miércoles, 24 de septiembre de 2014

DOS VERSIONES LITERARIAS DE LOPE DE AGUIRRE

Miguel Otero Silva. Lope de Aguirre. Príncipe de la libertad. Barcelona. Seix barral, 1979.
Ramón J. Sender. La aventura equinoccial de Lope de Aguirre. Madrid. Novelas y Cuentos. 1982.






        Rara vez había yo encontrado, considerando  novelas que traten el mismo asunto( y no he olvidado tampoco la espléndida película de W. Herzog Lope de Aguirre, la cólera de Dios,que vi hace años con no poco provecho y deleite) dos que obtengan a mi juicio resultados tan disímiles y logros tan desiguales como las que acabo de leer. La del venezolano me ha gustado mucho y la del aragonés no me ha gustado casi nada. Lo de menos es que  haya  algunas diferencias en el decurso de la trama, puesto que Sender empieza su novela con Aguirre formando parte ya de la expedición del gobernador Pedro de Ursúa y Otero se demora en contarnos la infancia y los orígenes familiares del personaje, así como su accidentado viaje a Sevilla y su embarque para las Indias, amén de sus primeras peripecias allí y su establecimiento como comerciante. Pero en lo esencial ambas siguen de cerca los hechos que la información histórica disponible y las crónicas de la época han allegado del atrabiliario y alucinado conquistador vasco y ambas también hacen comparecer a los mismos personajes y comparsas (salvo la mujer de Aguirre, la india Cruspa, madre de su hija Elvira, que Otero incluye y Sender no) y ahí puede decirse que acaban las similitudes.






           El retrato que Sender traza resulta me temo que demasiado fiel a la leyenda negra urdida  en torno al personaje, toda vez que lo viene a pintar como una especie de monstruo asesino, un individuo carcomido por la avaricia y el rencor, carente de todo empaque mítico y épico, que mata con impasible frialdad y justifica, para más inri, después sus asesinatos con descarnado cinismo. El  Aguirre de Otero, en cambio, se diría urdido sobre la falsilla del protomártir de los independentismos hispanoamericanos ---al modo de un Tupac Amaru, por ejemplo---y aunque no obvia ni enmascara sus crímenes, sí que comparece revestido, por contradictorio que parezca, de una suerte de honradez y bonhomía naturales e incluso de pinceladas de ternura: siente piedad por los animales, que secretamente prefiere a los hombres, y trata a los negros y mestizos casi de igual a igual, no desde luego como los otros conquistadores.






          Pero más sustantiva es la cuestión del lenguaje,del planteamiento de la novela (en Otero concebida a la manera de un bien dosificado drama hasta el clímax postrero) y de sus virtudes  como artilugio verbal. El relato de Sender, escrito enteramente en tercera persona y a menudo en una prosa deslavazada y chata, carece de cualquier alarde técnico (salvo simples diálogos en estilo directo y el monólogo de Lope de las pp. 163-65, en el que éste evalúa su margen de maniobra para matar al capitán Juan Alonso de la bandera) y se presenta además con un fondo de folclorismo indigenista que se me antoja del todo impostado y como de relleno: hay aquí y allá notas o pinceladas de zoología animal y breves observaciones antropológicas ( del tipo de las costumbres de una subespecie de monos o los ritos funerarios de un pueblo amazónico). Quizá lo más salvable sea la carta que el héroe envía al rey Felipe II --pp.371-376--- en la que Sender alcanza por lo menos en parte a reproducir con cierta verosimilitud su prosa en los moldes del castellano clásico. El de Otero, por el contrario, cambia constantemente de punto de vista narrativo, incluye pasajes pródigos en recursos retóricos, desde arcaísmos sintácticos hasta enumeraciones en cascada y solemnes anáforas, densos monólogos interiores y diálogos dramáticos con ricas y certeras acotaciones que me atrevo a decir que no desmerecen demasiado ---unos y otras--del arte de Valle-Inclán (véase a este respecto, por ejemplo, la imprecación que Aguirre lanza al Amazonas, concebido como un dios a la vez benefactor y terrible, para recordarle sus orígenes míticos, pp.139-40, o la acotación sobre los ruidos de la selva, pp.159-60, que enmarca el diálogo entre los esclavos negros Juan Primero y Hernando Mandinga) y funciona en general pletórico de fuerza dramática y potencia metafórica, Prendas que hallan su digno colofón en el pasaje final, en el que Lope, ya en los infiernos, clama su venganza y jura que su nombre y memoria nunca se borrarán  en las Américas, donde será conocido como Príncipe de la Libertad.

martes, 9 de septiembre de 2014

ENSEÑANZAS DE LA EDAD





Antonio Martínez Sarrión. Poeta en diwan. Barcelona. Tusquets. 2004.

