lunes, 15 de junio de 2015

UNA POESÍA SALUDABLE

Resistencia por estética(H)Eladio (H) orta. Resistencia por estética. Valencia. 7 i mig. 1998

             Hay libros que a uno le gustan aunque no le convenzan. Le gustan por la nobleza y limpidez de su textura moral y de su intención, pero no le convencen por los resultados, demasiado poco condignos para con lo que podrían augurar aquellas. Por lo demás, es obvio que, puestos a juzgar, los productos literarios deben evaluarse por lo segundo y no por lo primero.
            Hasta la lectura de este poemario, solo conocíamos a Eladio Orta por los textos que hace años incluyó Isla Correyero en su antología Feroces. Radicales, marginales y heterodoxos en la última poesía española. Provocador (en la medida en que se puede alcanzar a serlo hoy día), procaz, dinamitero, irreverente y, por utilizar la sobada fórmula anglosajona, políticamente incorrecto, hay que reconocer que el presente texto algo debe de acercarse a lo que allí dice la antóloga acerca de “una voz excepcional situada en los límites de la procacidad, la revolución, la mierda, el sexo y la burla”.

            Leídos estos versos, lo primero que cabe aducir es que Resistencia por estética constituye también una ética de la resistencia contra los poderes establecidos, una rebelión –y una carcajada: el poeta tiene, concluyentemente, sentido del humor y lo demuestra a cada paso; me atrevo incluso a suponer que se trata de un individuo, signifique lo que signifique esa palabra, feliz—contra la hipocresía pacata, el acomodatismo, la sensiblería, la lánguida comodidad de las buenas conciencias, el sexo bien entendido, los conchabeos y miserias del llamado mundo literario, el capital que bajo forma de especulación inmobiliaria va rápidamente destruyendo lo poco que le queda por destruir  y aún una cuantas cosas más.
            Pese a la disposición tipográfica del texto, que prescinde del todo de mayúsculas y de cualquier signo de puntuación, y que incurre en caprichos como la segmentación de palabras y aun sílabas en versos distintos, convirtiendo a cada poema en una especie de latigazo instantáneo y cegador o de flujo verbal continuo (pretendidamente sin pausas) interrumpido de modo abrupto y a menudo anticlimático y autoirónico (véanse piezas como Confesiones públicas o Jodido dilema ) o incluso quizá en un intento de “poesía visual” (véanse 4 insultos  o Trama ), lo cierto es que esta poesía es mucho más realista que experimental (a pesar, insisto, de sus atrevimientos y novedades de disposición gráfica, que  a estas alturas ni resultan tan atrevidas ni tan novedosas), sobre todo si por aquel marchamo se entiende el dar valor al control mental sobre el poema, a la inteligibilidad y a la selección del léxico frente a la divagación y la confusión.       
           Los versos de Horta (con H, pues que así figura en la portada, con la grafía que él quiere que corresponda a uno de sus heterónimos) son, ante todo, decimos, extremadamente claros, proclives a la proclama rotunda y apodíctica, a la sentencia lapidaria, al grito indisimulado, al desahogo y al exabrupto, características todas ellas  relativamente saludables en el panorama de la  poesía española de las dos o tres últimas décadas, cuyas aguas vienen por desgracia estando demasiado calmas.
            Ya en el poema que encabeza el libro, Aviso telegráfico, que tiene, como otros cuantos, carácter de declaración de intenciones, no engaña Horta (para quien la poesía es concluyente experimento de subjetividad, y que habla  no sólo desde su vida , sino también de su vida ) al posible lector: “pongo en aviso/ mis pretensiones son claras/ mi estética de la resistencia anula/ las proclamas a favor del ocultismo engañoso”, y más adelante: “ se equivoca si busca relax entre sus páginas/ busque relax en otra parte por favor/ en este libro busque marcha desorden insultos y/ si encuentra diversión negra/ ríase”/ y explicita cuáles son los objetivos predilectos de su burla, en verdad una larga lista de sus  bestias negras: “porque la mayoría de las veces los payasos/ están disfrazados de santones /de santones de iglesia/ de santones de parlamentos/ de santones de las letras/ los santones abundan como la mala yerba/ o como los políticos de escaparate/ o como los intelectuales  orgánicos”/ hasta acabar en toda una declaración de su particular poética con dos rotundos endecasílabos: “el verso negro sucio maleante/     huele a rosa elegante en su rosal”.
