lunes, 27 de junio de 2011

UN LIBRO DE ENTREVISTAS: LA EDAD DE ORO DE VICENTE MOLINA FOIX


Entre 1995 y 1996 publicó el suplemento dominical del diario El País una serie de entrevistas con personajes, trece hombre y cinco mujeres, relevantes de la literatura, el pensamiento, las artes plásticas, la música y el cine españoles que hubieran superado entonces la barrera de los setenta años. Algo necesario porque si bien algunos de ellos resultaban conocidos del público medianamente culto, otros, como Julio Alejandro o Sanz de Soto, yacían en el semiolvido o aparecían vagos y desdibujados. En 1997 las entrevistas, debidas a Vicente Molina Foix, se recogieron en libro con el texto ampliado, espléndidas fotos y nuevos materiales añadidos que enriquecían el contenido. Lo leí entonces y lo he releído ahora, cuando buena parte de los entrevistados ya ha fallecido. Si grata y entretenida se me hizo la primera lectura, más me ha resultado esta segunda. Me pareció entonces y me sigue pareciendo ahora que esos personajes representaban un mundo de renovación , libertad interior y rectitud moral que los convertía de algún modo en ejemplares, aunque el mayor conocimiento e información que de ellos uno cree tener a día de hoy ha venido a corregir y matizar aquella fascinación inicial.



Es de agradecer en primer lugar la seriedad y competencia de Molina, que demuestra haberse documentado a fondo sobre los entrevistados y sobre lo que cada uno de ellos ha hecho o dejado de hacer, y ha consegido, me parece, dejar hablar, algo difícil y relativamente insólito, harto como está uno de leer u ojear entrevistas en que la formulación misma de las preguntas sesga u orienta de alguna manera las respuestas, aunque es claro que esto siempre dependerá de la habilidad o mala intención del entrevistador y de la entidad y background del entrevistado. Hay que decir que aquí las más de las semblanzas, con algunas excepciones puntuales relativas a parte de lo dicho por algún personaje, suenan como moderadamente verosímiles, aunque es sabido que eso de la personalidad tiene mucho de máscara ad hoc ---más aún en los llamados famosos--- y de ahí lo dúctil, maleable e interesada que puede resultar la memoria para las racionalizaciones a posteriori de la propia conducta. Pese a ello y pese a que como es lógico Molina les hiciese llegar previamente un esquema o cuestionario, las respuestas no dejan de tener un aire de espontaneidad y frescura. El entrevistador los ha dejado hablar, digo, aunque acaso se eche de menos en él algo más de ---con una palabra que se suele utilizar en la jerga del periodismo y que no me gusta nada---agresividad , quiero decir que ante ciertas aseveraciones, sobre todo las de tipo político (cuando Sampedro da por ejemplo la impresión de haber compatibilizado sin ninguna mala conciencia su condición de asesor del Ministerio de Comercio con sus sentimientos antifranquistas) Molina se muestra en exceso conciliador y me parece que de haber sido un poco más incisivo tampoco se hubieran resentido el respeto ni la legítima admiración.



Algunos nacieron a principios de siglo ---Granell, Aranguren , Oteiza--- y vivieron por tanto sus años de aprendizaje y primera juventud antes de la Guerra Civil; los más jóvenes como Castellet o Bohigas hubieron de formarse con mayor o menor fortuna o dificultades bajo el franquismo, pero todos tienen algo que decir y en lo que dicen comparece no solo buena parte de la mejor cultura española de los cincuenta a los noventa del siglo pasado, sino también, por alusiones o referencias, el precedente moral del ambiente republicano de preguerra, desde las luchas políticas de aquella época hasta lo que pudo representar la Residencia de Estudiantes.



Es por lo demás inevitable que el lector tenga, en un libro de esta naturaleza, aun haciéndose cargo de las prevenciones apuntadas más arriba acerca de que lo que alguien diga de sí mismo hay que tomarlo siempre cum mica salis y pese a que todos sin duda son muy conscientes de su propio personaje, su sistema de simpatías y antipatías, y así unos le hayan resultado más atrayentes que otros.



A mí el más simpático y disparatado de los retratados me ha parecido el de Oteiza. El viejo vasco se despacha a sus anchas sin preocuparse demasiado por la corrección política o quizá es que, en un efecto buscado, le fascina cultivar su fama de cascarrabias (por eso no llama demasiado la atención que con posterioridad a la entrevista escribiera una carta a Molina, en la que con su deshilachada e infantiloide sintaxis, le reprocha que no había escrito exactamente lo que él había declarado, carta que se reproduce en el libro). Así, da rienda suelta a su enemiga con los políticos del PNV, su obsesión con Chillida o sus opiniones sobre lo que la prensa llama conflicto vasco, y habla por ejemplo de " Garaicoechea(...) ese desgraciado", o de que ETA hizo en sus primeros tiempos "asesinatos políticos limpios como el de Carrero", o de que "El GAL era necesario, aunque tendría que haber salido de los vascos". Quizá el más sincero, autocrítico y menos pagado de sí mismo ---y también poco celoso de su intimidad--- sea Imperio Argentina, que dice no estar demasiado satisfecha de su vida por cuanto se vio obligada por las circunstancias a hacer un cine mediocre. El más poliédrico y aparentemente cínico en sus opiniones políticas, Augusto Assía: ¿cómo se come eso de que "Yo nunca fui franquista, aunque tampoco antifranquista" o de que "Lo que ahora vivimos se parece bastante al franquismo , pero sin franco, y eso es peor, porque él al menos contuvo al comunismo".? El más juguetón y travieso, Gloria Fuertes, que se diría que no da demasiada importancia, saludablemente, a su labor. El más cuidadoso con su intimidad Victoria de los Angeles, aunque al final se desahogue hablando de su hijo con síndrome de Down. Los más proteicos y versátiles, Granell( que creo particularmente lúcido y ecuánime cuando habla de lo que ha sido la España moderna: este antiguo troskista declara: "Se ha dicho que el tiempo de la República fue una edad dorada y no es un exageración. Aquella cultura, aquella educación, aquella curiosidad, desaparecieron con la guerra. En el rápido siglo XX cuarenta años de franquismo equivalesn a cuatro o cinco siglos de cristianismo. Ahora se critica ferozmente a Felipe Gonzálex y al PSOE, pero para mí no hay duda de que en estos trece años de gobierno socialista se ha adelantado enormemente y se ha acabado con el gran ogro español, la Inquisición y los militares ") y Gaya, que es muy contundente y provocador en sus juicios sobre los camelos del arte moderno y que pese a caer en el manoseado tópico de que España nunca ha sido merecedora de sus genios abunda en originales intuiciones :"La pintura española es real como no ha podido serlo nunca la realidad misma española, por eso el Prado es casi como un manicomio al revés, como un manicomio de cordura, de calma, de certidumbre. Afuera está la realidad ilusoria, la vida-sueño, pero la pintura, para el español, es precisamente despertar" . El más previsible y serio, aunque no parezca que haga demasiados esfuerzos por sacudirse esa imagen de marca, Aranguren. El más gozador de la vida y dicharachero, por más que también el más dado al chismorreo y al anecdotario mundano, Sanz de Soto. El más se diría que satisfecho con lo que él mismo califica de papel de segundón, Castellet, muy modesto y desapegado también, como José Bello. Los más sentimentalmente hermosos, los de Julio Alejandro, que moriría poco después de hacer la entrevista y que mereció un muy sincero y sentido texto necrológico de Molina Foix que se incluye en el libro, y Pilar López, que ha atesorado conmovedoramente la memoria de su hermana Encarnación, La Argentinita, hasta el punto de que oparece en parte haber vivido de ella. El más novelero, el de Muñoz Suay, cuyo relato de las peripecias por las que hubo de pasar para zafarse del cerco franquista al final de la Guerra suenan un tanto inverosímiles .



