jueves, 25 de enero de 2018

DOS POEMAS CIVICOS

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           Que el mundo es horroroso, probablemente mucho más que nunca antes en la Historia(claro que esa es Diosa en cuyo altar nosotros no quisiéramos sacrificar nada),parece cosa fuera de cualquier duda, excepto para los irremediablemente cínicos, los imbéciles o los  instalados. Pensando en ese fascinante mundo se fueron urdiendo estos versos que a continuación copio, y que valgan lo que valieren. Se me ocurre, ahora que lo pienso un poco, que puede que quizá algo tengan que ver, por lo menos en cuanto a su espíritu e intención, con aquello que antaño  entre nosotros, de manera harto inepta, poesía social. Esto lo digo un poco en broma; en fin que cada cual juzgue.

                                                                            
                       I

En medio del celebratorio circo
      de esta saciedad,
                                y en la insolencia grave,
      timorata y maligna
de los culpables fastos del hartazgo,
      nos hemos olvidado
                                       de la escanda, del mísero
cordel de lacerados, mendicantes
      en busca de una cura,
postrados ante el magno retablo milagroso,
      del hedor deprimente
                                        a hospicio, a la tristeza
ruin de las Casas de Misericordia,
      al alforfón hervido
contra la hambruna helada de la estepa.

       Reos de despilfarro,
vendidos al desastre de una definitiva
       derrota del espíritu,
                                   su pérdida abisal
por la depredación arrasadora
del desdichado mundo de los hombres.

      Y sin embargo, contra
                                           toda apariencia, sigue
       aún oliendo el pan,
                                      pero nunca el dinero.


                         II


Y tantas utopías hechas sangre
 por los delirios de una
                                          mesiánica vesania,
 y tantas nuevas eras
                                 ---años rojos o pardos---
abiertas en el sucio
barrizal de las nieves ucranianas, el cerco
de alambradas de espino,
el paño ennegrecido por el tifus,
los espasmos del vómito
y la asfixia en los trenes de derechos
raíles, que marchaban
camino al exterminio y al infierno.

Pasos broncos de botas de asesinos,
heraldos de un horror
                                  ominoso y siniestro.

Permanece la mustia careta de la muerte
en la fosa común
del lindero del bosque,
anónimos osarios
que cuelgan en el aire, como aves asustadas,
su tétrico reflejo.

Oh puertas del Edén,
de siempre clausuradas
                                     a candado y a rejo
acérrimo, brutal como el destino,
como el taimado rayo,
                                   como el inesperado
estertor abortizo de los Tiempos.


PERSPICACIA Y CRITERIO

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Susan Sontag. Cuestión de énfasis. Barcelona. Debolsillo. 2016. 424 pp. Trad. de Aurelio Major.

               Familiarizado desde hace años con los ensayos de la Sontag --- no de sus novelas, porque creo que no estuvo nunca muy dotada para la narrativa: en su día empecé con una de ellas, ya no recuerdo cuál, y a las pocas páginas se me cayó de las manos--- doy ahora con esta Cuestión de énfasis. Si bien el volumen que nos ocupa, que reúne ensayos, de muy variada factura y extensión, escritos entre 1982 y 2003 y aparecidos antes en muy diversos sitios resulta acaso de menor enjundia y resultados que otras recopilaciones que después de la muerte de la autora se publicaron en español (y estoy pensando ante todo en Bajo el signo de Saturno, Debolsillo, 2007, para no hablar de textos más unitarios y extensos que han llegado a adquirir casi la condición de clásicos contemporáneos, como Sobre la fotografía, primera edición inglesa de 1973, o La enfermedad y sus metáforas, de 1978, reseñada esta última  en su día en este blog ), no por ello deja su lectura de valer la pena, toda vez que aquí se encontrarán la misma penetración de análisis, lucidez e  independencia de juicio y, lo que es aún mejor, desentendimiento respecto de las a menudo estólidas e inanes categorías de la tradición académica. Glosaré algunos de los que me han parecido más sustantivos o menos de relleno o circunstanciales.

