martes, 24 de junio de 2014

LOS SUMIDEROS DE LA CONCIENCIA





Claude Simon. Historia. Barcelona. Seix Barral. 1986.

       Solo tenía de Simon ---ni siquiera conozco las consideradas sus obras mayores, La ruta de Flandes, 1960,y Las Geórgicas, 1981-- la muy vaga referencia de que la crítica lo incluyera en la escuela o moda literaria francesa que en los años sesenta del pasado siglo se llamó Nouveau Roman, tendencia en la que se solía considerar como abanderado a Alain-Robbe-Grillet y en la se alineaba también a autores como Nathalie Sarraute, Michel Butor, Marguerite Duras y otros.Se trataba de un movimiento que, al oponerse  a la novela realista, tradicional o decimonónica,  intentaba diluir las nociones de trama y personaje, optaba por el objetivismo en las descripciones, fueran estas de objetos o de personajes, como de cámara fotográfica (pero la más "objetiva " de las fotografías distará siempre mucho de serlo)--- y vaciando , se nos decía, lo descrito de su fondo psicológico y sus adherencias ideológicas---suponiendo que esto sea siquiera concebible, pues el mero hecho de que se usen semantemas, esto es, palabras con significado, supone ya alguna concepción del mundo o ideología--- La historia novelesca como tal ---coherente en su desarrollo y con clara dimensión espacio-temporal---había de tender  a desaparecer, suplantada por una especie de chorro verbal o flujo de conciencia, la perteneciente a un narrador oculto y cambiante.
     
        Pues bien, de estos rasgos de escuela o proclamas me parece que solo el último podría con cierta propiedad aplicarse a esta Historia (1967)---puesta en un más que aceptable castellano por J. Escué Porta--- que no es en rigor una novela ni, con buscada paradoja en el título, cuenta tampoco ninguna historia, sino, en sus poco más de 300 páginas,  un largo, denso y alambicado monólogo interior, un alucinado discurso donde se trae a colación una abigarrada turbamulta de fantasmas y obsesiones, distribuido en once capítulos o parágrafos sin numerar ni titular, en los que, en efecto, un narrador innominado, proteico, cambiante y resbaladizo, convoca, podríamos decir que hace subir al presente de su conciencia, que es, claro, el de la narración,  todo un abigarrado cúmulo de un fondo de recuerdos, sensaciones, objetos, olores, ruidos, caras, anécdotas, lugares, episodios bélicos (un peu partout pueden encontrarse recuerdos o evocaciones de la Guerra del 14, a través de la figura del padre del narrador, y sobre todo de la Guerra Civil en Barcelona, donde Simon estuvo algunos meses en 1936-37 y fue simpatizante de los anarquistas, aunque hay que notar que ni sus evocaciones son en ningún caso edificantes ni heroicas ni trata nada bien, todo lo contrario, a sus antiguos correligionarios: en p. 140 hay una descripción, tan feroz como grotesca, de un miliciano cenetista ), titulares de periódicos, copias de textos de enciclopedia, sobre todo geológicos o geográficos, cartas familiares o de otro tipo, sueños y pesadillas de muerte, aniquilación o violento erotismo, en fin, todo tipo de material espiritual que permanecía almacenado en el más recóndito de los armarios del subconsciente. Eius uerbis: "una combinación, un sombrío y fulgurante revuelo de luces y líneas en que los elementos rotos disociados vuelven a agruparse obedeciendo al tumultuosos y estricto desorden de la memoria" (pág.207).  Todo lo que sabemos del narrador, de su  identidad ---y para ello hay que leer con mucha atención, pues estos detalles se dan con un mínimo de palabras y como sepultados o semiocultos en textos más extensos y de otra naturaleza, como ocurre por ej. en pp. 68 ó 130---es que es un hombre ya de edad, de rica y linajuda familia, y que se ha retirado a un caserón rural a vivir lo que le quede, se me ocurre que como reza el célebre poema de Gil de Biedma como un noble arruinado/ entre las ruinas de mi inteligencia.Y poco más se sabe de algunos otros personajes con él relacionados, que sin embargo aparecen recurrentemente en el relato: la abuela, que vigilaba sus juegos infantiles en la playa, el tío Carlos,  atrabiliario industrial viticultor que torturaba al narrador en su adolescencia preguntándole las lecciones de latín, la prima Corina, permanente objeto de sus deliquios y obsesiones eróticas, el compañero de estudios de liceo Bernard Lambert y algunos otros.