En suma, un libro que no habría que adscribir en absoluto a eso tan espurio que llaman actualidad y que por eso no ha adquirido el aire caduco de los reportajes de ese tipo, que es un ejemplo de excelente periodismo literario y que por muchos conceptos resulta de muy recomendable lectura, por mucho que hayan pasado ya catorce años de su publicación.

viernes, 24 de junio de 2011

UN LIBRO DE ENSAYOS DE W.G. SEBALD



W.G. Sebald. Pútrida patria. Ensayos sobre literatura. Barcelona. Anagrama. 2005. Traducción de Miguel Sáenz.



Estas dos colecciones de ensayos dedicados a la literatura austriaca, bajo el título de La descripción de la infelicidad la primera, publicada en 1985, y Pútrida patria la segunda, de diez años más tarde, no tienen en verdad desperdicio, tanto por la novedad y agudeza de muchos de sus planteamientos como por la amplitud de referencias, correlaciones y evocaciones que suscitan y que dejan ver la bien asimilada y densa cultura literaria del autor de, entre otras novelas memorables , Austerlitz o Los anillos de Saturno.



El principal rasgo distintivo de la literatura moderna austriaca en lengua alemana es para Sebald su carácter fronterizo, fruto del cruce de culturas y de los constantes trasvases de población, y sus temas por antonomasia vendrían a ser la constante crítica de sí misma, la obsesiva insistencia en la infelicidad como coextensiva de la vida misma, estado melancólico que no tiene por qué necesariamente desembocar en un deseo de muerte, y la problemática noción de patria , según los autores o soñada, o ausente o imposible, pero siempre puesta en cuestión.



En El espanto del amor, a través de un minucioso análisis de motivos de El relato soñado de Schnitlzer, se considera el modo en que en este autor, médico de profesión, se intenta, con cierto pesar pero sin patetismo, la demolición del amor como ideal y de la institución burguesa del matrimonio ayudándose entre otros de algunos pasajes e intuiciones de Freud y del Adorno de Minima moralia. Según Sebald Schnitzler reproduce, aunque de modo irreflexivo, las convenciones vigentes y las pautas de funcionamiento del patriarcalismo. En el Relato soñado, a través de la historia de la pareja formada por Albertine y Fridolin se comprobaría que nuestros verdaderos sueños no corresponden a la pretendida belleza ideal de los deseos de la vigilia sino que están guiados por un impulso hacia la perversión en el que pavorosamente lo hermoso se convierte en odioso: la histerización de la mujer, la importancia del mito del ideal caballeresco en el imaginario femenino (en el pasaje del sueño que Albertine cuenta a su marido) o la vía de escape que supone para los hombres la prostitución, cuya existencia resulta tan funcional para el mantenimiento del matrimonio, así como el simbolismo de la muerte en relación con la sexualidad por el fantasma de la sífilis y del contagio de lo impuro, particularmente visible esto en el libro autobiográfico de Schnitzler Juventud en Viena.



El país por descubrir se consagra a considerar El castillo de Kafka a la luz del psicoanálisis y de la tradición folclórica y popular que siempre ha visto en los motivos del viaje, el peregrinaje y la posada trasuntos de la muerte. Establece muy interesantes paralelismos con la la película Nosferatu de Murnau y con ciertos pasajes de T. Mann. De hecho aunque acaso parezca un poco forzado, Sebald lee toda la obra kafkiana como una alegoría de la muerte; así, en el final del relato Preparativos de boda en el campo :"Entró susurrante por mi puerta a toda prisa, como un médico que teme llegar demasiado tarde al lecho de un enfermo que se apaga" el enfermo no sería sino el narrador y a la postre Kafka mismo, que siempre se sintió como un forastero y peregrino en la tierra y que en la época de la redacción de El castillo y del relato citado ya presumía próximo su fin.



