miércoles, 3 de agosto de 2011
domingo, 31 de julio de 2011
UN LIBRO DE ENSAYOS

Jaime D. Parra. El poeta y sus símbolos. Variaciones sobre Juan Eduardo Cirlot. Planeta. Barcelona. 2001
Cirlot (1916-1973) fue no solo poeta. De formación y vocación al principio musicales, fue hombre de insaciable curiosidad intelectual y descolló en campos tan variados como la Etnología y la Historia de las Religiones, la Crítica de Arte, la Musicología y la Simbología ( su Diccionario de Símbolos, de 1957, con ediciones aumentadas posteriores, es todavía hoy una utilísima obra de referencia traducida a todas las lenguas cultas).
A estos múltiples intereses de Cirlot aplica su cuidadoso análisis y consideración el libro de Parra, distribuyendo la materia entre los distintos ensayos con hábil criterio y con vasto acopio de datos, aparato crítico y bibliografía exhaustiva. Así, en el primero de los ensayos, Cirlot y su tiempo, da cuenta de las orientaciones iniciales, de la posterior trayectoria y del entorno del escritor, que sin abandonar nunca el cultivo de la poesía (llegó a publicar más de medio centenar de libros de versos, aunque con ritmos muy distintos) tuvo unos inicios musicales (compuso en su juventud algunas piezas, en la estela del atonalismo y la música dodecafónica, hoy casi todas perdidas) desde su pertenencia al Círculo Manuel de Falla del Instituto Francés de Barcelona y su temprana dedicación a la crítica de arte en el grupo Dau al Set, los artistas plásticos que se agrupaban en torno a Tápies, Ciuxart y otros, y a escribir numerosos trabajos y artículos en esta materia, sobre el arte abstracto, el arte catalán del siglo XX y las Vanguardias, como Joan Miró (1949), El arte de Gaudí (1950) o La pintura abstracta (1952). De esta época es también El estilo del siglo XX (1952), ensayo muy documentado y sugestivo donde examina con penetración la modernidad, desde el cine y la moda hasta la música y la danza, y atribuye al espíritu del siglo las notas distintivas de rapidez, fragmentación, especialización y desesperanza. A partir de mediados de la década de los cincuenta Cirlot orientó su interés especial al estudio de los símbolos y el esoterismo, bajo el magisterio y con el acicate de maestros como Asín Palacios, Cansinos Assens, Zimmer, Jung y sobre todo Marius Schneider, al que conoció personalmente y que le abriría el camino para la redacción del antecitado Diccionario de 1958. En sus últimos años Cirlot se dedica sobre todo a la poesía hasta culminar el ciclo de Bronwyn (1967-1972) y al sufismo, mientras que en la crítica de arte ---aunque publicó en esos años un menor número de trabajos--- se aplicó tanto a los tiempos pasados--- Pintura gótica europea (1969)--- como recientes ---Picasso, el nacimiento de un genio (1972).
El segundo de los ensayos se dedica a mostrar cómo el tema o núcleo central en la obra de Cirlot tanto en la poesía como en la crítica y erudición fue la búsqueda del centro ---imagen esta que, intuída a partir de la música de Alexandre Scriabin, de las formas atonales y dodecafónicas de Schönberg, de la poesía de Nerval y de Blake, así como de su peculiar lectura del Surrealismo, ante todo de la noción de imán de los Champs Magnétiques de Breton, que atrae y repele a la vez, creando zonas de rechazo y atracción apasionadas--- será sin duda la más reiterada e insistente en él, una especie de visión ya prefigurada en sus libros primeros de poesía como En la En la llama (1945) y luego más visible en El palacio de plata (1955) y en Bronwyn. De aquel libro son los siguientes endecasílabos, buena prueba también de su vibrante y apasionada imaginería : “ El palacio de plata resplandece/ en medio de las aguas del abismo/ y las coronas arden con dulzura./ Y la dorada rueda de las rosas/ levanta su cabeza de aire blanco/ El árbol infinito de la sangre/ atraviesa la roca transparente/ La noche abre sus ojos de fulgor/ sus letras de cristales que respiran. /de la calma del centro