lunes, 24 de marzo de 2014

DESCENSO A LOS INFIERNOS

                             



José Donoso. El jardín de al lado. Barcelona. Seix Barral. 1981.

       Fuera de El obsceno pájaro de la noche (1970), indudablemente su obra maestra, la más lograda y ambiciosa de las suyas, que medio leí hace muchos años ---mal, quizá era yo entonces demasiado joven, y de la que apenas recuerdo gran cosa pero sí, y muy bien, que me perdí un tanto en su selva verbal y en su espesura metafísica y simbólica, y que algún día acaso no muy lejano pienso intentar leer de verdad --- y del muy agudo y entretenido ensayo o reportaje sociológico-literario, que ya vi hace relativamente poco,  Historia personal del boom (1972), no le había dado a uno por  echarse al coleto ningún otro texto del gran escritor chileno, del que puedo decir que, pese a lo poco que lo he frecuentado, me parece uno de los más grandes narradores de aquella tan cacareada pléyade de latinoamericanos, muchos de los cuales, como es sabido, aterrizaron ---sus obras y en no pocas ocasiones también sus personas, como es este caso--- en España, fundamentalmente al calor y de la mano de Seix Barral y de su propietario y animador Carlos Barral, personaje que como muchos otros de aquella época y milieu aparecen oportuna y a menudo irónicamente retratados en el antecitado ensayo.

       Recuerdo haber leído una vez en Ferlosio algo así como que todo escritor de ficción escribe siempre, de un modo u otro, su propia vida ---¿qué va a escribir si no? y precisamente porque este dictamen haya que tomárselo lo más lejos posible de toda matriz biográfico-positivista o, si se quiere, aún peor, psicoanalítica, no soy de ésos muy dados a establecer alegremente puentes y analogías entre la presunta vida real del escritor y las circunstancias y determinaciones de sus ficciones. Pero quizá no esté en este caso del todo de más anotar que la novela que trato se publicó, como reza la referencia de la entrada, en el 81 y está fechada el verano del año anterior,  dos años antes del regreso definitivo de Donoso a su tierra, en donde acabaría muriendo en 1996, y que se escribió en Calaceite, pueblo turolense casi fronterizo con Cataluña donde Donoso y su mujer se retiraron para  pasar los más de los años en que estuvieron instalados aquí (1967-1982). Doy este detalle, meramente externo y anecdótico, porque es evidente que hay en El jardín... múltiples claves y elementos autobiográficos y bien puede decirse que el Sitges de los años setenta donde transcurre parte de la acción bien podría reducirse en lo esencial, pese a lo aparentemente disparatado de la traslación, al pueblecillo bajoaragonés, y eso para no hablar de los paralelismos entre la personalidad del principal personaje de la novela, el escritor chileno exiliado en España Julio Méndez (del que bien podría señalarse, si se me permite una broma demasiado fácil, que goza de la más requintada panoplia de virtudes y parabienes: cincuentón de endeble salud, neurasténico, hipocondríaco, alcohólico y para más inri doliente homosexual larvado) que, amén de hallarse  viviendo un bache creativo y un infernal proceso de derelicción neurótica y autodestructiva, ve devastada su existencia, además, a causa de su dolorosísima e infernalmente conflictiva relación con su sensible e inteligente mujer Gloria y del choque con un hijo adolescente que lo desprecia e ignora. Pero no se juzga ninguna novela, o no debe juzgarse, a partir de esos patrones, aunque solo sea porque los demonios y/o miserias personales del escritor, cuando los hay, están ahí, en la vida del tal escritor, y los de los personajes de ficción donde les corresponde, en el espacio simbólico-verbal de la novela (en este caso, pero lo mismo reza para el poema, la comedia dramática, el cuento y si me apuran hasta para determinados tipos de ensayo o escritos teóricos).