Sistema y crítica del sistema en Elías Canetti aísla muy bien el tema esencial de la obra de este autor, una patografía del poder y de la fuerza. Para Canetti el Poder no es una circunstancia objetiva ni una relación dialéctica sino un concepto arbitrario que surge en ciertos individuos de una pulsión psíquica que el hombre de poder trata de imponer por la fuerza a los demás, de modo que todo poder deriva de una manera u otra en una forma exacerbada de expresión paranoica, que Canetti ilustra magistralmente en los casos extremos pero significativos del presidente del senado Schreber, aunque él la extiende también al régimen hitleriano y casi a Alemania entera, en una situación que supuso el "triunfo total de la ideología". En las obsesiones de Hitler y de su arquitecto Speer, por ejemplo, en sus obsesiones monumentalistas y en el placer de construir se manifiestan las nostalgias de un orden total del que está ausente toda vida. La imaginación paranoica deriva aquí, en el precipitado de los delirios nazis, en el Imperio como desierto y la morada como sepulcro, en los que el creador del orden puede descansar eternamente en una pose elegida por él mismo y con absoluta seguridad. Pero lo fundamental es las tesis de Canetti es que la mentalidad ordenancista y la paranoia del poder "sigue practicándose a escala más modesta como organización de la vida normal" (cit. en pág 63). Canetti, en fin, pensó de modo radical y como pocos en los aniquiladores procesos de nuestro siglo, el surgimiento de los fascismos, el genocidio judío, la cancerosa hipertrofia de los aparatos del Estado y la amenaza de la aniquilación nuclear, procesos todos ellos mortíferos y que él no contempla muy desligados de los sistemas cerrados de filosofía y las concepciones del mundo de pretensiones absolutizadoras. Hay que agradecer a Canetti por último su gusto por la sátira y su ácido sentido del humor, que le venía del convencimiento de la vertiente ridícula que inevitablemente tiene el ser humano.



Cuando la oscuridad pone punto final se dedica al significado de la obra de Bernhard, que para Sebald se inscribe en una larga tradición de escritores austriacos (Hofmannsthal, Kraus, Kafka) incapacitados para la política, esto es, que niegan su necesidad en bloque y se sienten al margen de toda crítica constructiva o racionalizadora; de ahí que en Bernhard, escritor particularmente poseído por una lucidez escéptica y destructora (de la estirpe espiritual de un Swift o de un Cioran), el exabrupto y la negación in toto de los fundamentos institucionales del mundo tal como está montado hoy se eleve a categoría estética. Casi todas sus fijaciones tienen en gran parte una explicación autobiográfica: sus ataques a la familia, por ejemplo, son difícilmente separables de las funestas experiencias de su infancia. El ensayo insiste sobre todo en ilustrar, en la novela Trastorno, de 1967, la idea de que el poder, la riqueza o la propiedad acaban aniquilando o enloqueciendo no solo a quienes sufren la opresión de los poderosos, sino también a quienes pretendidamente disfrutan de aquellos privilegios, tal como aparece según Sebald en el alucinante y paranoico monólogo del príncipe Saurau, el terrateniente obsesionado con destruir y arruinar su patrimonio, no muy distinto en su feudalismo reaccionario de los experimentos libertarios de su hijo, ambos catastróficos en la visión de Bernhard por el carácter mortífero de su irrealidad como ideales . Nada más lejos --y este es otro de los ítems recurrentes en la escritura de nuestro autor, junto a las diatribas contra los hijos o contra la institución de la pareja---por otra parte en Bernhard que la creencia en una Naturaleza paradisíaca o benévola, para él una ficción interesada o una simple excrecencia de la mitología del hombre urbano. En los relatos de Bernhard lo "natural" aparece siempre como una fuerza extraña y hostil, y en el campo, en los ambientes rurales, se nos sugiere que la gente está aún más podrida que en la ciudad:"la naturaleza es una casa de locos mayor aún que la sociedad"(pág.-80). Sebald ve fundamentalmente en Bernhard a un moralista y a un satírico de risa desencantada y amarga, alguien convencido de la irremediable estupidez del hombre y de toda norma social.



Bajo el espejo del agua enfatiza la extrema lucidez y la capacidad descriptiva de la esquizofrenia en el relato de Handke El miedo del portero ante el penalti, cuyo mayor mérito radica en que se concentra en la narración del amortiguado estallido de una crisis psicótica sin mostrar la vida privada previa del protagonista, en la mostración de ese proceso en el que se atraviesa la frontera entre la normalidad y la locura. En la patética historia de Bloch, el ex portero de fútbol que en su juventud disfrutó de una efímera fama y que en el relato trabaja como montador en una empresa constructora, el pánico se origina en su confusión mental, en su inadaptación al medio y a los otros y-- en este punto radica la originalidad de Handke--- en el desmoronamiento de su mundo que empieza con sus desarreglos lingüísticos, en su incapacidad para oír y entender lo que le dicen; lo que dicho sea de paso, da pie a Sebald para hacer una digresión, llena de sentido para los procesos semiinconscientes que rigen el funcionamiento de la lengua y la improvisación a ciegas o la escritura automática en la creación literaria, acerca de las teorías de Stanislav Lem sobre las máquinas parlantes: la disgregación de Bloch muesta que "la privación de las fases, también necesarias para la vida de las máquinas parlantes (...) es un factor central en la etiología de la alienación mental y demuestra que la capacidad verbal de la literatura se mantien viva solo por la conciencia del peligro de perder el habla" ( pág 95)



En la introducción a la segunda serie de ensayos, Pútrida patria, -- que a diferencia de la primera, que insistía más en los aspectos psíquicos y autobiográficos de la escritura, se sitúan más bien en la óptica y el sistema de intereses de una Sociología de la Literatura--- explica Sebald los condicionantes sociales e históricos que han influido en el carácter de la producción literaria de Austria, y en este sentido hay que tener en cuenta la desintegración del Imperio Habsbúrgico y el surgimiento de la pequeña república alpina en la postguerra, pasando por la desdichada anexión nazi y los intentos de asimilación, nunca realizados el todo, de la importante minoría judía. "Cuanto más se habla de patria, menos existe ésta" (pág. 110). Particularmente en los escritores judíos, Broch, Schnitzler o Joseph Roth, la patria se convierte casi siempre en una imposible quimera en una desgraciada entelequia, y a este respecto se detiene Sebald en unos párrafos en las extravagantes fantasías de Herzl, el fundador del sionismo, que soñó nada menos que con un reasentamiento masivo de judíos en Viena, la nueva Jerusalén, previamente convertidos al catolicismo, para fundar allí una utopía estatal judeocristiana, proyecto que incluso trató de presentar al Papa.



