Lo más inmediato que puede decirse de este ensayo es que acaso el adjetivo del título no resulte del todo apropiado, toda vez que la interpretación de conjunto de la literatura española que propone se inscribe en una tradición hermenéutica ya bien conocida y estatuida ---y en este sentido en trance a su vez de convertirse en tan canónica y ortodoxa como otra cualquiera---, la inagurada por Américo Castro y prolongada después por numerosos hispanistas, de Marcel Bataillon a Márquez Villanueva o Juan Goytisolo, con sus nociones de la Edad conflictiva y de la convivencia intercastiza a partir de la expulsión de los judíos y de la cristalización de la realidad histórica de España, a cuya luz , y la de la huella determinante de la dramática vividura de los judeoconversos, se leyó a los grandes clásicos.
martes, 27 de diciembre de 2011
CANON HETERODOXO
Lo más inmediato que puede decirse de este ensayo es que acaso el adjetivo del título no resulte del todo apropiado, toda vez que la interpretación de conjunto de la literatura española que propone se inscribe en una tradición hermenéutica ya bien conocida y estatuida ---y en este sentido en trance a su vez de convertirse en tan canónica y ortodoxa como otra cualquiera---, la inagurada por Américo Castro y prolongada después por numerosos hispanistas, de Marcel Bataillon a Márquez Villanueva o Juan Goytisolo, con sus nociones de la Edad conflictiva y de la convivencia intercastiza a partir de la expulsión de los judíos y de la cristalización de la realidad histórica de España, a cuya luz , y la de la huella determinante de la dramática vividura de los judeoconversos, se leyó a los grandes clásicos.
sábado, 10 de diciembre de 2011
DOS NUEVAS ENTRADAS DE PALAZUELO
I
No deberían ya turbarte tanto
---menos a estas alturas---
el paso inmanejable de las horas,
su difícil sutura,
el arduo y trabajoso mecanismo
que remarca y puntúa
el mísero milagro de seguir
así día tras día,
la obvia insignificancia que se anuncia
de cualesquiera gestos cotidianos
---contra los que no hay triaca verdadera---
y la constatación, desconsolada y única,
en que ha venido a dar después de todo
el ha tiempo abatido torreón
desde el que te esperaba ve a saber qué mayúscula,
soberbia epifanía,
qué nunca oída, fantástica música.
II
Arenas injuriosas del pasado, Arenas injuriosas del pasado, No deberían ya turbarte tanto
cómo volvéis a mí,
como vuelve, incansable,
esa herrumbre tenaz y cochambrosa
que marca los equívocos perdederos y atajos de la vida.
Mísero sinsabor de la rutina,
del tedio persistente como una despiadada
devastación acerba,
y la conciencia cierta
de no poder ya desandar ni un ápice
del fogonazo rápido del tiempo,
tener que conformarse a esta maldita condena,
a la imposible pretensión
de vivir de otro modo lo vivido.
cómo volvéis a mí,
como vuelve, incansable,
esa herrumbre tenaz y cochambrosa
que marca los equívocos
perdederos y atajos de la vida.
Mísero sinsabor de la rutina,
del tedio persistente como una despiadada
devastación acerba,
y la conciencia cierta
de no poder ya desandar ni un ápice
del fogonazo rápido del tiempo,
tener que conformarse a esta maldita
condena, a la imposible pretensión
de vivir de otro modo lo vivido.
---menos a estas alturas---
el paso inmanejable de las horas,
su difícil sutura,
el arduo y trabajoso mecanismo
que remarca y puntúa
el mísero milagro de seguir
así día tras día,
la obvia insignificancia que se anuncia
de cualesquiera gestos cotidianos
---contra los que no hay triaca verdadera---
y la constatación, desconsolada y única,
en que ha venido a dar después de todo
el ha tiempo abatido torreón
desde el que te esperaba ve a saber qué mayúscula,
soberbia epifanía,
qué nunca oída, fantástica música.
sábado, 3 de diciembre de 2011
EL HOMBRE VACÍO
La prosa nerviosa, rápida, sincopada, de frase corta y como en rápido apunte impresionista (lo único reprochable es el uso sistemático que de los posesivos hace Masip en contextos, sobre todo cuando se refiere a partes del cuerpo, que rechaza el genio del castellano) recuerda las maneras vanguardistas del primer Ayala y de Max Aub ---con cuyo Luis Alvarez Petreña tiene esta novela más de un parentesco temático, sobre todo en lo que se refiere a la crónica de un fracaso y un desbordamiento---y alcanza sus momentos más felices en la fuerza metafórica de algunas descripciones, así en la pág. 93 (...): "el pueblo, una entidad multitudinaria y heterogénea, (...) monstruosa como un mar cuyas olas no fueran de agua sino de rocas y barro (...)" o en la 78, cuando, contemplando la noche madrileña desde el balcón, dice Hamlet "(...) se advierte que la llanura manchega está ahí, detrás de esas casas y que si un juego de tramoya pudiera levantarlas, aparecería a mis pies con su horizonte ilimitado y su nobleza seca y la alucinación de sus caminos lunares, polvorientos, cauces de fantasías dislocadas."