nacen llamas”(pág.44) En el Diccionario de Símbolos se dice en la entrada Centro: “ El paso de la circunferencia a su centro equivale al paso de lo exterior a lo interior, de la forma a la contemplación, de la multiplicidad a la unidad, del espacio a lo inespacial, del tiempo a lo intemporal. Con todos los símbolos del centro místico se intenta dar al hombre el sentido del estado paradisíaco primordial y enseñarle a identificarse con el principio supremo” (cit. por Parra en pág. 38). El centro constituye para él pues una fijación, una confluencia de ítems de variada procedencia mítica y simbólica que acaba concretándose, en su última etapa poética, en una mística casi obsesiva, en una especie de trascendencia: “Lo que llamo Bronwyn es el centro del lugar que desde la muerte se prepara para resucitar; es lo que renace eternamente”. Cirlot aisló definitivamente esa idea de centro cuando tuvo la revelación de Bronwyn al ver la película de Franklin Schaffner El señor de la guerra y en ella la interpretación que hace la actriz Rosemary Forsyth y según vino a explicar en repetidas ocasiones se enfrentó con un ente imaginario con una fuerza y capacidad de imposición mayores que su fuera real, pues a la postre lo que descubren los entes imaginarios es que todos lo son y que solo una mínima diferencia de grado los separan de la llamada realidad. El poeta ha creído encontrar el más radiante de los centros, eje de su mundo simbólico y moral, en esa imago femenina, dispensadora de claridad y de verdad, en la que focaliza el Tú de su poesía amorosa última. Bronwyn es un universo que se teje en torno a un espacio hierofánico y a las relaciones entre al pareja agonal del caballero y la doncella, sus funciones y sus metamorfosis, de donde surgen agrupaciones de símbolos recurrentes--- la torre redonda, el lago, el bosque, el anillo, etc,--- con toda una escala de orden ascensional y transformativo, que le sirvió además para plasmar, idealizándolo, el mundo heroico-medieval que le era particularmente querido.
En el ensayo Cine y creación poética toma en consideración Parra, siguiendo en lo esencial a Sánchez Vidal, las relaciones de Cirlot con el cine de Buñuel y la estética surrealista, muy estrechas en su juventud, cuando el poeta vivió en Zaragoza, conoció a Alfonso Buñuel y se imbuyó, bajo su guía, de Surrealismo, pues tuvo acceso a la espléndida biblioteca que con fondos sobre todo franceses custodiaba el hermano del cineasta. Del Surrealismo, del cinematográfico de Buñuel en Un chien andalou y de la influencia del luego inspirador del Postismo Carlos Edmundo de Ory y de Miguel Labordeta tomará Cirlot buena parte de su violenta imaginación verbal de esa época, cuando en realidad era aún un escritor primerizo y no del todo formado (“Espinas y alfileres se clavan en mi boca/ con diademas de llanto coronan mi cintura/ Esperan mis palabras con hoces y cuchillos”, dirá en el antecitado En la llama,) así como la técnica del collage ---el intento de ligar lo que es dispar---y la poética de la fragmentación ---esto es, la reivindicación de todo lo que suponga un desarreglo de los sentidos, la explotación del encuentro fortuito de elementos heterogéneos que pueden provocar visiones sorpresivas y alucinadas. Lo que Cirlot aprendió de la estética surrealista fue la rebelión moral que supone el uso de las imágenes como un acto de subversión y denuncia, y aunque acabó separándose de la ortodoxia de la escuela y moderando mucho su lenguaje, los modos de la escritura surrealista dejaron, en fin, su huella en no pocas zonas de su obra . Considérese, por ejemplo, la llamada enumeración caótica, al estilo de Neruda y su Residencia en la Tierra, en este caso llena de simultaneísmos, de su Elegía a Charlot: “Advierto coches viejísimos, residuos,/palomas destruidas, vidrios sordos,/ con agua temblorosa y crisantemos./ También contemplo jóvenes vestidas/ con harapientas ropas celestes/ de un doliente rumor indefinible”.
