martes, 24 de junio de 2014

LOS SUMIDEROS DE LA CONCIENCIA





Claude Simon. Historia. Barcelona. Seix Barral. 1986.

       Solo tenía de Simon ---ni siquiera conozco las consideradas sus obras mayores, La ruta de Flandes, 1960,y Las Geórgicas, 1981-- la muy vaga referencia de que la crítica lo incluyera en la escuela o moda literaria francesa que en los años sesenta del pasado siglo se llamó Nouveau Roman, tendencia en la que se solía considerar como abanderado a Alain-Robbe-Grillet y en la se alineaba también a autores como Nathalie Sarraute, Michel Butor, Marguerite Duras y otros.Se trataba de un movimiento que, al oponerse  a la novela realista, tradicional o decimonónica,  intentaba diluir las nociones de trama y personaje, optaba por el objetivismo en las descripciones, fueran estas de objetos o de personajes, como de cámara fotográfica (pero la más "objetiva " de las fotografías distará siempre mucho de serlo)--- y vaciando , se nos decía, lo descrito de su fondo psicológico y sus adherencias ideológicas---suponiendo que esto sea siquiera concebible, pues el mero hecho de que se usen semantemas, esto es, palabras con significado, supone ya alguna concepción del mundo o ideología--- La historia novelesca como tal ---coherente en su desarrollo y con clara dimensión espacio-temporal---había de tender  a desaparecer, suplantada por una especie de chorro verbal o flujo de conciencia, la perteneciente a un narrador oculto y cambiante.
     
        Pues bien, de estos rasgos de escuela o proclamas me parece que solo el último podría con cierta propiedad aplicarse a esta Historia (1967)---puesta en un más que aceptable castellano por J. Escué Porta--- que no es en rigor una novela ni, con buscada paradoja en el título, cuenta tampoco ninguna historia, sino, en sus poco más de 300 páginas,  un largo, denso y alambicado monólogo interior, un alucinado discurso donde se trae a colación una abigarrada turbamulta de fantasmas y obsesiones, distribuido en once capítulos o parágrafos sin numerar ni titular, en los que, en efecto, un narrador innominado, proteico, cambiante y resbaladizo, convoca, podríamos decir que hace subir al presente de su conciencia, que es, claro, el de la narración,  todo un abigarrado cúmulo de un fondo de recuerdos, sensaciones, objetos, olores, ruidos, caras, anécdotas, lugares, episodios bélicos (un peu partout pueden encontrarse recuerdos o evocaciones de la Guerra del 14, a través de la figura del padre del narrador, y sobre todo de la Guerra Civil en Barcelona, donde Simon estuvo algunos meses en 1936-37 y fue simpatizante de los anarquistas, aunque hay que notar que ni sus evocaciones son en ningún caso edificantes ni heroicas ni trata nada bien, todo lo contrario, a sus antiguos correligionarios: en p. 140 hay una descripción, tan feroz como grotesca, de un miliciano cenetista ), titulares de periódicos, copias de textos de enciclopedia, sobre todo geológicos o geográficos, cartas familiares o de otro tipo, sueños y pesadillas de muerte, aniquilación o violento erotismo, en fin, todo tipo de material espiritual que permanecía almacenado en el más recóndito de los armarios del subconsciente. Eius uerbis: "una combinación, un sombrío y fulgurante revuelo de luces y líneas en que los elementos rotos disociados vuelven a agruparse obedeciendo al tumultuosos y estricto desorden de la memoria" (pág.207).  Todo lo que sabemos del narrador, de su  identidad ---y para ello hay que leer con mucha atención, pues estos detalles se dan con un mínimo de palabras y como sepultados o semiocultos en textos más extensos y de otra naturaleza, como ocurre por ej. en pp. 68 ó 130---es que es un hombre ya de edad, de rica y linajuda familia, y que se ha retirado a un caserón rural a vivir lo que le quede, se me ocurre que como reza el célebre poema de Gil de Biedma como un noble arruinado/ entre las ruinas de mi inteligencia.Y poco más se sabe de algunos otros personajes con él relacionados, que sin embargo aparecen recurrentemente en el relato: la abuela, que vigilaba sus juegos infantiles en la playa, el tío Carlos,  atrabiliario industrial viticultor que torturaba al narrador en su adolescencia preguntándole las lecciones de latín, la prima Corina, permanente objeto de sus deliquios y obsesiones eróticas, el compañero de estudios de liceo Bernard Lambert y algunos otros.