         De entre aquellos  llamados en su día novísimos es Sarrión uno de los pocos que ha seguido publicando versos con cierta regularidad (algunos, como Azúa, han dejado de cultivar la poesía, otros, como J.M. Álvarez, no hacen sino repetirse a sí mismos, y otros, como Panero y Vázquez Montalbán, han dejado ya este mundo) y ésta es,  que yo sepa, su última entrega. Al año siguiente, 2005, vio la luz una antología de su producción, que no  conozco, Última fe,con prólogo de Ángel Prieto de Paula. El poeta ha ido abandonando poco a poco, con claridad desde Horizonte desde la rada,1983, lo más caedizo y coyuntural de aquella estética  más o menos vanguardista y común a todos ellos (acumulación de imágenes ilógicas de matriz surreal, ausencia de signos de puntuación, fuentes principales de inspiración en los mitos de la cultura de masas, el cine, y el universo pop) y centrándose en lo más esencial y propio de su imaginación y su visión del mundo, que por lo demás ya apuntaba en sus primeras contribuciones.

           Este Poeta en Diwan prolonga y recapitula los modos de escritura que ya estaban presentes en Cordura, 1999, que apuntaban a una poesía de dicción seca, algo abrupta, de muy enraizado estoicismo, con mucho background moral y con mucha autoironía en el tratamiento del propio personaje poético y en donde las enseñanzas de la edad y los inevitables desengaños se transfiguran en un como poso o sedimento de resignada aceptación lúcida, acaso ese fondo de sentencioso sentido común de campesino manchego. Poesía intelectual, sí, que se desenvuelve con soltura e ironía en la historia de las ideas ---el poema Pruebas, p. 57 sería un buen ejemplo---  plena de sabiduría libresca y de la otra, pero no poesía de intelectual, no al modo del homme de lettres que hace versos, tipo Octavio Paz (mucho mejor ensayista que poeta) o, salvando las distancias, Álvarez o Carnero entre los de su generación, sino de poeta, por mucho que él, no sé si con algo de falsa modestia, la pretenda menor  y artesana, y esta idea del poeta como modesto artesano de la palabra aparece  como con sordina y un peu partout en estos versos y de modo más claro en composiciones como Alquimia del verbo (p. 101) .

             El poemario, de composiciones en su mayoría breves y cuyo título deriva evidentemente de Goethe, se distribuye en dos partes bien diferenciadas y si en la primera , Diwan de Occidente, los versos apuntan a las miserias e imposiciones, pero también las ventajas, de la senectud, y se debaten con la aleteante sombra de la muerte, en la segunda , Diwan de Oriente, trata de acercarse Sarrión a otras tradiciones, sobre todo la oriental, y reproducir, como él mismo dice en la Nota final, algo de su intensidad, tersura, misterio y trascendida concreción, intentando "que no se perdieran del todo en mis versos", objetivo que a mi juicio consigue  por ejemplo en los dos haikus de la p. 129 y en Cortejo y fuga de la 139.  Maneja Sarrión un castellano jugoso y riquísimo, así en sus inflexiones sintácticas como en sus reverberaciones léxicas, llenas a menudo ambas de resonancias clásicas, en el sentido de fieles a la tradición y al genio de la lengua (y véase a este propósito su espléndida trilogía memorialística, sobre todo las dos primeras entregas, para mí de lo mejor que se ha hecho en las últimas décadas en ese género).

      Virtudes que son asimismo bien perceptibles en esta poesía y que han sido las que me han hecho recomendable y placentera la relectura de este poemario, en la que se  opta mayormente por la silva blanca, la polimetría y la composición en heptasílabos en menor medida y en la que solo ocasionalmente echa mano de la asonancia, como en Enramada (p.75),  en la que se usan con igual maestría variedad de registros, tonos y motivos, desde el exabrupto (Vocaciones tardías, pp.71-72) hasta la autoironía (Confidencia, p.99),  la ácida autobiografía poética ( Juventud y confusiones, pp. 95-96) o la amable cotidianidad, de latente y refrenada ternura ( Duendes domésticos, pp.88-89) y donde se mezclan sin conflicto el ocasional lujo verbal y el estallido de la metáfora audaz y novedosa (" las banderas en llamas/ y los altos castillos estrellados y en vilo" que se dice del Surrealismo en p. 67, Medallones: René Crevel, o ese "nasal disparate de los grajos" de El mismo esplendor, p. 69) con el prosaísmo más neto ("Respecto al resultado/ el lector juzgará", p. 103)