             Se ve cómo el mundo verbal –y moral—de Horta está hecho de contrastes violentos, de oposiciones nítidas sin posibilidad de contaminación (así por ejemplo la graciosa contraposición “poesía gasolina” frente a “poesía bicicleta”, que traduce al nivel del uso cotidiano aquella digamos más estructural y sistemática de “producción positiva”/ “producción negativa”) y opera muy a menudo por inversión de valores o por ruptura violenta del código, sea político, ideológico o sexual. Esto es lo que ocurre de manera ejemplar, entre otras piezas, en Papel higiénico de diamante: “al poeta de inspiración divina/ retrete de plata y oro/ papel higiénico de diamante”  o en Des-amor, que no me resisto a copiar entero, dada su brevedad: “tiraré tu clítoris al cubo de la basura/ para que se lo coman los perros/ o las ratas/ o las lombrices zapaleras/ o los enjutos/ tiéndete con esa cosa que te separa de mí/ olvídate/ olvido yo”, donde el efecto, tan humorístico como brutal, se consigue evidentemente por el abismo verbal que se produce respecto a las asociaciones de ideas que, espontáneamente, en la mente del  lector, genera el campo asociativo que suscita el título. Un mecanismo parecido, que es el que crea también la eficacia estilística de la formulación, lo constituye la ruptura de las expectativas del lector, como sucede en Suicidio de la palabra: “1 minuto de silencio/ por tantos picotazos de decibelios/ programados para romper los tímpanos” o la quiebra, como en Instante galáctico, de un campo significativo largamente sedimentado en la lírica occidental, desde el amour courtois hasta los lugares comunes de románticos y modernistas: “las ranas cantaban en los desagües del jardín/ tú y yo éramos la misma cosa/ el mismo sabor a yerbajo en la boca/ el mismo lametazo audaz en los ojos”, donde resulta obvio de qué manera  “cantaban” y “jardín” del primer verso y todo el segundo (la parte en que cristaliza el tópico)  quedan dinamitados por el resto de lo que se dice en el poema.
              Lo excremental, lo genital, la designación directa de lo residual y de la inmundicia, de lo “feo” como asunto poético, es lo más aparente, lo más inmediato de esta poesía: “dentro de las escupideras de nácar/los límites huelen a meado” (Triángulo equilátero) o bien –con una inesperada contrafactura del célebre verso de Celaya--: “la poesía es un arma brutal/ sangrante/ brota mitad orgasmo/ mitad excremento” (La poesía es un arma brutal). La metáfora erótica, concretamente, se monta siempre a modo de alusión directa: no es oblicua, zigzagueante, elusiva, como en Góngora, en Lezama Lima o en parte de la tradición barroca, por poner ejemplos ilustres, sino que opera como un ramalazo instantáneo, un insulto o un tiro, así en “ tu clítoris/ es una flauta mágica/ o un piano escacharrado” (Te pregunto) o en “mercedes tiene las piernas suaves como el coral/ cuando le hago cosquillas en el manillar/ se le humedece el piñón”(Mercedes es un sol). En otras ocasiones se parte de un símil todavía relativamente admisible por los cánones del “buen gusto” para hacerlo volar al final: “sobar tus pezones al alba/como higos maduros/ antes de que los pájaros/ decidan picotearlos” (Lapsus).