          Hay en el libro, como no podía ser menos, toda la panoplia de modos y prácticas vanguardistas tan en boga en los años en que se escribió (y no solo: algunos pasajes me han recordado, por su léxico sombrío y su fraseo entrecortado y a veces trunco o con anacolutos buscados y su mareante proliferación de gerundios, algunas tiradas de las Residencias nerudianas; y otros, por el erotismo alucinado y no menos sombrío, al Cela de Oficio de Tinieblas : repárese, pág.56 :" pensando en algún monstruo que estuviera agazapado en algún rincón oculto al final de los pasillos de mármol quizá en los sótanos como la caldera de la calefacción : una especie de rumiante impotente y obeso pero sin los cuernos con rizos en la frente y brazos de asesino más bien como el calorífero con tubos y pies de barro colado pensando que si irrumpiera Teseo ahora sería con trazas de jovencito repipi (...)". Aquí se puede encontrar, además de supresión de todo signo ortográfico en muchas partes, textos montados sobre otros, pasajes truncos, puzzles, largas enumeraciones caóticas, reproducción en estilo directo de frases truncas con eco, reproducciones de trozos de conversaciones oídas por las calles etc. Los motivos y temas, en un nada despreciable alarde de imaginación verbal,  se suceden sin transiciones claras ni solución de continuidad, de modo que se opera mediante una libre y aparentemente caótica asociación de ideas, que por una especie de contaminación o arrastre metafórico va llevando de unos a otros, como ocurre --y de hecho en todo el libro-- en pp. 69-70 donde de la descripción de la decoración y los muebles del despacho de un dentista  se salta a a un tractor que está labrando la tierra, al polvo y suciedad que esta tarea provoca y a las cabezas de venerables príncipes de la Iglesia y cardenales que en su día se pudrieron en esa misma tierra, o en 171-172, donde se amalgama la imagen de la Virgen de Lourdes, los harapientos negros de Madagascar, el fanatismo de las peregrinaciones religiosas de los tullidos y enfermos, el recuerdo del ceremonial de un entierro, una pesadilla con mosquitos comedores de carne humana, una evocación terrorífica de una nube de pájaros de cantos chirriantes y los sombreros de piqué blanco que llevaban las damas elegantes en los tiempos en que el narrador era joven y aún algunas cosas más.

       Que era  Simon hombre de vasta y bien asimilada cultura parece claro tras la lectura del libro, sobre todo en los campos de la Arqueología e Historia Antigua y la Historia de la Pintura y la Fotografía (empezó de pintor y fotógrafo antes que de escritor y al parecer no llegó a abandonar nunca estas actividades). En las pp. 210-213 hay un admirable estudio cromático, objetual y de personajes de un taller de pintor a través de la fotografía de éste, del taller, no del pintor, ---que reaparece más adelante---en el que las referencias al holandés de la pipa  hacen pensar en Van Gogh, y los movimientos y evoluciones de los personajes, a la vez, en la composición de figuras en Las meninas y en los cuadros o también figuras pornográficas de las novelas de Sade, que concluye con la parrafada que comienza.: "(...) la bandeja con las tazas y el plato, agregándose simplemente (y entonces la mujer-hombre se habría levantado sencillamente para traer otra taza ) al número de los ya presentes (o sea el pintor, la modelo desnuda, la mujer y el hombre barbudo sentado detrás del taburete mientras que la mujer ocupaba otro taburete parecido al que sirve de mesa, vuelta de espaldas a la estufa y casi pegada a ella. el grupo de los tres bebedores de té llenaba así (...)"

         Pero no sé muy bien qué sentido tendría hoy un, digamos, experimento de escritura como éste. Quizá lo tuviera en su tiempo. No pocos fragmentos tienen un tono verdaderamente poemático, otros son meros desahogos o exabruptos, como por lo demás conviene a la mostración de una conciencia devastada y en disolución, que es el asunto central del libro, cuya mayor virtud, amén de la citada espléndida imaginación verbal que demuestra es que exige del lector una constante atención y tensión intelectual, porque si no corre el riesgo de perder el hilo casi de continuo.

miércoles, 11 de junio de 2014

OCIOS DE RICOS

                 José M. Caballero Bonald. En la casa del padre. Barcelona. Plaza y Janés. 1988.