      El relato es a todas luces modélico en cuanto al orden de composición y a la disposición estructural de los elementos, ya en el trazado de los personajes (Mario mismo, Gloria, el hijo de ambos, el tornadizo, narcisista e inmaduro adolescente Pato, y sobre todo otros  dos personajes, obviamente secundarios respecto a la pareja de protagonistas pero que resultan esencialísimos para el desenvolvimiento de la trama: el amigo de éste último, autoapodado Bijou porque el correspondiente español Joya le parece algo que huele a macarra, vulgar , barriobajero y sudaca, el muchacho hijo de un matrimonio chileno bien ---diplomáticos-- que vive exiliado en París y  al que Julio se refiere siempre, en sus monólogos y ensoñaciones en las que fantasea arrebatado por una oscura pulsión homosexual que en el fondo le aterra, martiriza y humilla, como el angelo musicante ---el pasaje de la cabina telefónica, en la que ambos deben pasar encerrados un buen rato, es sencillamente magistral en su cruel ironía y su acidísimo rencor---, y la llamada en el texto Núria Monclús, que cualquiera puede ver que no es sino transparente máscara de la al parecer tiránica y todopoderosa agente literaria barcelonesa Carmen Balcells; no se me ocurre en cambio quién puede ocultarse tras el personaje de Marcelo Chiridoga, el más exitoso de los novelistas del boom, personaje pintado aquí como fatuo, falsario e insoportable, al que Julio detesta sobre todo porque el tal es íntimo de la Monclús, la que no quiere publicar la gran novela sobre el exilio intelectual chileno en Europa tras el pinochetazo que Mario está escribiendo ), como también y sobre todo en el estupendo tour de force que supone el muy sutil cambio de voz narrativa cuarenta páginas antes del final, introducido tan hábilmente y tan en el momento en que la novela lo pide desde dentro, que incluso un lector avezado tarda en darse cuenta: solo tras la lectura de unos cuantos párrafos se empieza a sospechar ---y con ello el sentido del inesperado y soberbio quiebro final--- que el que habla ya no es Mario, sino Gloria. Dicho sea de paso, ahora que escribo juntos los nombres de los dos cónyuges: entre otras cosas con las que este relato no se anda con demasiados paños calientes , está la institución familiar: aquí queda abierta en canal, y además con cuchillo dentado y oxidado.

        La novela resulta toda ella lancinante y dolorosa, verdadera y eficaz (estilística y también conceptualmente ) crónica de una brutal neurosis autodestructiva, casi cruel, de una atmósfera sutil y ubicuamente opresiva, atmósfera que precisamente los pasajes humorísticos o irónicos ---pero de una ironía en los antípodas de lo que pudiéramos llamar amable, antes bien acre y demoledora--- contribuyen a la vez a desdramatizar y al mismo tiempo a recalcar, como pienso que ocurre en algunos relatos de algunos grandes anglosajones como George Eliot o Henry James. La referencia no es gratuita, toda vez que Donoso conoce como pocos escritores hispanohablantes la literatura inglesa (materia que enseñó durante varios años, antes de venir a España, en Princeton,), y en todo caso oportunísima juzgo la inclusión en el texto de una docena de versos del T. S. Eliot de Four Quartets ( aquellos, tan inconsolablemente tristes,  que empiezan wait whitout hope... en inglés en el original y con excelente traducción a pie de página, supongo que del propio Donoso, porque no se especifica), justo al final del capítulo dos y antes de empezar el tres, unas líneas después de que Mario, podrido de mala conciencia y humillado porque se pasa la tarde--- en la lujosa  casa que le ha dejado, gratis y todo un verano, un amigo rico en pleno barrio de Salamanca--- en vez de escribiendo, espiando a un grupo de jovencitos y jovencitas pijos que se están emborrachando y bañándose en pelotas en la piscina del palacete contiguo, diga  ( pág 109) Duele. Duele. Vuelvo a mi máquina. La miro con repugnancia: un placebo, un sucedáneo de la exaltación insubliminable  que me hace permanecer tieso y como embalsamado en mi silla frente a mi trabajo inútil, la mente confusa, el corazón destrozado.
       Más tangencialmente, pero no con menos furor y determinación se ponen aquí en la picota cosas como los mitos de la resistencia de la clase intelectual a las dictaduras latinoamericanas de los setenta (Mario alardea de que pasó detenido seis días por haber tenido escondido a un primo activista del MIR, solo seis días porque lo soltaron en seguida por las influencias de la familia y el peso del apellido, poca cosa,  pero otros ni siquiera tienen eso para pavonearse) y correlativamente, los modos de vida , a menudo impostados, vacuos y miserables, de la turbamulta de artistas latinoamericanos que, sobre todo en los pueblos de la costa cercanos a Barcelona, haraganeaban y mayormente se emborrachaban y trataban de ligar con el pico y la verborrea del intelectual revolucionario exiliado.
    
       Por todo lo dicho, ya se ve que absolutamente recomendable.