             La prosa de un poeta indaga, a propósito sobre todo de Brodsky y Mandelstam, pero también de Valery y Auden, e incidiendo en la diferencia y complementariedad  entre  "Prosa" y "Verso"---de límites cada vez más difusos, como se sabe, desde al menos la época de las vanguardias---, en la condición casi siempre tautológica y autorreferencial de las prosas de los grandes poetas. Otra cosa sería, se me ocurre, la crítica ensayística de autores como O. Paz o Eliot, que más que poetas---y esto parecerá a algunos una arbitrariedad gratuita o un sacrilegio-- tengo para mí que fueron ante todo grandes críticos, hommes de lettres que también hacían versos. Pero para los inicialmente citados, que entendieron sus escritos en prosa como un comentario o nota a pie de página de su poesía, aquella no constituiría sino una especie de autobiografía, de cómo definirse a sí mismos como poetas, esto es, precisamente de una mitología de la identidad  subordinada a la verdadera esencia, que es el poetizar mismo y su casi inevitable correlato de destino patético, y el intento de autodefinición ---más o menos triunfal--- de su yo respecto a las exigencias del mundo y de la vida cotidiana.

            Posteridades: el caso de Machado de Assis reivindica la obra de este escritor brasileño, hoy bastante olvidado, al que Sontag considera como uno de los más grandes y fundacionales de América latina, y analiza su Memorias póstumas de Blas Cubas, 1880, a la luz de sus insospechados paralelismos con el Tristam Shandy de Sterne. Ambos libros son autobiografías ficticias, irónicas y disparatadas, y en ambos predominan la continua digresión y el didactismo, pero el de Machado es aún más mordaz en su parodia y defensa de una soledad libremente elegida o emblemática y su liberación ---al fin problemática y ridícula---que da en una especie de parodia de la idea de ascenso o promoción en la escala social. De hecho la novela del brasileño podría considerarse precedente de esa tradición de bufonadas narrativas que Sontag lleva hasta Svevo ---La conciencia de Zeno y Senectud---y la estética de lo grotesco de Beckett.

           Una mente de luto se dedica a los libros aparentemente "narrativos" ---excluyendo Austerlitz---de Sebald, que para la Sontag se alzan, como una joya, por encima de lo insustancial, inane y alicorto de buena parte de la narrativa europea de estas tres últimas décadas . Y que vienen a constituir uno de los pocos proyectos literarios nobles. En los textos de Sebald un viajero- narrador cuenta, sí, al hilo de su continuo deambular, las pruebas de la definitiva muerte de la naturaleza, las devastaciones de la modernidad y el trágico destino de vidas arrumbadas en el abismo de la desdicha y el anonimato, pero lo hace con esa inimitable prosa oblicua, como en penumbra, donde se juntan la digresión erudita con el fogonazo poético, de la mano de un lenguaje denso, delicado, sumido en la materialidad, tipo de lenguaje del que había pocos precedentes en lengua inglesa y quizá menos aún en la alemana. Lo de menos es hasta qué punto la inclusión de fotografías y otros documentos falsos o falsificados impulsan o determinan el efecto de lo real  y si ese personaje ficticio al que el autor ha prestado su nombre corresponde o no con la persona real de Sebald, ese alemán que pasó casi toda su vida en Inglaterra y que murió trágicamente en plena madurez en un accidente de coche. Lo que cuenta es el espíritu de sus narraciones, esa conciencia inestable del narrador, esa máscara que sabe resolverse de modo magistral en la amplitud y sutileza de los detalles, y que Sontag cree hallar en una cierta tradición germánica que va desde Jean Paul hasta Grillparzer, Hoffmannsthal y Thomas  Bernhard, aunque Sebald carezca ---probablemente para bien---del tono de bronco lamento, de la desolación metafísica y la agitación mental de este último.

