jueves, 16 de enero de 2014

UNA VIDA ANTE LA CATÁSTROFE



Claude Lanzmann La liebre de la Patagonia. Barcelona, Seix Barral 2011
 ----------------------SHOAH. Documental (9 hrs. 03 min.) 1985.




          Desde siempre, uno ha sentido cierta debilidad por las llamados libros de memorias o autobiografías. Con decir que me llegué a tragar, en su día, hasta Descargo de conciencia, de Laín Entralgo, o Una vida presente, de Julián Marías, plagados ambos libros, por sobre cínicos y mentirosos, de egolatría y autocomplacencia, ya es decir. Recuerdo cómo se me quedó grabado, porque me gustó, algo que leí años ha en uno de los volúmenes de dietario o carnet de notas de Cioran . Decía que tendía a leer todo tipo de literatura memorialística o autobiográfica que caía en sus manos porque le interesaban toda suerte de vidas, incluso las supuestamente más oscuras, para comprobar hasta qué punto acaban arruinándose y pudriéndose los ideales de cualquier individuo. En otro orden de cosas, toda autobiografía es, de un modo u otro, también ficción y en este sentido rigurosamente falsa, aunque solo sea porque ya como género, y si se es un poco riguroso, tiene que empezar por hacerse cargo de eso que Carlos Barral, en el arranque del primer volumen de las suyas ---Años de penitencia, al que, como es sabido, seguirían Los años sin excusa y luego, ya a fines de los ochenta, Con las horas veloces, considerados por algunos, entre los que me cuento, como de las mejores hechas en español en estas últimas décadas--- llamaba mecanismos retóricos de construcción del propio personaje.

        
Pues bien, he leído estas últimas semanas las muy apretadas y casi siempre fascinantes páginas  de esta Liebre de la Patagonia ,del mucho más conocido como cineasta que como escritor Claude Lanzmann, personaje proteico y a veces encantador por mucho que a menudo aparezca como impenitente narciso y alguna que otra vez banal y un tanto estúpido, como cuando, derritiéndose de cursilería como cualquier periodista de provincias, elogia (págs. 374-5) la Conquista de la luna por los americanos en el verano del 69. Y he acompañado la lectura de la visión, aunque sea en la minipantalla de YouTube, morosamente y a trocitos, de su gran documental, del que ya había oído hablar hace años y del que sé que hizo correr en su momento bastante tinta, aunque he preferido, por razones de higiene mental, no curiosear por críticas y reseñas y atenerme estrictamente a lo que a mí me ha sugerido.

           No se trata propiamente de un documental en el sentido técnico de la palabra, puesto que no hay voz en off para indicar lo que va a  ocurrir, señalar qué pensar o unir desde fuera las escenas entre ellas, pero no importa, puesto que es de todos modos  una cinta admirable, pura visión del terror desnudo, cuyo logro no menor es el haber evitado las escenas reales de simple reproducción documental y haber acertado a sugerir la espantosa catástrofe mediante la fuerza simbólica del monótono traqueteo de los viejos trenes de mercancías por de las verdes campiñas polacas y alemanas y el testimonio  impagable de los imborrables personajes que ahí hablan, desde Motke Zaidl e Itzhak Dugin, los dos sobrevivientes de la masacre de Vilna, que lograron escapar del campo cavando un túnel ("Estábamos tan al límite de nuestras fuerzas que los perros nos atraparon, estábamos seguros de morir entre sus fauces. Pero de pronto se pusieron a gemir dando vueltas a nuestro alrededor con gemidos de terror  y temblaban y se echaban al suelo. Olíamos tanto a muerte, porque llevábamos semanas chapoteando en las fosas, que nuestro hedor espantaba hasta a los mismos perros"---p.423---), hasta Simon Srebnik, superviviente de Chelmno, campo en el que fue confinado a los trece años tras haber presenciado in person el asesinato de sus padres: como cantaba con muy melodiosa voz, algunos oficiales de las SS lo obligaban a entonar, mientras remaban por el río, una vieja cantinela militar prusiana que le habían enseñado (esta escena se recrea varias veces a lo largo del documental, con un Simon ya cuarentón, que canta en el bote mientras Lanzmann mismo rema), o el peluquero de Trebilnka, Abraham