martes, 6 de noviembre de 2012

MÁS SOBRE AGUSTÍN




    Acabo de curiosear un buen rato pasando los ojos por lo que han dicho y escrito algunos medios a propósito del asunto. Ya es suficiente. No quiero leer más. Con no poca tristeza, pero ningún desengaño, pues de algún modo todo esto ya se sabía ( sin ninguna petulancia: se sabe lo que van a decir los medios antes de verlo), voy a copiar aquí algunos versos como nueva recordación y homenaje al maestro, que me temo que nunca vamos a añorar lo suficiente. Pensé incluírlos en la entrada de ayer, al final, pero ya me parecía demasiado larga.

     Se trata en primer lugar de dos poemas de mis 79 Sonetos (1995), luego de un poema escrito el´pasado viernes día 2 por la mañana, mientras hacíamos tiempo (oh por todos los Dioses, qué tremebunda expresión¡) en el tétrico tanatorio de Zamora y por las callejuelas y bares de los alrededores para acudir al cementerio a media tarde, y por último del memorable poema---uno  de las docenas y docenas de soberbias piezas que alcanzó a componer, ésta, particularmente estremecedora dado el asunto---el núm 13 del Libro de Conjuros (1981), composición que Isabel Escudero leyó con encantadora emoción contenida, a pie de tumba, mientras se daba tierra al cuerpo de Agustín. Sic tibi terra levis.
     
                      I                     
Son de tres tonos tus camisas, tres,
---granate tierra, lila, verdemar---,
gesto y amago un poquitía al bies
y en la testa mil canas, no al azar.

Y esa mentura de un mundo al revés
es balumba que das en desmontar
ubicua, ay, necesaria y ancilar---
con cañamazo en que en su haz y su envés

va bordando con voz con hilo duro.
¡Manes de Don Antonio, de Aristarco¡
¿Razón y corazón del mismo lado?

¡Quién fuera solo voz, tan solo el marco
con que el baile bailar con pue cambiado:
compás oscuro, claro, y claro, oscuro.

     ******************
Esa voz....esa voz vuestra.....hay alguno
que es de verdad también como un  destello
afirma de ella, un algo como un ello
de dónde nadie sabe ni ninguno,

lugar en que alma y cuerpo, de consuno,
juntos discurren a poner su sello,
a burlarse del culto y del estrello,
que en verdad hozan en redil perruno.

Y así, ¿quién ha de haber a ese guarismo
ciego, si algo hay en él de aquel, de aquella?
Algo hay quizá del eco indescifrable.

de la innú,era gente de la estrella
de todos y ninguno, que es lo mismo,
en la voz esa, ensalmo indeclinable....

pues que no hay Dios ni Ley que a contradanza
no podamos bailar, solo el asinto,
maestro, es decir NO  al texto del mundo:
palabra, ni consejo ni esperanza.

                      II
A él, que vivió de siempre
                 contra el Señor
                        y contra él
levantara la palabra
                 ---rosa de nadie---
con el dardo y el martillo
                        y el cincel,
en pos de algo de por donde
medioatisbarse se nos diera
un mundorenovado, sí,
                        pero al revés,
a él mismo nos lo ha matado,
de aquel Señor tan alto
                        la dura Ley;

sí, dicen por ahí que Dios
a él se nos lo ha llevado,
                      que a traición
                      segó su mies,
como igual nos llevará,
matándonos en vida,
el día que así lo quiera,
           a todos nosotros
                     ay, también;

ah, pero eso es mentira
desde la firma hasta la cruz,
y desde el haz rugoso
                      hasta el envés:
la blanca idea del vulgo culto
           que el Amo siembra
                      por doquier,
y hay así pues que cantarla
            -       --pues mentira es---
                      todos en corro
            una vez por siempre
                      y otra vez;

            sí, pues que has de ver
de qué modo aquella patraña
            ---fuero del Amo y su hiel----
era tan solo la falsa espuma,
            la averiada loa
                       del entremés:

            y pues que oye,
                       que no pues,
que no hay ningún Dios que pueda
            ---ni Dios ni Ley----
matarla jamás a la vida,
             y ni Dios ni Ley
cuya música no se pueda acaso
a contradanza bailarla
             o a contrapié,
y que todo lo que en torno
                       a ti ves
ni es todo cuanto, cerrado, hay
              ni es lo que es;

              y por todo eso
                       ---así pues---
pus tu luz y tu estela ya irradian,
maestro tan sabio y tan bueno,
                        a cercén,
y tu voz ya resuena en tus barbas
y en tu saturniana sonrisa
                         y en tu piel,
y por encima de lo vacuo de toda
futuridad y de toda
estólida nombradía
                         y oropel,

viva lo que por mucho vivió
y ha vivido y aún vive
              siempre en pie,
y sea lo que sea quien viva,
y en lo que será y ha sido,
               sería o fuera
                         y era y es.

             III
¿Cómo vas a quitarme de pronto
tantas cosas que me habías dado,
            tantas joyitas baratas
            que me ibas prendiendo al pelo,
                  a la piel, a los labios?

Aquel cinto de peces de plata,
la diadema aquella de los pájaros
            --dime--y las sartas de rosas
            que sueles colgarme al cuello
                   al tornar de los años,

y las manos que traen en cuenco
otra y otra grana de milgrano,
             y los ojos amigos que cruzan
              y sueños por la ventana,
                   y las nubes pasando,

¿vas un día a llevármelas, tantas?,
y el rumor de perlas en los vanos
            de los oídos al alba,
            y el zumbo de sangre al írseme
                   estirando los brazos,

tantas hebras de hilada costumbre,
tantos devaneos devanados,
            ay, y recuerdos, recuerdos,
            y cartas amarillentas
                   en el claro sobrado,

y sentir en los pulsos olitas
al bajar al río, y en los bancos
           entretejerse los mismos
           amores y no los mismos
                   corazones o labios,

y a todos mis días un día,
¿vas a convocarlos y pasmados
            vas a decirles "teníais
            un número, y era éste,
                   fin, ya está, y acabado"

y "es el último este momento?
¿Es el último? ¿Por qué? o ¿Cuándo?
             Tantos que eran, y todos
              ¿no eran el mismo? Y ¿dónde
                   vas ahora a llevártelos?

¿Para quién me los quieres? ¿A quién
van a servirle? ¿Adónde vas a echarlos?
             ¿Vas a dejarme tan pobre
              de tanta riqueza? Y eres
                   tú quien todo me ha dado.

¿Para qué me lo dabas? ¿Por qué
me hacías de tu sombra los regalos
              de oro? ¿Por qué me engañabas
              así? ¿Para qué querías
                   irme así enamorando?
   


lunes, 5 de noviembre de 2012

AGUSTÍN EN EL CORAZÓN



   Hablé con él por primera vez en el ya remoto diciembre del 78, en los viejos locales de la CNT barcelonesa, en la Vía Layetana, por entonces recién devueltos a sus legítimos propietarios de preguerra por el aparato burocrático franquista del Sindicato Vertical, y recuerdo muy vívidamente cómo lo que más me llamó la atención, en la vibrante y oratoriamente considerada casi perfecta alocución que había soltado, y sobre todo en el coloquio que la sucedió,era la manera en que se las    apañaba para hablar de tú a tú --- de tú a tú, esto es, no ya solo desembarazado con soltura y facilidad de los equívocos supuestos en  e inherentes a una charla o conversación entre personas de eso que de modo un tanto burdo se suele llamar gente de condición social y cultural harto desigual, sino de verdad hermanado con ellos--- con algunos viejos militantes anarquistas catalanes, algunos de ellos ya entonces octogenarios,que mayormente fueron los que tomaron la palabra en el intercambio de opiniones y saludables invectivas que, como digo, siguió a la conferencia propiamente dicha. He de decir que yo entonces había acabado de iniciar mi veintena y estaba en Barcelona nada menos que haciendo la mili, de manera que no las tenía todas conmigo al asistir a un acto como aquel, con el pelo al cero, una raída anorak azul y el vaquero negro subiendo de las botas reglamentarias en el honroso ejercicio de servir a la patria . Ahora todo el mundo sabe que no habría pasado nada, que el gobierno de entonces --- el de Suárez, dos años y pico después de muerto el tirano--- y el mismo establecimiento militar tendrían cosas de mayor enjundia en que ocuparse, pero por  aquellas calendas uno ya llevaba por desgracia bastante interiorizado el miedo pasado los tres años anteriores en las facultades madrileñas, tanto al menos como para que éste aflorase a la menor , y además con los ribetes y flecos de una casi inevitable paranoia.

     Había subido aquella misma tarde Agustín de Madrid en compañía de nuestro desde ese momento común amigo, el malogrado economista y sociólogo zamorano Miguel Casquero, al que yo ya había tratado de un par de años atrás, desaparecido él mismo hará hoy cosa de 3 ó 4 años en muy penosas condiciones. El caso es que charlamos en el hall y luego en la calle, después de que Miguel nos presentara ---yo no poco nervioso, pues estaba conociendo, en carne mortal, al personaje que tanto admiraba (lo había visto de lejos un par de ocasiones antes en algunos mítines y charlas en Madrid, pero no me había atrevido o no había creído oportuno el tratar de acercarme a él),  y Casquero mirándonos con aquella sonrisilla y aquella zumba irónica que lo caracterizaba---,  y lo cierto es que lamenté mucho el no poder ir con ellos a cenar a un sitio de la cercana calle Avinyó, adonde amablemente me invitaban, en compañía, para más inri, de un par de atractivísimas y muy apetecibles aprendices de filósofas, doctorandas en Bellaterra, que ignoro si conocían de algo o cómo se les habían pegado, y esto porque, y ahí  sí que me jugaba algo más que el bigote, yo tenía que estar de regreso en el cuartel como máximo a las diez y media de la noche.

