lunes, 3 de abril de 2017

EL CULO DEL MUNDO



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Nikolaus Wachsmann. KL. Historia de los campos de concentración nazis. Barcelona. Crítica. 2015. 1093 pp. Traducción de Cecilia Belza y David León.

            Si bien es verdad que esta monumental monografía ---710 páginas de texto y más de trescientas de notas y bibliografía---no cambia, en lo esencial, lo que ya sabíamos de los campos nazis (se ha hecho correr tantísima tinta al respecto, para no hablar de películas, documentales y material audiovisual en general), no lo es menos que quizá no había en el mercado español, que sepamos, un estudio que, en el plano factual, aunque no tanto en el interpretativo, abordase la cuestión de modo tan pormenorizado y exhaustivo.He escrito en la frase anterior un quizá  porque es imposible no tener en cuenta a Hilberg y su La destrucción de los judíos europeos, que reúne el doble de páginas que el de Wachsmann y que se puede leer ya en Internet (el libro es carísimo)después de que lo publicara entre nosotros Akal en 2005. Nunca mejor que aquí el dicho de que todas las comparaciones son odiosas: el libro de Wachsmann es más circunspecto, al adecuarse a un tema mucho más concreto y tiene un tono más profesoral y neutro, en tanto que el ya clásico de Hilberg ---que acumula mucha más información, pese a anteceder en más de 40 años al de Wachsmann---está redactado con un tono de apasionada denuncia, es mucho más abarcador y omnicomprensivo  y se las apaña para sembrar implícitamente en el lector la duda de hasta qué punto el Holocausto no enturbia y socava para siempre nuestra noción de civilización europea y la idea misma de Europa, toda vez que en la aniquilación de una parte muy minoritaria---pero, guste o no, cualitativamente muy importante--- de la población del continente colaboraron a sabiendas las élites de todos los países y todos los estratos y grupos sociales.

            El estudio que nos ocupa se lee con agrado, pese a algunos palmarios errores de traducción debidos a los falsos amigos ( en p. 238 se lee que "la decisión  de convertir (....) estuvo influenciada ") y a  unas cuantas repeticiones ( por ejemplo en pp. 271 y 428 y ss. se refiere el autor, casi con las mismas palabras, a la corrupción dentro de la SS, y en 298 y 398, lo mismo respecto a las secciones de mujeres en los KL ). Dividido en once extensos capítulos, podría decirse que Wachsmann no deja casi ningún aspecto sin consideración: los orígenes de los campos, sus transformaciones al hilo, sí, de los intereses en cada momento del régimen nazi, pero también de las rivalidades y contradicciones de los jerarcas, las y diferencias y luchas entre los presos, el estatuto de los kapos, las funciones y organización interna de cada KL y la tipología general, la ideología que los creó, los métodos de aniquilación por el trabajo y las modalidades de asesinato en masa, la rentabilidad económica y la implicación de la industria privada, y, sobre todo, los enormes problemas logísticos y organizativos con que hubo de habérselas un Estado totalitario ---y en guerra con medio mundo---para levantar el vasto y tentacular tinglado de la industria de la muerte, una vez asumido, en la llamada Conferencia de Wansee en enero de 1942, el objetivo político de la Solución final. A la manera en que se trató la memoria de los KL entre la población civil alemana, luego entre los supervivientes y, con la guerra fría, a los métodos de manipulación política que adoptó, tanto en la RFA como en la RDA, la  Razón de Estado, dedica  el autor las a mi juicio algunas de las  páginas más clarividentes del libro (664-675 y 681-703). Tampoco olvida Wachsmann la delicada cuestión de la colaboración de los judíos, que trata (pp.394-97) siguiendo a Primo Levi y a propósito del Comando Especial de Auschwitz, los 2200 judíos a los que, en todo el periodo de funcionamiento del campo, se obligó a hacer su espantoso trabajo a cambio de algunos privilegios. Judíos que acabaron encabezando una rebelión enseguida ahogada en sangre, lo que no los libró por cierto del odio de sus compañeros.