        Pero creo que cuando Sarrión logra resultados más felices es en la evocación desmitificadora de los escenarios y sueños de la infancia y juventud, como ocurre de manera eminente en Pobres estrellas apagadas, pp.49-50, recuerdo de una tal Lolita Garrido que fuera reina --hoy no se acuerda de ella ni su padre--de la canción sentimental en los cuarenta y que al sujeto  poético le hace decir "Todavía me calientan los fulgores/y me pone esa voz/ en languidez prepúber y de pecado a solas" y en alguno de los  medallones aquí incluidos, como el dedicado a Gabriel Ferrater, pp.55-6, algo cruel y sin ningún tipo de concesiones, menos piadoso en todo caso que los que en su día dedicaron al suicida de Reus sus amigos Gil de Biedma y J:M: Valverde: "Echaba mano entonces/ al vaso de ginebra/ Y cosa comprensible,/se alargaban sus límites,/se alargaban las esclusas (y las reglas)/ pero huían las chicas". Un buen resumen del tono general del libro lo constituiría el breve poema final, que pese a basarse en un tópico creo que acierta con ese desprendimiento e impasibilidad propios de un convincente y sensato epitafio y que no me resisto, para acabar esta reseña, a copiar aquí: "Que devoren tus restos las aves carroñeras,/ te deshagas al fondo de una tumba/ o que tu cuerpo quemen en la pira,/¿no es igual de sensato y acordado?".


lunes, 8 de septiembre de 2014

ENCICLOPEDIA DE LOS HORRORES



Keith Lowe. Continente salvaje. Barcelona. Círculo de lectores.2012

      Quien se tome la molestia de leer esta espléndida monografía habrá aprendido, si no las sabía, por lo menos dos cosas: que la Segunda Guerra Mundial no acabó en 1945 y que es muy dudoso que Europa,como reza también la vulgata, haya sido alguna vez modelo de cultura y civilización.Pertrechado con un enorme arsenal de datos, estadísticas y bibliografía ( más de treinta páginas con mención de  ensayos y artículos en varias lenguas), índices onomástico y temático, una docena de mapas y unas treinta fotografías, algunas estremecedoras, el joven historiador británico ha conseguido urdir un estudio, si no exhaustivo, sí al  menos esclarecedor de la reciente historia de Europa.Y es que según él no había ningún libro disponible, en ningún idioma, ---aunque sí que haya una visión de conjunto del período, como Postguerra, una historia de Europa desde 1945, del prematuramente desaparecido  Tony Judt, al que el autor rinde tributo en la introducción---para los países del Oeste y los del Este, sobre las guerras civiles, procesos de limpieza étnica, deportaciones, masacres y todas las formas posibles de violencia política que asolaron el continente en 1945-49. Es muy de agradecer que haya tenido acceso a archivos hasta hace poco difícilmente accesibles, como los polacos, y que maneje y cribe los datos de que dispone con prudencia, poniéndolos en tela de juicio o matizándolos en mayor o menor grado si así lo aconseja el sentido común. Y no lo es menos que escriba en una prosa diáfana y elegante, literariamente eficaz y sin florituras innecesarias, aunque es de deplorar que en alguna ocasión se haga un poco pesado al recurrir a  demasiada recapitulación y anuncio de lo que va a tratar en el capítulo siguiente, pero en general no hay  digresiones superfluas que aparten de los asuntos esenciales, por otro lado perfectamente organizados y acotados.Advierto, por lo demás, que la lectura no siempre resulta grata porque hay pasajes que revuelven el estómago--y citaré como ejemplo alguno más abajo---

        Lowe parte del hecho del enorme estado de destrucción en que quedó el continente: cientos  de ciudades y miles de pueblos y aldeas fueron borrados del mapa, así como buena parte de las infraestructuras ferroviarias y de transporte por carretera, puentes, puertos fluviales y marítimos etc, amén de numerosísimos edificios de valor histórico o artístico (sobre todo en el Este). Y no menor resultó la destrucción espiritual:la diversidad cultural, en pueblos, costumbres y lenguas (otra vez mucho mayor en los países del Este) quedó gravemente dañada o desapareció para siempre luego de las múltiples deportaciones masivas y asesinatos por limpieza étnica, que acabaron con la memoria colectiva y la identidad anímica y cultural, y el consiguiente desarraigo, de millones de personas.


      Distribuido en cuatro partes con 28 capítulos, una introducción y una conclusión, (pp. 417-430), creo que ningún aspecto, por parcial o colateral que lo sea o parezca, escapa a la consideración de Lowe. La 1º parte se ocupa del legado de la guerra, sobre todo de las hambrunas, la destrucción moral, el caos casi generalizado y los intentos de reconstrucción por parte de los Aliados y algunas organizaciones internacionales como la Cruz Roja; la 2º, bajo el epígrafe de " Venganza", remite a la violencia contra mujeres y niños, la mano de obra esclava, los liberados de los campos, los prisioneros de guerra alemanes y los colaboracionistas ("El enemigo dentro", pp.179-198); la 3º  se refiere la limpieza étnica, que conocformas pavorosas sobre todo en Ucrania, Polonia y Yugoslavia, la violenta expulsión de la población alemana ---los  Volkdeutsch---de territorios y comarcas que habían habitado durante siglos y la huída de los judíos sobrevivientes ---aquí paradójicamente  a menudo entorpecida y torpedeada por los Estados vencedores---a Palestina o América; la 4º, en fin, versa en general, sobre los muchos procesos de  violencia política al interior de países como Francia e Italia (ocupaciones de fincas en el Mezzogiorno, intentos de rebelión comunista ahogada enseguida por la moderación de los PC oficiales posterior restauración del orden de la derecha)  o las verdaderas guerras civiles que se dieron en Grecia, Rumanía o las naciones bálticas.