               En otros registros, con todo, sabe Orta (por ejemplo en La carga son los años,) tocar la tecla moral de la perplejidad, la melancolía del tiempo y la inseguridad respecto a sí mismo: “estoy inmerso/ en un desmarque generacional/ y en una infusión de aire fresco”; o urdir , en el espacio de ficción del poema, un personaje en el que proyectarse, con distanciamiento e ironía, como ocurre, a base de un coloquialismo extremo, en una de las a mi juicio mejores piezas de la colección (Poeta analizado por su madre): “ en fin/ mi hijo no tiene remedio/quien no convive con las gentes/ lo mínimo/ lo necesario/ termina más solo que la una/sin mujer/ ni corbata que ponerse/aunque con esa seriedad de difunto/ y esa sonrisa de sabérselo todo/ y esa manía de no callarse/por nada/ ni ante nadie/ sin remedio la corriente le empuja/ a escribir poemas/ y a morirse de hambre”; o cultivar el autorretrato zumbón, con un deje de desgarro fingido, autosatisfacción y cinismo: “anuncio en el periódico:/ amin gaver/ 5 minutos de intensa poética/ rayando la cuarentena/estatura media latina/soltería incoada/ sobrevive entre retamas/ busca novia por tres días” (…) para cerrar con un inesperado anticlímax: “postdata:/se aconseja/que la supuesta novia/traiga un buen costo/porque los supermercados quedan lejos”.
              Se mueve la lengua poética de Orta en los dominios del lenguaje conversacional y común. Pero este aserto  no quiere decir en absoluto que carezca de artificio: no pocas de sus gracias, quiebros e intentos de apartamiento de la norma dan la impresión de querer enlazar con el espíritu juguetón de ciertas vanguardias del pasado siglo, pues no es sólo que no retroceda ante formulaciones que los gramáticos puristas tildarían de “incorrectas” o en los bordes de la agramaticalidad (“en un cajón hay un bicho/que se le traba la lengua viperina”, de Bicho encerrado en un cajón), sino que también  algunas de sus imágenes se me antojan especialmente felices – como aquélla de “pasan los días como mariposas disecadas/ en los escaparates de la política institucional”, que podría haber firmado un Oliverio Girondo—o aquélla en que, hablando de las horripilantes edificaciones del litoral, dice que a tales engendros “como churros con café/ debía desayunárselos el mar” (Esos edificios de Pryconsa) o por fin esto otro, con sabor a la vanguardia más irreverente, de “las estrellas queridísima lectora/ se están lavando los pies en los charcos” . La creación léxica presenta, por lo demás, algunos ejemplos sabrosos como “le tacté las periferias de sus tetas” (A bocados nos traga la noche) o “sin puto lenguaje pusmoderno mariposeando/entre los colmillos afilados de la ingeniería financiera”.
          Sabe muy bien este autocalificado de “postperdedor”, (evidentemente creado sobre “postmoderno”), en fin, cuáles son las diferencias de lenguaje entre las gentes de poder y las que permanecen al margen de él y, lo que es otra manera de decir lo mismo, las colusiones de lenguaje—de cualquier tipo que éste sea—y poder: “en los límites de un paraje natural/ se afianzan los intereses oblicuos/los cheques en blanco/ de la manada estéticamente guapa/ de la guapura estética asesina/ que con su lenguaje estético destructor/ alimenta la producción positiva.”
              Hay un poema de Martínez Sarrión (Obra poética improbable, el que cierra su libro De acedía,de 1986) que tengo por ejemplar, por su condensación irónica y su bien  sedimentada sabiduría, que principia de esta guisa: “Ni arma cargada de futuro,/ ni con tal lastre de pasado/ que suponga sacarse de la manga/ una estólida tienda de abalorios/ con la oculta intención de levantar efebos”. Pues bien, la poesía de Orta, sin ser  algo del otro mundo, tampoco resulta del todo prescindible, pese a que ---y vuelvo al principio---a uno no le convenza demasiado. En los versos de Sarrión: no parece que sea  ni lo primero –ni falta que hace—ni casi seguro que se trate de lo segundo. Y esto es, para conluir, lo menos que se puede decir de ella.