                Ha venido a querer la casualidad que uno haya leído ---puesto que lee, salvo excepciones muy puntuales en que lo hace por obligación, movido por la curiosidad y el placer y no en pos de ningún motivo temático o estética o lenguaje particular---estos últimos días dos novelas que bien se podría decir que son como la contrafigura y antítesis la una de la otra, así por el mundo que pretenden contar como por la lengua literaria que implementan para ello. Del Caballero como prosista solo conocía yo Dos días de setiembre (1962),acaso una de las mejores novelas que rindió el llamado Realismo social de los sesenta y que me dejó un buenísimo sabor de boca, y sus dos volúmenes de memorias Tiempo de guerras perdidas (1995) y La costumbre de vivir (2001, ejemplos ambos de tan excelente y requintada prosa y de valor histórico-generacional como sobrados ---sobre todo el segundo---anécdotas chocarreras y demasiados juicios sumarísimos sobre algunos personajes y actitudes. Pero ya se sabe que casi nadie incumple la norma general consistente en poner por las nubes a los amigos y a parir a los no amigos (ambas cosas en una escala muy variada, claro está).No creo que esta En la casa del padre, que me empezó a resultar un tanto reiterativa y pesada solo en laparte última, donde hay algunos pasajes que juzgo que están de más y que más abajo citaré (pienso de hecho que le sobran las últimas 30 ó 40 páginas) llegue al nivel de excelencia de la novela antecitada, y si la acabé es porque siempre me ha resultado muy violento dejar un libro hacia el final.

          Pero la novela resulta, con todo,divertida en sus mayores partes, pues que está escrita con plausibles dosis de sentido del humor y alguna que otra pincelada esperpénticas ---así en la p. 107, cuando la matriarca Adelaida sorprende a su hija Carola en un forcejeo erótico con Juan de Juanes, gañán ascendido a capataz por Alfonso María, ante el que, como es natural,caerá en desgracia a raíz de este episodio, "no llegó a desmayarse, solo notó un velillo acuoso que le empañaba la visión. Se quedó un punto indecisa, pero reaccionó de inmediato, componiendo sin decir palabra un solemne además tribunicio: señaló con el brazo extendido en dirección a la calle, el índice temblando de locuacidad y la mirada clavada en ese índice. Estatua imperiosa, solo le faltaba para ser ecuestre la comparecencia del potro asesinado", en las pp. 156-58, donde se nos da cuenta de que Ignacio, el hermano de Socorro, la mujer del prócer Alfonso María, es una especie de deficiente mental y sátiro que padece de satiriasis hiperestésica y se pasa el tiempo en su cuarto dando berridos, de modo que el cuñado tiene que llevarlo a un burdel para que se desfogue, al principio una vez por semana y luego cada dos o tres días porque al desdichadose le reproducía el ciclo frenético del celo. Y se adorna, por lo demás, con un muy rico vocabulario,notoriamente en las regiones semánticas que tienen que ver con la agricultura de las comarcas bajoandaluzas,la industria de transformación del vino,los coches y la crianza de caballos y las artes de la navegación (en el pasaje en que tres de los nietos del patriarca acompañados de una criada juegan a volver a hacer funcionar un viejo alambique --pp. 163-166--quien no lo sepa puede enterarse de qué son, por ejemplo, una damajuana, un serpentín o un lebrillo,en el de las pp. 55-56,la escota, el foque,trasluchar o la botavara, o en la p.100, hablando de las modalidades de enganche en los coches de caballos, limonera, tronco, trasillo, cuarta potencia, o en la p.63 crujías, duelas, describiendo el interior de una bodega). Hace asimismo gala de una sintaxis de andadura amplia y de resonancias clásicas ( el episodio del león ---pág. 202-204--- parece de evidentes resonancias cervantinas: "y se le iban los ojos del proveedor al león, del león al tabernero, del tabernero otra vez al proveedor", y es de notar el empleo bastante sistemático del imperfecto de subjuntivo en contextos donde el español moderno prefiere los pasados de indicativo, o los giros, entre otros, de hasta edad de sin ser notado, con mucha pedrería metafórica en las por lo demás muy meticulosas descripciones de personajes y situaciones. Lástima que una prosa tan culta caiga a veces en descuidos como el suprimir la preposición de en contextos como estar convencido de, tener la certeza de (tal como ocurre en las pp. 53, 88, 116 y 248, por ejemplo).


