Guillermo Fernández Rojano. Boca de asno. Germanía. Valencia. Col. Hoja por ojo. 1999. 93 págs.
Es este poemario de Fernández Rojano
--(Jaén, 1957), al que ya se deben libros de versos como Pon pan parapájaros o La noche amarilla , entre otros—el
quinto de los suyos, y constituye un excelente ejemplo de poesía conceptuosa,
reflexiva, casi gnómica, fuertemente intelectualizada pese a las apariencias de
desnudez y “facilidad”, que tiene de entrada
el mérito –y no es poco—de ir un tanto a contracorriente, en el sentido de que
se compadece mal con la solemnidad de
cartón piedra y vacua pedantería de bastante de lo que hoy día se publica como
lírica en nuestro país.
El libro consta de 65 poemas, en su
mayoría breves, en versos, poco encabalgados, de factura métrica y rítmica muy
variada, desde el eneasílabo hasta el dodecasílabo y tridecasílabo o
formaciones más largas, como el de 16 sílabas (con hemistiquios regulares o
no), divididos en seis secciones. Predomina una sintaxis sincopada, seca(un
poco más compleja en la segunda mitad del libro) las más de las veces a base de
una serie de frases simples y cortas,
sin nexos de subordinación, que marcan la pauta a menudo de todo el poema o de
la mayor parte de él, (tal como sucede en Gioconda
:“Haz un gesto. Muévete./ En tus labios puedo ver tus labios./ Gira debajo de
miles de cosas, /por encima del cielo y del infierno./ Sonríe. Eso es
suficiente.”), tipo de escritura que seguramente se adecua bastante bien al
ámbito de referencia de esta poesía, casi siempre el desarrollo de una imagen
mental, la fijación de una obsesión psíquica, la constatación de una turbadora
perplejidad o el dibujo de una insospechada paradoja, así en Pavor: “Todo estará a punto de suceder/
cuando lleguen los otros./ Se irá este escalofrío,/ esta amenaza constante de
silencio./ Los huesos evitarán tocarse en la cabeza/”, donde parecen mezclarse
la conjuración de los fantasmas de la soledad y la insidiosa certeza de la
propia identidad, demasiado dependiente del juicio de los demás.
De no menor congruencia que lo anterior se nos antoja el tipo de vocabulario empleado por Rojano, que condesciende poco con el léxico tradicionalmente considerado “poético”y por eso no siente ninguna repugnancia en escribir cosas como“úlcera de cloruro sódico”, “microquirúrgicamente secciono el lóbulo del instante”, “microcelularmente atento”, “el metabolismo que vive debajo de tu ilusión”, “…has sentido calor/como si algo te rozara por dentro de una proteína”, y otras curiosas imágenes “científicas”. El mismo sentido debe de tener la parquedad en la adjetivación, muy ceñida, cuando se emplea, al valor especificativo y denotador de esa categoría de palabras (mecánica pura, inercia química, huellas dactilares, piernas largas, andar alegre etc.). Tampoco rehuye el autor, eventualmente, el prosaísmo coloquialista (“esa parte que no tiene por dónde cogerla”) ni –pero nada más lejos de nuestra intención que ejercer aquí ningún ridículo purismo --la formulación poco acorde con la entraña del idioma (“Estoy descansando. Es por eso/ que no tengo que hacer ruido”).
De no menor congruencia que lo anterior se nos antoja el tipo de vocabulario empleado por Rojano, que condesciende poco con el léxico tradicionalmente considerado “poético”y por eso no siente ninguna repugnancia en escribir cosas como“úlcera de cloruro sódico”, “microquirúrgicamente secciono el lóbulo del instante”, “microcelularmente atento”, “el metabolismo que vive debajo de tu ilusión”, “…has sentido calor/como si algo te rozara por dentro de una proteína”, y otras curiosas imágenes “científicas”. El mismo sentido debe de tener la parquedad en la adjetivación, muy ceñida, cuando se emplea, al valor especificativo y denotador de esa categoría de palabras (mecánica pura, inercia química, huellas dactilares, piernas largas, andar alegre etc.). Tampoco rehuye el autor, eventualmente, el prosaísmo coloquialista (“esa parte que no tiene por dónde cogerla”) ni –pero nada más lejos de nuestra intención que ejercer aquí ningún ridículo purismo --la formulación poco acorde con la entraña del idioma (“Estoy descansando. Es por eso/ que no tengo que hacer ruido”).
