-introducción: si en los más de los textos de la primera parte ( Sombras en Priego, Crepúsculo en las aguas del Júcar, Ante las ruinas del convento del Rosal etc.) se centra el discurso poético en la memoria de la infancia y en la melancólica evocación de parajes y paisajes de su tierra natal, la parte segunda –que incluye tan sólo dos composiciones: la extensa Concepción del poema, subdividido a su vez en cuatro movimientos, y Aceptación del sueño—atiende, cabría decir que metapoéticamente, al proceso mismo de creación de la poesía, en tanto que la tercera y más extensa(diez poemas numerados en romanos que hay que leer como el desarrollo y sucesión del mismo), que da título a todo el libro, viene a constituir una suerte de visión o interpretación de la Historia, cuyo tono creo entrever que se aparta bastante del  que predomina en el resto del libro, por cuanto la voz que habla en los versos abandona en gran parte el intimismo meditativo de las dos primeras secciones para—además de adquirir a trechos una andadura no tan serena, un poco más agria y virulenta, que parece funcional a lo diferente aquí de la materia poetizada—hablar y hacer hablar a unas máscaras históricas, opacas y fantasmales, que, como en sordina,se convocan desde los desdibujados soportes de un pasado muerto pero también re-vivido en el espacio de ficción del poema.


                   Tienen, no obstante esto, la manera poética y el lenguaje de Jiménes una notable unidad, basados en la acumulación y en el modo dilatado de decir –a veces algo ampuloso--, en esas largas enumeraciones, en la sintaxis desparramada y expansiva, la adjetivación de coloración suave, muy ornamental, con abundantes epítetos (templada hebra, limpia erosión, casa embozada, imagen encendida,honda fabulación, estremecido viento, tenues formas), el hábil manejo de los encabalgamientos (“… La luz del rayo/ que todavía teje de color malva el cielo/ de nuestra infancia”, “…queda un rescoldo aún vivo/ de oscuridad ahogada en los baúles.”), y una discreta utilización del hipérbaton, a veces muy marcado (“ Sepultada la muerte/fue…”, “…Toca el fondo mi mano/ de estas heridas”, “No en el conocimiento de las cosas se halla/ la verdad de un poema”). El léxico del poeta, que responde en líneas generales al ya bien enraizado en la secular tradición de la lengua literaria en castellano,  aunque, como se habrá visto por las breves muestras de arriba, de más resonancias clásicas y neorrománticas que vanguardistas, se vuelca en un verso las más de las veces largo y sin rima( a menudo tipográficamente partido en dos, pero con algún empleo del endecasílabo, el heptasílabo y sobre todo el alejandrino), verso atravesado con frecuencia en Jiménez  por un cadencioso y sutilísimo ritmo interior, que encuentra su apoyo en el expediente de las recurrencias en el módulo sintáctico y también a menudo las rimas internas y las paráfrasis de tipo digresivo (los subrayados son lo sucesivo nuestros) :“Cielo que se refleja, altísimo en las profundidades/ del corazón. Júcar cuyas estrellas/ hacen que el cielo sea cima y sima a la vez, pasajera quietud, plácida sombra/ que el tiempo hace de agua/ Ciega profundidad celeste, abismo, verde/ prado sobre el que aún, la bondadosa mentira de la infancia/ nos salva. Cielo tenaz/ que labró en la corriente/ su recinto de sombras”).


                  Nótese asimismo hasta qué punto resulta de pocas complicaciones—en el sentido de que suele remitir a los patrones tradicionales de sabor clásico-romántico-- la imaginería metafórica exhibida por Jiménez,  que aparece  siempre nítida y clara, conceptualmente abarcable, aunque, como se ha dicho, mucho más acerada y crítica en la última parte del libro (“La herrumbre de la tarde/ se calcina en los bosques”, “Sobre el jardín helado de su sexo/ toca un ángel/ el laúd del destino.”, “…doblegada hermosura el viento”, “…Gotea/ el canalón del tiempo en las baldosas/ ensanchando el silencio de la noche en el claustro”, “ y las palabras de los clérigos/ eco de salamandras y de víboras”, “…La Autoridad,/ en cuya dentadura brillan/ fusiles inconcretos…”, “ …Flores/ de envenenada escarcha…”etc.