     Desde aquella lejana noche (¡34 años¡) tuve el impagable privilegio de tratarlo muy a menudo, en Madrid y en nuestra ciudad de Zamora, y creo haber aprendido de él tantas y tantas cosas oportunas y sustanciosas ---y ya se comprende que no me estoy refiriendo solo, aunque también, a esas de las llamadas culturales o intelectuales--- que difícilmente tendría con qué devolverle, así fuera en un grado mínimo, el favor..... si de verdad se tratara de eso. Era, en contra del interesado bulo propalado por algunos cerdos, afable y cariñoso con el otro si le cogía el tranquillo, cosa que en su caso ocurría casi de inmediato, y si no veía en él servilismo e interés, y sabía como nadie enseñar , sí, pero también--- lo cual extrañará que se diga de alguien de tan excepcionales talla y enjundia intelectuales---- aprender, si por ello se entiende lo que hay que entender: abrirse al otro, mirar con mirada piadosa y comprensiva también sus fallas y sus miserias: le gustaba mucho acudir a citas de Jesucristo, pues, al igual que otros muchos textos antiguos,  conocía los Evangelios prácticamente de memoria, sobre todo a aquélla de No juzguéis ... o aquella otra de Como los pájaros del cielo o los lirios del campo, despreocupaos del día de mañana...
     En fin, a mí me parece que la obra y el legado que Agustín nos deja son literalmente inmensos, y no puede menos, dicho sea de paso, que escandalizar el ominoso silencio, fuera del articulillo de circunstancias, que su muerte ha suscitado, salvo honrosas excepciones, en la clase intelectual española o ---lo que es bien mirado peor, solo que esto resulta del todo inevitable--- la cascada de tópicos hueros que algunos medios ( los que los Medios de formación de masas, como el llamaba con justeza, han destilado estos últimos días por ahí. ). Anoche mismo me alegró no poco, no obstante, leer el espléndido artículo que sobre Agustín mi buen amigo Antonio Castellote insertaba en su blog, así como la gentileza que para con su memoria y legado tenía mi también excelente amigo y compañero Rodolfo López Isern al copiar admirativamente en el suyo, sin duda con , en su caso, un arreón de comprensible nostalgia, los memorables dos Sonetos Teológicos que circularan en copias de ciclostil allá por fines de los sesenta entre los universitarios madrileños, antes de usarse, ya editándolos, como pórtico a la primera edición del Sermón de ser y no ser en 1973.

     Decía que la obra de Agustín es única y casi inabarcable, no tanto solo por la cantidad y calidad, ya de por sí excepcionales, sino sobre todo por la multitud de caminos sugeridos o apuntados, sugerencias y puentes que podrían tenderse entre disciplinas y saberes aparentemente dispares o alejados, y así por ejemplo, en las tertulias del Ateneo, que se dieron, semana tras semana, desde 1997 hasta hace apenas quince días, no dejaba de admirar cómo se las ingeniaba para pasar de un poema de Machado o de Unamuno a una tesis de Heisenberg o una cita de Einstein, del comentario de un hecho de la actualidad política al desmenuzamiento de un fragmento de Heráclito, de un enunciado matemático ---cuando no de la noción misma de "Número"--- a un comentario de un pasaje de la vieja física atómica de los antiguos en la Rerum Natura lucreciana o a la evocación de un dialoguillo entre personajes de una comedia de Woody Alle.... para demostrar o al menos sugerir que en todos esos sitios se venía a decir o a entrever  acaso sustancialmente lo mismo...

    
Sí, única e inabarcable... En el ámbito de la Linguística, ya sea clásica, indoeuropea o moderna, ahí están sus dos gruesos volúmenes, más de 900 páginas en total, de sus ensayos Del Lenguaje (1979) y De la construcción (Del Lenguaje II) (1983), eso para no hablar de sus otros dos no menos enjundiosos estudios y recopilaciones de ensayos Hablando de lo que habla (1989) y Contra la Realidad (2002) donde reformula y condensa, dinamizándolas y abriéndolas a otras perspectivas y caminos, varias tradiciones lingüísticas, sobre todo la chomskiana o generativista y la estructuralista de matriz americana desde Bloomfield, de quien prologó y criticó por extenso una amplia edición española de sus escritos hecha a mediados de los noventa por la Universidad del País Vasco. Por poner solo un ejemplo, entre otros muchos conceptos y nociones puestos por Agustín en circulación, considérese por los expertos y versados en lingüística su categoría de Instancia de Organización de Frase, desarrollada en el primero de los libros citados, y póngase en relación con la manera en que se ha enseñado o tratado de enseñar por lo común las categorías gramaticales convencionales.... Pero los que hacían cosas eran otros.... Una anécdota: allá por mediados de los ochenta, con ocasión de la publicación por el insigne y ya fallecido Don Fernando Lázaro Carreter de un breve volumen de Estudios de Ligüística que editó Crítica ---no recuerdo el año exactamente, ahora no tengo el libro a mano y no me apetece para nada buscarlo entre los anaqueles---, volumen que yo casualmente acaba de leer y que me atreví a citarle, mientras caminábamos, un oscuro atardecer invernal, a tomar un blanco a una taberna, ya desaparecida, que había, si mal no recuerdo, en la esquina de Luisa Fernanda con Martín de los Heros, me masculló entre dientes ése es un ignorante...y me dejó caer rápidamente, acto seguido, en un lenguaje algo elíptico y oblicuo, que el tal librillo(es muy probable que él le hubiera echado un rápido vistazo por arriba, pero con eso era a efectos prácticos más que suficiente), no pasaba de ser un refrito apresurado de algunas síntesis de la investigación corriente entre lingüistas americanos de segunda fila....por cierto, allí se permitía Don Lázaro descolgarse con la prenda, naturalmente en una nota a pie de página, de que Del ritmo del lenguaje,  que a Agustín le había publicado La Gaya Ciencia una década antes, no añadía ni aportaba nada sustancial a las investigaciones en curso....     En cuanto a la filología grecolatina propiamente dicha, baste echar un ojo a las ediciones, que en nada demerecen en cuanto a cuidado y esmero de las de los grandes filólogos alemanes del XIX, de un Willamovitz-Moellendorf o un Dhiels, de la Iliada (1995), del Rerum Natura (1997) o de los fragmentos de Heráclito (1985) para comprobar hasta que punto se alza allí, además de la apabullante y bien asimilada tradición de estudios eruditos, en la traducción al castellano, la más alta y requintada poesía, en la maravillosa adaptación y casi cabría decir que transverberación al genio de nuestra lengua, de los metros del  sabio y elegante artificio métrico, rítmico y versificatorio de los antiguos.....y no solo de los antiguos: ¿cómo se come el mamotreto de 1900 páginas en papel biblia del monumental y apabullante Tratado de Rítmica y Prosodia y de Métrica y Versificación (2005) , donde se exponen minuciosamente al menos 40 ó 50 tradiciones métricas y poéticas distintas, desde épocas remotas, desde los inicios védicos y mesopotámicos hasta los románticos del XIX y los simbolistas del XX, en no menos de otras tantas 40 ó 50 lenguas?

     Queda asimismo su labor como traductor. Tradujo con igual gracia ---pienso que solo, en la España moderna, Gabriel Ferrater, y para el ámbito lingüístico catalán, podría parangonársele como traductor literario----competenca y pericia de siete u ocho lenguas, por citar algún ejemplo desde algunos de los ya mencionados clásicos grecolatinos hasta los magnos y venerables Sonnets of love shakespirianos (versión que llevo fatigando, ay, no menos de treintaytantos años, sin que deje de revelarme, vez tras vez, alguna escondida maravilla más) o el Macbeth (cuya versión llevaron a las tablas por los pueblos de la provincia de Zamora, a mediados y fines de los cincuenta, él y sus alumnos del Instituto de Zamora, montando el tinglado muchas veces en un corral o en un pajar semiarrumbado.... en aquellos años: de vez en cuando nos contaba, él mismo maravillado, como aquellos pobres campesinos, muchos de ellos hambrientos y semianalfabetos, llegaron a esperar horas la reanudación de la función, sin moverse ni pestañear, porque se había ido la luz o porque la Guardia Civil requería un permiso gubernativo que faltaba), una prolija y farragosa biografía de Herder del alemán, la Philosophie dans le boudoir de Sade ( donde convierte el pedantesco y raciocinante francés del libertino marqués en un delicioso recipendario de no menos deliciosas obscenidades en español vulgar trufado de zamoranismos), textos en latín eclesiástico, en sajón antiguo, en latín medieval y muchos etcéteras.

     Respecto a la poesía dramática, publicó no menos de docena y media de piezas teatrales, todas ellas en verso( de todas ellas me quedo con Feniz o la manceba de su padre y con la "tragicomedia musical" Iliu Persis, que en la sin duda bien fundada opinión de su venerado maestro Tovar (en una reseña de El País ya en 1977 ), de representarse, abriría para el Teatro fronteras inimaginables e insospechadas . Pero, en fin, qué decir de la poesía, género en el que Agustín publicó más de veinte libros , libros en los que un servidor, ya desde la adolescencia allá por principios de los setenta, creyó aprender o medioaprender propiamente a fabricar versos....En esto casi preferiría no extenderme mucho...Bien poco se ha dicho y bien poco se conoce al que es para mí, y no solo para mí, uno de los más grandes poetas españoles de este pasado siglo, comparable a cualquiera del 27 o posteriores, pero, en fin, esto requeriría otra entrada por lo menos, y bastante extensa.

      Hablé más arriba de escándalo. Un par de pinceladas tan solo porque no me apetece y me aburre sobremanera detenerme mucho en el fangoso ---y aburrido--- asunto de las peculiaridades del mundillo literario español: escandaliza que, como poeta, pero también en todo lo demás, se le haya ninguneado, otra vez salvo honrosas excepciones, hasta lo indecible; seguramente provocaba demasiadas envidias: el volumen correspondiente de la HCLE de Francisco Rico le dedica línea y media, mientras se consagran docenas de páginas a ensalzar a los garciamonteros de turno: un reputado poeta español, aún vivo y de los más famosos de la así llamada promoción poética de los cincuenta, cuyo nombre omitiré por vergüenza ajena, se refirió en cierta ocasión a él llamándolo marmolillo ,sin duda celoso y picado en su honrilla y narciso por la afluencia de público ---tan masiva que a Agustín mismo le hacía gracia y no acertaba a comprender--- que suscitaran unas series de conferencias profesadas en La Fundación March  en 1985-86...En cuanto a él, tenía la elegancia de que no solía denigrar a nadie, pese a la anécdota que conté más arriba....aunque tampoco se puede decir que elogiara, habiendo lo que había y hay, a demasiados: entre sus contemporáneos, y entre los filólogos más o menos estrictos o profesionales, más de una vez le oí alabar el trabajo de Alvar o de García Gual, entre los más jóvenes que él, hablaba invariablemente con admiración de Azúa, de Víctor Gómez Pin, de Tomás Pollán y de algún otro.