              El relato principia con el accidente doméstico del capellán de la casa, Don Ismael: "Tropezó tal vez con el mamperlán de un escalón, o tropezó con algo más insidioso que llevaba en la cabeza , y se fue incorregiblemente de espaldas , la sotana a guisa de pañolón y las magras piernas sometidas a una gimanasia estrambótica. No lo ayudó ni el ángel custodio ni el alivio superfluo de las risas de los primos ni la última jaculatoria que musitaría en vida, porque su nuca chocó de mala manera con uno de los angelotes del altar" (pág 12),una caída que le deja medio tonto para los restos, pues pierde el habla (mucho más adelante sabremos que está fingiendo) y tras una estancia en el hospital vuelve en una silla de ruedas con la que se dedica a darse paseos por toda la casa y meterse a curiosear donde no lo llaman. Este Don Ismael esconde un terrible secreto que lo ha atormentado toda su vida y que el lector solo descubrirá al final, cuando el cura ya ha muerto y se vean los papeles que ha dejado escondidos en un cofrecillo bajo llave que ha confiado al cuidado de una vieja criada. Tal cofre y su contenido, sobre todo la especie de confesión o desnudamiento de su alma que se transcribe en las pp. 133-35, habrá de convertirse, en la imaginación del narrador en 1ª persona, que solo más que mediada la novela nos enteramos de que es José Daniel, uno de los cuatro nietos del patriarca Sebastián,en un motivo recurrente y acaso símbolo al final de la inevitable decadencia de la estirpe. Un narrador- testigo, como se lo suele llamar, que acierta a contar las peripecias de la familia a veces con una suerte de distanciamiento irónico y otras con un indisimulado orgullo de casta.

             Se narra aquí la saga familiar-empresarial de los Romero -Bárcena, grandes propietarios de fincas y magnates de la industria vitivinícola de la Baja Andalucía, épica familiar cuyo ascenso, consolidación y principios de decadencia vienen coincide en el tiempo, grosso modo, con el decurso del siglo XX. Y así es desde el que podríamos llamar primer eslabón, al que solo se alude de pasada,el oscuro tendero Valeriano Romero, que a base de trabajo y privaciones primero y gracias a un buen matrimonio con la riquilla santanderina Purificación Bárcena después, consigue hacerse con algunas propiedades y dejar paso al hijo único de ambos, Sebastián, el verdadero patriarca y no menos verdadero espécimen de emprendedor y creador de riqueza,de quien se nos cuenta en las primeras páginas cómo tras una estancia en Londres vuelve a su tierra con los suficientes arrestos y visión del negocio como para comprar una bodega de almacenado, una fábrica de destilación y rectificación de alcohol vínico y una tonelería, cómo casó enseguida con la rica heredera Adelaida Conticinio, que aportó al matrimonio sus buenas hectáreas de viñedo y dehesas corcheras, su buen lote de yeguas de silla y otros dividendos en bodegas de crianza y fincas rústicas, cómo consiguió el ennoblecimiento con el rimbombante título de Conde de Malcorta y cómo se hizo construir una enorme mansión inspirada en unos viejos grabados de un palacio genovés que encontró por casualidad arrumbados en una bodega, cosa que encargó a un arquitecto inglés de prestigio, quien hubo de apañárselas para levantar algo solo moderadamente kitsch sobre los dibujos de fachadas, paramentos, balconajes y otros elementos que Sebastián le mostró. Sebastián es de natural apacible, paternalista y un tanto excéntrico---excentricidad que se acentuará con los años y llegará a su máxima expresión en sus postrimerías, ya casi ido al igual que su mujer Adelaida, lo que no le impedirá en absoluto ejercer la autoridad sobre los inferiores cuando éstos traspasan alguna de las líneas rojas, por emplear una resobada metáfora hoy muy en boga en boca de los políticos, ni cultivar las relaciones que le convienen: es amigo de Sanjurjo, a quien había visitado más de una vez en compañía del conde de Rodezno (pp.78-79), y al estar como su hijo Alfonso María ---si bien éste de modo más acorde con los ardores de la juventud---convencido de que sus intereses políticos se anclarían siempre en "un orden fervorosamente vinculado al prestigio social y a la fe verdadera" (p.79);y por tanto empieza a conspirar contra la República desde el mismo 31.