                 Muestra esta poesía un tono meditativo, una raíz visionaria donde la palpitación lírica de lo autobiográfico, evidente en todo el libro pero sobre todo en la primera parte, se trascendentaliza en la historia, o más exactamente, en una visión personal de la misma, y donde el sabor de la  la existencia anida en el espejo de la propia mirada, rasgo perceptible ya en el segundo poema del libro (y también en el que hace de pórtico) con trazas de dedicatoria y declaración programática: “Sobre la vieja rama de la desolación/crece cuanto amo (…) Hogar fue tu mirada para los días más inhóspitos/cielo es tu cuerpo aún, cabalgadura/hecha de sombras, corcel dormido/ (…) Sobre la vieja rama/ de la desolación, yace la vida”, donde parece resonar un viejísimo lugar común del pensamiento poético desde por lo menos Hölderlin y los demás  románticos, según el cual allí donde anida la destrucción radica también la posible salvación: “(…) Algo/ muere y vive a la vez, nos condena y nos salva”.


                    En algunas composiciones, la visión se monta, además, sobre la apoyatura del poema en elementos culturales previos, procedentes de la Historia, la Mitología y el Arte; así por ejemplo, en el extenso Poema en Altamira, cuyas tres secciones constituyen una meditación sobre la génesis del arte y la civilización humanos, origen que el foco de reflexión poética sitúa en la cueva misma-- “Cripta que es luz/ y fuente; noche / que es claridad y cántico (…)--/”de modo que esos primeros testimonios de nuestros antepasados  –“ … pasto/ sagrado de la vida, clara iluminación de los sentidos” vienen a dar simbólicamente, tras largo tanteo, en ese “testimonio milagroso, alba y canción del hombre, ropa/que nos abriga y nos da sombra, sueño/ tembloroso y amargo que en la noche dibuja/ sobre el aire, el inmenso vacío/ de tanta libertad”. En las piezas más incardinadas en una evocación de la infancia (las antecitadas Sombras en Priego, Crepúsculo en las aguas del Júcar,Ante las ruinas del convento del Rosal, Fabulación) la niñez, entrecruce de maravilla y miedo, emerge exenta (aunque no tan ingenuamente como para olvidar las tiernas mentiras de la  verdad de la imaginación infantil) al modo de un sueño difuminado que, sin embargo, resplandece entre la tersura y la limpidez de las imágenes, de tal forma que los primeros años serían aquel “pirata misterioso y sagrado”, el lugar en que las viñas “parecían escuadras enemigas/ o guerreros formados para el asedio”, y el jardín se resolvía en “un mundo submarino, de agua/ su fronda, con aquel oleaje del desmayo, y la abundante espuma/plateada y eterna del/ árbol del paraíso”. Estética, moral y una especie de sagrado asombro (¿no fueron acaso siempre lo mismo?) y de invocación a las gracias del mundo y a las del arte que lo fabula y lo crea se amalgaman en Color solo, en cuya dicción y fraseo creemos percibir ( y también podrían citarse otros pasajes del libro, por ejemplo la sección segunda de Concepción del poema o el primer movimiento de Tiempo desolado) una música parecida a la algunas zonas de la poesía de Claudio Rodríguez. “ (…) Yo hablo del verde que está solo/ y que es aventura, del verde de los mares/ porque no tiene rumbo, del que nace en los sueños/porque no nos olvida”.


                Hace gala este discurso poético de la honradez y del coraje necesarios para mirar al mundo tal cual es  y reconocer  hasta qué punto estamos dentro de él-- “Cómo la realidad/ con su tersura de ceniza, nos/ envilece y nos mancha(…)”--, sin que eso suponga  condescender ni mucho menos doblegarse a sus leyes. Incluso de  las épocas de mayor barbarie (en unos poco versos de Tiempo desolado se evocan estupendamente la miseria y la cutrez de la dictadura franquista) acaba siempre la fuerza de la vida por renacer y seguir: “(…) Bajo la techumbre /de la infelicidad, la vida –que nunca sabe si es de noche o es de día--/ que jamás es cosecha,/ que no es vegetación sino silencio, germina allí/ donde se oxidan la inocencia y el sueño, y crece/ en su refugio de cartón, en su alta casa/ de vinagre y azúcar, donde la realidad, desnuda y cruda,/ baila en la fiesta y bebe en los oficios, se apiada de sí misma”. La misma vida que se dice (Noche de San Juan) que sobrevivió también a aquellos tiempos de ignominia, pues que “(…) Todo lo que un día creyeron/ reducido a cenizas/ es rescoldo,voz viva, pueblo que con su canto quema/su miserable historia”.