     Se mueren los mejores, sí se van muriendo, en tanto vamos chapoteando, cada vez más, y con la que está cayendo, en un océano de estupidez acomodaticia, de pereza, miseria y cobardía. Qué le vamos a hacer. Qué pena. Una notita para acabar: para la desdentada, la Dama pálida, le copio aquí los cuatro últimos versos (vv. 2013-2016) del Sermón. " Bendito aquel que venga con la mano en alto/ y borre las cenizas de la muerte, un día/que la red de oro de par en par se abre al aire/ y se pierden los murciélagos por el hondo cielo". Pues eso, Agustín siemprevivo.

domingo, 12 de agosto de 2012

FERLOSIO Y VARGAS LLOSA SOBRE LOS TOROS


     En el diario EL PAÍS del domingo 12 de agosto aparece a página completa un artículo de Mario Vargas Llosa titulado La "barbarie" taurina, que viene a ser una respuesta directa a otro, aparecido unos pocos días antes en la misma publicación, de Rafael Sánchez Ferlosio, en el que, tanto por su habitual maestría y brillantez literarias como por su irreprochable razonamiento, se lanzaba una apasionada andanada contra la así llamada "fiesta nacional", pero no, por cierto, contra su actual descafeinamiento, edulcoración,degeneración o miserable sometimiento a los manejos de los políticos ---aunque a todo esto, por supuesto, se aluda implícitamente--- sino en sí misma, como, en lo sustantivo a su juicio, manifestación y celebración, tan gráfica como obscena, de lo más bárbaro, sadomasoquista y repulsivo del corazón humano, y se acaba concluyendo que lo mejor que podría pasarles a las corridas de toros es que desaparecieran de una maldita vez, y esto es lo esencial "no por compasión de los animales sino por vergüenza de los hombres".

     Pues bien, en la repuesta de Vargas Llosa, tras dar cuenta en los primeros párrafos de lo mucho que le emocionó y le hizo disfrutar la asistencia a una corrida en Marbella  --- descripción salpimentada con alguna que otra nota mundana o  de sociedad toda vez que había al parecer por allí, como no podría ser menos, mucho famoso, y celebrada clandestinamente, dice él, aunque no explica por qué-- en que El Cordobés, Paquirri y El Fandi lidiaron toros de Salvador Domecq, se lanza a un ditirambo de los toros a base de la consabida batería de tópicos manoseados de  su presunto origen etnográfico-religioso, la coreografía, la danza , la pintura, las  inevitables alusiones a Picasso, Lorca y otros,  y deplora la según él innecesarian saña y violencia verbal con que Ferlosio ataca a Savater y a Ortega , a este por haber escrito --- también en mi opinión, en esto coincidente con la de Ferlosio--- aquel excelso ortegajo , esto es, la soberana ridiculez pedante , a la que tan aficionado era el ínclito Don José, de que no se puede entender la historia de España sin tener en cuenta la historia de las corridas.

     En fin, para Vargas los toros parecen ser la quintaesencia y la epifanía del espíritu, casi a la manera hegeliana, y nada habría de recusable en ello si no fuera porque, utilizando su en principio respetable gusto y aficiones personales, lo mismo se podría decir, pongo por caso, del gótico tardío o de los arroces marineros. Pero Ferlosio ya se ve leyendo su texto que iba mucho más allá, pues que se abría a la tecla y la consideración moral, en el sentido más noble de la palabra . No deja de sorprender, en fin, una y otra posiciones, al haber sido Ferlosio un apasionado taurino desde su juventud y hasta hace muy pocos años y Vargas me da la impresión que un aficionado relativamente reciente, en el que la pasión taurina, me atrevo a suponer, casaría demasiado bien o vendría a ser demasiado condigna con sus conocidos, como dicen ahora, posicionamiento político y frecuentación o semipertenencia a ciertos medios sociaales, algo en todo caso en los antípodas de Sánchez Ferlosio. 

miércoles, 27 de junio de 2012

LA VIDA DE AMOS OZ SEGÚN ÉL MISMO

Oz, Amos. Una historia de amor y oscuridad. Madrid. Siruela. 2010.

   Bien vale la pena, según creo, tansitar las más de 600 apretadas páginas, a las que he dedicado algunos ratos de este tan inacabable como raudo verano, de esta suerte de novela autobiográfica o autobiografía novelada--- uno de esos géneros híbridos que tan poco gustan a mi admirado amigo Antonio Castellote, hasta el punto de que, al decir de él mismo, tiene como norma el no leer nunca, supongo que como higiene mental, nada que pueda presentarse bajo ese rótulo---que del hebreo se ha traducido al español de este escritor, nacido en 1939, al que se considera por la crítica al uso, ignoro con qué fundamentos al ser totalmente lego en asuntos de literatura hebrea contemporánea, uno de los más prominentes, si no el que más, de la moderna producción literaria que se hace en el Estado de Israel.
    Y a este respecto del moderno Israel,  a las circunstancias políticas derivadas de la imposición de los judíos en Oriente próximo, a la perpetua guerra que sostienen con los árabes y a los manejos de las llamadas grandes potencias, hay que decir que se refiere en parte el contenido de este extenso y variado texto. Oz es un judío liberal en la acepción americana del término, esto es, heredero de la izquierda intelectual europea del periodo de entreguerras y, claro está, partidario de llegar a un modo de entendimiento más o menos duradero con los palestinos, sin duda bajo la forma de un Estado soberano para ellos definido por fronteras estables y garantizadas por la seguridad internacional. En este sentido se sitúa radicalmente en contra de los halcones  que controlan el Estado de Israel, en rampante guerra larvada con sus vecinos árabes desde hace décadas y que cada vez confinan más a los palestinos en pequeños guetos dentro de un ya de por sí minúsculo territorio, en una política calculada de confinamiento y semiexterminio que no solo recuerada algo (he escrito algo, no estoy diciendo que sea en absoluto lo mismo) a los nazis  y que convierte al Estado hebreo, a la democracia de Israel, ---así, con esta expresión, lo escribió Ferlosio para un artículo en El País en los ochenta que se intentó censurar por los entonces responsables del Comité de Redacción y que, ante la negativa del autor a cambiar una sola tilde, acabó publicándose en otro sitio---en uno de los más agresivos, fascistas y terroristas del mundo.
     Pero, en fin, vayamos al libro mismo. Este se nos presenta, rompiendo adrede la secuencia cronológica de los hechos con continuas anticipaciones y saltos atrás, por un lado, como una crónica histórica de la Palestina y del Jerusalén de los años treinta ---la época de emigración a la tierra de promisión de sus padres y abuelos, como otros muchos centenares de miles de judíos, desde oscuros rincones de la Europa oriental---, el caótico, cosmopolita y en permanente tensión prebélica Jerusalén de esas décadas, todavía del periodo del Protectorado Británico--- y, por otro, como una saga familiar, la minuciosa descripción de la familia a partir de varias generaciones atrás, judíos ortodoxos los más, y sobre todo la de sus padres, intelectuales plurilingües mal pagados y dedicados a tareas modestas o en todo caso muy por debajo de sus capacidades. Se trata de un largo cronicón histórico- autobiográfico, que si bien resulta a veces algo repetitivo y prolijo, nunca llega a aburrir.

     Muchos asuntos y motivos, en abigarrada amalgama, se funden en el  relato, que alterna la 1ª y 3ª persona gramaticales y que va del  niño de precoz inteligencia, que aprendió a leer "prácticamente solo" (pág.31) y que  pugna por descubrir el mundo que le rodea a partir de su medio familiar, erudito y sionista, al  niño bibliófago al que el padre le reserva un pequeño espacio en la biblioteca para que fuera colocando los libros que le regalaban para cuando alcanzara la mayoría de edad, o al que dibujaba en un mapa por él diseñado la guerra de liberación de los judíos con banderitas y lápices de colores. Espléndidas resultan, por los subrayados irónicos de trazo grueso, la evocación del compulsivo puritanismo de los abuelos maternos, escandalizados por la libertad de costumbres y la sensualidad de lo que ellos llamaban Levante ---es decir, el oriente Medio, en contraposición a la Europa centrooriental de la que procedían--- o la de Saúl Tchernijevsky, el poeta-médico místico del Sionismo, la del patriarca de la poesía hebrea moderna Klausner y, sobre todo, la del tío abuelo Yosef, un gran sabio con el que el narrador acabará marcando distancias. Este Yosef poseía una soberbia biblioteca de más de 25.000 volúmenes en muchas lenguas, que daba a entender que leía sin dificultad aunque en realidad solo dominaba unas cuantas. El viejecillo, tan ególatra y pagado de sí mismo como tierno e infantiloide, amén de algo mentiroso, resultaba megalómano y algo ridículo, obsesionado con su destino mesiánico de campeón de la erudición judía y por eso se pasó la vida escribiendo como un forzado cientos de artículos para las revistas de todo el mundo que se los admitían (que ni que decir tiene que no eran todas las que él hubiese deseado). Siempre quejándose de la salud y de lo incomprendido y envidiado que era, estaba poseído obsesivamente por la idea de la redención del pueblo de Israel, el aplastamiento de los enemigos (en consonancia con los deseos y el mandato de Yahveh) y la creación de un moderno Estado que fuera la envidia del mundo. No menos entretenidas y admirables resultan las viñetas o recordatorios consagrados a toda una larga retahila de parientes, artesanos, comerciantes arruimados, revolucionarios idealistas, intelectuales frustrados o filántropos tolstoianos, que constituyen el cuerpo central del libro y que viene a ser un convincente retrato de la vida de las comunidades  Ost juden , ucranianas, lituanas y polacas en especial, del último tercio del XIX.