               A partir de ahí ---más o menos los cap.8-9 de los 27 en los que se divide el libro---la narración se centra básicamente en la figura de Alfonso María,hijo mayor de Sebastián y Adelaida, (y en menor mediada sobre sus hermanas Carola y María Patricia y sus cónyuges), enamorado de la caza (de la de las mujeres y de la propiamente cinegética), soberbio, con permanente derecho de pernada sobre alguna que otra criada u obrera de buen ver,orgulloso de su casta y con no pocos repujos de brutalidad, que sabrá tanto acrecentar el ya cuantioso patrimonio familiar como estar a la altura de las circunstancias en la hora suprema del Alzamiento del 36. Los padres, ya muy ancianos, y las hermanas sopesan la posibilidad de huir a Londres aunque finalmente desechan la idea,mientras que él se afilia en hora temprana a Falange, moviliza y organiza a las fuerzas vivas de la zona y tras la victoria ejerce el cacicato, con mano de hierro, en la comarca. Muertos los padres, Alfonso María se convierte en cabeza del clan y jefe de la familia, por cuyos intereses velará.

                El mayor contratiempo (pp.122-27), amén de la aparición de un caballo pura sangre asesinado por unos braceros descontentos, lo que acrecienta en él la paranoia de que se trata de la barbarie vengativa de los de abajo, empeñados en "demoler el santo edificio de la dignidad restaurada. (pág. 103), es que su hermana Carola, contra el criterio de la familia, que lo considera socialmente inferior y que para mayor escándalo está connotado como rojo por los informantes de Sebastián y Alfonso María, entra en relaciones con tal un Juan Claudio Vallon, modesto químico de origen francés empleado en una bodega, con el que se fuga y se casa en secreto. Antes Alfonso María ha de tragar la humillación de tener que retirarse ---tras un encuentro casual con Vellon en una venta, en el que éste se halla muy bien acompañado---y no poder descerrajarle al francés un tiro allí mismo como hubiera sido su deseo. Desaparecido Vellon en circunstancias que no se especifican, en la contienda civil, y tras un par de años de vana espera ---la pareja no ha tenido descendencia---Carola regresa al redil familiar y solo a duras penas recupera el afecto de los suyos, puesto que la familia se había conjurado, a su fuga, para ni siquiera volver a pronunciar su nombre. Pero su hermano Alfonso María, aunque tolera su presencia, jamás la perdona de verdad.

                  Poco a poco esta Carola irá convirtiendo al sobrino José Daniel, el narrador, (que establece al final de la novela sus fidelidades sentimentales, entre su atracción por la tía Carola y la ambigua relación de amor-odio con su primo Aurelio, al tiempo que levanta acta del desmantelamiento de la casa familiar, en el que no deja de ver---p. 252---"el reverso de la sombra de unos años vivificantes y contradictorios, de un tiempo que consistía de súbito en la circulación simultánea de muchas imágenes divergentes") en su preferido y objeto central de sus atenciones, correspondidas y deseadas por éste, hasta el extremo de que tía y sobrino llegan a tener un breve pero apasionado escarceo erótico (pp. 234-35), pasaje por lo demás un tanto forzado y adventicio, amén de muy sobado y como dejà vu( ¿dónde he leído yo algo parecido?. El calor húmedo e insoportable, como de los Trópicos, la lluvia, las mosquiteras .... ¿en Vargas Llosa?, ¿en García Márquez?, y no menos improcedente se me antoja la comparecencia, poco antes y como por arte de magia, de dos nuevos personajes en la casa, los hermanos, chica y chico, Dulcenombre y Quinín, a los que supone el narrador que va a utilizar el ya talludito prócer Alfonso María para sus solaces de voyeur p. 230).

lunes, 9 de junio de 2014

BALADAS DE PERDEDORES



 







 Juan Marsé. Un día volveré. Barcelona. Círculo de Lectores. 1982.