Aporías de las historias del gueto remite a la obra de escritores judíos asimilados o semiasimilados a la cultura alemana, que paradójicamente parecían añorar la patria --las miserables comunidades de las juderías del Este---y de ahí las visiones idealizadoras del gueto de un Kompert o las viñetas casi etnográficas del mundo judío de Karl Emil Franzos, caracterizadas ambas según Sebald por su inverosimilitud e inconsistencia, lo mismo que, por otras razones, los 26 relatos breves que Sacher Masoch publicó en 1892 con el título de Vida judía , bienintencionados y amablemente caricaturescos, curiosa manifestación de literatura filojudaica y antiantisemita.



La ley de la vergüenza vuelve, desde otros punto de vista, sobre El castillo de Kafka, para estudiar la novela por un lado como metáfora del carácter parasitario del poder y poniendo a éste en relación con la teoría de H.M. Enszensberger sobre el vínculo entre Poder y suciedad: "cuanto más rígido es un sistema de orden mayor cantidad de suciedad produce" (pág. 145) y por otro considerándola a la luz del mesianismo judío. El ensayo sobre J.Roth se centra, partiendo de la aguda intuición de Benjamin en su Origen del drama barroco alemán sobre la secreta sintonía entre el hecho de escribir y la proximidad de la muerta, ante todo en la melancolía que abrumó los últimos escritos de aquel escritor y sus postreros años de vida, amargado por su condición de apátrida y su mísera existencia de alcohólico. El dedicado a la Novela de montaña de Broch supone una demoledora crítica del estilo brumoso y altisonante, lleno de tópicos de cartón piedra, que Broch utiliza en esa novela, muy parecido a lo que él mismo criticaba y a años luz--parece tratarse de escritores distintos-- del nivel de escritura que él llegó a alcanzar en su obra maestra, La muerte de Virgilio. Según Sebald aquí no hay más que una prosa previsible y trivial, llena de lugares comunes, inflada de descripciones paisajísticas que oscilan "entre la objetividad meteorológica y la poesía trivial"(pág.183)


País perdido (Jean Améry y Austria) versa sobre el periplo y la metamorfosis sufrida por este autor, desde el apego y la idealización, en sus años juveniles, por la patria austriaca entendida como entidad geográfico-cultural de raíz romántica identificada más que nada con el paisaje alpino, hasta la ruptura con ella ( hasta el punto de afrancesar su original nombre alemán de Hans Mayer tras al asunción de su condición de judío u su experiencia del paso por los campos nazis) y de hecho con la cultura en lengua alemana. El último ensayo del libro, en fin, se detiene en La repetición de P. Handke, un relato en que el narrador, un joven que abandona su país, Austria, en busca de sus orígenes familiares, encuentra en principio el sabor de lo diferente y del extrañamiento precisamente entre el anonimato de las ciudades yugoslavas (viaja a Eslovenia en os primeros sesenta) y la liberación que para él supone encontrarse en una cultura otra, sin las señas de identidad propias del aburrido y meloso folclore austriaco. De vuelta a Austria, el protagonista siente al fin que lo de verdad ideal es no tener patria alguna, ni en la que ha nacido ni la que ha descubierto, al fin tan irreal y quimérica la una como la otra.



jueves, 16 de junio de 2011

LAS TRAMPAS DE LA LÓGICA: PESSOA Y EL BANQUERO ANARQUISTA




Pessoa, Fernando. El banquero anarquista. Valencia. Pre-textos. 2001. Traducción y prólogo de Jorge Gimeno.



Este relato, brillante y provocador, fue uno de los pocos escritos que el autor vio publicado en vida, en 1922, en la revista Contemporânea, aunque, según explica el autor de la traducción en el prólogo de la edición que manejo, Pessoa estaba muy interesado en volver sobre la obra, y de hecho lo hizo, incluyendo algunas correciones e interpolaciones con vistas a una nueva versión que no alcanzó a ver la luz al sobrevenirle la muerte en 1935. Dichas interpolacionesasí como los primeros párrafos de una versión inglesa que iba a hacer el propio Pessoa, aparecen como apéndice, pese a que no suponen, creo, cambios sustanciales para el sentido general del texto.



El banquero, plutócrata y estraperlista especulador ---y es difícil no pensar hasta qué punto las premisas de las que parte y su manera de racionalizar el statu quo se parecen muchísimo a lo que nos cuentan todos los días los voceros y propagandistas del llamado neoliberalismo globalizador practicado hoy por el gran capital internacional--- trata de convencer a su interlocutor, mediante una sarta silogística de premisas y conclusiones , no solo de que no hay contradicción alguna entre su condición de gran capitalista y su ideología de anarquista, sino de que el verdadero anarquismo es el por él practicado, mientras que los que pasan por tales no son sino traidores a la causa y falsificadores del espíritu de la mística ácrata.



Lo sibilino y sofístico del razonamiento se muestra en que, dice el banquero, puesto que no puede haber sociedad natural ( lo cual constituiría una contradicción en los términos , toda vez que lo social es por definición sinónimo de artificial o, como él dice, de ficción social, como lo es coherentemente toda institución, el Estado, el matrimonio, la familia, el dinero etc), es decir, en su lenguaje, anarquista, toda vez que lo único de verdad natural es la soberanía del individuo o, dicho en términos más bastos, la procura por sí o el egoísmo, y como todo intento de implantar por la fuerza una ficción social nueva resulta absurdo, porque supondría cambiar un Amo por otro parecido, lo más razonable, lo menos, podríamos decir, antinatural, sería la adecuación o amoldamiento a la situación existente, por cuanto es a la que estamos más acostumbrados.



Ahora bien el problema estriba en de dónde se saca la certeza absoluta de que mi "bienestar", "comodidad" o mi "instinto de conservación" sean naturales o de que lo personal ---contra toda evidencia, incluso etimológica, y más en nuestro autor, que llevaba lo personal en el apellido y cuya vida y literatura fueron una negación de la idea misma de verdad e identidad---- también lo sea, y por qué habría de no ser la del individuo o personalidad tan ficción social como las demás. Que lo en verdad "natural" sea el egoísmo --- y tan arbitrario sería suponer que lo fuera el altruismo, como pretendían los teóricos de la bondad innata del hombre---recuerda un tanto las gratuitas imaginerías acerca del homo economicus que tanto enfatizaron los fundadores de la llamada Economía Política, Stuart Mill y Ricardo entre otros, o ciencia que primero se dedicó a racionalizar el entonces naciente capitalismo. A este respecto no puede uno menos que recordar el proverbio aquel de Antonio Machado, que algo deja entrever de la ambigüedad misma de las nociones de egoísmo y altruismo y acaso de lo vano de sus distinción: "¿Todo para los demás?/ Llena primero tu jarra,/ que ya te la beberán".