En otro ensayo explora el autor la influencia de cine como lenguaje en la obra y la visión del mundo de Cirlot. Del cine no surrealista, en concreto de El gabinete del Doctor Caligari y de Nosferatu, de Wiene y Murnau respectivamente, de la simbología de las adaptaciones de Shakespeare llevada a cabo por Lawrence Olivier y sobre todo la citada película de Schaffner. En estas dos últimas Cirlot creyó entrever una experiencia de lo sagrado, que él interpretó a la luz de cierto gnosticismo, del Evangelio de San Juan y del catarismo en lo que tienen de planteamiento de una situación de extrañamiento del mundo, de conciencia de extranjería en esta tierra, en la que él se consideraba un caído. Así leyó el Hamlet de Olivier de 1948. Esta película “produjo tal transtorno en mi vida espiritual como jamás lo hubo. Podría decirse que esa visión (contemplación e intelección de un drama que en el fondo es el drama gnóstico de la criatura arrojada a un mundo en el que la madre-materia está entregada al demiurgo-mal) me renovó de raíz”(pág.78). El drama consistía para Cirlot, y es fácil comprobar hasta qué punto se proyectaba en sus propios mitos, en tener que ser lo que no se es, y la ficción de Shakespeare le brindaba la ocasión idónea: la madre unida al asesino del padre (madre-materia) y el segundo padre, el falso (demiurgo), sentado en el trono usurpado. Hamlet será así pues una especie de mito gnóstico, certeza a la que Cirlot dijo haber llegado a través del estudio de una cadena de herejías, cátaros, albigenses etc.—y por lo que llamaba resurgencia interior. Respecto a El Señor de la Guerra ya se ha dicho cómo Cirlot halló toda una cosmogonía mística que desde que vio la película por primera vez anduvo desarrollando muchos años, puesto que acabó relacionando a Bronwyn con la que Wagner llamó “mensajera del más allá”, con la Daena de la tradición mística persa, con la mitología céltica ---a la que de todos modos la película es bastante fiel--- y con el ánima de Jung . Bronwyn sería en definitiva “el llamamiento de la vida cuando se está muerto” (pág. 83). La ambientación de la película, en una región pantanosa del Brabante del año 1000, en tiempos de Guillermo el Conquistador, y el encuentro de un caballero normando, Chrysagón de la Cruz, y de la doncella céltica Bronwyn, que viven una apasionada historia de amor, donde la protagonista femenina podría equipararse a todos los aspectos femeninos del cielo y la tierra ---Eva rediviva, Isis, la Magna Mater, Juno, Venus, Diana etc---aspecto que posibilitó el enriquecimiento del mito y facilitó la proyección casi obsesiva de Cirlot en una figura o imago femenina, la gran mediadora, hasta su ascensión y transfiguración final , en una especie de imagen-máscara que está en el fondo, ya se ha mencionado, de su poesía amorosa última hasta sus extraordinarios 44 Sonetos de amor (1973). En los versos de Bronwyn aparece primero como una muchacha rubia y después como princesa, reina y finalmente diosa, figura metamórfica y transcultural que surgiendo del paganismo céltico enlazará con los universos gnósticos del judaísmo, el cristianismo y el sufismo.
El ensayo Kábala y poesía remite a la huella de aquella interpretación esotérica de la Biblia, de Llull a Abraham Abulafia, en la Weltanschuung de Cirlot y de cómo este tomó la intuición de la llamada poesía permutatoria mezclando el letrismo cabalístico de Abulafia y el dodecafonismo de Schönberg. Atribuyendo un valor a cada letra y a cada nota musical, el uso más sencillo de esta técnica se da cuando “se eliminan fragmentos, palabras y versos según la necesidad interna de cada combinación” (p. 97), como el poeta hizo en su Homenaje a Bécquer (1954) y su continuación de 1971, y un uso algo más complejo y sistemático en Bronwyn VII (1969) y en Bronwyn, permutaciones,(1970), libro este al que está dedicado esencialmente el ensayo siguiente, La música como base ordenadora, en el que se intenta una evaluación de la obra estrictamente musical de Cirlot apoyándose en los comentarios que en su día suscitaron sus piezas antes de que el autor destruyera las partituras y cambiara el pentagrama por los versos. A partir de una muy libre interpretación de las ideas musicales de Scriabin, de Schönberg y de Stravisnski trató Cirlot de aplicar sus sistema de permutaciones ( un ejemplo práctico de las cuales aparece reproducido en las pp. 123-25). El atonalismo y el dodecafonismo sirvieron a Cirlot para fundamentar una escritura torturada de raíz expresionista, una vena delirante y eléctrica y una estética del desvarío que él veía en artistas como Van Gogh, Munch, Trakl y otros y que le llevará a tentar los estados-límite, eso que Rudolf Otto llamó en su libro Lo santo “sacrum tremendum”, una actitud ante la divinidad (y Bronwyn es La Dios) caracterizada por la fascinación y el terror ante el amor, ante su tremendum, porque la belleza que lo suscita y alimenta revela el mismo origen terrorífico, aspecto que en Cirlot va incluso más allá del romanticismo más exagerado, como se trasluce leyendo los citados 44 Sonetos, donde abundan las imágenes autodestructivas y semimasoquistas.
