Francisco Uzcanga Meinecke. El café sobre el volcán. Una crónica del Berlín de entreguerras (1922-1933). Madrid.Libros del K.O. 224 pp.
Leo ahora casi de un tirón y sin apenas levantar la vista del libro este texto, recién aparecido, de este joven filólogo hispano-alemán, del que no tenía mayor noticia (aunque ahora me entero también de que es compilador y traductor, en edición de Acantilado de 2016 y bajo el acertado título de La eternidad de un día, de una antología de Clásicos del periodismo literario alemán, 1823-1932, que tiene muy buena pinta ) y que actualmente enseña en el Centro de Idiomas y Filología de la Universidad de Ulm. Se trata de una feliz amalgama entre crónica, reportaje y ensayo novelado, escrita con evidente soltura, distanciamiento irónico, bien procesada información erudita y no poco sentido del humor. Una serie ---doce---de tableaux ---uno para cada año entre 1922 y 1933---más un prólogo y un epílogo, donde son muy de agradecer tanto la información útil---en parte de sobra conocida y en parte no tanto--- como las numerosas anécdotas, algunas especialmente chispeantes, entre las que sin duda habrá, aunque esto no importe en absoluto, no pocas apócrifas o muy reinventadas. Un panorama, como reza el subtítulo, de la vida sociocultural de la metrópoli entre la inestable instauración de la República de Weimar y la llegada de los camisas pardas.
Uzcanga ha tenido la ocurrencia ---y el acierto--- de tomar como referencia y apoyatura principal de su relato la clientela del célebérrimo Romanisches Café, uno de los puntos neurálgicos de reunión ---había otros--- de la variopinta fauna más o menos bohemio-intelectual de la ciudad. Cada uno de los capítulos o cuadros nos presenta a uno o varios clientes del local en su actividad, amistades y relaciones, de modo que por aquí desfilan en rápida retahíla docenas de personajes, desde Alfred Döblin o B. Brecht hasta Otto Dix o Else Lasker-Schüller, e incluso al final hay referencias a extranjeros como C. Isherwood, que recogía materiales para su Adiós a Berlín, o nuestros Chaves Nogales, que pasó unas semanas enviado por el semanario Ahora para cubrir la investidura de Hitler, o Josep Pla, a la sazón corresponsal de la Veu de Catalunya en la capital alemana. Extranjeros que, casi huelga decirlo, ya estaban lejos cuando llegó el momento de la quema, y ya se entiende que no solo me refiero a la de libros. A Pla que, como buen catalán, no daba puntada sin hilo, incluso le daría tiempo de echarse una novia berlinesa, Aly Herscovitz. Así de fácil: Era judía, tenía la familia en Leipzig, establecida en el comercio (...) muy joven, no muy alta, llena, rubiales, ojos grises, dentadura blanca, poco preocupada de la manera de vestir. Había recibido una enseñanza y una educación muy buenas, dominaba el francés y el inglés y tenía una conversación agradabilísima (...) la conocí en un café, probablemente en el Romanisches Cafe, no lejos de la Kursfüsterdamm, la invité a cenar, aceptó, y al cabo de dos o tres comidas vino a vivir al piso donde yo vivía como realquilado.Lástima que la muchacha---y ese fue el horrible drama con el que muchos de los en esta crónica evocados concluirían sus días---acabara asesinada en Auschwitz. en la flor de su juventud. Ya en el prólogo se nos transcribe, para que el lector empiece a abrir boca, una observación sacada de los Diarios de ese fascinante escritor frustrado que se llamó Joseph Goebbels, observación que no se anda con demasiadas ambigüedades: Los judíos bolcheviques están sentados en el Romanisches Cafe y urden ahí sus siniestros planes revolucionarios; y por la noche invaden los locales de esparcimiento de la Kurfürstendamm y se dejan incitar al baile por orquestas de negros y se ríen de las miserias de la época.