El mismo gusto por la paradoja, el sofisma y la trampa lógica se encuentra por doquier en el texto: ¿cómo liberarse para siempre de la tiranía y la coección del dinero? Pues simplemente teniendo mucho: "y cuanto mayor era la cantidad en que lo adquiriese, más libre estaría de su influencia" (pág 75). Por eso, cuando el banquero empieza a enriquecerse, no repara en medios, según dice, esto es, hace lo mismo que tan justamente critica en el revolucionario leninista y en el jesuíta, para los cuales el fin justifica los medios. Este es uno de los pasajes, el que compara el Estado soviético con un colegio de jesuítas, sin duda más brillantes del panfleto, como lo es también aquel en que nuestro banquero predice--págs. 50-51-- con aguda anticipación en qué iría a dar al cabo de los años la implantación del socialismo real, aunque hay que reseñar que el relato no se libra al mismo tiempo de caer en los más sobados y graciosos tópicos reaccionarios, como cuando afirma--- pág. 99--que lo que ha llevado a tantos intelectuales a la ideología comunista haya sido el puro esnobismo o su afición por el "amor libre" (sic), que solo atrae a "impotentes" y "onanistas".



Me parece que sería un error leer El banquero...con arreglo a las categorías políticas usuales de izquierda/derecha o progresismo/reaccionarismo (por otra parte ya muy desgastadas y las más de las veces de fronteras muy difusas) aunque no estoy muy seguro de que el escrito se pueda calificar de simple broma ; no obstante, parece obvio que el lisboeta debía de sentir una repugnancia instintiva por todo lo que oliera a gregario, a colectivo , que le venía probablemente por rechazo de la educación recibida, por imposición de su más íntima conformación psíquica y por su animadversión hacia la tradición judeo-cristiana y a esa especie de mundanización de la trascendencia religiosa que es la idea de progreso. Por ello se encontraba muy a gusto en esa atmósfera intelectual elitista y aristocratizante de los años veinte y treinta en la que militaban desde Spengler a Keyserling o el Ortega de La rebelión de las masas.





lunes, 13 de junio de 2011

NOTAS DE LECTURA : VASSILI GROSSMAN


Acabada de escribir poco antes de su muerte, en 1964, y desde la tristeza que le producía su condena al ostracismo y la aguda conciencia de haber vivido en un mundo policíaco y opresivo, este texto, que responde al heraclitiano título de Todo fluye, vale la pena leerse, a pesar de lo que considero algunos defectos que expondré más abajo, y supone sin duda un valiente testimonio moral y un amargo y desengañado ajuste de cuentas, por lo menos en parte, con las creencias e ilusiones de Grossman mismo.

La desoladora trayectoria vital del protagonista, Iván Grigórievich, es la de tantísimos militantes revolucionarios que en su día creyeron no solo en el mito de la Revolución, sino en su encarnación histórica en el estado soviético. Condenado por una delación en los años 30, saldrá del penal siberiano gracias a la desestalinización o adecuación a las nuevas circunstancias propiciada por las esferas del Poder un año después de morir el Vozd en 1953. Tras vagar unos días por Moscú y Leningrado y compobar lo ilusorio de sus expectaticvas de encontrar ayuda o protección, Iván consigue sobrevivir gracias a un modestísimo trabajo en una pequeña ciudad en la que conoce a una pobre y melancólica viuda de guerra con la que acabará hallando algo de amor y ternura hasta que ella muera al poco tiempo y él se retire a la aldea de la que procedían sus padres Pero pese a su cautiverio Iván no es un hombre moralmente destruido, aunque dé esa impresión de indiferencia o impasibilidad en sus reacciones y, lo que es más importante, vaya poco a poco, una vez fuera de la prisión, tomando conciencia de que la cárcel está también fuera de los aniquiladores barracones siberianos que ha dejado atrás: "Le parecía que las alambradas ni siquiera eran necesarias y que, fuera o dentro de ellas, la vida era en esencia la misma" (pág. 79).


La novela muestra, por lo demás, toda una galería de tipos tocados de un modo u otro por alguna forma de cobardía o degradación moral, hasta tal punto se interiorizó por los que transigieron con el régimen los presupuestos que este impuso de doblez, cinismo y paranoia generalizada: a Nikolái, primo de Iván, que se ha plegado a la situación para proteger y medrar en su carrera científica, la visita del protagonista le incomoda por cuanto le provoca mala conciencia, lo cual no impide que le cuente como autojustificción los consabidos y cínicos eufemismos de que "eran tiempos difíciles" y de que "en realidad, todos lo hemos pasado muy mal"; Pineguin, antiguo compañero de estudios del protagonista que ha conseguido trapar hasta la nomenklatura y a quien el encuentro con el expresidiario provoca "latidos violentos de corazón", cree pensar, aunque solo por un instante, que le daría a Iván " las condecoraciones, la dacha, la autoridad, el poder, su hermosa mujer y sus prometedores hijos (...) se lo habría dado todo con tal de no sentir el peso de su mirada" (p. 82).