Estructuras de la aliteración se refiere al interés de Cirlot por la versificación céltico-germánica, basada, como se sabe, en la aliteración más o menos sistemática (aspecto que también fascinaba a Borges, por ejemplo). Este recurso es más bien escaso en la tradición poética española y románica en general, pero muy frecuente en la poesía de Cirlot a juzgar por la cantidad de ejemplos que Parra nos cita, algunos relativamente sencillos (“helecho/ el hecho/ el lecho” (p.135) y otros más complejos(“tú/ su/mida/ en la no vida/mí/sí/perdida” (p.137) donde aparte de la preeminencia fónica de la i hallamos la rima interna –ida (eco) y la inversión no-sí, o este otro, más dislocado “Ro/to to/do/ Bronwyn/ so/ lo lo/ no,” donde, apunta Parra, “la homofonía vocálica” ---supongo que quiere decir “repetición”--- “de la o podría asociarse con el simbolismo del círculo, como en Blake, pero también con la sílaba OM (=AUM donde A corresponde a la conservación y U a la destrucción”) (p-138). Se aducen también casos más convencionales del tipo de “Bronwyn de los brumosos de Brabante/ bosques donde la búsqueda no vuelve (p. 148) o el tomado también de este ciclo poético que empieza “los cisnes son las alas de las almas,”, en que Cirlot acumula una desmesurada cantidad de apariciones de la palatal /l/ y muchísimas repeticiones de las palabras ángeles, alas y almas , que el autor transcribe por entero en la pág. 150 y que considera un tanto ditirámbicamente como “una verdadera ascensión mística, como quizá no haya otra en la literatura española”.
El ensayo La Ciencia de los Símbolos, en fin, se refiere a los escritos del poeta en esa materia, no solo a El ojo en la mitología. Su simbología (1954) y al ya varias veces citado Diccionario, para cuya redacción tuvo Cirlot muy en cuenta, tal como se ha dicho más arriba, los trabajos de Schneider y otros, sino también a una serie de escritos breves que fueron colaboraciones en prensa en su día y que solo parcialmente se han recogido en volumen, atinentes, entre otros asuntos, a la simbología de las vocales y a su “correspondencia” con los colores (págs.. 165 y ss.) Se insiste asimismo en el modo en que la obra de Schneider le sirvió para desentrañar la película de Schaffner y de cómo esta a su vez se utilizó en su opera maior en poesía, algo que Parra ya había desarrollado en gran parte en otras zonas del libro, y lo mismo podría decirse de Bronwyn y el sufismo, el ensayo que cierra la serie, cuyo contenido aparece ya repetido en gran medida en sitios distintos de la recopilación.
viernes, 15 de julio de 2011
DOS POEMAS DE JOSE PALAZUELO
Porque del trompeteo de flauta y castañuelas
y encrucijadas todas de tus noches
tomado de una herrumbre oscurecida
por eso justamente acaso entonces
se arruina tu fe toda y se muda en mentira,
casi en máscara vuelta,
de irrestañable herida,
gañendo y malherido
en las vigilias de tu amanecida.
Y entonces nos hablaban de sus hijos,
y así nos lo decían, entrecortadamente;
que un simple mecanismo, y bien elemental,
sustantivo y difuso, de sus vidas.
de no sé qué nostalgia
para ahorrar un poquito y ya volverme
y el juego de ojos se le resolvían
de la mejilla. La otra...allá en Brasil
Y la mirada se le iba, al tiempo,
del hall de la entradita. Y hay, cómo decirlo,
ahora y también entonces, entre todos nosotros,
como una asordinada simpatía
ahora y entonces,
destilaba un color de flujos seminales
los rezagados coches de la noche
ladrando a la alta luna, tal perdidos,
sábado, 9 de julio de 2011
UNA VIDA SIN VIDA

El libro está dividido en dos partes claramente diferenciadas a las que podría añadirse un capítulo inicial (En el mar de las imágenes) de introducción en el que el autor avanza las dos perspectivas, complementarias, desde las que aborda la cuestión.