            Aunque sí en cuanto a la técnica de composición y a las peculiaridades narrativas, hay que
decir que la novela que nos ocupa no constituye una excepción en lo que se refiere al fondo temático, simbólico y moral del  que brotan buena parte de las de Marsé (las vidas fracasadas de  todos aquellos que fueron los perdedores de la guerra Civil en la Barcelona gris de los cuarenta y cincuenta), universo muy unitario y centrado además por el hecho de que la función y perfil de  no pocos de sus personajes pasen o emigren de unas novelas a otras o que de alguna manera se reproduzcan en otras (y así por ejemplo el Néstor de aquí recuerda mucho al Dani de El embrujo de Shangai o a los chavas de Si te
dicen que caí,
no menos que el viejo policía Polo, la niña minusválida Paquita y el antihéroe Jan
Julivert de este relato hacen pensar  en el  inspector amargado y enfermo de Ronda del Guinardó y en
la Susana y el Kim de El embrujo… respectivamente) y  mundo, en fin,  al que guardo una ya vieja
afición y que explica el que haya leído ---aunque a veces con largos intervalos de tiempo entre una y otra—la mayoría de sus novelas.

       La acción de esta hermosa fábula político-moral sobre el derrumbamiento de todos los sueños
y la inutilidad de la venganza gira en torno al establecimiento definitivo en Barcelona, a fines de los
cincuenta, tras pasar casi trece años en la cárcel, de Jan Julivert, ya escéptico y desencantado,
antiguo  faísta y policía en la época republicana--- y después de haberse empleado a fondo  los
primeros años de la postguerra como atracador de bancos y recaudador por las bravas del impuesto revolucionario para la organización---,y de las expectativas que tal regreso suscita en toda una serie
de personajes de su entorno, en primer lugar del sobrino adolescente Néstor, de la madre de éste, la dulce y resignada Benigna Roig, abandonada por Luis, hermano de Jan que ha preferido quedarse en Francia dirigiendo la lucha antifranquista, de algunos de sus ex camaradas que quisieran verlo de
nuevo en el buen camino, del fiuncionario de policía jubilado Polo, muy implicado años atrás en la represión orquestada por el Régimen ---que acabará ahorcándose en los inmundos urinarios de un miserable cine de barrio--- y del matrimonio formado por Luis y Virginia Klein. Luis ha sido juez en los años triunfales del franquismo y ha mandado a muchos anarquistas al paredón, ha quedado con graves secuelas cerebrales a resultasde un accidente de coche y se ha convertido, al empezar la novela, en
un alcohólico semiamnésico e incapaz de valerse por sí mismo, lo cual no le impide, en los intervalos
de lucidez y oscura memoriaque le permite su alcoholismo, sentir el peso atormentador de su pasado. Néstor es un chico de barrio, recadero en un bar, desgarrado por la huída del padre, avergonzado por
la humillante y poco honrosa manera en que su madre tiene que ganarse la vida y admirador de las pretendidas hazañas de su tío Jan  --que en el inconsciente del muchacho viene evidentemente a
ocupar el lugardel padre biológico---- .

        La trama va poco a poco enriqueciéndose y complicándose  desde el momento en que Jan,
carente de recursos y trabajo e íntimamente amargado, se ve obligado a vivir en el humilde piso de la
cuñada y el sobrino.  Este quisiera en su fuero interno ver  a su tío apañado con su madre para así
tener el padre que le falta, pero Jan , que ya casi no cree en nada pero sí aún un poco en la intachable ética de los viejos ácratas, está atrapado entre el sordo rencor que siente hacia su hermano por haber dejado a Balbina y haberse hecho con las riendas de la organización a base de traiciones y conspiraciones y la mezcla de repulsa y piedad que lo embarga frente a su cuñada, de la que sabe que, además de ejercer la prostitución, funge como amante ocasional del Nene, tipo de golfo callejero, descarado y superficial, que la visita en su casa cuando sabe que Jan está ausente y que recuerda algo