Escrita con continuos saltos atrás y desde diferentes voces narrativas (el cap. 13 cuenta en primera persona la triste existencia de Mascha, una mujer condenada a Siberia por haberse negado a delatar a su marido, y en las págs, 163-191 se da paso al espeluznante relato de la colectivización forzosa del campo y de la muerte por hambre de millones de campesinos ucranianos visto desde la perspectiva de Anna, madre de Iván), la novela abunda --y es una lástima--- también en digresiones relativamente extensas que en su última parte hacen que se resienta no poco su coherencia y estructura, toda vez que la progresión del texto hace al lector casi olvidarse de la trama principal. Aquí Grossman se pierde en una serie de divagaciones de tono ensayístico, que no me parecen demasiado originales ni que aporten nada fuera de lo ya sabido, acerca del pretendido carácter nacional ruso, basado según él --- y antes de él según Dostoievski y otros muchos después---en un cristianismo ascético y sacrificado y en una especie de apego fatalista a la condición de esclavo. Bastante interés más tienen, con todo y pese a lo dicho, los párrafos que se dedican a un análisis de la mitología psicopatológica de un Lenin o un Stalin, que supieron aprovechar en su favor aquel fatalismo, o el cap. 22, una apretada síntesis histórica de Rusia donde el autor supone que los tiempos modernos, ya desde Pedro el grande y Catalina, no hicieron sino aumentar el poder coercitivo estatal y ahondar el desfase entre modernización del Estado y esclavización de los campesinos, procesos que por lo demás discurrieron paralelos y que continuaron tras la Revolución de Octubre, lo cual vendría a constituir una de sus más insospechadas paradojas.

miércoles, 1 de junio de 2011

TRES MIRADAS SOBRE ZAMORA , TRES CALAS EN LA LÍRICA ESPAÑOLA CONTEMPORÁNEA.




Me propongo en estas breves notas considerar la aparición de la ciudad de Zamora, como motivo literario, en tres composiciones, una muy corta y las otras relativamente largas, de otros tantos poetas contemporáneos, muy distintos entre sí. La primera es una canción de Blas de Otero incluída en la sección cuarta, Geografía e Historia, del libro Que trata de España ( 1960), recopilación que viene a constituir una especie de homenaje y recapitulación de la riquísima tradición del Cancionero y el Romancero anónimos.








El poema, titulado Delante de los ojos, dice así

Puente de piedra en Zamora
sobre las aguas del Duero.

Puente para labriegos, carros,
mulas con campanillas, niños
brunos.

Vieja piedra cansada
de ver bajo tus arcos
pasar el tiempo.

Junto a la orilla, baten
las aceñas, españa
de rotos sueños.

Cuando el poniente pone
sutil el aire y rojo
el cielo,

el puente se dibuja
tersamente, y se oye
gemir el Duero.


Eso es lo que el poeta tiene "delante de los ojos", lo que se le ofrece a la limpidez de su mirada, esa secuencia de viñetas, de trozos de vida, de las que me atrevo a decir que, en su aparente sencillez, alcanzan a sugerir algo tan indefinible como una verdad.Obsérvese con qué economía de medios ( seis brevísimas estrofas en eneasílabos, octosílabos y el verso corto de cierre, asonantado, de cada una de ellas, que recuerdan el molde del romance y de la seguidilla) posa el poeta con admiración y amor su vista en los paisajes y paisanajes españoles, con una disposición de ánimo que viene evidentemente del legado noventayochista y de la intrahistoria unamuniana. Todo, por otra parte, en esta cancioncilla, (la tenue disposición circular, sin llegar al estribillo, la asonancia, los encabalgamientos, la sencilla y a la vez sutil asociación imaginativa) trae a la memoria de modo inevitable las maneras de la poesía anónima popular. El río y su rugir bajo los arcos puntea el paso del tiempo en el inacabable sucederse de los ocasos, indiferente a los sueños y a las vidas de las gentes en torno, en tanto el batir del agua en las aceñas remite de modo simbólico, ahí la pincelada sedicentemente social de buena parte de la poesía de Otero, a los "sueños rotos" de España.




El segundo poema que se va a considerar es Ciudad de meseta, del zamorano Claudio Rodríguez, y se incluyó en Alianza y condena (1958) . Reza así:





Como por estos sitio
tan sano aire no hay, pero no vengo
a curarme de nada.
Vengo a saber qué hazaña
vibra en la luz, qué rebelión oscura
nos arrasa hoy la vida.
Aquí ya no hay banderas,
ni murallas, ni torres, como si ahora
pudiera todo resistir el ímpetu
de la tierra, el saqueo
del cielo. Y se nos barre
la vista, es nuestro cuerpo
mercado franco, nuestra voz vivienda
y el amor y los años
puertas para uno y para mil que entrasen.
Sí, tan sin suelo siempre
cuando hoy andamos por las viejas calles
el talón se nos tiñe
de uva nueva, y oímos
desbordar bien sé qué aguas
el rumoroso cauce del oído.

Es la alianza: este aire
montaraz, con tensión de compañía.
y a saber qué distancia
hay de hombre a hombre, de una vida a otra,
qué planetaria dimensión separa
dos latidos, qué inmensa lejanía
hay entre dos miradas
o de la boca al beso.
¿Para qué tantos planos
sórdidos, de ciudades bien trazadas
junto a ríos, fundadas
en la separación, en el orgullo
roquero?
Jamás casas: barracas,
jamás calles: trincheras,
jamás jornal: soldada.
¿De qué ha servido tanta
plaza fuerte, hondo foso, recia almena,
amurallado cerco?
El temor, la defensa,
el interés y la venganza, el odio,
la soledad: he aquí lo que nos hizo
vivir en vecindad, no en compañía.
Tal es la cruel escena
que nos dejaron por herencia. Entonces,
¿cómo fortificar aquí la vida
si ella es solo alianza?

Heme ante tus murallas,
fronteriza ciudad a la que siempre
el cielo sin cesar desasosiega.
Vieja ambición que ahora
solo admira el turista o el arqueólogo
o quien gusta de timbre y blasones.
Esto no es un monumento
nacional, sino luz de alta planicie,
aire fresco que riega el pulmón árido
y lo ensancha, y lo hace
total entrega renovada, patria
a campo abierto. Aquí o hay costas, mares,
norte ni sur: aquí todo es materia
de cosecha. Y si dentro
de poco llega la hora de la ida
adiós al fuerte anillo
de aire y oro de alianza, adiós al cerro
que no es baluarte, sino compañía,
adiós a tantos hombres
hasta hoy sin rescate. Porque todo
se rinde en derredor y no hay fronteras,
ni distancia, ni historia.
Solo el voraz espacio y el relente de octubre
sobre estos altos campos
de nuestra tierra.