Los sistemas de signos ---en el uso que esta palabra tiene en la Semiología y que desborda el signo meramente lingüístico---que vehiculan las Artes, la Ciencia y las Religiones cambian poco y muy lentamente y están en todo caso destinados a otorgar un sentido a nuestras vidas, a producir sentido para racionalizar y a la vez disimular nustra condición mortal, funcionan pues como un intento desesperado de tratar ---vanamente--de curarnos del miedo a la muerte. Como los signos, argumenta, cambian con tanta lentitud, apenas cabe en el espacio de una vida el apercibirse de unas pocas mutaciones, que de todos modos se dan: Azúa menciona los casos, para estas últimas décadas, de la representación del desnudo femenino que ---según él aunque a mí me parece un ejemplo dudoso--- ha pasado de ilustrar una pornografía sórdida y culpable a suponer un signo elegante y distinguido, y de las masas gregarias --éste ya más creíble--que se ha digamos positivizado al pasar de representar lo más execrable de la explotación capitalista a significar la convivencia festiva y solidaria de los asistentes al botellón o la multitud de hinchas enfervorizados en los estadios de fútbol.
A partir del cap. 2º historía Azúa mediante algunas calas ---la aparición y triunfo del Cristianismo, la transición del Románico al Gótico, el surgimiento del arte revolucionario etc.--- la larguísima operación de abstracción que ha operado el arte desde las pinturas rupestres de caballos de la cueva de Chauvet, atribuibles a humanos de hace 32.000 años. Esos caballos nos fascinan y nos pasman porque no sabemos por qué están ahí (todas las hipótesis formuladas sobre el arte rupestre han resultado insatisfactoria, de la mágico-religiosa a la venatoria), salvo que se piense que quienes hicieron esas pinturas las necesitaban para consagrar ya para siempre la escisión Hombre- Cosmos: al pintar los caballos ya se practicaba una ideación o abstracción de "caballo" y se les reducía a unidades abstractas e intercambiables, ya no representaban a ningún caballo vivo (en el sentido de masa de huesos, carne y sangre palpable y palpitante), se pasó de lo vivo ---que es precisamente lo efímero e irrepetible y lo vinculado a un lugar-- a lo pintado, a lo permanente. Estamos pues ante el acta de constitución de las Artes, y desde esos remotos orígenes se han ido volviendo más y más complejos los mecanismos de abstracción y simbolización.
Hay que agradecer a Félix de Azúa, en fin, que haya escrito este ensayo ---aun cuando él insiste en que se trata de una novela---quitándose él mismo de en medio y sin caer en la irrelevante chatura del chisme biográfico y del anecdotario y que haya ofrecido en esta insólita Autobiografía el relato --ahora sí---no de su vida, sino del larguísimo proceso de pérdida y despojamiento precisamente de la vida. ¿Desde cuándo?, ¿desde los caballos de Chauvet quizá?

lunes, 27 de junio de 2011

Entre 1995 y 1996 publicó el suplemento dominical del diario El País una serie de entrevistas con personajes, trece hombre y cinco mujeres, relevantes de la literatura, el pensamiento, las artes plásticas, la música y el cine españoles que hubieran superado entonces la barrera de los setenta años. Algo necesario porque si bien algunos de ellos resultaban conocidos del público medianamente culto, otros, como Julio Alejandro o Sanz de Soto, yacían en el semiolvido o aparecían vagos y desdibujados. En 1997 las entrevistas, debidas a Vicente Molina Foix, se recogieron en libro con el texto ampliado, espléndidas fotos y nuevos materiales añadidos que enriquecían el contenido. Lo leí entonces y lo he releído ahora, cuando buena parte de los entrevistados ya ha fallecido. Si grata y entretenida se me hizo la primera lectura, más me ha resultado esta segunda. Me pareció entonces y me sigue pareciendo ahora que esos personajes representaban un mundo de renovación , libertad interior y rectitud moral que los convertía de algún modo en ejemplares, aunque el mayor conocimiento e información que de ellos uno cree tener a día de hoy ha venido a corregir y matizar aquella fascinación inicial.