        De particular interés me parecen las partes que el autor dedica a la compleja casuística de la colaboración,en relación con el mito compensatorio de la unidad nacional ( todos los gobiernos pretendían aliviar las tensiones nacionales presentando a sus pueblos respectivos unidos contra los nazis, pp. 187 y ss.) que acabó llevando, por distintos motivos ---poco interés de las potencias aliadas vencedoras, mantenimiento del aparato judicial en manos conservadoras cuando no descaradamente fascistas, como en el Sur de Italia, o porque la inmensa mayoría de la población había colaborado con el Reich, como en Austria--- al fracaso de la depuración, con la posible excepción de Noruega, en toda Europa. Y también a matizar otros de los grandes lugares comunes de la postguerra europea, como el de la unidad antifascista, que brilló por  su ausencia en todas partes, porque ocultas en el conflicto principal había otras muchas guerras locales, étnicas o de banderías políticas, o la idea, mucho más enraizada y duradera porque era políticamente muy rentable, de que la culpa de lo que había pasado residía exclusivamente en los alemanes:" si solo fueron ellos los que cometieron atrocidades contra nosotros, entonces el resto de Europa quedaba liberado de toda responsabilidad por las injusticias que había cometido contra sí mismo"(p.194). Con la consecuencia de que, al tratarse de procesos muy imbricados entre sí, a medida que empezaba a afianzarse el mito de que la culpa era solo alemana, el trato a los colaboracionistas dejó de ser cada vez más un asunto de justicia para parecerse, con la hábil manipulación de la derecha, a una especie de matanza de inocentes.

       Como para muestra  ---en este caso de la bestialidad y el sadismo--- bien vale un botón (como éste se citan en el libro docenas de episodios, y muchas veces, admite Lowe cautamente, es imposible saber si ciertos en todos sus detalles),voy a transcribir aquí lo que al parecer ocurrió en el campo polaco de Lambinowice (Lamsdorf, para sus antiguos ocupantes alemanes). Este antiguo campo de prisioneros de guerra volvió a abrir en julio del 45 como campo de trabajos forzados para civiles alemanes antes de su expulsión de la nueva Polonia. Un grupo de mujeres alemanas del cercano pueblo de Grüben ---rebautizado como Grabin en polaco---fue obligado por los guardias polacos  a exhumar una fosa común con cadáveres de  cientos de soldados soviéticos que habían muerto en su campo de prisioneros. Las mujeres no tenían guantes ni ninguna otra protección y era verano. Según el relato de un testigo, "cuando los cadáveres estuvieron al descubierto, obligaron a las mujeres y a las niñas a tumbarse boca abajo encima de esos cuerpos viscosos y repugnantes. Los milicianos polacos empujaban con las culatas de sus fusiles las caras de sus víctimas dentro de la descomposición infernal. De este modo, los restos humanos se metían en sus bocas y narices. 66 mujeres y niñas murieron a consecuencia de esta hazaña polaca" (p.173)


     

jueves, 4 de septiembre de 2014

A VUELTAS CON EL 11-M






 Martin Amis. El segundo avión. Barcelona. Anagrama. Barcelona 2007.

          Esta compilación de artículos del novelista británico, que vieran la luz primero en publicaciones como The Guardian o The New Yorker y alguna otra y que se reúnen aquí en libro, me ha parecido  una contribución lúcida, aguda y sin demasiados prejuicios ni anteojeras ideológicas, al entendimiento de algunos de los problemas y desafíos políticos con los que eso que se llama Occidente --de hecho ya, como quien dice, el mundo entero--ha de enfrentarse en nuestra época. Tengo no obstante que hacer una matización a lo anterior: en los primeros párrafos de De viaje con Tony Blair me pareció que  Amis estaba tan impresionado e incluso atemorizado por la observación in situ del boato y los ritos de los poderosos que parecía haber perdido la claridad  de juicio de que hace gala en otras partes del libro, pero tal impresión se diluyó cuando Amos empieza a utilizar una sibilina ironía en la descripción del personaje ---al que llama familiarmente Tony,-- cuya aplastante vulgaridad  no se le escapa : tras una alusión a la probable conversión de Blair al catolicismo, pese a tener un temperamento más bien calvinista y por tanto creyente en la predestinación, añade Amis "En Irak Tony cruzó la pista de aterrizaje como un ser verdaderamente único: un salvado, un redimido, un elegido" (p.200), lo mismo que en el carácter irascible e infantiloide de Bush.