Bomba, encargado de rapar a las mujeres a las que se iba a gasear minutos después, que encontró a varias conocidas de su ciudad natal, Czestochowa, en tal trance y que al evocarlo en la película estalla en lágrimas, y tantos otros. Sin olvidar  a los verdugos, algunos de los cuales comparecen asimismo (ese adjunto al administrador nazi del gheto de Varsovia que ante las insistentes preguntas de Lanzmann se empeña en repetir que a los judíos se les había encerrado allí para protegerlos, o la esposa del maestro de escuela nazi  --alemán, naturalmente-- del pueblo polaco de Chelmno, que declara, tras mucha insistencia del entrevistador, que sí, que ella había oído que allí había habido un campo de muerte y confinamiento donde habían muerto miles de personas, cuántas no sabía con exactitud ,y que al asegurarle Lanzmann que habían sido 400.000 los asesinados ella exclama Ah, sí, yo sabía que la cifra tenía un 4 ), o a los cómplices más o menos pasivos (esa campesina polaca que, al preguntársele si ella tenía conocimiento de que se gaseara a judíos, declara paladinamente Ah, qué puedo yo saber de eso, si no tengo estudios.
          El libro lleva transcrito a modo de pórtico, y de ahí el título, un hermosísimo pasaje de Silvina Ocampo, una especie de minifábula de corte simbólico--alegórico sobre una liebre perseguida por una jauría de perros, que remite evidentemente al trágico destino del pueblo judío. El texto se dictó en su totalidad, como aclara el autor en el prefacio, a dos colaboradores o secretarias, aunque no resulte de por sí evidente en todas sus partes  esa  gracia o frescura del relato oral que cabría suponerle dado su método de fabricación.
          La vida aquí evocada se nos presenta, como debe ser, de forma caótica, abigarrada y caudalosa, sin seguir un orden cronológico regular, con abundantísimas digresiones y saltos atrás, pero con una cierta ligazón contrapuntística, capítulo a capítulo, entre las peripecias del joven e incluso del niño y del adolescente y las del hombre maduro, ya al menos en parte refrenado en sus entusiasmos y un tanto escéptico por las enseñanzas de la edad.
            Los primeros cap. evocan el medio familiar judío parisino de pequeña burguesía, los veraneos campestres en el solar de los abuelos maternos, la figura tutelar, pero muy contradictoriamente percibida por el niño, del padre, la admiración casi incondicional hacia la madre, los embates del antisemitismo ambiental---eran los últimos años treinta, los inmediatamente anteriores a la Guerra, y los más avisados de los judíos franceses ya se empezaban a oler la catástrofe que se avecinaba--- y, en fin, las continuas desavenencias y la tormentosa relación entre sus padres, que acabarían al poco en divorcio definitivo. En el cap. 3º ---págs. 46 y ss--- se trae a colación, dentro de los numerosísimos viajes a Israel que hizo el autor en sus años maduros, sus experiencias como piloto aficionado, pero instruido por oficiales del Tsahal, con aviones de guerra, y su inequívoca admiración por lo que considera grado de competencia técnica del ejército judío, páginas que ya se comprenderá que no me han interesado mayormente, pese a su pathos épico, porque no me van nada las glorias militares, sean del pelaje que sean. La década de los cuarenta será para el adolescente Lanzmann la de, además de la  desintegración familiar (con la madre que huye a  París con su nuevo amante y el padre y los tres hijos semiescondidos en un oscuro pueblo del Macizo Central, empleado el progenitor como peón y jornalero agrícola), la de otras desintegraciones sin duda más trascendentes: su entrada, siendo aún estudiante de instituto, en la Resistencia, la militancia clandestina también del padre, aunque en los primeros tiempos cada uno de ellos fuera ignorante de la del otro, las peleas con compañeros antisemitas del instituto, y el jugarse el pellejo día a día, ante la Gestapo o la policía de Vichy. El relato de las peripecias de guerra de guerrillas en el maquis es sobrio y digno, nada heroico, y no se oculta un episodio de cobardía en el que se ve directamente involucrado el narrador y que traería como consecuencia la muerte de dos camaradas.