Es de agradecer en primer lugar la seriedad y competencia de Molina, que demuestra haberse documentado a fondo sobre los entrevistados y sobre lo que cada uno de ellos ha hecho o dejado de hacer, y ha consegido, me parece, dejar hablar, algo difícil y relativamente insólito, harto como está uno de leer u ojear entrevistas en que la formulación misma de las preguntas sesga u orienta de alguna manera las respuestas, aunque es claro que esto siempre dependerá de la habilidad o mala intención del entrevistador y de la entidad y background del entrevistado. Hay que decir que aquí las más de las semblanzas, con algunas excepciones puntuales relativas a parte de lo dicho por algún personaje, suenan como moderadamente verosímiles, aunque es sabido que eso de la personalidad tiene mucho de máscara ad hoc ---más aún en los llamados famosos--- y de ahí lo dúctil, maleable e interesada que puede resultar la memoria para las racionalizaciones a posteriori de la propia conducta. Pese a ello y pese a que como es lógico Molina les hiciese llegar previamente un esquema o cuestionario, las respuestas no dejan de tener un aire de espontaneidad y frescura. El entrevistador los ha dejado hablar, digo, aunque acaso se eche de menos en él algo más de ---con una palabra que se suele utilizar en la jerga del periodismo y que no me gusta nada---agresividad , quiero decir que ante ciertas aseveraciones, sobre todo las de tipo político (cuando Sampedro da por ejemplo la impresión de haber compatibilizado sin ninguna mala conciencia su condición de asesor del Ministerio de Comercio con sus sentimientos antifranquistas) Molina se muestra en exceso conciliador y me parece que de haber sido un poco más incisivo tampoco se hubieran resentido el respeto ni la legítima admiración.
Algunos nacieron a principios de siglo ---Granell, Aranguren , Oteiza--- y vivieron por tanto sus años de aprendizaje y primera juventud antes de la Guerra Civil; los más jóvenes como Castellet o Bohigas hubieron de formarse con mayor o menor fortuna o dificultades bajo el franquismo, pero todos tienen algo que decir y en lo que dicen comparece no solo buena parte de la mejor cultura española de los cincuenta a los noventa del siglo pasado, sino también, por alusiones o referencias, el precedente moral del ambiente republicano de preguerra, desde las luchas políticas de aquella época hasta lo que pudo representar la Residencia de Estudiantes.
Es por lo demás inevitable que el lector tenga, en un libro de esta naturaleza, aun haciéndose cargo de las prevenciones apuntadas más arriba acerca de que lo que alguien diga de sí mismo hay que tomarlo siempre cum mica salis y pese a que todos sin duda son muy conscientes de su propio personaje, su sistema de simpatías y antipatías, y así unos le hayan resultado más atrayentes que otros.
A mí el más simpático y disparatado de los retratados me ha parecido el de Oteiza. El viejo vasco se despacha a sus anchas sin preocuparse demasiado por la corrección política o quizá es que, en un efecto buscado, le fascina cultivar su fama de cascarrabias (por eso no llama demasiado la atención que con posterioridad a la entrevista escribiera una carta a Molina, en la que con su deshilachada e infantiloide sintaxis, le reprocha que no había escrito exactamente lo que él había declarado, carta que se reproduce en el libro). Así, da rienda suelta a su enemiga con los políticos del PNV, su obsesión con Chillida o sus opiniones sobre lo que la prensa llama conflicto vasco, y habla por ejemplo de " Garaicoechea(...) ese desgraciado", o de que ETA hizo en sus primeros tiempos "asesinatos políticos limpios como el de Carrero", o de que "El GAL era necesario, aunque tendría que haber salido de los vascos". Quizá el más sincero, autocrítico y menos pagado de sí mismo ---y también poco celoso de su intimidad--- sea Imperio Argentina, que dice no estar demasiado satisfecha de su vida por cuanto se vio obligada por las circunstancias a hacer un cine mediocre. El más poliédrico y aparentemente cínico en sus opiniones políticas, Augusto Assía: ¿cómo se come eso de que "Yo nunca fui franquista, aunque tampoco antifranquista" o de que "Lo que ahora vivimos se parece bastante al franquismo , pero sin franco, y eso es peor, porque él al menos contuvo al comunismo".? El más juguetón y travieso, Gloria