          Se trata de textos bastante heterogéneos: a la mayoría de ellos los  podríamos llamar teóricos (ensayos y reseñas),  dos son propiamente relatos fabulados o novelados de algunos aspectos colaterales del 11-S y algún otro cae más bien dentro del reportaje periodístico. El hilo central de la argumentación de los del primer tipo ( que trataré de resumir aquí y que ya he dicho que me parece bastante plausible) es la consideración de que los aviones que se estrellaron en las torres vienen a constituir la consecuencia, hasta cierto punto lógica, de dos medidas imperialistas tomadas por Occidente en los últimos decenios---por las potencias occidentales--- respecto al mundo islámico, que no hicieron sino aumentar la hostilidad entre musulmanes y no musulmanes: la partición de la India en 1947 tomando como base las fronteras religiosas y la creación del estado de Israel. Ambas decisiones iban a traer otras consecuencias posteriores, todas ellas graves errores geopolíticos, como la hostilidad entre musulmanes, sobre todo en Bangla Desh y en Gaza, el hecho de que en los 70 los regímenes árabes, con el apoyo de USA, atajaran toda disidencia política y lideraran la lucha contra el fundamentalismo islámico, y por último, ya en la década de los 80, el apoyo del gobierno americano a los guerrilleros afganos contra la Unión Soviética. A partir de entonces, hartos de lo que consideraban desprecio y explotación por parte de los estados occidentales, los movimientos radicales árabes se fijaron como objetivo los ataques directos, militares y terroristas, a Occidente. Amis ve con claridad que con semejantes premisas todo el asunto adquiere ya el aire de la pescadilla que se muerde la cola y vuelve las cosas punto me insolubles, toda vez que ese escenario beneficia a los neocon y a los sionistas cristianos, que hacen que en los USA impere el militarismo de los halcones mientras ellos preparan la ofensiva para hacerse con el petróleo islámico y la hegemonía asegurada de Israel en Oriente Próximo.

          Hay que tener mucho cuidado, piensa Amis, con elevar a lo absoluto la llamada tesis de la equivalencia moral ( "son todos iguales"), pero hay que reconocer que los terroristas islámicos se limitan a pagar con la misma moneda el trato que reciben del terrorismo de Estado de Estados Unidos y sus países aliados. Estamos cansados de verlo desde hace años, hoy mismo, en 2014: al bestial salvajismo de los guerrilleros del autodenominado Estado Islámico, que decapitan con un cuchillo a un periodista occidental prisionero y cuelgan el vídeo en internet suceden (o al revés, pues da lo mismo quién empezó primero) los brutales y masivos bombardeos de Israel sobre la población civil de Gaza. Pero esta aparente equivalencia no puede hacer olvidar que el contraargumento que se le suele oponer, a saber, que los islamistas radicales son fanáticos nihilistas que en su alocada búsqueda de la dominación del mundo han forjado un culto a la muerte, es cada vez más verdadero y ya no cabe censurarlo ---como hace la opinión progre y de izquierda---como calumnia antiorientalista o desprecio a los oprimidos: una cosa son las masas árabes, oprimidas, sí, por Occidente y a menudo por los regímenes que tienen que soportar en sus países, y otra los islamistas.  Para Amis, con todo, el origen del fanatismo radical islámico hay que buscarlo en algo difícilmente comprensible para un no creyente, y es el desprecio a la razón y a la lógica, que emparenta paradójicamente a estos movimientos con el culto a la muerte que caracterizó también al Bolchevismo y el Nazismo, pese a que estos se decían laicos o no religiosos: la exaltación de un líder divino o divinizado, la exigencia de sumisión total a la causa y entrega personal a ella, una especie de romanticismo autocompasivo ( bucle o figura psíquica que Amis  analiza  muy bien ---pp109-140-- en Los últimos días de Mohamed  Atta) , el odio a todo liberalismo o tolerancia, la obsesión por el sacrificio y el martirio y un paranoico antisemitismo, además de (esto ya me parece más vago y accidental) una inclinación pueril por la destrucción mezclada con una malsana rebeldía adolescente.
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      Pero en el fondo es casi imposible, como se he sugerido más arriba, comprender el fanatismo islamista desde los presupuestos de una mente laica y liberal. No se puede interpretar de verdad con los instrumentos de la razón un fenómeno que tan radicalmente está al margen de la razón y del lado de las emociones, de la religiosa en primer lugar, pero también de la vergüenza, la humillación, el odio, el dolor etc, todas las cuales se potenciaron al máximo con el establecimiento del Estado judío en 1948, al que los árabes se siguen refiriendo como Al Nakba, la catástrofe.