            Aunque Wachsmann no lo formaliza claramente como tal, parece haber las siguientes fases en el desarrollo del sistema de los KL a) una primera, hasta 1933, digamos de tanteos e improvisaciones, en la que predomina la venganza política en caliente; b) una segunda, 1934-8, con la aplicación de las leyes antirraciales y los primeros apresamientos de judíos alemanes, fase de endurecimiento y expansión; c) una tercera, con el inicio de la guerra, la clausura de los guetos y el traslado masivo de presos a los campos construidos a toda prisa en el Este ocupado; d) cuarta, desde 1942, con la pretensión de la aniquilación de todos los judíos, pero  en contradicción insoluble con la acuciante necesidad de mano de obra esclava, periodo que supuso el mayor número de víctimas; y e) última fase, de caos generalizado, entre el  otoño del 44 y la primavera del 45, con el levantamiento de los campos, el traslado forzoso de miles de presos y las deportaciones de centenares de miles de personas, en medio del derrumbe definitivo del Reich. Por lo demás conviene aclarar que, contra lo que se cree, no hubo apenas un campo igual que otro, y si en alguno o en ciertas partes de algunos (así en  el campo modelo de Theresienstadt) se llegó a vivir en condiciones relativamente soportables, en otros, la mayoría, se pasó por el más indecible infierno.Hay que agradecer, en fin, al autor que se haya esforzado por poner repetidamente en cuestión, en su exposición, la pueril ---e interesadamente consoladora---simplificación de suponer en todas las víctimas a un heroico luchador antifascista y en todos los nazis a un sádico asesino: incluso entre los verdugos hubo a veces algún rasgo de humanidad  y solo una minoría de las víctimas ---y se comprende, dadas las circunstancias---podría adecuarse a aquel patrón.

            Los primeros campos de concentración---tal como se supone que aparece en lo usual esta denominación en el imaginario popular---que ni fueron, desde luego, un invento del nazismo y ni siquiera los primeros que hubo en Alemania, ya que se los conocía de la Primera Guerra mundial y aún antes, de la Guerra de los Bóers de fines del XIX, para no hablar de los del Gulag soviético, anteriores en un par décadas a los de los nazis ---aparecieron nada más llegar Hitler al poder. En 1933 ya funcionaba Dachau, en las afueras de Munich, un campo de prisioneros para oponentes políticos que se basaba en la detención extrajudicial y el terror contra militantes de izquierda, aunque solo muy eventualmente acababa en el asesinato. Por lo demás, el régimen ya usaba por entonces como prisiones políticas numerosos recintos carcelarios estatales, geriátricos y asilos de pobres.A mediados de los 30, y solo en Berlín, ya había docenas de campos de detención (mapa pág. 49) y muchísimos más repartidos por todo el país. La responsabilidad del terror y la persecución recaía sobre todo en las SA, y las detenciones resultaban a menudo, contra lo que se cree,impredecibles y confusas, cuando no dejadas a la espontaneidad o al arbitrio de cada dirigente nazi. Solo con el paulatino afianzamiento del régimen a partir de 1934, y más aún con la implementación de las leyes racistas en 1937, empezaría a cristalizar un plan organizado del Estado para acabar con sus enemigos, plan que desplazó poco a poco la euforia paranoide, de venganza inmediata, que caracterizaba a los paramilitares de las SA. En aquel 1934 (fase dos), luego de que unos meses antes algunos dirigentes nazis llegaran a pensar incluso en suprimir los campos, Himmler consiguió unificar en su mano ---contra Göering---todos los organismos policiales del Régimen, arrancó de Hitler la gestión en exclusiva de los campos para las SS y, para atarlo bien todo, colocó a Heydrich al frente de la Gestapo prusiana y al brutal Eicke, antiguo Komandant de Dachau que prestaría una brillante hoja de servicios al Terror, a la cabeza de la la IKL, la Inspección de campos de concentración. En el verano de 1936 ya Himmler tenía organizadas las unidades de élite de soldados políticos, las SS, y Eicke había transformado la IKL de una modesta agencia en un influyente organismo gubernamental dotado de autonomía, presupuesto y personal.