Fuertes, que se diría que no da demasiada importancia, saludablemente, a su labor. El más cuidadoso con su intimidad Victoria de los Angeles, aunque al final se desahogue hablando de su hijo con síndrome de Down. Los más proteicos y versátiles, Granell( que creo particularmente lúcido y ecuánime cuando habla de lo que ha sido la España moderna: este antiguo troskista declara: "Se ha dicho que el tiempo de la República fue una edad dorada y no es un exageración. Aquella cultura, aquella educación, aquella curiosidad, desaparecieron con la guerra. En el rápido siglo XX cuarenta años de franquismo equivalesn a cuatro o cinco siglos de cristianismo. Ahora se critica ferozmente a Felipe Gonzálex y al PSOE, pero para mí no hay duda de que en estos trece años de gobierno socialista se ha adelantado enormemente y se ha acabado con el gran ogro español, la Inquisición y los militares ") y Gaya, que es muy contundente y provocador en sus juicios sobre los camelos del arte moderno y que pese a caer en el manoseado tópico de que España nunca ha sido merecedora de sus genios abunda en originales intuiciones :"La pintura española es real como no ha podido serlo nunca la realidad misma española, por eso el Prado es casi como un manicomio al revés, como un manicomio de cordura, de calma, de certidumbre. Afuera está la realidad ilusoria, la vida-sueño, pero la pintura, para el español, es precisamente despertar" . El más previsible y serio, aunque no parezca que haga demasiados esfuerzos por sacudirse esa imagen de marca, Aranguren. El más gozador de la vida y dicharachero, por más que también el más dado al chismorreo y al anecdotario mundano, Sanz de Soto. El más se diría que satisfecho con lo que él mismo califica de papel de segundón, Castellet, muy modesto y desapegado también, como José Bello. Los más sentimentalmente hermosos, los de Julio Alejandro, que moriría poco después de hacer la entrevista y que mereció un muy sincero y sentido texto necrológico de Molina Foix que se incluye en el libro, y Pilar López, que ha atesorado conmovedoramente la memoria de su hermana Encarnación, La Argentinita, hasta el punto de que oparece en parte haber vivido de ella. El más novelero, el de Muñoz Suay, cuyo relato de las peripecias por las que hubo de pasar para zafarse del cerco franquista al final de la Guerra suenan un tanto inverosímiles .
En suma, un libro que no habría que adscribir en absoluto a eso tan espurio que llaman actualidad y que por eso no ha adquirido el aire caduco de los reportajes de ese tipo, que es un ejemplo de excelente periodismo literario y que por muchos conceptos resulta de muy recomendable lectura, por mucho que hayan pasado ya catorce años de su publicación.
viernes, 24 de junio de 2011
UN LIBRO DE ENSAYOS DE W.G. SEBALD

jueves, 16 de junio de 2011

Pessoa, Fernando. El banquero anarquista. Valencia. Pre-textos. 2001. Traducción y prólogo de Jorge Gimeno.
Este relato, brillante y provocador, fue uno de los pocos escritos que el autor vio publicado en vida, en 1922, en la revista Contemporânea, aunque, según explica el autor de la traducción en el prólogo de la edición que manejo, Pessoa estaba muy interesado en volver sobre la obra, y de hecho lo hizo, incluyendo algunas correciones e interpolaciones con vistas a una nueva versión que no alcanzó a ver la luz al sobrevenirle la muerte en 1935. Dichas interpolacionesasí como los primeros párrafos de una versión inglesa que iba a hacer el propio Pessoa, aparecen como apéndice, pese a que no suponen, creo, cambios sustanciales para el sentido general del texto.
El banquero, plutócrata y estraperlista especulador ---y es difícil no pensar hasta qué punto las premisas de las que parte y su manera de racionalizar el statu quo se parecen muchísimo a lo que nos cuentan todos los días los voceros y propagandistas del llamado neoliberalismo globalizador practicado hoy por el gran capital internacional--- trata de convencer a su interlocutor, mediante una sarta silogística de premisas y conclusiones , no solo de que no hay contradicción alguna entre su condición de gran capitalista y su ideología de anarquista, sino de que el verdadero anarquismo es el por él practicado, mientras que los que pasan por tales no son sino traidores a la causa y falsificadores del espíritu de la mística ácrata.