          La escritura en sí misma:acerca de Roland Barthes, uno e los más extensos y brillantes ensayos de este compilación, se consagra a este moralista, semiólogo, filósofo de la cultura, connaisseur de fascinante capacidad expositiva y proteico escritor autobiográfico que tantísimo predicamento e influencia tuvo en la cultura francesa ---y no solo---de las décadas centrales el pasado siglo. Sontag empieza sentando la idea de que Barthes se formó, empezó a modular su estilo en el rigor ético y analítico de la edad de oro de la NRF de la primera época, cuyos números devoraba ya en su época de estudiante.Lo más perdurable de Barthes acaso sea la manera en que revolucionó la crítica literaria: su temperamento formalista ---en esencia: que el crítico no debe intentar reconstruir el mensaje de una obra, sino su sistema, forma, disposición de sus partes---alcanzó a demostrar, por ejemplo, cómo obras tenidas por insípidas, torpes o reaccionarias podían llegar a ser secretamente subversivas (su modélico ensayo sobre el Sarrasine de Balzac) o cómo en ciertas obras o discursos, ciertos proyectos extravagantes de la imaginación lo en apariencia visible no hace sino velar su extremo opuesto. En Sade, Fourier, Loyola se ve cómo el delirio de total libertad sexual deviene en tiranía del más totalitario racionalismo y cómo, un poco al revés, la ilustrada racionalidad del utopista no escondía sino la desmandada pretensión de un delirio sensual. Y cómo, dicho sea de paso, aunque esto la Sontag no lo menciona, los Ejercicios de aquel obseso que se autotituló como soldado de Cristo recordaban inquietantemente el leninista El Estado y la revolución ---ya Octavió Paz se refirió varias veces, en expresión feliz, a los jesuitas como bolcheviques del catolicismo--- Por lo demás, la forma de escribir de Barthes, su prosa sembrada de fórmulas aforísticas y epigramáticas, su regodeo en el fragmento,a la vez que  no deja de hundir sus raíces en una secular tradición francesa que se remonta por lo menos a Descartes y a los moralistas del XVIII a la manera de La Rochefoucauld, se integra en esa otra tradición, más amplia, de lo antisistémico o antisistematizador,  que viene de Nietzsche y Wittgenstein y que opta por el cultivo de formas antilineales de narración, por la destrucción de toda "historia" y el abandono de un argumento reconocible (que según la Sontag también se da en Gide). En Barthes, esa fórmula divagativa que diluye las fronteras entre el ensayo y la ficción cuaja ejemplarmente en su última época, en Roland Barthes por sí mismo y en ese libro inolvidable que es Fragmentos de un discurso amoroso (permítaseme la intromisión personal de decir cómo recuerdo todavía lo que lo leí y releí, hasta seis veces, de veinteañero, presa además de una desventura pasional), donde resplandece lo mejor de su legado: por encima de lo trágico de nuestra condición, por encima de los sentimientos y de los mensajes, debe quedar la relación festiva con las ideas, la feliz colusión de arte y placer.

          Más breves, Danilo Kis y El Ferdydurke de Gombrowicz son sendas y agudas notas sobre dos escritores raros ---Steiner los hubiera calificado de extraterritoriales---y a la vez  radicalmente distintos entre sí: Si para el primero ---el texto está escrito a raíz de la temprana muerte del serbio--- la geografía fue un destino, en el sentido de que su obra no se entendería si se hace abstracción de las peculiares circunstancias de su biografía, en el segundo un destierro casual y no querido que acabaría prolongándose toda su vida dio inesperadamente en un espléndido enriquecimiento y amplitud de perspectivas. Recuerdo haber leído que Gabriel Ferrater lo consideraba, quizá por haberlo traducido, el más original y desinhibido escritor de las décadas centrales del XX. Aquí se lee Ferdydurke como uno de los libros más vigorizantes y directos sobre el deseo sexual  jamás escritos (pág. 132).....y sin escena explícita erótica alguna. Es más, Sontag considera Ferdydurke como el más cabal anti Caroll: si en la historia de Alicia una niña se ve arrojada a un mundo subterráneo, asexuado y fantasmal, gobernado por una lógica fantástica pero implacable, en el relato del polaco, puesto que la inmadurez era el más querido de los temas de Gombrowicz, la persona adulta convertida en colegial se lanza alborozada a nuevas libertades pueriles para el deseo sexual ---imaginado, no consumado---, la provocación ofensiva y la inconsciencia para con lo vergonzante.