     Pero donde el relato adquiere en verdad fuerza e interés novelesco es en la larga evocación de la figura y personalidad de sus padres, Yehuda Ariel Kausner y Sonia, él permanentemente frustrado e insatisfecho, consciente tanto de su valía como de la estrechez y rigidez moral de su medio; ella, siempre infeliz y como aplastada por la vida que le robaron con la emigración y la extrañeza y crueldad de un destino que no pudo elegir. En el recuerdo de la imagen moral de la madre y en su temprano suicidio  ---siendo Oz adolescente, lo que como es natural le marcará indeleblemente--- anida el meollo íntimo de todo el libro y acaso su justificación última, en la medida en que parece que Oz lo hubiera escrito sobre ese cañamazo. Oz reprocha a la madre que los abandonara, a su padre y a él, y que en el fondo nunca los quisiera, perdida como estaba en su mundo de nostalgias imposibles y en la aceptación forzosa de la familia de su marido, los Klausner, que detestaba. Nunca pudo Sonia soportar el contraste entre su vida anterior en Rovno como chica rica hija de comerciantes acomodados y su postrior existencia en Palestina, vida de modesta ama de casa obligada a tragarse su cultura y su sensibilidad juvenil y a oler el repollo y los orines secos de su modesto apartamento familiar. De ahí su progresivo desinterés y desapego por todo, por la miseria y el agusanamien to de la institución familiar, por las conspiraciones políticas, por los cotilleos, por las hueras convenciones de la vida social, por los sueños y delirios del sionismo. Con todo ese mundo heredado acabará rompiendo, según se nos cuenta con todo detalle, el joven Oz, que a los diecisiete años se largó a trabajar a un  kibbutz, se hizo socialista y se olvidó para siempre (para recordarlo mejor después, claro) de donde había salido.

     Un libro, en suma, que me ha sido grato y que me ha gustado leer, en medio de tanta sobreproducción de morralla de medio pelo y al que, como empecé diciendo, ha valido bien la pena de dedicar algunos ratos que le desentiendan a uno algo de la canícula agosteña. 

domingo, 27 de mayo de 2012

DOS POEMAS AMERICANOS




I
Oyes su crepitar
en esta alba lluviosa
preñada de presagios,
veo y oigo tu rostro,
todos los ruidos y silencios palpo,
que al ocultárseme se me rebelan
al otro lado de tu espejo pálido,
tu aliento y cara siento
como el presente de hoy,
pero, ay, inseparable de un  pasado
ambiguo e inquietante,
también prendido en la solitaria rosa
de esa que se adormece, tan suave, a tu costado,
espejos quebradizos,
el uno con el otro,
a la vez uno y ambos,
América de los extremos que se tocan
criando grumos ácidos,
América de inmensas avenidas
tras todos los futuros y espantajos,
que de consuno a ti te alimentan y nutren,
ebrio gigante con los pies de barro.

Y el embeleco y la inocencia
de toda ti columbro,
los entreveo y masco,
de tus dulces colinas boscosas y aquietadas,
los arces venerables, las veredas idílicas,
tapizadas de verdes,
del valle alto del Hudson,
oh América del mito y del laurel de Withman,
de tanta lenta aurora acuchillada
por los hombres sin rostro ni entrañas ni cuidado,
América, tan moribunda y viva
en el altar del dólar,
en  los secos y oscuros recovecos
por todos esos, tuyos, senderos enlodados,
América que poco a poco se deslíe
en los hilos de niebla
de esta aurora lechosa,
en tus tristes claveles marchitados,
América, también
viva y pintada en los cerrados ojos
de quien duerme a tu lado,
América que marcha
mirando frente a todos los abismos,
---
looking forward por norte, clama la propaganda---
con el intermitente diapasón
y con el pie cambiado
de esta hiriente sirena mañanera
en la que oyes  sus ruidos crepitar
con silenciosos pasos.

                                                                     II


To Sherry & Ken, to Georgette, to Samantha &Dan and to Gene & Cathy
 ( Jewish Cementery, Long Island, NY, primavera de 2012.)

Al fin dormís en paz,
y en este praderío deleitoso
gozáis del ultimo, final descanso,
al fin vosotros, Kaufman, Herzl, Wolinski,
Horowitz,  Russo, Freud, Reiter y tantos otros,
---
unveil ceremonial,
reza el muy consabido
ritual o protocolo---,
en el tranquilo seno del Señor,
en sus repliegues íntimos, el hondón  más recóndito
de su regazo saturnal, del más cruel,
arrumbado desván de todos los trasfondos.
La piedad familiar se reconcentra entonces
en el légamo dulce y en la memoria próvida,
en el ara y santuario
de esta quietud señera, este reposo.
Y así dormís al fin en paz, en tanto
sopla el viento en Long Island,
sobre el cercano mar y por los roquedales
y en las últimas briznas de las hierbas
y sobre el alto matorral y en medio
de castaños y robles y de olmos venturosos.
Oh  hijos de Israel, dormid tranquilos,
oh pueblo de Israel que aguardó siempre
la espada de su Dios
el puño de su acero,
que desde los orígenes del tiempo viera cómo
se cernía letal
sobre injustos y réprobos,
ahora no vigiláis, tampoco esperáis nada,
dormís tan solo,
seguros de que El
la ciudad de los vivos
otea desde arriba, velando por vosotros,
y esparce su palabra a todo viento,
el Libro,el Libro  que se dice único,
el de una vez sola proferido
y vuelto  portentoso,
con su hálito, cordial y despiadado,
que, acerada cuchilla, hiere el rostro,
su halo temerario,
brillante, cegador, gélido y despiadado,
---mientras el viento silba por Long Island---,
abierto ante vosotros.







sábado, 17 de marzo de 2012

PALAZUELO SOBRE LA DESDENTADA


Doy aquí un par de poemas más de entre los versos inéditos que dejó mi malogrado amigo Palazuelo. Creo haberlo conocido bastante bien y sé, por las muchas horas de conversación que pasé con él, de hasta qué punto la muerte era una de sus obsesiones, aunque no se pueda decir que hablara demasiado del asunto. Más de una vez me confesó, no obstante, cómo la pálida poblaba muchos de sus frecuentes insomnios y cómo se enfrentaba a ella tratando de esquivar esa especie de terror metafísico frío , aun a sabiendas de que en este terreno es imposible toda racionalización, jugando a autoengañarse mediante el recurso a la iconología, la música y la poética: le fascinaban las alegorías y las representaciones medievales sobre las Danzas de la muerte ,así como las Misas de difuntos de Tomás Luis de Victoria y de Sebastián Burón, las consideradas obras cumbres, en este género musical, del Renacimiento y Barroco español respectivamente, y le gustaba recitar, por ejemplo, el soneto de Borges sobre el grabado de Durero (Ritter, Tod und Teufel) que principia "Bajo el yelmo quimérico el severo/perfil es cruel como la cruel espada..." y el titulado Ewigkeit , cuyo primer cuarteto reza " Torne a mi boca el verso castellano/ a decir lo que siempre está diciendo/ desde el latín de Séneca, el horrendo/ dictamen de que todo es del gusano", composiciones que parecían provocarle una especie de tranquilidad y consuelo.Los mismos que quizá le procurarían, me atrevo a suponer, estos dos poemas suyos. El intento de descripción, entre objetivada y distante, del primero contrasta con la resignación y la implícita declaración de impotencia del segundo, en el que al menos, ya que la voz poética se declara ahí incapaz de escapar del miedo, se confía en que ella, la pálida ( a la vez que se reconoce, un poco contradictoriamente, la inanidad de toda retórica racionalizadora) venga ahorrándose todo su aparato de señales y anuncios.
Los versos, por lo demás, me parece que tienen, tanto en su imaginería ---en la que no dejan de resonar algunos ecos del antecitado Borges, sobre todo en el primero de los textos--- como en su bien urdido juego de encabalgamenientos, una más que aceptable dignidad.


I
Debe de ser quizá algo parecido
a un huir hacia adentro
hundiéndose en el mismo corazón,
hasta todo anegarse
en la raíz desnuda de los tuétanos,
o puede que algo como
no más que irse cayendo
hacia una sequedad atroz, tan solo
plena de su vacía inmensidad sin techo,
cuando la sangre se abandona y suenan
los penúltimos pálpitos
como un lejano eco
asordado y fijos,
clavados para siempre
los ojos entreabiertos
a una luz cegadora que arrebata,
seca y dura, a un abismo
hormigueante de larvas y de élitros;
sí, dura y seca como la arista de la nada,
la sombra y la ceniza,
nuestra muerte desnuda y necesaria,
nuestro íntimo centro.

II

Porque bien sabes cómo
su esencia verdadera
es el miedo y poder que se le otorga
a la aún no venida
que en el futuro acecha,
no quisieras tú nunca
rendirte más a ella,
a esa oscura corola tenebraria
que en tu interior se inflama amenazante
como quiste fatídico
y, al cegarte, te lleva
a que de negro tintes
el coagulado llanto de los días
y a la resignación, acre y misérrima,
de tener que esperar la hora y el momento
en que ella comparezca,
al arrimo de luz de sus hachones
y de sus sombras tétricas:
rendirte a un miedo de esa manera convertido
casi en segunda piel
hasta esparcir cristales por tus venas;

pero desearías que otra planta
clamara desde el mismo corazón
y en ti enraizara y floreciera
al calor de la magia del acaecer puro,
pura revelación de aquí y ahora
diciendo la mentira de sus fechas,
aunque, ay, si eso no puede ser ni darse
y de eso desesperas,
que al menos se te diera conjurarla
para que a traición venga y sin ninguna de esas
señales que la anuncian tan certera;

para que --- aún menos ---
puedas algún momento liberarte de aquella
nostalgia de la nada y sueño sin orillas,
la retórica jerga
que sirve solo para
hacer la jeta de la dama un poco
menos omnipotente y más discreta.

martes, 6 de marzo de 2012

UNA FÁBULA SOBRE LA BONDAD

Hidalgo Bayal, Gonzalo. Paradoja del interventor. Barcelona. Tusquets. 2010.

Esta breve novela del escritor extremeño Hidalgo Bayal, primera de las suyas que he leído, me ha interesado y divertido tanto por lo insólito y original de su asunto como por la evidencia de la voluntad de estilo que la anima, visible en lo cuidadoso y bien meditado de su escritura. Un personaje innominado, hombre de apariencia y aspecto anodino, viaja en tren con destino a nunca se sabrá dónde ni para qué y en una estación intermedia se baja para tomar un café y llenar una botella de agua. Ha dejado todas sus pertenencias a bordo, se entretiene un poco más de lo necesario y pierde el tren. Desesperado, pregunta por el interventor pero nadie sabe darle razón de él. A partir de esta leve anécdota inicial, de ese momento en que las puertas del destino se abren a lo imprevisible y al que el autor apunta con una sugerente metáfora ( "Hay veces en que un mínimo instante supone una fractura total en la inmensidad del tiempo, un tajo limpio y vertical en la superficie marina y endeble de la eternidad", pág.13-14), el hombre será siempre para los demás "el interventor" y vivirá una neblinosa pesadilla de incomunicación y abandono que solo habrá de acabar al final en los abismos de la aniquilación y la insignificancia.