al Manolo Pijoaparte  de Últimas tardes con Teresa . Jan quiere rehacer su vida y para ello encuentra empleo, por recomendación de una tía monja, como jardinero, vigilante nocturno y chófer eventual
en la torre de los Klein, por lo demás--- según va sabiendo el lector, pues los detalles se le van
ofre
ciendo muy sabiamente dosificados--- antiguos  y casuales conocidos suyos ya  de los años de
pregue
rra: al padre del ex juez le ha salvado la vida al no delatarlo ni arrestarlo en los meses del terror revolucionario,y con Virginia Klein, entonces prometida de Luis, ha tenido una oscura relación una
noche en un piso requisado (aunque cuando se reencuentran ambos fingen no conocerse de nada),
cuyo verdadero alcance no se le revela al lector. Jan se va a convertir desde el principio en el guardaespaldas y niñera del borracho, al que tiene que proteger y depositar en casa como un fardo
fofo tras meterse éste en todos los líos imaginables (consumo de drogas, parties con jovencitos homosexuales y clamorosas borracheras casi todas las noches por bares de mala nota, donde todo el mundo le saca inmisericordemente el dinero, cuando no es él quien lo pierde o lo tira). Al tiempo,
Jan se ve perseguido y presionado por sus ex camaradas, que lo saben todo de él (muy en primer
lugar su desapego de la organización y su servicio en casa de los Klein),y que han decidido liquidar
al ex juez. Ex Camaradas entre los que destaca el cínico y amoral Reverté, apodado el Mandalay, que

para más inri se ha reformado consiguiendo cierta respetabilidad social a base de muy turbio
negocios ilegales gracias a sus contactos con las esferas del poder (notablemente con los jerarcas
del puerto y los especuladores de terrenos en el delta del Llobregat, relaciones que ha conseguido  aprovechándose de la pusilanimidad, indefensión y casi permanente estado etílico de ex juez, que
no obstante aún conserva un cargo algo más que nominal en el organismo gestor del puerto).
Y a partir de aquí es cuando va precipitándose el desenlace, no por relativamente esperable
menos resuelto con mano maestra.

     Se trata de una novela, creo,  de disposición muy cuidada.  Con un narrador que en los primeros capítulos habla en 1ª persona del plural  y que resulta ser uno, innominado,  distinto de  los otros
amigos de Néstor cuyo nombre sí se cita ---Tito Raich, Pablo y Eloy--- y como  narrador externo en 3ª persona, en la mayor parte del libro, punto de vista singular que le permite hacerse eco de las mu-

chas leyendas y como anécdotas transmitidas oralmente sotto voce en torno al pasado y al presente
de Jan, así el motivo de la pistola presuntamente escondida baja un rosal en el patio del taller donde
el viejo Suau prepara sus carteles de cine, o la certeza que este personaje dice tener, frente a la
opinión del policía Polo y otros, de que Jan es amante de su cuñada, de modo que la materia narrada
se presenta casi siempre  --y ésta me parce una de las mayores gracias de la novela--- con un aire
de ambigüedad o penumbra. Materia  que  se organiza  en cuatro partes, muy parejas en número de páginas, divididas en  5,4,5 y 4 capítulos respectivamente. Cada una de ellas transcurre básicamente
en un escenario: la primera en las calles del barrio y en la casa de Balbina, en la mansión de los Klein
la segunda, la tercera en los garitos que regenta el Mandalay y de nuevo en la torre de los Klein la
últi
ma (con la aparición ahí del atildado y pedantesco Dr. Rey, un neurólogo, ex compañero de un
herma
no de Klein, también médico, que ha sido asesinado por error, al confundirlo con él, por los anarquistas; Rey, que desea indisimuladamente a Virginia, maniobra para internar de por vida al ex
juez en un sanatorio, tras declararlo incapaz mental, y tener así las manos libres). Particularmente memorables,
por la impresión de verdad que transmiten, me han resultado algunos pasajes, como el inicial en que el policía Polo amenaza (pp. 15-16) a Néstor y sus amigos tras sorprenderlos meando

contra unas tapias suburbiales donde había pasquines con retratos de Franco, la primera visita que el Mandalay gira a Balbina, simulando ser un cliente más del burdel, para presionarla y amenazarla
(pp. 139-141),o el suicidio del policía Polo (pp. 167-68) resuelto con admirable economía de medios
y plausible elipsis, orillando así tanto el patetismo como la sensiblería. Pero lo más reseñable me
parece el soberbio personaje de Jan, especie de estoico endurecido por la adversidad, cuya máscara
de impasibilidad acaso esconda una sofrenada ternura y  cuya trágica autoinmolación final quizá
pueda leerse como una sombría y feroz venganza contra sí mismo.