Lo que primero llama la atención en la poesía de Claudio Rodríguez es esa tersa naturalidad con que la palabra se adecua a la música y a la cadencia del castellano vivo y a la vez esa capacidad para la sugerencia y evocación que desde luego trasciende la apariencia en ocasiones demasiado inmediata o sencilla de su poetizar,y que algun crítico llamó, con no sé si demasiada fortuna, realismo trascendentalizado, aludiendo sin duda a la insólita y personalísima factura de su juego metafórico, a ese, en suma, "estar hablando de otra cosa".

El poema constituye en sus tres partes o movimientos una visión, una teoría ---en el más ajustado y preciso sentido de la palabra, esto es, un conocimiento especulativo con independencia de su aplicación a la sedicente realidad práctica---acerca de una innominada "ciudad de meseta" que bien verosímilmente pudiera ser Zamora, la suya natal. Se trata de una larga serie de endecasílabos y heptasílabos y solo un par de versos más cortos y algún alejandrino, blancos en su mayoría pero con una tenue asonancia distribuida de modo aparentemente casual o saltuario (é-o y á-e en el primer tramo y á-a en el segundo) Con profusión además de bien meditados encabalgamientos: "(...) Y se nos barre/ la vista(...)"; el talón se nos tiñe/ de uva nueva"(...); "(este aire/ montaraz(...)" y muchos más, que dan no poca gracia a lo que es propio de este expediente, marcar el artificio del verso en relación con el fin de frase, como también la dan el gusto del poeta por palabras castizas y entrañadas en la vieja lengua de Castilla, como "relente", "curar", "uva nueva" o el coloquialismo " a saber qué".



En tal ciudad la voz que habla en el poema va a intentar consignar o levantar acta de presencia de la alianza. Sabido es lo que significa esta palabra--opuesta y complementaria de condena--- en la poesía de Claudio: una especie de ligazón, propiamente sagrada, con la tierra, un vínculo con lo telúrico que está más allá de la mera condición de habitantes del planeta, y un ansia de armonía y hermandad con los hombres, una aguda interiorización de pertenecer a la especie que también va más allá del comercio intersubjetivo ---y perdón por el uso de esta fea expresión de filósofo---, una compañía (tomada en su sentido etimológico de com-partir el pan, voz que aparece tres veces en el texto) que para él simboliza sin duda la vida.

El primer movimiento del texto (vv. 1-21) se monta sobre la oposición que podríamos nombrar como cerrazón/apertura o separación/mezcla. Estamos ante la presencia de esa alianza, que se manifiesta del modo imperioso y arraigado que ilustra bien el cariz de las imágenes con las que se la describe: esa "rebelión oscura" que "nos arrasa hoy la vida"---hay que entender aquí por "vida" lo que se nos vende como tal o la convencional y vacua existencia---,ese "ímpetu de la tierra" que "barre" la vista, ese "saqueo" del cielo ---y nótese cómo la impagable ambigüedad de esa formulación difumina o asordina las resonancias bélicas o guerreras del sustantivo, de tal modo que habría que leerlo no en el sentido de que el cielo saquee nada, sino al revés, de que con la alianza se nos traiga el cielo a nosotros aquí abajo--- todo eso por lo que nuestro cuerpo se nos hace "mercado franco" y ya no reparamos en banderas, murallas o torres, pues que ya reinan los olores del vino de cada otoñada y las desbordadas aguas de la cosecha nueva suben ---en estupenda metáfora---al "rumoroso cauce del oído".



Si el primer tramo del poema supone la epifanía de la alianza, el segundo sin embargo (vv.22-48) poetiza, de modo más discursivo y con menos aparato metafórico, lo que la arruina y niega, toda vez que hay que hacerse cargo de la "planetaria dimensión" que aleja y separa un hombre de otro, una vida de la que transcurre al lado. Nuestro mundo está hecho en consecuencia de "planos sórdidos" de ciudades que abocan a la condena a la separación, y de ahí la triple contraposición de barracas, trincheras y soldada frente a casas, calles y jornal ---palabra esta que en Claudio viene a nombrar la ilusionante entrega a la obra bien hecha y aparece por tanto desprovista de sus connotaciones obreristas y sociales ---, consagradora del triunfo de esa moral maldita que ha erigido sus principales items en "El temor, la defensa, /el interés y la venganza, el odio/ la soledad" y la mísera resignación a la simple "vecindad", entendida como mera contigüidad o coexistencia, con el olvido de lo que podría haber sido vida como compañía.Mas pese a todo ello, se pregunta retóricamente al final, acaso resulte vana la pretensión de "fortificar" la vida, de matarla, por cuanto ella es, se nos dice, "solo", pero esencialmente, alianza, y como tal impermeable a todo deslinde o delimitación.



El tercer movimiento, (vv.4973), como en balanceo con los dos anteriores , corresponde a la pervivencia de la alianza, que se había insinuado en el primero y se problematizó en el segundo. Aquí es ya la ciudad la que con sus murallas comparece ante la mirada del poeta, murallas inútiles pues que fungen como simple testimonio de una "vieja ambición" que hoy tan solo dice algo a la sabiduría muerta del arqueólogo y a la banalidad papanatesca del turista. "Esto no es monumento/nacional, sino luz de alta planicie", se proclama taxativamente, aquí no hay límites ni geografía, todo constituye" materia/ de cosecha", esto es, filial comunión con la tierra, "patria/ a campo abierto" (negación de la idea misma, convencional y política, de patria), que solo se borrará del alma con el adiós de "la hora de la ida", se dice ambiguamente, pues que parece apelar al mismo tiempo a la circunstancia del viaje o la partida y a la muerte. En todo caso, los hombres pasan pero el mundo sigue, y es ese "fuerte anillo/de aire y oro de alianza" lo que al fin permanece y queda con rostro distinto en cada instante y en cada hoy: por ejemplo "el voraz espacio y el relente de octubre" en el momento de esta contemplación.




El tercer texto que se va a considerar es el poema CCIV de Más Canciones y Soliloquios (1988),de Agustín García Calvo, compilación que sigue a la primera serie publicada en libro aparte en 1976 en su primera edición.