Dividido en 68 parágrafos o fragmentos sin titular y sin un solo punto y aparte,morosamente descriptivo, sin apenas diálogo y de ritmo muy lento en su progreso, el relato, por lo demás muy rico en elementos simbólicos (el mensaje en la botella de agua, el fuego purificador ), parece ser a la vez una fábula metafísica sobre la soledad y una meditación sobre la bondad natural, si es que tal cosa puede de veras concebirse y si constituye algo más que un mito roussoniano, y acierta a crear una atmósfera de alegoría kafkiana, de la primera a la última página ---incluso con referencias explícitas:"No era como el pistolero que pretendía saldar cuentas, ni como el detective que sigue la insidia de una huella delatora, ni siquiera como el agrimensor que pregunta por el camino del castillo", pág. 24---,tanto por el impotente conformismo del protagonista como por la opacidad e hiriente arbitrariedad de los poderes que lo tiranizan.

Una serie de personajes, casi todos de la familia moral del principal, algo ridículos por la obsesión o manía que los caracteriza o del todo insignificantes por la aplastante resignación e inanidad de sus vidas, acompañan al interventor, como comparsas o contrafiguras, en esta fábula: el muchacho de la taberna, hosco y metomentodo, fijado al recuerdo del río donde lo llevaba a bañarse de niño su madre y herido por el temprano abandono de ésta, que sueña compulsivamente con conocer el Mississipi en un intento patético por recuperarl; los gemelos, afilador y guardagujas, a quienes una lesión genética hace quedarse sordos, como a todos sus ancestros varones, justo el día en que cumplen los 49 años; el viejo, cariñoso y locuaz vendedor de barquillos, que se toma su humilde oficio con la prosopopeya de un sacerdocio vocacional; el pobre diablo, bebedor de vino barato en su ronda diaria por las tabernas, que se cree Cristo reencarnado y cuyo discurso es un empedrado de citas evangélicas contrahechas; el trapero que aprendió en la mili el arte de pelar la fruta con cuchillo y tenedor, que hizo una demostración de tal habilidad en una ocasión ante la mujer del comandante, a la que secretamente deseaba y al que, para rememorar, muchos años después, su momento de gloria, no se le ocurre otra cosa que obligar de vez en cuando a una muchacha mendiga a oficiar como figurante muda mientras él hace el numerito de la fruta; la joven prostituta prematuramente envejecida y cada vez más degradada, a la que se presenta en términos tiernamente elegíacos; la pandilla de vándalos y macarras juveniles que arruinan con sus ruidos y voces el mísero sueño del interventor cuando pernocta en un coche abandonado, y algunos más.

Hay algo, en la coloración moral del adjetivo, en la disposición misma de la descripción, que recuerdan un tanto el mundo del Alfanhui de Ferlosio (así en el pasaje sobre los pájaros y la libertad, págs. 37-38, o más claramente aún en la digresión de las 42-45 acerca del tiempo como puro acontecer en el ahora y liberado por eso mismo de la tiranía del futuro) y algo del mundo de Benet en otros sitios, sea porque se juega con el motivo, tan caro al escritor madrileño, de la desdicha y la ruina como único destino ( en el pasaje de la pág. 64 que empieza "Así como un tronco seco a la vera de un camino se pudre indefinidamente y es morada de parásitos...") o sea por el recurso a parecidos arabescos sintácticos y a acumulación de subordinadas( en el de las 109-110 acerca de los efectos corrosivos de los bulos y las habladurías que principia "Tal vez fuera por entonces o desde luego no mucho más adelante....")

Llega a cargar un poco, en fin, en esta prosa, diríase que demasiado preciosista o un tanto forzadamente literaria, la sobreabundancia de adjetivos, aunque a veces dé con alguno inesperado ("un paredón expresionista", pág.18, "una condena siniestra, temporal, ferroviaria", pág. 19), a menudo insertos en series de cuatro o cinco sinónimos contextuales :" desaseado, desastrado, sucio, maloliente", pág. 101, "magullado, oscuro, herido, sucio y hambriento ",pág. 124) y cierto abuso de recurrencias y paralelismos (como en 149-150) y esto es me parece casi lo único que podría decirse en contra de esta novela por lo demás tan llena de hallazgos, excelencias verbales y felices metáforas ( "como si minuciosos alfileres hubieran grabado sobre él un imaginario periplo de anatomía en acerico"--pág.31---, " una voz sobria y gastada, con posos de herrrumbre en las vocales ---pág. 136--- )





lunes, 13 de febrero de 2012

HOULLEBECQ:UNA VUELTA DE TUERCA



Houllebecq, Michel. El mapa y el territorio. Barcelona. Anagrama. 2011.


Una diferencia esencial y a primera vista hay, según creo, entre las otras dos novelas que del celebrado autor francés he leído hasta el momento ( Ampliación del campo de batalla y Plataforma), y esta que nos ocupa, y es que aquí su característico sombrío escepticismo, su afán demoledor y su furor iconoclasta se me aparecen mucho más maduros , más matizados y menos gratuitos, menos poseídos por el deseo de épater a toda costa: su visión del mundo del arte, de los negocios o del sexo --- y valdría decir también del mundo tout court--- no es menos devastadora que en textos anteriores, pero en El mapa... hay mucho más, una mayor sabiduría de la vida, un mayor distanciamiento irónico respecto a lo narrado y, lo que es sin duda más importante a nuestros efectos, menos florituras y más autoconciencia artística y maestría narrativa, de modo que es en este sentido en el que cabría argüir una superación y madurez del novelista en el dominio del oficio.

Dicho esto, más que de una novela quizá fuera posible hablar más bien de dos, o por lo menos de una dentro de otra, en la medida en que la tercera parte ( las últimas 130 páginas, dejando al lado el breve epílogo final) viene a constituirse en un espléndido relato policíaco, más directo y menos digresivo y de ritmo más trepidante que el resto del libro, y se ha urdido e incrustado en él con suma habilidad, por cuanto parece al principio sugerir en el lector la falsa impresión de que solo tangencialmente está relacionado con el cuerpo central del texto.


El personaje principal del relato---aparentemente, porque el verdadero protagonista no es otro sino el mismo Houllebecq, y no solo por el hecho de que aparezca con su nombre e identidad en el libro--- es Jed Martin, un joven artista, fotógrafo primero y pintor después, egocéntrico y versátil, que sabe utilizar con notable astucia las posibilidades que las llamadas nuevas tecnologías brindan hoy a la actividad artística y que acaba siendo al final a la vez un triunfador (se hace millonario con su serie fotográfica sobre los mapas de la Guía Michelin y sus cuadros acerca de los oficios) y una víctima, hay que reconocer que un tanto peculiar, porque decide en determinado momento romper con toda la faramalla de la popularidad y el triunfo mundano, retirarse a la casa de sus abuelos y esperar la decadencia física y la muerte alimentando sus obsesiones y recuerdos...pero con unos buenos cientos de miles de euros en su cuenta corriente. Jed no es ningún ingenuo, sabe a la perfección dónde está y dónde le aprieta el zapato y además tiene, como todos, su corazoncito, de ahí que el fin de la historia amorosa con Olga, la ambiciosa ejecutiva de Michelin, le deje la perdurable llaga que explica en parte su trayectoria posterior, motivo que hay que suponer un amable guiño y concesión de Houllebecq a la tradición romántica y que contribuye sin duda a refrenar un poco el desbocado cinismo de que hacía gala en sus novelas anteriores. A mayor abundamiento, Jed se ha pasado la vida angustiado por la conflictiva relación con su padre (hacia el que sin embargo siente una ambigua admiración) y por la obsesión del temprano suicidio de su madre ( del que culpabiliza a su progenitor y del que él mismo se siente en parte culpable).


La novela viene a ser una continua parodia, aunque no solo ni en exclusiva del abuso --- mejor cabría decir, de su difusa y universal mitología ---de las nuevas tecnologías, aspecto este que he visto muy oportunamente puesto de manifiesto en alguna excelente reseña de la novela de marras, sino de casi todo: Houllebecq maneja con maestría y soberana ironía todos los clichés, sobreentendidos y loci vacui del consumidor occidental, de la civilización del ocio o de la también llamada sociedad postindustrial , desde la pedantería de la gastronomía y de los expertos catadores de vinos al turismo de élite de las escapadas de fin de semana a lugares románticos y exclusivos hasta la prosa almibarada que suele usar la propaganda de los hoteles con encanto, desde la mentalidad de depredador y el compulsivo culto al trabajo de los ejecutivos hasta la beatería interesada y el camelo para los incautos que rige el mundo de los marchantes y galeristas.


Parodia servida además por una prosa incisiva, rápida y analítica, con abundantes expresiones en bastardilla --- recurso tipográfico que permite al autor enfatizar aún más los subrayados irónicos y que recuerda un tanto la costumbre de Bernhard---, llena se descripciones precisas y puntillosas ( desde el horrible aspecto de un cadáver decuartizado hasta la idílica pintura de un pueblecito de la Francia profunda convertido por la industria del turismo rural en un parque temático) y de digresiones (así, entre otras, sobre la práctica budista del Asubhá o meditación del cadáver, la mansedumbre y fidelidad de distintas razas de perros o la presunta regresión en el nivel de civilización que supondría la generalización de la eutanasia), que se compadecen muy bien con la marcha de la narración y en absoluto mediatizan su ritmo.