            Demografía (pp.171-177) es una reseña del libro de un tal Mark Steyn  America alone: the end of the world as we know it donde desmonta el nebuloso y catastrofista reaccionarismo de este autor, que se empeña en sostener maltusianamente que a Europa Occidental --y poco después a USA--- se la comerán los árabes por razones de demografía, aunque por debajo esté en realidad un programa político bien conocido que propugna una sociedad patriarcal, creyente y filoprocreadora.

      En el ya citado Los últimos días de Mohamed Atta reconstruye novelescamente las últimas horas del jefe del comando del 11-S antes de la hora fatídica y lo que pudo pasar por su mente en esos momentos: su infancia miserable, su temprano fanatismo islámico, demoledor odio hacia sí mismo y el mundo y su masoquista puritanismo patológico. El relato es magistral por su finura analítica y su perspicacia psicológica: siente el ardor, la fuerza del fanatismo, la determinación mental, que se acrece con la desconfianza que siente hacia sus compañeros de aventura, pero le falla el cuerpo: vomita antes de salir del hotel para el aeropuerto, le duelen la cabeza y las tripas, y al final sobreviene ya el tormento físico : además de sentir un cerval odio contra sí mismo y contra "eso que llaman el mundo" padece "un ataque de pánico en cada nervio, una rebelión de los átomos que acabaría cediendo ante una especie de frenesí, de ardor irreprimible", puesto que "matar era un deleite divino" (p.137 ), el suicidio una contribución voluntaria al orden de la muerte y, en fin, el gozo de matar, directamente proporcional a la magnitud de lo destruido.

       El texto más divertido del libro (porque incluye observaciones curiosas acerca de la parafernalia y aparato escenográfico desplegados por el Poder)  y también el menos grave o doctrinal es el reportaje que Amis escribió con ocasión de haber sido invitado a acompañar en algunos viajes al entonces primer ministro británico Blair. En la conversación que, un tanto forzosamente, intenta iniciar Amis, responde con vaguedades y lugares comunes y su comentarios son de una aplastante superficialidad: en un programa de TV en que coincide con unas modelos, solo se le ocurre decir que tienen unas "piernas larguísimas" y cuando habla de otros políticos adopta un tono como de compadreo. Preguntado por lo que iba a hacer cuando dejara de ser político responde, probablemente sin ironía alguna: "¿ Un ex político? No, Seré un ex famoso". Apenas dice nada sustantivo, y en ocasiones no dice literalmente nada: se calla. Cuando los periodistas insisten en qué dé detalles sobre la intervención militar en Irán se limita a repetir varias veces "Hicimos lo que teníamos que hacer". Respecto a Bush, se encoleriza cuando, en el despacho oval de la Casa Blanca, Amis y unos reporteros oyen un comentario que pretenden incluir en sus reportajes ("No he oído tantas gilipolleces en toda mi vida") y exige de malos modos, saltando del sofá que le den la cinta el comentario que el mandatario americano hace a su colega inglés". Un ejemplo final sobre el aparatoso montaje que pone en funcionamiento del Poder (p. 193): Cuando Blair hace algún viaje despliega un equipo de treinta asesores y cinco guardaespaldas, pero cuando el que viaja al extranjero es Bush, deja el asunto en manos de 800 personas (de ellos 100 guardaespaldas); si viaja a dos países, son ya 1600 personas y si lo hace a tres, 2400. Sin comentarios.

UN NIHILISTA VOLTERIANO


Fernando Vallejo. La puta de Babilonia. Barcelona. Seix Barral. 2009
Id. La virgen de los sicarios. Madrid. Punto de lectura. 2006.


          Leo ahora estos dos libros del escritor colombiano Fernando Vallejo, autor del que hasta ahora solo tenía vagas noticias. El primero de ellos es un ensayo, de un violento&sesgo panfletario y con mucha descarga de adrenalina, que inbtenta denunciar las muchas tropelías y desastres cometidos desde su origen en nombre del cristianismo como visión del mundo e ideología por lo que podríamos considerar su brazo político,esto es, por la Iglesia Católica. Aunque en verdad asistimos una negación in toto de las tres grandes religiones llamadas de salvación toda vez que no se libran de sus invectivas ni el Islam ni el Judaísmo, al que apostrofa como "religión de carniceros" (p.232).

         Se trata, digo, de un panfleto, me parece que muy inhabitual en nuestros días,tan apasionado como arbitrario,dogmático y soberanamente irreverente.Poseído además por ese ateísmo militante que quizá sea su mayor atractivo, de él no cabe esperar por consiguiente ---pese a lo poco que he podido leer de ella---la exposición sesuda y reposada de obras casi de obligada referencia sobre el asunto, como la monumental Historia criminal del cristianismo de Karlheinz Deschner, en 10 volúmenes( 1986-2013) editada entre nosotros por Martínez Roca. El libro se presenta sin división alguna en capítulos ni apartados, lo que parece reforzar aquel carácter de exabrupto o descarga emocional,y hay que empezar diciendo que lo primero que llama la atención ---en un texto casi siempre entretenido, nada pedantesco a menudo brillante---y lo más gracioso es que Vallejo participa y reproduce, como si él mismo se hubiera contaminado de lo que denuncia,el tono dogmático e intolerante que presume, ni que decir tiene que con razón, en esas religiones. Como es sabido, con la linda metáfora del título es como se referían los albigenses ---y no sé si también Lutero-- a la Iglesia de Roma, Vallejo no tiene inconveniente en escribir sistemáticamente la puta cuando alude a ella. Por lo demás, pese a su dogmatismo y arbitrariedad, el libro merece leerse.