            Sin solución de continuidad se pasa a relatar en la siguientes páginas la trayectoria vital de los abuelos maternos, judíos de Odessa que recalan en Francia en la segunda década del siglo y que repiten, por lo demás, la historia de tanto Ostjuden emigrado a Occidente desde los shtetl de Bielorrusia, Ucrania o los Balcanes en el periodo de entreguerras (y que dicho sea de paso forma el sedimento y el mundo anímico de muchos de los admirables relatos de un Joseph Roth). Los años 43 y 44 siguen siendo los de las escaramuzas de las guerrillas pero también los de la adopción por Lanzmann de la ortodoxia comunista y, con la Liberación, el salto a París a iniciar sus estudios superiores de Filosofía. El regreso a París coincide asimismo con el reencuentro con la madre ----con la que ahora no dejará de tener sus encontronazos, dado el carácter irascible y posesivo de ella, y el inicio de la estrecha amistad con el amante de ésta, Monny, atrabiliario personaje, vividor dandy  y poeta surrealista, el descubrimiento del sexo y de las primeras amantes (esa burguesita casada que según cuenta le estaba repitiendo de continuo Pero Claude, qué guapo eres),--- además de su primera toma de contacto y familiarización con el milieu intelectual parisino de los cuarenta y cincuenta . Por cierto, que leyendo estos pasajes no he podido dejar de recordar la espléndida monografía, bien hilvanada y documentada, de otro judío parisino, aunque éste lo sea de adopción, Herbert Lottman, La Rive gauche, que editó entre nosotros hace unos años Tusquets y que acaso sea, hasta donde alcanzo a conocer, de los mejores libros escritos sobre ese asunto . También de esos años data  su conocimiento de Sartre y de Simone de Beauvoir, personajes estos absolutamente capitales en la vida de Lanzmann y cuyas sombras ocupan de algún modo todo el libro, por lo que merecen párrafo aparte.
             La célebre pareja de filósofos entró a saco en su vida. De Sartre destaca de inmediato su sencillez, su generosidad y su accesibilidad ----imagen que como se ve está en el otro extremo de tanto testimonio coetáneo y posterior--- , pese a que en aquellos años ya eran enormes su gloria literaria y su prestigio, y del Castor el hechizo que le provocó casi desde el primer momento y el inequívoco cariño e interés que la Beauvoir sintió por aquel muchacho, quince años menor que ella, vivo y buscavidas, que para pagarse sus estudios no vacilaba en, de acuerdo con Monny, el novio de su madre, y con los mismos escritores,  vender falsos o amañados manuscritos de poetas célebres---Aragon, Eluard o Francis Ponge, entre otros--- a aficionados papanatas, o en, disfrazado de cura, pedir limosna puerta a puerta, para un presunto orfanato, en las casa de los burgueses. El relato de los amores con el Castor, con el conocimiento  y aquiescencia de Sartre, por supuesto, está urdido con nervio y pasión y no carece, tal como el personaje se ve  a sí mismo, de interés y cierta grandeza moral, toda vez que se nos presenta lejos de lo que podría considerarse fácil complacencia en lo morboso y sedicentemente perverso, incluso cuando se refiere a los periodos de consensuado menàge a trois , en que llegaron a pactar incluso los días de la semana en que a cada uno de los dos hombres correspondía pasar la noche con ella. Para que, en fin, la cosa resultara aún más digamos que espesamente incestuosa, se nos informa de que por aquella época el filósofo Gilles Deleuze --- a quien el narrador, que pertenecía a su entorno, estimaba y admiraba intelectualmente--- se convirtió en amante de la hermana pequeña de Lanzmann, Évelyne, a la sazón muchacha de diecisiete años, a la que aquél, en un episodio de vileza, cobardía y bajeza moral inconcebibles, acabó abandonando de mala manera (pág 160 y ss). Tras una breve relación con el pintor Serge  Rezvani, la muchacha acabó volviendo, por poco tiempo también, con Deleuze, quien la volvió a someter a una relación humillante y semiclandestina, aquella que parecía convenir a los pujos de respetabilidad