Lo sibilino y sofístico del razonamiento se muestra en que, dice el banquero, puesto que no puede haber sociedad natural ( lo cual constituiría una contradicción en los términos , toda vez que lo social es por definición sinónimo de artificial o, como él dice, de ficción social, como lo es coherentemente toda institución, el Estado, el matrimonio, la familia, el dinero etc), es decir, en su lenguaje, anarquista, toda vez que lo único de verdad natural es la soberanía del individuo o, dicho en términos más bastos, la procura por sí o el egoísmo, y como todo intento de implantar por la fuerza una ficción social nueva resulta absurdo, porque supondría cambiar un Amo por otro parecido, lo más razonable, lo menos, podríamos decir, antinatural, sería la adecuación o amoldamiento a la situación existente, por cuanto es a la que estamos más acostumbrados.
Ahora bien el problema estriba en de dónde se saca la certeza absoluta de que mi "bienestar", "comodidad" o mi "instinto de conservación" sean naturales o de que lo personal ---contra toda evidencia, incluso etimológica, y más en nuestro autor, que llevaba lo personal en el apellido y cuya vida y literatura fueron una negación de la idea misma de verdad e identidad---- también lo sea, y por qué habría de no ser la del individuo o personalidad tan ficción social como las demás. Que lo en verdad "natural" sea el egoísmo --- y tan arbitrario sería suponer que lo fuera el altruismo, como pretendían los teóricos de la bondad innata del hombre---recuerda un tanto las gratuitas imaginerías acerca del homo economicus que tanto enfatizaron los fundadores de la llamada Economía Política, Stuart Mill y Ricardo entre otros, o ciencia que primero se dedicó a racionalizar el entonces naciente capitalismo. A este respecto no puede uno menos que recordar el proverbio aquel de Antonio Machado, que algo deja entrever de la ambigüedad misma de las nociones de egoísmo y altruismo y acaso de lo vano de sus distinción: "¿Todo para los demás?/ Llena primero tu jarra,/ que ya te la beberán".
El mismo gusto por la paradoja, el sofisma y la trampa lógica se encuentra por doquier en el texto: ¿cómo liberarse para siempre de la tiranía y la coección del dinero? Pues simplemente teniendo mucho: "y cuanto mayor era la cantidad en que lo adquiriese, más libre estaría de su influencia" (pág 75). Por eso, cuando el banquero empieza a enriquecerse, no repara en medios, según dice, esto es, hace lo mismo que tan justamente critica en el revolucionario leninista y en el jesuíta, para los cuales el fin justifica los medios. Este es uno de los pasajes, el que compara el Estado soviético con un colegio de jesuítas, sin duda más brillantes del panfleto, como lo es también aquel en que nuestro banquero predice--págs. 50-51-- con aguda anticipación en qué iría a dar al cabo de los años la implantación del socialismo real, aunque hay que reseñar que el relato no se libra al mismo tiempo de caer en los más sobados y graciosos tópicos reaccionarios, como cuando afirma--- pág. 99--que lo que ha llevado a tantos intelectuales a la ideología comunista haya sido el puro esnobismo o su afición por el "amor libre" (sic), que solo atrae a "impotentes" y "onanistas".
Me parece que sería un error leer El banquero...con arreglo a las categorías políticas usuales de izquierda/derecha o progresismo/reaccionarismo (por otra parte ya muy desgastadas y las más de las veces de fronteras muy difusas) aunque no estoy muy seguro de que el escrito se pueda calificar de simple broma ; no obstante, parece obvio que el lisboeta debía de sentir una repugnancia instintiva por todo lo que oliera a gregario, a colectivo , que le venía probablemente por rechazo de la educación recibida, por imposición de su más íntima conformación psíquica y por su animadversión hacia la tradición judeo-cristiana y a esa especie de mundanización de la trascendencia religiosa que es la idea de progreso. Por ello se encontraba muy a gusto en esa atmósfera intelectual elitista y aristocratizante de los años veinte y treinta en la que militaban desde Spengler a Keyserling o el Ortega de La rebelión de las masas.