He aquí un personaje que es a la vez la concreción existencial de un dilema filosófico, el pretexto de una fábula política y la plasmación de una contradicción insoluble. Permanentemente desgarrado por sus contradicciones ( aunque se sabe del todo prescindible, se aferra a sus prejuicios y rutinas y lo que más teme es mezclarse o verse sobrepasado por algo que escape a la estrechez de su horizonte), Hamlet remite un tanto a los medio seres de algunos relatos de Gómez de la Serna y a los hollow men de los poemas de Eliot. Un personaje descompuesto, trazado podríamos decir al modo cubista, en el sentido de hecho de retazos inconexos. Un ser que está en el mundo tan solo porque, como con certera ironía reza el dicho popular, tiene que haber de todo. Es un apacible y rutinario pequeñoburgués, cuyo inverosímil nombre de pila, corregido en parte por la aplastante vulgaridad del apellido, parece ser lo más reseñable de su oscura y chata existencia. Casado --- para más inri, su mujer se llama Ofelia---y con dos hijos, ejerce el poco habitual oficio de profesor ambulante de metafísica, es decir, tiene unos cuantos alumnos a los que da clases particulares de filosofía. La vida de este peculiar Privatdozent se reduce a sus libros, sus lecciones y sus disquisiciones filosóficas, que por otra parte nunca se molesta en explicar con algún detalle. Teme e ignora todo lo que viene del exterior: el roce con los demás, las implicaciones y servidumbres de la vida práctica, los embates del deseo, las convenciones a que obliga la mera condición social de la existencia. Su mujer le reprocha la inanidad de su carácter, pero él, aunque tampoco podría decirse que se tome demasiado en serio su propia vida (a veces se odia cuando se mira al espejo) está en lo esencial satisfecho con lo que es y lo que tiene, pese a ser consciente de su insignificancia:"quizá sea yo un poco Vía Láctea desparramada sin objeto ni contorno en la noche de la vida contemporánea"(pág.18), conciencia que según dice le permite no tener miedo a la muerte: " desaparecer, deshacerse en polvo, disgregarse, volatilizarse, sumirse en la tierra, en el aire y en el agua, perder conciencia del existir y del haber existido se me antoja programa de voluptuosidades" (pp. 81-82).
La cosa se complica porque, sin abdicar en absoluto de sus convicciones, pero arrastrado por una serie de circunstancias que no ha previsto ni provocado ( el estallido de la guerra, la ausencia de su familia, de veraneo en Avila y de la que él no vuelve a saber nada, la huída con un miliciano, de la que está enamorada, de Cloti, la criada, la aparición de un pariente de su mujer, Sebastián, grotesco personaje que se cuenta entre los militares del bando rebelde y que le pide que lo esconda en su casa , el incómodo ejemplo de Daniel, el joven discípulo, convertido en esforzado combatiente republicano, el trato con el señor Salus el tabernero y con su familia), se ve arrojado al barro de la vida, él, al que siempre ha aterrorizado salir de su mísera torre de marfil. De ella se ve compelido a salir de continuo, ya desbordado por los acontecimientos, sobre todo en dos de los pasajes a mi juicio más logrados del libro, el de las pp. 117-136, el del encuentro casual, la misma noche del 18 de julio, con la prostituta Adela y la larga conversación con ella en el burdel, en la que la chica se desahoga hasta el llanto y él queda conmovido, que recuerda, por su tinte sainetesco y melodramático, tanto un episodio de La colmena como un capítulo de Luces de bohemia, y en el de la cohabitación con Eloísa (pp.209-216) , la joven discípula, especie de niña bien un tanto cursi y caprichosa, que representa no obstante para él la fresca tentación de la sensualidad y la carne, de la que, al no tener más remedio que acoger contra su voluntad, se da cuenta de que se está medio enamorando de manera tan tierna como infantil y ridícula y de la que por eso mismo trata de huir despavorido.
No deja de ser lógico que al final, desquiciado, la guerra se le aparezca como el parto de un monstruo (pág. 267), como una gigantesca rotura de aguas, como una suerte de recreación del Diluvio Universal y que él, rotas las frágiles compuertas que habían garantizado su mundo y sus defensas, desemboque en la disolución y la locura: herido por un bombardeo en el parque del Oeste, deliraba mientras lo llevaban al hospital: " He parido una niña muerta... Se llamaba Eloísa".