burguesa de él y que lógicamente  no podía acabar más que como el rosario de la aurora. Por si esto fuera poco,  Evelyne , criatura generosa, noble y angelical tal como nos la presenta su hermano, mantendría poco después una liaison con el mismo Sartre, a quien como es sabido iban sobremanera las jovencitas, hasta que pasados un par de años la muchacha pondría fin a la relación, convencida de la inalterabilidad de las costumbres del filósofo, que gustaba de mantener varias amantes a la vez, entre las que siempre había una preferida u oficial  que nunca resultó ser ella . Evelyne conseguiría sobreponerse y proseguir unos años una interesante carrera como actriz  de teatro,  pero sus pulsiones autodestrructivas y sus cada vez más frecuentes depresiones acabarían llevándola al suicidio a mediados de los sesenta. Nada extraña que  las páginas ---167 y ss.--- consagradas a honrar la memoria de la desdichada hermana y evocar las circunstancias del suicidio se cuenten entre lo más apasionado y sentido del libro: Lanzmann parece haberla querido mucho y declara no haber conseguido jamás librarse del complejo de culpa que suele atenazar a los deudos y allegados sobrevivientes en  este tipo de episodios.
          El cap. X  ---pp 183 y ss--- en un nuevo salto atrás en el tiempo---1947--- se dedica a evocar los meses de estancia en Alemania como becario, a instancias de Michel Tournier, primero en Tubingen y luego en Berlin, su rápido y apasionado aprendizaje del idioma, sus amores con la joven Wendi von Neurath, perteneciente a una linajuda y aristocrática familia con demasiadas  ramificaciones y contactos con la alta jerarquía en los años nazis, e incluye no pocas agudas observaciones sobre el ambiente moral y las circunstancias existenciales de aquel país recién salido de la derrota y abocado en aquellos años  a la miseria material y al examen de conciencia. Observaciones que en algunos casos se hallan  bien lejos del tópico y de las apariencias . Se cuenta por ejemplo cómo en Suabia o en Baviera muchas pequeñas y medianas ciudades, así como centenares de pueblos y aldeas, habían quedado prácticamente intactas e igualmente intactas permanecían las bases del sedimento moral del nazismo: cómo en la preciosa ciudad medieval de Gunzburg, sede de las fábricas Mengele, la familia del llamado ángel de la muerte de Auschwitz seguía siendo la más respetada de la ciudad y cómo todavía décadas después, cuando volvió a pasar por allí con ocasión del rodaje de Shoah, los tractores y cosechadoras de las granjas y aldeas de los alrededores ostentaban en grandes letras blancas la imagen de marca MENGELE. El seminario, en fin, que como lector de francés en la entonces recién fundada Universidad Libre de Berlín organizó con estudiantes alemanes sobre Antisemitismo acabó siendo suspendido por improcedente por las autoridades francesas de ocupación.
          El cap. siguiente se va a 1948 fecha de su primer viaje a Israel, donde asiste como espectador a los primeros pasos del entonces recién nacido Estado, donde llega a conocer, gracias a la intermediación de su antiguo amigo J. Ebenstein, compañero de estudios en la adolescencia y ya establecido allí, a Ben Gurión, que le causará una viva impresión, donde le surge la idea germinal de lo que se convertirá años después en su documental Pourquoi Israel? y donde , last but not least ,conoce fugazmente, en Jerusalén, a la judía alemana, entonces casada con un hombre de negocios, Angelika Schrobsdorff, a la que reencontrará también en Israel cuatro años más tarde para convertirla en el amor más apasionado  de su vida. Siguen una páginas donde en larga digresión se empeña Lanzmann en una farragosa disquisición sobre qué puede ser eso de ser judío ,a partir de la  ocurrencia sartriana de que la conciencia y la identidad judía las crea y fabrica el Antisemitismo, que quizá intuitiva y fenomenológicamente no sea nada disparatada pero que Lanzmann alarga y complica sobremanera por la acumulación, en su discurso, de jerga filosofizante y pedantesca.