          El breve ensayo dedicado a Rulfo incide más en la enigmática personalidad del escritor mexicano que en lo que pudo suponer su Pedro Páramo y la Carta a Borges, escrita en el décimo aniversario de la desaparición del maestro porteño, es una  hermosa declaración de admiración, el escritor al que más deben todos los escritores que vinieron después....donde no deja de prevenirle para que se guarde, desde el más allá,contra la legión de sus imitadores.

          De la novela al cine: Berlin Alexanderplatz de Fassbinder es quizá el texto fundamental de los no estrictamente literarios (con el titulado Un siglo de cine, en donde pasa revista a las transformaciones de este medio desde sus inicios hasta acabar en el, a su juicio, actual impasse empobrecedor por las imposiciones de una industria sin escrúpulos y la reducción, en la pantalla, a una serie de imágenes agresivas). El dedicado a la desmesurada adaptación fílmico-televisiva de la novela de Döblin parece más meditado y circunspecto.Empieza razonando por qué adaptar novelas al cine ha sido desde siempre una práctica respetable, aunque con resultados a menudo decepcionantes, y sin embargo la novelización de una película parecería absurdo y aberrante. Y a continuación considera la adaptación  de Fassbinder a la luz y en paralelo a la que hiciera Stroheim de la novela McTeague del escritor californiano de fines del XIX  Frank Norris y que llegaría a la pantalla como  Avaricia. Por desgracia desconozco la novela y no recuerdo ahora haber visto la película (aunque sí la de Fassbinder, hace poco: maravillas de Internet), de modo que poco podría por mi parte decir al respecto. Pero no dejan de llamarme la atención los nítidos paralelismos argumentales que Sontag ve entre las novelas de Döblin y de Norris, aunque con notables diferencias en los métodos de narración de Fassbinder y Stroheim. Este siguió la novela casi línea a línea, en tanto aquel optó por una estructura más libre, discontinua, con muchos saltos atrás y muchas capas de anécdota y comentario, además de las secuencias claramente oníricas o fantasmagóricas de los delirios de Biberkopf. En todo caso, lo meritorio en Fassbinder radicaría en haber alcanzado a reproducir, con la inestimable ayuda de la excelencia de los actores--- Günter Lamprecht, Barbara Sukowa o Hanna Schygulla bordean la perfección----y la grandiosidad de los decorados de época, la rara intensidad meditabunda de la novela de Döblin y su descarnada desolación existencial.

         Entre los ensayos que conforman la última parte del libro considero de lo más reseñable (pp. 327-34) el muy apretado Treinta años después, que viene a constituir un esbozo de lo que sería autobiografía espiritual, escrito además con gran sentido de la decencia y honestidad intelectuales, sobre todo en lo que se refiere al reconocimiento de algunos rasgos de ingenuidad en su primer libro Contra la interpretación, según ella no exclusivamente achacables al hecho de que lo escribiera muy joven. El texto trasluce un sereno desengaño--- acaso el que proporciona el ir cumpliendo años----puesto que al fin y al cabo los sesenta del siglo pasado ya no se parecían nada a los noventa.....para mal. El triunfo de la  llamada globalización y de las formas más salvajes de capitalismo no da para muchas alegrías, y ya solo queda el ir balanceándose entre los dos polos de ese sentimiento peculiarmente moderno que se dejan llamar nostalgia y utopía. Utopía y nostalgia para soportar eso  que me parece que con sumo acierto ella considera como más definitorio del espíritu de nuestra época, que no es sino Nihilismo--- recuperando adrede el término de Nietzsche ---y Barbarie. El texto es de 1996, y en estos últimos veinte años la cosa no ha hecho más que empeorar: ¿qué hubiera sentido y pensado Susan Sontag, que murió en 2004, de tan tremebundo fenómeno como Donals Trump, por ejemplo? Seguro que, de poder observarlo un segundo, volvería a bajar apresuradamente a la tumba.
      

viernes, 19 de enero de 2018

UN SECRETO ALGO DECEPCIONANTE


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Stefan Zweig. Ardiente secreto. Barcelona. Acantilado. 2017.Traducción de Berta Vías.121 pp.
------------Brennendes Geheimnis, pp. 7-85 de Meisternovellen. Frankfurt. Fischer Verlag. 2016.