        Haciendo gala de una notable erudición(puesto que se citan numerosos fragmentos en el original latín y griego, hemos de suponer que el autor puede leer esas lenguas)se pretende ante todo poner de manifiesto las múltiples contradicciones, textos corruptos, interpolaciones, lagunas y cambios de interpretación presentes (las más de las veces debidos a cuestiones de hegemonía o banderías políticas en el interior de la Iglesia o en relación con las estructuras de poder de los Estados)no solo en los exégetas cristiano antiguos, medievales y modernos,sino ya en el Antiguo Testamento mismo (cuyo valor literario pone en duda) y el Nuevo. Para Vallejo todos los exégetas cristianos han sido unos falsarios y falsificadores. Se burla de uno de los más antiguos y prestigiosos, como Orígenes, del que pone en solfa su peculiar teoría de la interpretación literal, que él llamaba "corporal", y la alegórica o simbólica de las Escrituras, que utilizaba naturalmente cuando le convenía: "Claro que hay imperfecciones en la Biblia, como son sus contradicciones, repeticiones y rompimientos en la continuidad de los relatos , pero todas ellas se truecan en perfecciones una vez que aceptamos la alegoría y el sentido espiritual "(cit. por Vallejo en p.157).A aquella luz de la busca de contradicciones, por solo citar unos ejemplos, se exploran las fuentes y presunta autenticidad de las epístolas de San Pablo (pp. 74 y ss.), el Libro de Daniel (pp.161 y ss.) y se contrastan y citan hábilmente textos de Porfirio, Celso, Eusebio, Flavio Josefo (sobre todo el llamado Testimonium Flavianum,interpolado por no se sabe quién en las Antigüedades Judaicas de este autor y que tanta polémica suscitara sobre la historicidad de Cristo---pp. 106-112---y de muchos otros. El dogma de la Inmaculada Concepción instaurado por Pío IX echaba por tierra la doctrina paulina de la crucifixión de Cristo entendida como expiación por el pecado original y contradecía a casi toda la patrística y a Santo Tomás (p.192-93). De la Biblia tomada en conjunto dice Vallejo que, salvo unos cuantos versículos de Job y del Eclesiastés, no deja de ser un revoltijo de mitos, leyendas, tradiciones orales, cuentos épicos, proverbios y biografías resuelto todo ello con harta inmoralidad e infamia ( p.164). De impecable lógica y gran agudeza se nos aparece la interpretación que Porfirio en su Contra los cristianos hace, y que Vallejo cita, de la célebre parábola evangélica del camello y el ojo de la aguja (p. 150-51).

           En alguna ocasión echa mano el autor, con demoledora ironía, del sistema de preguntas y respuestas prefabricadas de los catecismos tradicionales para mofarse de las verdades de la Iglesia (pp.202-3) y con no menor sorna se refiere a los tinglados mercantiles que hay tras los a la más disparatada ciencia ficción política:fue una vulgar patraña del cardenal Sedano, entonces Secretario de Estado, cuando dijo en 2000 que el llamado tercer misterio de Fátima era la predicción del atentado que Juan Pablo II había sufrido en 1981; lo que en verdad escondía según Vallejo el famoso misterio era la destrucción del Vaticano por el Estado de Israel con una bomba atómica (p.209).

        A veces resulta, por lo demás, muy difícil estar de acuerdo con él, como cuando, en su furor iconoclasta no salva ni a francisco de Asís, al que califica de hipócrita y falsario (p.250)porque consumía carne pese a llamar hermanos a los animales (esto de la defensa de los animales debe de ser una obsesión de Vallejo, porque lo saca a colación con cualquier pretexto.) De Mahoma dice, sin aportar mayores pruebas, que fue "uno de los seres más dañinos y viles que ha parido la tierra"(p. 171)y en otro lugar (p.229) niega tajantemente que los musulmanes hayan aportado algo (ni en la medicina, ni en la matemática ni en nada ) a la cultura y el saber universales. Ningún elemento de progreso espiritual ni de libertad de conciencia ve en la Reforma de Lutero (p 271 y ss), a quien pone también a parir por, entre otras cosas, haber traicionado a los campesinos que le siguieron al principio, excepción hecha de haber denunciado el escándalo de las indulgencias,aquel invento de Bonifacio VIII, y haber debilitado a la Iglesia dividiéndola en dos, sin lo cual, afirma sin pestañear, "no habrían sido posibles ni el Siglo de las Luces ni la Revolución Francesa ni cuantos movimientos libertarios vinieron después". Sin embargo, el santón hindú Mahavira (que vivió hacer 26 siglos)deviene para Vallejo nada menos que "la máxima luz moral de la humanidad",(p.301) infinitamente superior a todos los Cristos y Mahomas habidos y por haber,por el solo hecho de haber fundado el primer asilo, de que tengamos noticia, para animales viejos y enfermos.