          Hay en el libro, como no podía ser menos, toda la panoplia de modos y prácticas vanguardistas tan en boga en los años en que se escribió (y no solo: algunos pasajes me han recordado, por su léxico sombrío y su fraseo entrecortado y a veces trunco o con anacolutos buscados y su mareante proliferación de gerundios, algunas tiradas de las Residencias nerudianas; y otros, por el erotismo alucinado y no menos sombrío, al Cela de Oficio de Tinieblas : repárese, pág.56 :" pensando en algún monstruo que estuviera agazapado en algún rincón oculto al final de los pasillos de mármol quizá en los sótanos como la caldera de la calefacción : una especie de rumiante impotente y obeso pero sin los cuernos con rizos en la frente y brazos de asesino más bien como el calorífero con tubos y pies de barro colado pensando que si irrumpiera Teseo ahora sería con trazas de jovencito repipi (...)". Aquí se puede encontrar, además de supresión de todo signo ortográfico en muchas partes, textos montados sobre otros, pasajes truncos, puzzles, largas enumeraciones caóticas, reproducción en estilo directo de frases truncas con eco, reproducciones de trozos de conversaciones oídas por las calles etc. Los motivos y temas, en un nada despreciable alarde de imaginación verbal,  se suceden sin transiciones claras ni solución de continuidad, de modo que se opera mediante una libre y aparentemente caótica asociación de ideas, que por una especie de contaminación o arrastre metafórico va llevando de unos a otros, como ocurre --y de hecho en todo el libro-- en pp. 69-70 donde de la descripción de la decoración y los muebles del despacho de un dentista  se salta a a un tractor que está labrando la tierra, al polvo y suciedad que esta tarea provoca y a las cabezas de venerables príncipes de la Iglesia y cardenales que en su día se pudrieron en esa misma tierra, o en 171-172, donde se amalgama la imagen de la Virgen de Lourdes, los harapientos negros de Madagascar, el fanatismo de las peregrinaciones religiosas de los tullidos y enfermos, el recuerdo del ceremonial de un entierro, una pesadilla con mosquitos comedores de carne humana, una evocación terrorífica de una nube de pájaros de cantos chirriantes y los sombreros de piqué blanco que llevaban las damas elegantes en los tiempos en que el narrador era joven y aún algunas cosas más.

       Que era  Simon hombre de vasta y bien asimilada cultura parece claro tras la lectura del libro, sobre todo en los campos de la Arqueología e Historia Antigua y la Historia de la Pintura y la Fotografía (empezó de pintor y fotógrafo antes que de escritor y al parecer no llegó a abandonar nunca estas actividades). En las pp. 210-213 hay un admirable estudio cromático, objetual y de personajes de un taller de pintor a través de la fotografía de éste, del taller, no del pintor, ---que reaparece más adelante---en el que las referencias al holandés de la pipa  hacen pensar en Van Gogh, y los movimientos y evoluciones de los personajes, a la vez, en la composición de figuras en Las meninas y en los cuadros o también figuras pornográficas de las novelas de Sade, que concluye con la parrafada que comienza.: "(...) la bandeja con las tazas y el plato, agregándose simplemente (y entonces la mujer-hombre se habría levantado sencillamente para traer otra taza ) al número de los ya presentes (o sea el pintor, la modelo desnuda, la mujer y el hombre barbudo sentado detrás del taburete mientras que la mujer ocupaba otro taburete parecido al que sirve de mesa, vuelta de espaldas a la estufa y casi pegada a ella. el grupo de los tres bebedores de té llenaba así (...)"

         Pero no sé muy bien qué sentido tendría hoy un, digamos, experimento de escritura como éste. Quizá lo tuviera en su tiempo. No pocos fragmentos tienen un tono verdaderamente poemático, otros son meros desahogos o exabruptos, como por lo demás conviene a la mostración de una conciencia devastada y en disolución, que es el asunto central del libro, cuya mayor virtud, amén de la citada espléndida imaginación verbal que demuestra es que exige del lector una constante atención y tensión intelectual, porque si no corre el riesgo de perder el hilo casi de continuo.