                La historia ocurre, como no podía ser de otro modo, en un balneario centroeuropeo y en esa peculiar belle epoque  que hubieron de constituir los años inmediatamente anteriores a la Primera Gran Guerra. Allí coinciden, cada cual por su lado, una atractiva y elegante señora, esposa de un abogado vienés, acompañada de su hijo de trece años, y un joven aristócrata y alto funcionario que ha aprovechado su atractivo entre las mujeres y sus bien engrasadas maneras mundanas para convertirse en seductor profesional. A la espléndida disección anímica de cada uno de ellos, a sus ilusiones, inseguridades y miserias, se une la muy sabia y bien dosificada progresión de la trama con sus fintas y recovecos, que acabará en el quiebro último, pensado sin duda para  la gracia de precipitar un final que ni es el que espera el lector ni el que parecería desprenderse del preliminar anclaje y juego entre los tres personajes.Ante todo por la metamorfosis operada en Edgar, el muchacho, cuya maleable ingenuidad infantil acabará trocándose en una racionalidad fría y seca puesta al servicio del ansia de venganza y una capacidad de reacción que lo sitúa en los bordes mismos de una personalidad tiránica y no exenta de subrayados perversos.....para cambiar de nuevo en la conclusión de la novela. Y es que el secreto del título no es solo el de la liaison adúltera ----paradójicamente no consumada--- que el chico no deberá revelar a su padre, sino también, de modo ambiguo, el del comportamiento final de aquel, que hace lo contrario de lo que cabría presumir.

            Comparece aquí, pues, casi toda la panoplia de las pasiones humanas, el narcisismo, los celos, la venganza, la humillación y el entusiasmo, operando todas por debajo de la máscara teatral que envuelve la comedia de las tres criaturas. Mathilde esconde, tras su orgullo de casta, su secreta infelicidad y la duda que la atormenta; el Barón se parapeta en su desenvoltura mundana para ocultar su hastío y su vacío moral; el adolescente Edgar se debate en la tensión ente sus ansias de crecer, sus prisas por ser adulto y acaso también la peculiar servidumbre de su fijación edípica: me parece que a la contextura espiritual del muchacho, tal como aquí se la pinta, no le son en absoluto ajenas las teorías freudianas, que Zweig tenía en no poca estima.

           Lástima que, por lo menos para mí, el inesperado final del relato acabe condescendiendo con un moralismo blandengue y buenista, donde la aceptación del más rancio convencionalismo burgués aparece aderezada, para más inri, con algunas observaciones que se dirían propias de cura director de ejercicios espirituales. Y tal salida defrauda, por mucho que  con ello no quede en absoluto desactivado e inoperante el encanto que había presidido la mayor parte de la novelita y por mucho que Zweig demuestre ser agudo conocedor de los vedados engranajes del corazón y en particular de los del alma femenina. No habría que considerar ésta a mi juicio la mejor de sus novelas, pues no alcanza la cerrada perfección de, por ejemplo, Carta de una desconocida o de la  Novela del ajedrez, leídas en español hace ya años, incluídas ambas en en la recopilación de la Fischer y que pienso intentar leer en alemán y acaso ocuparme de ellas en una futura entrada de este blog. Todavía el otro día pasé un gratísimo rato volviendo  a ver la versión cinematográfica que de la primera de ellas hiciera en 1948 Max Ophüls, con Joan Fontaine y Louis Jourdan, uno de los más sensibles y delicados melodramas que he encontrado en el cine.