          Si no se recata en poner de manifiesto algunas de las tristes hazañas de los Papas antiguos o del Renacimiento, tampoco lo hace en el caso de los modernos, como cuando pone de manifiesto la hipocresía y las maniobras de Pío IX ante el proceso de unificación de Italia (pp. 192 y ss.) o cómo el Banco Vaticano captó y usó, bajo Pío XII fondos de los ustachis croatas y de los nazis, además de aludir a la indiferencia, cuando no la secreta simpatía de éste último hacia el régimen hitleriano. El Vaticano sigue hoy inmerso en turbios asuntos financieros, como es bien conocido, y según una investigación del London Telegraph es el principal beneficiario del lavado de 55.000 millones de dólares de dinero sucio italiano, hecho que lo convierte en uno de los principales paraísos fiscales del mundo.

        La novela breve La virgen de los sicarios es una desolada y nada edificante visión de la Colombia (sobre todo Medellín) de las bandas de narcotraficantes, con el fondo de la corrupción rampante de los políticos, la violencia brutal, despiadada y casi constitutiva de esa sociedad y un pueblo aparentemente paralizado, humillado y embrutecido (casi todo el mundo parece pasarse el día ensordeciéndose con vallenatos y emisiones de partidos de fútbol), del que se diría que solo le queda asistir como espectador pasivo del tinglado. Digo que esto último solo en apariencia porque, como queda claro en la novela y se sabe por las crónicas políticas y hasta por las noticias de prensa, una parte de ese pueblo vive de los grandes cárteles de la droga y se beneficia también de ellos, lo que sin duda hace más complejo el problema. De hecho, Alexis solo accederá al peculiar contrato que le ofrece su protector, cuando se ha quedado en paro al desarbolar la policía el cártel de Pablo Escobar y ejecutar a éste.

            Un narrador, al principio innominado y del que se dan muy pocos detalles personales pero del que, avanzado el relato, el lector va enterándose de que es una muy transparente máscara del propio Vallejo, entra en relación con ese mundo a través del conocimiento casual de Alexis, un joven sicario del que se encapricha y al que usa, con el consentimiento del muchacho, como amante, mantenido e idolillo erótico. Intelectual ya metido en años, que ha escrito en su juventud algunos libros de lingüística, que ha vivido largos años en el extranjero y que regresa a su país porque quiere morir en su ciudad natal, solitario y misántropo, el narrador-protagonista no espera más de la vida que algunos ratos de placer comprado. Su visión del mundo se reduce  a una especie de nihilismo metafísico (el mundo es un absurdo matadero y el ser humano, en su estupidez y egoísmo, no tiene remedio) y de reaccionarismo cruel y fascistoide (los pobres lo que quieren es no trabajar y vivir del cuento y en el fondo merecen que se les trate, por lo menos en Latinoamérica, como es costumbre inveterada). Congruentemente con ello su discurso  abunda en formulaciones apodícticas y formularias, sea sobre la religión, la situación política, el paso del tiempo y otros asuntos, que por su impenitente radicalismo aparecen como impermeables a cualquier matización, como "La vejez es indigna, indecente, repulsiva, infame, asquerosa, y los viejos no tienen más derecho que el de la muerte"(p.92), o "no hay roña más grande sobre esta tierra que la religión católica"(p.69).

           Escrito en una prosa cortante, fría---bastante funcional a la sucinta trama-- de sintaxis breve,  ritmo muy rápido y sin concesiones apenas a la adjetivación ornamental y a la metáfora, el relato me ha gustado porque  es eficaz en la medida en que acierta a transmitir al lector una sensación de vida y cierta conciencia de la  inevitabilidad del destino, que le da al mundo narrado un aire de pequeña tragedia. Y es eficaz también en el bucle final, que el lector no se espera, cuando el narrador toma determinada decisión luego de enterarse del terrible secreto que relaciona a Alexis y a Wilmar, su segundo amante, una vez desaparecido el primero víctima de un asesinato callejero. Como no podría ser menos, la novelita abunda en colombianismos y en términos propios de la jerga del narcotráfico, y así es de agradecer que uno pueda enterarse de lo que quieren decir tombo, verraco, quebrar, fierro, basuco y muchos más términos, y acude  con alguna  frecuencia a  peculiaridades estilísticas del tipo de la elipsis, como la omisión del verbo principal delante del que anunciativo.