               Aunque las digresiones hacia la historia de la cultura y las frecuentes citas lo recarguen acaso innecesariamente, dándole a trechos un cierto aire de divagación ensayística, Concepción del poema es composición central del libro, por cuanto trata de apresar la raíz y la esencia de lo poético: la tarea del poeta está en captar “la difícil/ belleza/ de aprehender el disfraz con el que las palabras viven”, y así, la génesis de la poesía parece radicar en el destello de una oscura iluminación, de una mirada que alcanza a integrar también las zonas de sombra (inconscientes, irracionales) de la realidad, mirada o visión que triunfa de aquella insuficiencia del lenguaje, gastado por el uso y la repetición y, avanzando sobre creación y destrucción (“…Construir un paisaje/ con las ruinas de otro / y con la sombra de un vocablo/ iluminar la vida. He atravesado así/ el santuario en el que las palabras son destino/ y origen…”) da en la peculiar magia del lenguaje poético, que para Jiménez se crea en algo que recuerda mucho la divisa horaciana  de la callida junctura, en esa “ fina moldura/ que los vocablos tienen para unirse con otros…”


              Bajorrelieve es la más extensa y ambiciosa de las composiciones del libro,por lo concentrado de su visión y lo unitario de su planteamiento.El bajorrelieve es aquí no sólo símbolo de la sociedad y de la historia, sino de nuestro pretendido conocimiento de ella. Con una rica imaginería descriptiva se hace  comparecer, en su fantasmagórica y borrosa existencia, a toda una serie de figuras y escenas, desde ajados esplendores de crueles y orgullosos guerreros hasta orgiásticas comilonas de nobles medievales en medio de la humillación de los de abajo: “…Como/ espectros de luces/ evidencian la muerte, edifican la fábula/ de la conmiseración y del oprobio./ En la policromía que el resol de la tarde deja sobre el mármol, los reyes/ de este reino de piedra bailan en torno de lo que bien pudo/ser esplendor. Cohabitan los siervos en las caballerizas; en milagrosas copas/beben el vino que sobró en palacio(…)”; desde señores y tiranos hasta doncellas y clérigos, “alcobas tapizadas con gacelas y alondras”, escenas de la vida ociosa de los poderosos frecuentemente inmortalizadas por lienzos de grandes pintores,profusa poetización de un mundo histórico-medieval que sin duda se quiere ilustrar como ejemplo del decurso de la historia toda.


            Y ésta, en fin, no es sino una sucesión de dolor y humillaciones: “(…) Aves de niebla/picotean la sangre, festejan las heridas/que el tiempo ha hecho de óxido”, aunque justamente la pátina del tiempo haga que contemplemos con inocentes ojos sus episodios (“A pesar de que nadie/puede alterar la quietud que en la escena reside,/ un ligero temblor, una ligera música/ tallada por los siglos, deforma con astucia los gestos;/ y lo que tal vez un día fuera cólera/es mirada inocente”) y pese a que  nos sintamos arrastrados por su engañosa belleza (“…Nos fascina el pasado/ porque siempre es hermoso su disfraz/ y son bellas sus ruinas. Mas la/Historia abandona, en silencio, a sus muertos”.


            Las partes V y VII focalizan más la mirada en  los perdedores (“…Tras los cristales de palacio/puede ser observada la miseria hacinándose, oírse las lamentaciones/ de tan vasto sepelio/ en su justo dolor. Mas las primeras sombras de la noche/tornan la muerte en rica decoración; en oscuro ornamento de luces apagadas” )y refieren, sugiriéndolo, el nacimiento y consolidación del orden social , cuya sanción garantizan religiones, dioses y clérigos: (“…Huelen a sacristía y celofán los  pétalos/ de las hortensias y las azucenas.(…) Hay párrocos portátiles y pontífices ciegos,/ y hay teólogos viudos y frailes destruidos/ en cuyas frentes resplandecen pequeñas y brillantes/ armaduras solares, inocentes destellos/ de miseria encendida(…) Hay sermones y oficios/de oro y piedras preciosas; voces de plata y ecos conventuales/ que todavía piden resignación, ofrecen/ eternos paraísos para el que la bondad suponga/ aceptar el dolor(…)”. El poder de los amos  (“En la vidriera principal/ de palacio/ se dibuja la casta; lucen sus crímenes bordados/ en gallardetes y banderas”)está, como todo, condenado a la desaparición y a la ruina, y, aunque otros amos de nueva planta vendrán a sustituirlos , al final (fragmento IX) se deja abierta la posibilidad de una rebelión (“…Sólo salud, justicia,/ piden las notas que, bajo la lluvia, canta el pueblo”).


            Podría decirse que Bajorrelieve es un poema estético-moral. El ornato histórico, el vago tono épico y legendario, la imaginería “culturalista” nunca funcionan como un fin en sí mismos( como al modo de los “novísimos”—que hoy nos parecen casi pura arqueología, lo más banal y caedizo de aquella estética-- de hace tres décadas), sino que se dirían al servicio de la textura ética, de la clave moral desde la que se poetiza, virtud que  se nos antoja uno de los innegables atractivos, acaso no el menor, de este texto..