El librito comienza con una aguda semblanza del jorobado John Höxter---caricaturista y gacetillero, bohemio recalcitrante y también sablista profesional---- habitual del establecimiento. Como también era morfinómano y no se le conocía otro domicilio que el Café, tenía que inyectarse su dosis diaria en los retretes del garito. Los médicos estaban convencidos de que era la morfina lo que le había ocasionado la joroba. Uzcanga hace coincidir la comparecencia de Höxter de ese día con la fecha misma del asesinato de Rathenau, el 24 de junio de 1922, de modo que aprovecha para enfatizar hasta qué punto esa malhadada fecha acabaría significando el primer preanuncio del trágico destino que a través del asesinato del político judío esperaba al régimen de Weimar, que como es sabido se vio ya dinamitado desde sus inicios y sometido a una insoportable tensión. A Rathenau, tan admirado y respetado por su rigor ético, su sentido del deber y su casi inconcebible capacidad de trabajo como odiado por la derecha nacionalista a causa de su riqueza de cuna y su condición de judío, lo mataron dos niños bien pertenecientes a la llamada Organización Cónsul, que había surgido de los Freikorps y de los círculos conspiratorios de la extrema derecha, aquellos que con de la teoría de la puñalada por la espalda intentaban explicar la derrota de Alemania en la Gran Guerra.
Pero me parece que por encima de las individualidades se sitúa el verdadero protagonista, que no es sino la ciudad misma. Ese Berlín que a mediados de los años veinte es la tercera metrópoli del mundo tras Nueva York y Londres. Con 4,2 millones de habitantes, de los cuales 300.000 son judíos y unos 400.000 rusos blancos exiliados ----entre los que andaba Nabokov, que por cierto no se tomó la menor molestia en aprender alemán, Berlín es el indudable centro de las vanguardias artísticas ---salvo quizá en el terreno del cine---y el privilegiado laboratorio de los experimentos políticos, desde los feminismos a la reivindicación homosexual, con el Partido Comunista y el movimiento obrero más numeroso y organizado de Occidente e incubando ya en sus calles los huevos de serpiente del monstruo hitleriano. Berlín es Berlin-Benzin,(Berlín -Gasolina) en expresión acuñada por Döblin, Berlín la ramera o Berlín Sodoma para la propaganda católica, nazi y de extrema derecha. La verdad es que alguna razón no les faltaba: Uzcanga anota que en aquellos años se podían calcular en la ciudad no menos de 150.000 putas y unos 30.000 chaperos. De ahí que cuando en 1927 Hitler nombre a Goebbels Gauleiter ( Jefe de distrito del Partido) de Berlín-Brandeburgo éste se apresure, emocionado, a consignar en su diario que se aplicará a fondo para conquistar para la causa esa deplorable ciénaga del pecado.
Al final, ya se sabe, todo acabó como el Rosario de la Aurora: prácticamente todas las figuras aquí evocadas escaparían al exilio o, mucho peor, dieron con sus huesos en campos de exterminio, fueron salvajemente torturados y asesinados (caso de Erich Mühsam) o no tuvieron otra opción que el suicidio (como Ernst Toller, Joseph Roth, S. Zweig o W. Benjamin). Nada de original, por lo demás tienen las consideraciones ---pp.191-199--- que Uzcanga dedica a las causas del triunfo del Nacionalsocialismo, pues se han expuesto mil veces y desde múltiples perspectivas, aunque se agradezca el que aquí aparezcan tan sintética como ecuánimemente razonadas. En todo caso, no era necesario, toda vez que éste no es un libro ---ni lo pretende---de ensayo político, pero sí alcanza, y con creces, a ser ilustrador y divertido. Una palabra, para acabar, acerca del título que he colocado a esta reseña, que podría parecer gratuita pedantería: Tanz auf dem Vulkan ---el baile sobre el volcán---es una frase hecha y consagrada ya desde hace décadas en la historiografía y el periodismo alemanes para referirse a la situación del país en la época de Weimar.
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