Hay en esta poesía, pues, tanto ingenio
–aunque en los antípodas del
chascarrillo o del mero juego verbal—como espesor de pensamiento; tan consciente
se muestra el sujeto poético de los pretendidos efectos terapéuticos de la
escritura (Miserablemente: “Después
escribo para agarrarme/ a algo que tenga forma/ y no sentir demasiado desprecio
por el mundo”, pero en Lastre se
dice: “Muchas veces un ruido en la escalera/ nos hace creer que estamos vivos/
y que hemos dejado de escribir/ para siempre a los muertos”), como atento a la
naturaleza esencialmente lingüística del hombre y a las redes de la lengua (en
el poema sin título que figura en la pág. 41: “Abierta en canal la palabra,/ en
su interior sólo queda una vértebra/ que chirría como gozne de sarcófago;/ y un
humor que, inhalado,/ provoca la muerte instantánea./” como también en Palabra envenenada o en La torre de Babel. A la engañosa especularidad del lenguaje va dedicada una composición como Tautos: “Sólo la palabra/ cuyo
significado desconocemos/ es la que podemos comprender/ sin ningún género de
dudas”. En otras ocasiones el poema se tiñe de coloración moral, de una especie
de resignación escéptica y desengañada ante la entraña contradictoria de la
vida ( Pretérito perfecto), nada
ciega no obstante para todo cuanto ésta supone de hermoso y admirable ( véase El día o mejor Romperse,
a mi juicio uno de los poemas mejor “ideados” del
libro, que me recuerda,en su claridad y verosimilitud, en sus andadura
conceptual y en ese tono como seco y desnudo que no llega a ocultar una
refrenada ternura, a algunas composiciones de Gabriel Ferrater “Salir para verlo todo más grande./ La fruta
estalla en este mediodía verde./ Su corazón mancha el paisaje(…) Pero todo es
más grande:/ la habitación del hombre/ las rosas, la amargura de los niños/
sentados, junio, un mes/ que morirá sin sombra/ a la espera de nada/ y de otro
junio/ de otro idioma sin patria/ bajo el torrente de otro año y otros siglos/
Salir, romperse, llenarse y morir./ Eso es todo, pero grande, muy grande”.
También sabe utilizar –y
convincentemente--el poeta los finales anticlimáticos y humorísticos ( Soluciones: “En la lenta superposición/
de las capas de polvo/ que pueblan la superficie de los muebles/ está la
huella/ de nuestro puto y puro sufrimiento diario,/ la velada imagen de nuestra
ausencia,/ representación de estar ahora/ mientras salimos a eliminarnos en los
otros./ La solución es muy sencilla: sopla”) o recurre a romper el módulo de la
frase hecha, y por consiguiente las espectativas del lector( como en Sin
respirar: “ Sólo yo sé el nombre que le voy a callar/ a este
estado—digamos—del alma”). La tecla erótico-amatoria, en fin, se toca en
numerosas composiciones repartidas por todo el libro, de diferente modo, que va
desde el cinismo, taa agudo como un poco autoinmolatorio de Abrazos
: “Cierro el balcón/ para que el humo inunde/ la habitación donde duermes/
y el día reciba tu cuerpo en un choque/que suena contra el doble abismo de
enfrentarnos.” o de Yo te maldigo: “Yo
vigilo tu oreja/ y la piel de tu oreja/ vigila el mecanismo inaudito/ de la
memoria de tu oreja./ Así que no podrá oír/ como mis ganglios se contorsionan/
cada vez que te maldice mi cerebro” hasta la no menos lúcida salida de tono de Interrupción, o el apasionado panerotismo –donde destrucción y amor
vienen a ser intercambiables, casi a la manera de Aleixandre—de No hay otra elección o de Revisión. Una suerte de resignado tono de desmitificación parece operar
en La
porte étroite: “Abrir los ojos al universo. Respirar./ Abrir el pecho para
que puedan verse/ las oquedades de la tierra/ donde animales sin lengua/ se
multiplican sin tanta pedantería”; juzgamos muy lograda, además, la hermosa
metáfora sostenida que funciona en Noble
acero: “En los huesos de la cara/ están los fragmentos de una melodía,/ el
lento avanzar profundo/ de un eco sin aire/ que resquebraja desde abajo el
tejido/ y sube hasta inundar el corazón/ de un vértigo repentino./El temblor
que se siente no es nada./No te preocupes por ese chasquido:/ es el amor que te
ha partido la columna vertebral”.
La imagen de los huesos, de lo óseo y de
lo vertebral,como símbolo de la nada y la desaparición, pero también de lo –al
menos aparentemente-- duro, nuclear y más difícil de hacer desaparecer(Busca y captura: “ Sopla el viento de
encrucijadas/ y no es necesario partir el hueso/ que te une a la felicidad
aburrida del mundo”) se maneja recurrentemente en numerosas piezas del libro –
en las pág. 16. 19, 22, 26, 32, 59,61,71 y otras, no sólo en las incluidas en
la sección titulada Material óseo —y se deja considerar como uno de los leiv-motiv del poemario. Así en Hallazgo, donde es claro al principio el eco del Quevedo de Amor constante más allá de la muerte,
motivo que se contrahace, invirtiéndolo irónicamente, al final: “Falta recibir
la ansiedad/ que se dejaron en la ceniza,/la huella de un amor violento/
atrapada en el óxido de una vértebra,/ el mordisco que nadie le pudo dar.//
Trozos de material óseo disperso:/es la vida que saluda./A veces pregunta en un
idioma/que acaso comprendieran los antiguos bretones.// No te esfuerces,/ tus
respuestas sólo ayudan/ a perecer en el tiempo.”
Boca
de asno es un libro que bien vale la
pena molestarse en leer, porque no se trata de un mero pasatiempo, no hay en él
hojarasca ni preciosismo, sí sorna y pasión, y muy pocas concesiones, como ya
decíamos al principio, a lo dejà vu:
un libro que a buen seguro a nadie dejará indiferente, un libro, en definitiva, incómodo, en el mejor de los sentidos de esta palabra.
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