El texto es este:



¿Qué nave es esa que a la deriva va?
¿Quizá Zamora?. El casco roído así
de algas, y nadando al flanco
ese delfín y del otro un ciervo:

Zamora. Hiende negra la proa por
un mar de dócil oro y olor de pan,
y al pie le siguen por las olas
malvas, telégrafos, abubillas.

Cabeceando lenta con un vaivén
pesado avanza, y a las amuras van
los seis grumetes asomados
tristes (¡adiós!), y las blancas gorras

gaviotas son que huyen grayando, seis;
no, no gaviotas; tórtolas mansas son,
que de la Torre del Obispo
a deshojar el clavel del viento

por las almenas parten, y flechas seis
de amor amargo, que el corazón panal
del mediodía hieren: hieren
mi corazón. ¡Infeliz Zamora!:

los senos mustios, velas caídas, no
te quiere el novio Noto, su velo azul
te niega. ¿Yace en la sentina
tu capitán de la barba de oro?

¿Quién ha colgado en mástil y entena aquel
descalzo, aquellos muertos verdosos? ¿Quién
llamó a esos cuervos que a centenas
posan en ti y con los ojos rojos

se hacinan, y en su miedo de tempestad
futura siempre graznan así: “La Ley,
la Ley del mar a los que intenten
alas abrir a los libres aires”?

Y vas, hedionda nave, de aquí a allá,
sin rumbo: al pairo vas, y detrás de ti
biliosa estrella se abre, y hierve
sordo rumor de los arrabales,

que puños alzan cárdenos hacia ti,
pero el vigía negro del torreón
los ve no más que espesa espuma
sucia de sed que a tu popa ruge

rabiosa. Y los marinos de la auroral
Juvencia hénos, hénos ahí también,
Sin más que hacer que la cubierta
ir a fregar y las gallinazas

De cuervo andar cogiendo con aserrín.
Pero tú avante, nave de mi dolor
más crudo: que a tu izquierda verde
brinca delfín y a tu diestra ciervo

de cuervos de violetas y moho en flor
tupidos.Ea, nave, que se te dé
mejor piloto y cien remeros
de alma leal y Levante recio

que allá te empuje al rico País del Sol
Muriente: allí la Virgen atlántide
se peina y duerme Dios; se abren
rosas allí los huidos días.

Lo más reseñable en principio de esta composición ---aparte de que el poema tiene todo él un como aire de etérea y difusa ensoñación--- es sin duda el extremado cuidado y artificiosidad que se pone en la métrica y el ritmo, cosa habitual en este poeta, especialmente ducho en adaptar al castellano los elegantes metros antiguos, extremo en el que acaso resida uno de los mayores atractivos de estos versos, que sin embargo tienen otros, así en la exquisita selección de motivos y referencias( Noto, el viento cálido del Sur, nacido de la unión de Eos y Astreo, Juvencia o el país de la eterna juventud, la Atlántida etc), como en la riqueza y espesor de sus imágenes y metáforas (esos cuernos de ciervo envueltos en flores y moho) y, muy a menudo, el hondo conocimiento de la vida que llevan aparejadas.

Utiliza aquí Agustín catorce veces la llamada estrofa alcaica, consistente en dos pentámetros o versos de cinco golpes o marcas rítmicas, de andadura yámbica o trocaica según se empiece por sílaba marcada o no, los dos primeros de cada estrofa, y dos tetrámetros o versos de cuatro pies o golpes, los dos últimos. Los tetrámetros marcan el ritmo sistemáticamente en las sílabas 4,6,9 y11, en tanto que la primera marca recae indistintamente en la 1ª o 2ª. Los golpes acentuales de los dos versos finales de cada estrofa serían 2,4,6 y8, ritmo yámbico, y 1,4,7 y 9, trocaico., que vienen a "corresponder", respectivamente, a dos dodecasilabos castellanos o endecasílabos terminados en aguda (11+1) ,a un eneasílabo (vers. 3º de cada estrofa) y a un decasílabo, constituido también por cuatro pies o golpes en la medida en que empieza siempre por sílaba marcada. Ya se ve que no se hace uso alguno de la rima. Abundantísimos resultan los encabalgamientos, interversales e interestróficos, y los hipérbatos, sobre todo en frases con verbos al final. Mezcla también el poeta niveles y registros de vocabulario, y lo mismo echa mano de cultismos ("hedionda", "cárdenos", "hiende", "Noto", etc) que de vocablos y expresiones populares ("grayando", "gallinazas", "al pairo", "aserrín"). Ricas y palpables ---ya se ha hecho mención más arriba--- resultan las imágenes y metáforas ("deshojar el clavel del viento", "que el corazón panal /del mediodía hieren", "los senos mustios, velas caídas", "de cuernos de violetas y moho en flor" y otras.



Me voy a limitar casi a glosar el poema, dada su complejidad y extensión y la acumulación y densidad de sus intimaciones.

Se trata de una larga invocación a la ciudad de Zamora, contemplada aquí como un navío sin rumbo que se adentra en el mar, al que acompañan por los flancos un ciervo y un delfín, animales de tradición mitológica, y, en una especie de breve enumeración caótica, malvas, telégrafos, abubillas. Mientras penosamente avanza mar adentro, va metamorfoseándose sacudida por su azacaneada singladura: seis grumetes dicen adiós con sus blancas gorras, grumetes que son a la vez gaviotas que huyen por el aire, mansas tórtolas y flechas de amor amargo que asaetean el corazón. Después los cuervos, aves malagoreras y siniestros heraldos del futuro--siempre nefandos--- la amenazan con la desgracia y la muerte, ("la Ley del mar") y la maldicen el "sordo rumor de los arrabales" que levanta sus "puños cárdenos", que bien pudieran referirse a las fuerzas y elementos que van, como se solía decir antes, en el sentido de la historia, pero cuya protesta queda en "espesa espuma/ sucia de sed(...)". No obstante ello, la nave sigue adelante, escoltada solo ahora por el gentil adorno del ciervo y del delfín, hasta perderse en el sinfín de un Occidente y quizá por ello no del todo ignoto ("País del Sol/ Muriente", Atlántida o Islas Venturosas, donde no rige la ley de Dios y donde se pretende, en un bienhadado deseo, que no haya tampoco tiempo: "se abren/rosas alli los huidos días".
bienhadado deseo,