jueves, 19 de febrero de 2015

UNA DIVERTIDÍSIMA BOUTADE




















Carlo M. Cipolla. Allegro ma non troppo. Barcelona. Crítica. 2004
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      He de agradecer el haber  tenido noticia de este librito a la buena amiga que el otro día me lo prestó tras hablarme fervorosamente de él. Se trata de uno de los textos más provocativamente turbadores --- sobre todo  para la ingenuidad bien pensante--- y divertidos que a uno le han caído en las manos. Redactado a mediados de los setenta por el que fuera reputado historiador de la Economía, al parecer no con la intención de darlo a las prensas, sino de distribuirlo en edición no venal entre sus amigos, podría parecer una adecuada ilustración ampliada, por hiperbólica ironía, tanto del célebre dictamen de Einstein --- Solo existen dos cosas infinitas: el universo y la estupidez humana. Y no estoy totalmente seguro de lo primero--- como de la convicción de Baroja de que la estupidez humana no tiene remedio  o del aforismo no recuerdo ahora si de Talleyrand o La Rochefoucault  o algún otro moralista francés a propósito de que la única diferencia entre los estúpidos y los malvados radica en que los primeros nunca descansan .












      El primero de los dos ensayos que forman el pequeño volumen, El papel de las especias (y de la pimienta en particular) en el desarrollo económico de la Edad Media,  es una desopilante parodia de los estudios de Historia económica, ---o por lo menos de los más convencionalmente académicos---donde con sostenida  y subyacente ironía, pero manejando hábilmente la máscara de la respetabilidad expositiva, se viene a atribuir a la escasez de pimienta las bruscas oscilaciones demográficas y la eventual  ruina económica de los reinos cristianos de Occidente en la Baja Edad Media. Pero no solo eso: casi me atrevo asegurar que es una burla de la noción misma de causalidad simplificadora que preside la hermenéutica histórica ( pues lo mismo lo podría haberse a tribuido a las oscilaciones del precio del trigo o a la desecación de los pantanos), para lo que el autor se vale de una serie de ingeniosos silogismos y aparentes asociaciones de ideas, amén de algunas formalizaciones matemáticas (ese lenguaje formalizado, el considerado más prestigioso y capaz de dar cuenta  de verdad de los hechos). Así por ejemplo, el obispo de Bremen y Pedro el Ermitaño serían los inventores del imperialismo europeo, el uno por haber excitado a los alemanes contra los eslavos y  haberlos lanzado de ese modo a la colonización del Este y el otro por haber preparado el terreno de las Cruzadas con el secreto objetivo de reabastecer a Europa de pimienta al volver a abrir las rutas comerciales con Oriente. Cipolla hace también responsable a aquella del desencadenamiento de la peste de 1348 ---especie de castigo divino por el excesivo consumo de esa especia, juzgada afrodisíaca--- y de la Guerra de los Cien Años ---esta junto con las tribulaciones matrimoniales y la rijosidad de Leonor de Aquitania y la debilidad de la nobleza inglesa por los vinos franceses---, lo mismo que de la construcción de templos y catedrales, pues los dineros de la Iglesia habrían nacido de las generosas donaciones que le hicieron los mercaderes italianos, movidos por su mala conciencia de sobrevenidos nuevos ricos  por el comercio, ni que decir tiene que sobre todo de pimienta.












         Aún más retranca trasuda el segundo ensayo, Las leyes fundamentales de la estupidez humana, cuya  lapidaria y apodíctica formulación, a modo de axiomas irrebatibles, es sin duda imitación paródica de las de la Termodinámica. Hay cinco de esas Leyes fundamentales aplicables a cuatro categorías (concebidas quizá, aunque él no lo dice, al modo de los Tipos Ideales de Max Weber) de humanos, sin posibilidad de mezcla o componenda entre los rasgos específicos de cada una de ellas: el incauto, el inteligente, el malvado y el estúpido. Puesto que este último se define como una persona que causa un daño a otra persona o grupo sin obtener, al mismo tiempo, un provecho para sí, o incluso obteniendo un perjuicio (Tercera Ley Fundamental), es fácil imaginar cómo se define a los otros tres.  Al principio parte el autor de que los males y desastres de la Humanidad se deben  al excesivo número de individuos estúpidos, siempre una proporción parecida en todos los grupos profesionales, clases sociales y niveles de cultura. Luego, tras el enunciado de sus Leyes,  se encarga de fabricar  ad hoc una serie de modelos matemáticos que pretenden ilustrar y prever científicamente algo tan resbaladizo e inasible como el comportamiento humano, lo que me parece que solo es posible con la aceptación implícita de cosas  tan volátiles y problemáticas como  una voluntad individual soberana, una racionalidad incondicional e incluso un mito tan siniestro como el del homo oeconomicus, que como se sabe está en la base de la invención de la Economía Política en tanto ciencia, en la medida que presupone una especie de egoísmo innato en el hombre, suposición tan gratuita como interesada....que Cipolla finge aceptar. Del mismo modo ---y valga esto de inevitable corolario y me atrevo a conjeturar que acaso también de moraleja y disimulada intención de la invectiva del autor --- que se nos incita a aceptar  la inanidad y superchería de tantos presupuestos que están en la base de nuestro pretendido conocimiento del mundo. En definitiva: una provocación ingeniosa y brillante.