Parodia, en fin, que alcanza su clímax y culminación en el autorretrato que el autor hace de sí mismo ---lo más divertido de una novela que abunda también en detalles tétricos y crueles, de un naturalismo descarnado--- que no es que resulte poco complaciente, sino que raya en lo concluyentemente patético ( misántropo, huraño, maniático, alcohólico y un montón de ítems más) y que parece, con creces, una restitución y apuntalamiento, llevados hasta el absurdo por la vía de la burla, de la imagen que se tiene de él en el mundillo literario francés.

miércoles, 25 de enero de 2012

EL CUENTO DE LA VIDA

d Torrente Malvido, Gonzalo. Puro cuento. Madrid. Amargord. 2005 y Cuentos recuperados de la papelera. Madrid. Libertarias. 1986.

Si todo buen cuento --ese género considerado por algunos menor---ha de configurarse como el relato en torno a un único suceso o anécdota, como una unidad anular, centrípeta e indivisible cuyo ritmo obedece a un principio o desencadenante, a un núcleo o clímax y a un final o desenlace, y si ha de estar dotado de intensidad , esto es, de la eliminación de toda situación o idea intermedia y de esos rellenos o fases de transición que la novela no solo permite sino exige, entonces la mayoría de las narraciones cortas de Torrente Malvido merecen con toda justicia aquella consideración.




Tanto por la tensión interna del relato, esa intensidad que solo se consigue con el modo con que el autor nos va acercando lentamente a lo contado, como por lo insólito o sorprendente en sí de la anécdota central, muchos de estos cuentos resultan memorables en el sentido de que llegan y quedan en el lector, tal como expresó hermosamente Cortázar al escribir que todo cuento en verdad memorable es como ese árbol que quedará en nosotros y dará su sombra en nuestra memoria. Mas quizá que la novela, el cuento parece plegarse a esa mirada testimonial ---desprovista esta expresión de sus adherencias militantes o social-realistas, digamos para entendernos--- toda vez que resulta más propio para aprehender, para sugerir y captar el latido de un trozo de vida, sin verse obligado a buscarle antecedentes o justificación. Se me ocurre, además, que los cuentos de Gonzalo ilustran de manera ejemplar la conocida analogía del antecitado maestro argentino de que la novela es al cine lo que el cuento a la fotografía: si en aquellos la captación de lo real --- o de lo ficticio, que no es sino otra forma de lo real ---se intenta por desarrollo y acumulación de elementos parciales, en estos el artista se ve compelido a seleccionar un acontecimiento o imagen no solo significativo y que valga por sí mismo, sino que sea capaz de actuar en el lector o contemplador como una especie de apertura o fermento que le lleve más allá de la anécdota visual o literaria.

Muy disímiles en cuanto a la extensión, pero manteniéndose siempre dentro de lo que convencionalmente se ha considerado un cuento ---desde las dos o tres páginas las más breves hasta las veinte como mucho las más extensas, hay una diferencia ---aparte de las temáticas, muy evidentes---harto significativa que creo hallar entre las narraciones agrupadas en Cuentos resuperados...y las de Puro cuento: las del primer volumen, muy anterior al segundo en la escritura y la publicación, aparecen como más trabajadas literariamente en lo que atañe al tratamiento sintáctico, de período amplio y con mucha digresión e hipotaxis, en tanto que las del segundo están mucho más cerca de la oralidad y el coloquialismo, con frase corta y mucho diálogo y más próximas a la anécdota vivida por el autor--- o fabulada, que en el caso de Torrente venía a ser casi lo mismo---o como mínimo por alguien que se la ha contado de palabra: Gonzalo fue un extraordinario narrador oral y más de una de estas historias nos la contó más de una vez, nunca de la misma manera ni con las mismas palabras, tempo ni énfasis, pero siempre, claro está, con ese peculiar modo de frotarse las manos y esa voz entre opaca y cavernosa que tan felizmente parecía casar con la burla e ironía apenas refrenada, como en sordina, que ponía en lo que decía.

Más allá de nada, el relato inicial de Cuentos recuperados...constituye un caso especial respecto a todos los demás en la medida en que se presenta, con un aire como de pesadilla, como una cerrada acumulación de imágenes de la disolución, del terror y de la muerte, de la "hiriente punzada de la identidad perdida" y supone un verdadero alarde de enumeraciones caóticas y recurrencias sintácticas, todo con un suculento y fulgurante despliegue verbal en cascadas de metáforas y asociaciones que podría interpretarse tanto como una visión alucinada de la existencia como una descripción de los efectos de ciertas drogas en la percepción y la sensibilidad.


A un mundo galaico pasado por el tamiz del esperpento valleinclanesco remiten El velorio del abad de Leirado ---a mi juicio uno de los más felices logros del autor--- y Escena de feria, estupendo el primero tanto por la hábil dosificación de detalles en el tratamiento simbólico de los objetos como en el trazado tipológico de los personajes, despachados casi todos, salvo el abad, con un par de rápidas y certeras pinceladas impresionistas, que en nada hacen presumir el desopilante e inesperado desenlace, y no menos logrado el segundo, sobre los sorprendentes desahogos prostibularios de una pareja de viejos aldeanos gallegos de aire casi solanesco.

De lejano pero bien perceptible fondo folclórico en cuanto al asunto, El cementerio de las sirenas recuerda casi de modo inevitable las maneras de Benet por el desparrame sintáctico ---empieza embutiendo dentro de la primera frase una digresión parentética de varias docenas de líneas y juega con la identidad del personaje escondiéndola ambiguamente tras el pronombre, de manera que resulte muy difícil, incluso por el contexto, su referente--- y es una muestra también del conocimiento que el autor poseía del vocabulario técnico de la navegación. En Jean y Jim se alcanza a sugerir en el lector una atmósfera como de terror metafísico, a través de la experiencia de los dos personajes que sobreviven a una especie de cataclismo, no se sabe si explosión nuclear, terremoro o simple accidente de coche: en tierra de nadie, en medio de una soledad absoluta, con todo cubierto por un espeso polvo gris, el hombre miró los ojos de la mujer "terriblemente azules, como dos heridas brutales entre los grises párpados semicerrados".

Si Apenas un cotilleo no pasa de ser una brevísima anédota, narrada con mucha gracia, enmarcada en eso que antaño se llamaba género sicalíptico, relatos como Zouk-el-Arba o Nuestra Señora de la Medina remiten al mundo de la picaresca y el erotismo norteafricano (marroquí, para más señas) y a los fascinados ojos del europeo que lo contempla. Una morena en la Costa azul ---aclaro que "morena" vale aquí por engaño o trampa, lo que significa en el argot de los delic¡ncuentes--- cuenta los trapicheos con la droga de unos traficantes de mediano nivel entre cuyos clientes se encuentra nada menos que el mismísimo Onassis, y Escena palaciega en el Alcázar de Madrid cuenta, con fría objetividad y distanciamiento, cómo el rey felipe IV fue quien sugirió a Velázquez la estructura compositiva de Las Meninas.

Ya se ha dicho hasta qué punto las historias de Puro cuento responden en general a otro registro y factura. El invisible Ferradas y El tenor y el matarife tienen un aire borgiano en el sentido de poner en cuestión los límites y la noción misma de personalidad o individuo, y el primero incluye además una parodia del lenguaje habitual del informes clínicos y de la jerga psiquiátrica más o menos vulgarizada. Ambos mantienen todavía, como en los relatos del otro libro, la primacía del narrador en tercera persona, la abundancia de pasajes descriptivos y el poco peso del diálogo, rasgos que se difuminan mucho en las demás narraciones, algunas con narrador en primera, como una de las más logradas, El virgo de Celia, hilarante sátira de los reality shows televisivos, donde los comparecientes en el programa que está viendo el narrador y su mujer cuentan pormenorizadamente cómo perdieron la virginidad. A la recreación de ambientes marginales, carcelarios o cuarteleros, con alguna pincelada de erotismo grueso,se aplican El tigre de Valdemoro, La quirmosa, La rumana del puerto o Los gaiteros de Fraga, en tanto que Crimen pluscuamperfecto incide en un hecho, tan terrible como grotesco, con un conocido poeta maldito como primer oficiante.

Ya depende del lector, en fin, si gusta más de los cuentos que, lejos de encerrar una sorpresa final, parecen describir una suave línea recta que se interrumpe sin aviso o que corre con una apariencia de instantaneidad y de azar; al primer tipo pertenecen El velorio del abad de Lendoiro, Crimen pluscuamperfecto o La rumana del puerto, entre otros; al segundo, El cementerio de las sirenas, La educación sentimental, Muertos de risa, Mercadillo y algunos más. Pero lo fundamental y al fin y al cabo más sustantivo es que los presentes relatos son, para cualquiera que tenga un mínimo de sensibilidad y alegría de vivir, divertidos y gozosos, como no podría menos de corresponder a las maneras de su autor: si en definitiva todo escritor escribe, de un modo u otro, lo que ha vivido, estos textos lo retratan ejemplarmente, a él sobre todo, que supo hacer de la vida un cuento y encarnar el cuento de la vida.

sábado, 21 de enero de 2012

OTRA VEZ SOBRE LA GUERRA CIVIL

Chaves Nogales. A sangre y fuego. Barcelona. Libros del Asteroide. 2011.




Tanto he oído hablar últimamente a algunos amigos --de cuyo criterio me fío-- de las magnificiencias de estos nueve relatos de Chaves que estaba ya deseando leerlos, pese al cansancio que de vez en cuando siento hacia el género del guerracivilismo. Conocía del autor sevillano ---parece que elogiado por doquier y considerado estos últimos tiempos poco menos que como clásico contemporáneo--- su biografía de Juan Belmonte, su estupendo ensayo La agonía de Francia ---reseñado en su día en este blog--- y su novela El maestro Juan Martínez que estaba allí. Vaya por delante que a mí no me parece, como han opinado muchos, "lo mejor que se ha escrito en España sobre nuestra Guerra Civil", en primer lugar porque no me lo he leído todo y en segundo porque no me atrevo a tan apodícticas categorizaciones sobre preeminencias y jerarquías. Diré simplemente que tan excelentes al menos como este A sangre y fuego ---y con la misma falta de sectarismo y de anteojeras ideológicas---se me antojan, por citar algunos ejemplos a bote pronto, muchas zonas y pasajes de entre las más de dos mil páginas del Laberinto de Max Aub, o la novela de Iturralde Días de llamas, o la de Masip El diario de Hamlet García, o algunos de los cuentos publicados por Juan Eduardo Zúñiga bajo el título de Largo noviembre de Madrid.