              Las págs. 238 a 269 se consagran a un relato pormenorizado de la vida en común ---casi conyugal , dice--- con S. de Beauvoir, de 1952 al 59, sus viajes, a veces acompañados por Sartre (entre ellos algunos a España, pues nos enteramos de que el Castor sentía pasión nada menos que  por los Toros), sus ilusiones y ambiciones mutuas, sus cientos y cientos de horas de trabajos comunes, de contarse mutuamente los libros que iba haciendo ella y las colaboraciones periodísticas de las que vivía él. Tiempo después, en los años de la laboriosa realización y montaje de Shoah, la Beauvoir habrá de ser su consejera y confidente, su mayor apoyo en los momentos de desánimo y uno de los grandes admiradores y agudos críticos del documental. Hasta la muerte de la escritora a mediados de los ochenta les unirá una entrañable y fraternal amistad. Lanzmann la acompaña en sus últimos momentos y así lo rememora en unos hermosos párrafos elegíacos.  1958 es el año de su viaje  a Corea del Norte para hacer un reportaje para France Dimanche. Vivirá allí, entre otras peripecias, el desesperante tira  y afloja con la férrea burocracia estalinista, que lo vigila constantemente y solo le deja ver lo permitido. A raíz de una convalecencia en un hospital conocerá a una atractiva enfermera norcoreana con la que se enfrascará en una brevísima, apasionada y semiclandestina  (la muchacha se juega mucho, porque las relaciones con occidentales están severamente prohibidas) historia de amor, que ha de acabar de forma abrupta y según él bastante desgarradora para ambos, por el obligado regreso a Francia al expirar el permiso de residencia. Muchos años después habrá de volver a Corea, podrido de nostalgia, y con la quimérica esperanza de reencontrarse con la muchacha .Recorrerá  obsesivamente los parajes y calles que recorrieron juntos pero comprueba que ni siquiera existe ya el hospital en que ella trabajaba.
           Los años sesenta serán testigos de nuevos viajes, a China, a Norteamérica , como corresponsal de France Soir y de Elle,  de nuevo a Israel, donde se implicará a fondo en el conflicto y las polémicas en torno a la cuestión árabe israelí, que culminará en la confección del número especial sobre esa cuestión de Les Temps Modernes de 1967 y donde se casará, apadrinado por el gran sabio G. Scholem,  con la actriz Judith Magre,  con la que se establecerá en París en una relación duradera y estable,  el trato y conocimiento, por motivos profesionales, de múltiples personajes , desde Franz Fanon, el malogrado héroe de la independencia argelina, hasta Nasser, los actores  Brigitte Bardot  e Yves Montand , o el famoso comandante Cousteau, oceanógrafo y estrella televisiva, del que se hace un vitriólico retrato por su petulancia narcisista y su condición de filonazi en su juventud y de antisemita siempre, o el escritor judío- suizo Albert Cohen, el de Bella del Señor  y no pocos más. Se deja constancia además de  las alegres algaradas del famoso Mayo del 68, donde volverá a encontrar la camaradería de Sartre, entonces convertido en agitador de ultraizquierda y director de  La cause du Peuple.
           El último tercio del libro, a partir de la pág. 368, quizá el mejor narrado y el contado  con más soltura, entusiasmo y pasión, es esencialmente la minuciosa crónica de los largos años de búsqueda de financiación, permisos burocráticos en muchos países, localización de escenarios y encuentro de protagonistas ( a los que había que convencer para que se pusieran ante la cámara y hablaran, cosa que a menudo no era nada fácil) para la realización de Shoah, y una vez hecha la película , las alabanzas y ataques que recibió (más o menos en parecida proporción) y los intentos de utilización sectaria o espuria por unos y otros ( desde el pase privado para Mitterrrand en el Elíseo hasta la emisión, escandalosamente troceada y manipulada hasta convertirla en un  instrumento de propaganda propio, por la televisión polaca, bajo el régimen postestalinista del general Jaruzelski).