             Algunas observaciones respecto a la traducción. La de Vías me ha parecido en general excelente, y cumple con creces lo que debe exigirse a una buena traducción literaria: hasta tal punto ha sabido la traductora reproducir en español tanto las sutilezas y sinuosidades de la prosa de Zweig como la resonante sombra connotativa de las palabras, sin desatender nunca la casi continua ironía subyacente. Podría observarse si acaso que, en su afán de precisión, caiga alguna vez en lo que habría que considerar como esa  peculiar forma de amplificatio ----y no me refiero, claro está, al problema de ciertos pronombres personales y posesivos, donde aquella es inevitable al carecer algunas de esas formas en español de variación de género--- en que, sin desvirtuar ni violentar el sentido, se  dice en la lengua terminal algo que en el el texto original literalmente no figura, pero que ya el lector mínimamente avisado sobreentiende sin esfuerzo alguno. Así (p. 36 de la ed. española y 25 de la alemana) trollte er sich in del Gängen herum, sobra el último complemento en español al verter:  anduvo errando por los pasillos del hotel,pues es en un hotel donde están los personajes y donde se desarrolla toda la acción. Algo parecido ocurre una página anterior : Dass sein Bemühen bei dieser Frau nicht vergeblich sein würde, hatte viel Wahrscheinlichkeiten, que Vías convierte en Tenía muchos motivos para creer que sus esfuerzos para conquistar a aquella mujer no serían en vano, donde parece ocioso el para conquistar cuando hubiera bastado con aquella mujer; además de que el equivalente más preciso de Wahrsscheinlichkeiten es probabilidades, que por lo demás se adapta perfectamente al contexto y hace redundante y un tanto gratuito el motivos para creer. Pero son de todos modos cuestiones de tono menor que, como sugerí más arriba, en nada desmerecen la excelencia de la versión.

lunes, 15 de enero de 2018

NOSTALGIA DE LAS AULAS




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              Durante 35 años y y hasta hace casi dos me he pasado la vida metido en las aulas. Toda mi existencia, si se incluyen los años de alumnado, desde la primaria a la facultad. De la condición, según general criterio tan cómoda como envidiable, de funcionario he pasado a la no menos deseable, y más con la que está cayendo, de pensionista subsidiado (con generosidad, todo hay que decirlo). Bien, hasta aquí, todo demasiado claro, casi resplandecientemente trivial. Salvo los tres o cuatro amigos que uno tuvo la fortuna de hacer entre los cientos de compañeros que en todos esos años el azar fue dejando caer, salvo unos cuantos recuerdos y anécdotas de algunos ratos felices con ciertos alumnos ---de otros prefiero ni acordarme---, la verdad es que poco memorable me ha dejado la enseñanza, que como todo el mundo sabe, aunque no todos lo digan, ya no es ni la sombra de lo que sin duda fue, al menos en parte, hace solo unas pocas décadas. Como institución, esta corroída sin remedio y espiritualmente exangüe, lo mismo por lo demás que la textura moral de nuestras sociedades.

               Además, estos últimos tiempos no ha hecho sino agravarse el ahogo del papeleo inútil y la intromisión gratuita de la institución familiar ---a través del nefasto invento de las AMPAS, y qué feliz casualidad la homofonía---, de modo que a los docentes, a los que todavía conservan algunas ganas de intentar hacer lo que se les supone, enseñar, se les amarga la vida y se les aburre y desanima hasta la saciedad. Si a esto añadimos el desolador paisaje que se observa sobre todo en el ámbito de las viejas humanidades, que es lo que a mí atañía, pues apaga y vámonos. Y es que a quién van a importar ya un bledo la literatura, la historia o la filosofía, y al Poder y la Administración menos que a nadie, en un mundo en el que lo que predomina ---lo mismo entre los jóvenes y adolescentes escolarizados que entre los sedicentes adultos---son los libros de autoayuda, los grupos de Whatssap, el narcisismo, el cretinismo y la idiotez robotizada, y en el que buena parte del llamado ocio se llena con horas y horas curioseando en Internet en busca de estupideces, cotilleos o pornografía o en pos de algún abracadabra de crecepelo o creceverga.

               De modo que mi peculiar manera de nostalgia de las aulas es que no siento ninguna.Me alegro de haberlas perdido de vista para siempre, aunque a veces algunas rememoraciones no puedan menos que entristecerme, lo mismo que me entristecía cada septiembre comprobar cómo tenía ante mí un grupo de muchachos en la flor de la edad, igual de jóvenes otoño tras otoño mientras que uno, ay, tenía siempre un año más. Pero ese es seguramente otro tipo de tristeza.