Dice Chaves en la nota introductoria que acompaña al prólogo que cada uno de los episodios se ha sacado de un hecho rigurosamente verídico, pero todo el mundo sabe que cualquier anécdota que a se cuenta o cualquier peripecia real sobre la que se recaba información se convierte, a la hora de pasarlas al papel --por los propios mecanismos del artificio literario--- en una cosa muy distinta, y en este sentido hay que tomarse, en este caso y en no importa cuál, eso de la veracidad cum mica salis. Por lo demás, y dicho esto, uno no puede menos que recordar, al leer este libro, la apabullante razón que asistía a aquella máxima de Baroja acerca de la inevitabilidad y falta de remedio de la estupidez humana: la prosa tersa y nerviosa, de frase corta, con mucho uso de las yuxtapuestas y moderada y precisa adjetivación presiden todas estas historias, no menos que una voluntad de denuncia y una pasión moral que no se cuida mucho de esconder el abatimiento y la tristeza ante el universal y sangriento espectáculo del fanatismo y la barbarie.




El temor a la soledad o a la desposesión,la traición, el coraje, la lealtad, la delación, el miedo y la muerte comparecen por igual en estas páginas y aciertan a dar a cada personaje o hecho narrado su verdad más honda. Aunque en algún que otro pasaje acuda Chaves a un tono épico y grandilocuente (así en la pág. 147, cuando describe la masiva llegada de refugiados a Madrid) que sin embargo nunca condesciende a la prédica ni al adoctrinamiento, y aunque en algún otro se le vaya a mi juicio un poco la mano( en p. 112 y ss. se presenta a Durruti como un tirano sangriento que hace fusilar poco menos que a todo cristo, incluídas algunas prostitutas que acompañaban a sus milicianos), las más de las veces llega a esa seca y eficaz impersonalidad propia del mejor reportaje periodístico, que sin embargo estas novelas no son en absoluto. Da la impresión, por lo demás, de que Chaves estuviera convencido de que la brutalidad y la barbarie fueran un patrimonio exclusivo de los españoles, creencia tan gratuita e injustificada como la contradictoria de que el español era "uno de los pueblos más felices de la tierra", como se afirma en un "Manifiesto por la paz" firmado por el autor y otros en 1939 y citado por la presentadora en la introducción al volumen.

Massacre, massacre, el primero de los relatos aquí incluidos, es, junto a una vívida descripción de la lucha por la supervivencia de la población civil en el Madrid bombardeado ---la muta de fuga de la masa empavorecida, que diría Canetti---un alegato contra la llamada Escuadrilla de la venganza, un grupo de milicianos que por libre se dedican a sembrar el terror y el asesinato selectivo entre los sospechosos de simpatías franquistas, y contra sus jefes, Enrique Arabel, "tipo característico de hombre de presa" (p. 21), y del comunista Valero, frío, cauteloso y calculador, que intenta que los desmanes de aquel se mantengan dentro del margen de conveniencia para la estrategia de su partido. Arabel intenta sin éxito chantajear a Valero, militante ejemplar pese a algunas dudas íntimas que le corroen, y éste al final no vacila en poner por encima de los lazos familiares sus fidelidades políticas, cuando su padre es víctima de la trampa que se les tiende a los militares jubilados más o menos quintacolumnistas, la mayoría de los cuales acaban en las tapias del cementerio del Este. La conversación, hecha de monosílabos y sobreentendidos pero harto elocuente, entre Valero y sus padre preso (p. 35-36) no tiene desperdicio, como tampoco lo tiene la presentación, acerba y un tanto esperpentizadora, que se da de algunos prominentes nombres de la intelligentsia de izquierdas: "el poeta Alberti con su aire de divo cantador de tangos, Bergamín con su pelaje viejo y sucio de pajarraco sabio embalsamado y María Teresa León, Palas rolliza con un diminuto revólver en la ancha cintura" (p.33).

En La gesta de los caballistas asistimos a la limpia de rojos que un aristócrata terrateniente, sus tres hijos y los hombres a su servicio organizan en la campiña andaluza en las primeras semanas de la guerra. Sobre un fondo general de crueldad y depravación--uno de los hijos del Marqués asesina salvajemente a un pobre gitanillo al que supone de los otros--- resplandecen la piedad instintiva y la bondad natural de dos personajes que resultan ser antiguos conocidos : Rafael, otro de los hijos del aristócrata, y Julián, el maestro de escuela que lidera a los campesinos que resisten a la razzia de los caballistas. Julián acaba fusilado y Rafael exiliado en Gibraltar y asqueado de todo, sin que se cuente cómo sale del entuerto en que se ha metido al apresarlo los de su bando por un malentendido.

Con algunas pinceladas de farsa y humor negro, también perceptibles en Los guerreros marroquíes, donde un populacho exasperado y vengativo mata a un combatiente moro perdido en un paraje serrano, en verdad pobre víctima que no sabe muy bien en qué fregado anda metido, Y a lo lejos, una lucecita relata la obsesión paranoide de dos milicianos, Jiménez y Pedro, cuyo celo revolucionario les lleva a la muerte al intentar descubrir y cazar a los criptofranquistas que se comunican con señales luminosas de Morse en la noche madrileña. No se ahorra tampoco muchos detalles el autor para ilustrar el grado de fanantismo y sed de venganza al que puede llegar el corazón humano: los tísicos de un sanatorio antituberculosos de la sierra, simpatizantes de uno y otro bando, se acusan e insultan con palabras gruesas y cuando llega el grupo de milicianos uno de los enfermos aprovecha para delatar a otro, que escondía la linterna fatal bajo el jergón: "Jiménez no contestó. Sacó la pistola, apuntó lentamente y la disparó contra aquel armadijo de huesos y pellejo que, como en una grotesca escena de polichinelas, se desplomó sin proferir un grito. ---Gracias, muchas gracias, camarada, dijo el otro tísico desde la cama de al lado. Ahora ya podré morir tranquilo. Y se arropó para dormirse."

Mientras en La columna de hierro se narran las hazañas de una banda de desertores del frente de Aragón y delincuentes comunes de filiación más o menos anarquista que siembra el terror en las comarcas levantinas, en El tesoro de Briesca se presenta el coraje, la bonhomía y la capacidad de discernimiento moral del joven pintor Arnal---que acaba tan fuera de juego como el antecitado Rafael de La gesta de los caballistas--- comisionado por el gobierno republicano para proteger y catalogar los tesoros artísticos de los pueblos manchegos, y se asiste a la muerte casi simultánea del militar leal que se enfrenta a los milicianos en desbandada y la de uno de ellos, el único que se atreve a enfrentarse al uniformado cuando éste los increpa, lo que da pie a Chaves para concluir demasiado obviamente, en el sentido de efecto demasiado buscado y mejor encontrado: " en la plaza desierta solo quedaron junto al rescoldo de la hoguera sacrílega aquellos dos cuerpos sin vida, el del desertor y el del héroe, víctimas uno de su instinto y el otro de su deber,ambos sacrificados a la barbarie de la más cruenta de las guerras" (p.145).

Viva la muerte cuenta la cobardía culpable y la mala conciencia de Tirón, acomodaticio patricio filofascista de Valladolid, incapaz de mover un dedo por tres muchachas republicanas que antes le habían salvado a él piadosamente la vida y en Consejo obrero uno no puede menos que sentir cierta simpatía por los apuros de dos trabajadores apolíticos, Bartolo y Daniel, ante el desatado sectarismo y la pulsión persecutoria de los integrantes del comité de la empresa en la que trabajan. En cuanto a Bigornia, el mayor atractivo de la historia reside me parece en la forzada desmesura e inverosimilitud del personaje.

lunes, 2 de enero de 2012

CONTRA LAS IDEAS ADMITIDAS


Hitchens, Christopher. Amor, pobreza y guerra. Barcelona. Debolsillo. 2011





Muy de agradecer me parece la publicación en español de esta extensa antología de textos (más de 500 páginas) de uno de los más lúcidos observadores del mundo contemporáneo, el hace poco desaparecido Christopher Hitchens. Especialmente dotado para la provocación y la demolición de las ideas y tópicos más comúnmente admitidos, este periodista independiente y viajero, británico nacionalizado estadounidense (había vivido en este país los últimos veinte años) nunca se casó con nadie y siempre demostró señera independencia de criterio en sus juicios, adornándose además con una prosa fría y analítica, brillante y sarcástica, y un ácido sentido del humor --- estupenda la semblanza de sí mismo que traza en la Introducción, tan moderadamente cínica como irónicamenrte autocomplaciente, donde aprovecha para despacharse a gusto contra una de sus bestias negras, la religión en cualquiera de sus manifestaciones, "el más tóxico de los adversarios, la forma más vil y despreciable de las que han asumido el egoísmo y la estupidez humana"--- que por momentos recuerda a un Chesterton o un Swift

Los escritos agrupados en esta recopilación vieron la luz por primera vez a principios de la pasada década en Vanity fair, Los Angeles Times, The New York Times Review of Books y otras publicaciones, en forma de reseña de libros, artículos de fondo y reportajes y, pese a que en algunos casos han perdido algo de eso que llaman actualidad por hallarse demasiado apegados a los hechos que comentan y en algún otro su argumentación no alcanza a convencer del todo, no desmerecen en absoluto en interés y capacidad de sugerencia y persuasión, apoyados además a menudo en una apabullante documentación. Hitchens toma el título de un antiguo proverbio que viene a decir que la vida de un hombre estará incompleta si no pasa por las tres experiencias del amor, la pobreza y la guerra: de amor, mírese como se mire, hay demasiado poco en el mundo, aunque no deja de hablarse de él; de la pobreza conviene ante todo desmontar el mito tranquilizador que siempre vio en ella un factor ennoblecedor; de la guerra debe pensarse que, contra lo que creen los guerreros y la fabricada verdad de los vencedores, carece de toda posible legitimación y constituye sin duda el más miserable y ruinoso negocio de los hombres.

La primera sección del libro, Amor, dedicada tanto a sus aficiones y querencias como a sus odios y abominaciones, se abre con Las medallas de sus derrotas, donde puede hallarse, además de un desmontaje de algunas creencias muy extendidas relativas a la participación inglesa en la Segunda Guerra Mundial, una radical desmitificación de la figura de Churchill y del prestigio de que goza en la mayor parte de la tradición historiográfica inglesa: pese a lo hábil de su retórica, que hace que en el mundo de habla inglesa sus frases lapidarias y sus sinuosas florituras verbales hayan alcanzado un renombre y una facilidad para la cita comparables a algunos pasajes de la Biblia del Rey Jacobo y algunas obras de Shakespeare, su personalidad escondía una calculada crueldad, un narcisismo egocéntrico ---durante los bombardeos de Londres en 1940 se paseaba por el jardín para impresionar a sus subordinados, cuando sabía por la información confidencial del contraespionaje que los aviones nazis iban a pasar de largo para atacar otras ciudades, y se largaba al campo a casa de un amigo rico cuando le constaba que el objetivo de los alemanes iba a ser la capital--- y una servidumbre incondicional para con las exigencias de la razón de estado, lo que no le libró no obstante de caer en torpezas muy contraproducentes para los intereses de su propio país.

Un hombre de contradicciones permanentes (pp. 49-62) muestra las ambigüedades y paradojas de un espíritu como Kipling, alternativamente atrapado por su reaccionarismo casi visceral, que le llevó a entonar loas al Imperio Británico, y su fascinación por el progreso y la moderna sociedad de masas, señalando también su nada despreciable valor como poeta. El viejo (pp. 64-74) es una reseña de la trilogía que Isaac Deutscher dedicara a Trotsky y un retrato, a mi juicio demasiado amable, del revolucionario ruso en tanto que prefigurador y profeta ---sin que nadie le hiciera mucho caso---del monstruo estaliniano.

Huxley y Un mundo feliz enfatiza los fallos e ingenuidades de la visión utópica del novelista inglés, demasiado ignorante, según Hitchens, de las debilidades de la condición humana, pero, por encima de aquellas ingenuidades, hay que agradecerle que su ficcionalización de la tiranía no dependa en exclusiva del poder del miedo y la violencia, sino de que el Estado policíaco acierte a sugestionar a la gente "para que ame su servidumbre" (Huxley en una carta a Orwell, citada en p. 84), una acertada fórmula que hoy puede resultar una obviedad pero que entonces tuvo un gran valor premonitorio a la vista del todos los regímenes vigentes en el mundo.

La desgracia de la poesía comenta el libro Byron, life and legende, de Fiona McCarthy (pp. 121-130) y hace hincapié en la condición de Byron de renovador de la poesía inglesa y en sus habilidades y virtudes autoparódicas, aunque en mi opinión la reseña de Hitchens aparezca como demasiado biográfica al insistir más de la cuenta en los "desórdenes" de la vida privada del poeta.

El desenfadado y desopilante ensayo Joyce en Bloom se refiere a la pretendida compulsión onanista del genial irlandés, incluye algunas graciosas anécdotas que ponen de manifiesto el ingenio verbal joyciano para " el humor de orinal y los juegos con uno mismo"( "Cuando en un café de Zurich un desconocido le cogió del mitón y exclamó: ¿Puedo besar la mano que escribió Ulises ?, Joyce respondió: No, también ha hecho otras cosas" --p.137--) hace asimismo alusión a los numerosísimos escritores y comentaristas de todo tipo, desde T.Eliot hasta Orwell, que han usado pasajes y citas de la novela sin mencionar la fuente y concluye, lo que es más importante, argumentando que el gran logro moral de la obra de Joyce es su rechazo sin paliativos a toda idea de culpa y de fe trascendente.

El texto que sigue a este, El inmortal (pp. 139-151) va dedicado a Borges y constituye con el anterior una de las joyas de esta sección del libro. Empieza aludiendo a los paralelismos entre el irlandés y el argentino --- cosmopolitismo, filosemitismo y aversión a lo católico, aunque ahí acaban las concomitancias---- y alude luego al especial sesgo que en la obra de Borges tomó su inconsciente aversión y miedo al contacto sexual, desde el trauma que le provocara en su juventud un padre pusilánime que, al pretender ayudarle en su timidez haciendo que visitara un burdel, generó en el escritor un efecto inverso al esperado, para acabar siendo un admirativo recorrido por la mitología borgiana, del tigre al laberinto y al orientalismo, no sin describir al final con pormenores y algo de retranca la visita que el autor mismo hizo a Borges en Buenos Aires a principios de los ochenta, con las manías del anciano y lo arraigado de sus prejuicios y opiniones políticas, sobre las que Hitchens le intenta sonsacar con éxito: aunque sin duda lo que más detestaba era el zafio populismo peronista, respondió cuando se le preguntó por el régimen de Videla " "prefiero un gobierno de caballeros a uno de chulos" ( p. 145) y soltó a propósito de Pinochet la siguiente perla: "un auténtico caballero. Tuvo la amabilidad de concederme un premio literario la última vez que visité su país" (p. 146).
Sucedió en Sunset y Balada de la ruta 66 (pp. 151-197) son dos irónicas visiones de la mitología popular norteamericana, el primero un chispeante anecdotario, de la mano de Billy Wilder, del star system hollywoodense de la época dorada y el segundo una descripción de algunos lugares y parajes de la América profunda y de su paradójico primitivismo y la ingenuidad algo infantiloide se sus gentes.

Fantasmas rebeldes (209-221) es una nada condescendiente reflexión acerca del patriotismo americano y de la fijación historicista y la iconografía generada por la Guerra de Secesión a partir de una comprobación in situ de la reconstrucción que todos los años se hace, con miles de figurantes, de la batalla de Gettysburg en Pennsilvania.

¿Poeta de Amércia? El logro de Bob Dylan es una demoledora crítica de las opiniones vertidas en el libro de Christopher Ricks sobre el bardo judío americano y las pp. 231-239, una ácida burla de la obsesión prohibicionista del alcalde neoyorquino Bloomberg, que trataba a los ciudadanos como a niños deficientes, durante su mandato a principios de la década del 2000, una ciudad que era entonces " el dominio del burócrata mediocre, del inspector con demasiado tiempo, del policía estreñido con la nariz pegada al reglamento, del soplón que quiere delarar a un ciudadano inofensivo, y de un alcalde que es esa figura extremadamente patética y molesta: la del micromegalómano" (p. 232).

Pero es en las segunda y tercera parte del libro, las de contenidos más propiamente políticos, donde Hitchens da rienda suelta a su pasión demoledora e iconoclasta. Y así leemos, por ejemplo, en Escenas de una ejecución (pp. 259-271),una apasionada denuncia, tras asistir in person a algunas de ellas, de la pena capital en algunos estados de USA , que acierta a desmontar inteligentemente, mostrando lo inútil del crimen legal para los objetivos a los que se dice tender, las cobardes y lúgubres racionalizaciones de los partidarios de semejante institución:" la matanza médica de un perdedor enloquecido e impotente, un descendiente de esclavos y un viejo legionario del Imperio, no hizo que la sociedad ni ningún individuo estuvieran más seguros" (p. 271).

O En la enfermedad y con sigilo, una reseña de un libro sobre J.F.Kennedy de un tal Robert Dallek, donde asistimos a un ácido retrato del expresidente americano y de todo el clan familiar y a una puesta en solfa de toda la beatería y la adulación que los Kennedy suscitaron entre muchos de los creadores de opinión y los grandes medios de comunicación --en parte comprados---, además de un recordatorio de las estrechas relaciones del clan con la mafia, cosa por lo demás ya bien sabida. La figura de J.F. Kennedy comparece aquí como del todo patética, personaje siempre enfermo y sometido a la ingesta de toneladas de medicamentos, compulsivamente entregado a un donjuanismo obsesivo y sin embargo obligado desde joven ---desde que "el truculento tirano que era su padre" (p. 275) lo presionara para presentarse a un escaño por el Congreso en 1946--- a "una hiperactividad histérica y estéril". El mito de los Kennedy, así pues, se deshace a poco que se lo considere: "La reputación del tinglado de los Kennedy depende ahora de un lloroso esfuerzo de voluntad(...) a los niños se les puede perdonar que sigan creyendo en hadas, pero resulta algo siniestro cuando la nota aguda pasa de la puerilidad a la senilidad"(p. 281).

En Las mentiras de Michael Moore se presenta a este cineasta y activista, tan prestigiado por la progresía europea, como un demagogo aventurero y un defensor solapado del régimen de Sadam Husein (pero esto, pese a la brillantez de las invectivas de Hitchens, no me lo creo del todo). En Poder judío, peligro judío, (364 y ss.) presenta el antisemitismo como la más venenosa destilación de los prejuicios políticos modernos y como una ideología oscurantista y analfabeta.

Los textos, con todo, para mí más atractivos son aquellos que podríamos incluir bajo el rótulo de un ateísmo militante, andanadas contra la superstición de la religión poseídas por un saludable tono volteriano, como El diablo y la madre Teresa (pp. 345 y ss.) o El Divino (341-44), dedicado al Dalai Lama, donde ataca y revela la cara oculta de esos personajes tan investidos de espiritualidad. Respecto a este último, no deja de deplorar que todos los medios occidentales se hayan ouesto acríticamente al servicio de "un simple mortal que, como mínimo, proclama la completa estupidez de la reencarnación y afirma la creencia siniestra , si no en realidad loca, de que la muerte es solo una etapa en un gran ciclo que parece compuesto de trivialidad y sometimiento" (p. 343) y se reserva para la llamada monja de los pobres, a la que llegó a conocer en persona y sobre cuyas actividades se documentó concienzudamente, la más acerba de las invectivas: elogiaba la pobreza y el sufrimiento como regalos del cielo, se oponía a cualquier control de natalidad y a una mínima libertad para las mujeres del Tercer Mundo y su clínica de Calcuta no era más que un hospicio primitivo para que la gente muriese, pese a las millonarias cantidades de dinero que recibió de ricos corruptos y estafadores ( sin embargo, cuando ella cayó enferma voló en primera clase a un hospital privado de California).

De lectura no menos divertida y aleccionadora es, en fin, alguno de los últimos incluídos en la recopilación, como Visita a un pequeño planeta ( 421 y ss.), relato de un viaje a Corea del Norte, cuyo siniestro régimen condena a la población al hambre y a una existencia de zombis lobotomizados, y los consagrados ( pp. 459-523) a combatir el islamismo fundamentalista (que Hitchens fue el primero en calificar de islamofascismo), esa "teocracia desolada y estéril".