            Pese a que, al menos sobre el papel, Himmler y Eicke introdujeron algunas regulaciones de los malos tratos a los prisioneros argumentando que había que huir del desprestigio que generaban las torturas innecesarias (p. 123) lo cierto es que los apaleamientos, los latigazos o la suspensión del preso a un poste con las manos atadas a la espalda estuvieron en curso desde el primer día. Por otro lado, el sistema se expandía: en un discurso de noviembre del 38 Himmler anunció que a los tres campos en funcionamiento de Dachau, Sachsenhausen y Buchenwald venían a unirse los recién construidos de Flossenbürg, Mauthausen y Ravensbrück, lo que permitió que la cifra de prisioneros se triplicara en unos pocos meses y llegara a los 24.000. Para ello se llevaron a cabo redadas policiales a gran escala contra haraganes y tipos asociales y las primeras detenciones masivas de judíos. A la vez, tras la anexión de Austria, llegaron los primeros presos extranjeros. Comenzaría asimismo la implantación de métodos de exterminio por el trabajo (frente a los primeros tiempos de 1932-3, en que los presos estaban a menudo sin hacer nada o realizando pequeñas tareas de mantenimiento), de lo que serán ejemplos, entre otros, las mortíferas canteras de Mauthausen y Flossenbürg o la inmensa fabrica de ladrillos de Oranienburg, debidas las tres a los desvelos de Oswald Pohl, cerebro gris y máximo ideólogo de los trabajos forzados, desde su puesto de jefe de la Oficina de Admimistración y Empresa de las SS. La fábrica de Oranienburg acabó en un estrepitoso fracaso para las SS y jamás le resultó rentable, a pesar de la salvaje explotación del preso y el infernal ritmo de trabajo.Las condiciones en que este se realizaba eran extremadamente primitivas:los reclusos utilizaban herramienta muy rudimentaria o no usaban ninguna; tenían que transportar montones de arena volviendo la chaqueta del revés para formar así una especie de espuerta; los accidentes mortales, muy frecuentes, la comida, escasa y vomitiva, y las letrinas no eran más que una zanja atravesada por una viga, agujero al que los guardias echaban a menudo a los presos díscolos o por pura diversión. Con todo, puede decirse que a fines de los 30 los KL no eran todavía la gigantesca fabrica de muerte que llegarían a ser: de los algo más de 50000 presos contabilizados a principios del 39 y pese a las horribles penalidades que padecieron, solo habían muerto para esas fechas 2268.

           A fines del 39, una vez iniciada la Guerra, los prisioneros soviéticos y los judíos de muchas nacionalidades suponían ya los mayores porcentajes de presos, desplazando a los antifascistas y a los delincuentes comunes, y así seguiría siendo hasta 1945. También se centralizó y reorganizó el aparato burocrático de terror: el 27 de setiembre de aquel año, pocas semanas después de la invasión de Polonia, quedó definitivamente configurada la Oficina Central de Seguridad del Reich (RSHA, Reichssicherheitshauptamt), con Heydrich al frente, aunque ni Himmler ni nadie había podido prever hasta qué punto su aparato de terror se convertiría, como ya ocurrió a partir del 42, en un sórdido laberinto que iría creciendo caóticamente hasta contar con centenares de campos y hacerse, en rigor, inmanejable. Por supuesto, la oleada de detenciones de judíos que sucedió a la Kristallnacht  ---noviembre del 38---y la captura de centenares de miles de soldados del Ejército Rojo hubo de representar un enorme problema organizativo para el Reich y abocó inevitablemente a una multiplicación cancerosa del sistema de campos. Al mismo tiempo que, para mayor dificultad, el inicio de la guerra y la movilización general que esta suponía implicó una disminución del nivel de efectividad de los guardias en los campos. La mayoría ya no la constituía los entusiastas jóvenes de las SS y la SA de los primeros tiempos, sino reemplazos de soldados,ya en la cuarentena o cincuentena, que habían sido declarados no aptos para el frente. A principios de 1940 el inspector de campos Glücks emitió una directriz muy tajante contra el sentimentalismo humanitario de muchos de los guardias, y los pocos veteranos de las SS criticaban la incompetencia de los recién incorporados. Estas digamos deficiencias acabarían corrigiéndose en gran parte un par de años después, cuando ya estuvo clara la solución final y la liquidación total de los judíos pareció convertirse en la principal prioridad del régimen.

         No deja de tener cierto simbolismo el hecho de que Auschwitz se inaugurara oficialmente en junio del 40, al mando de la vieja gloria de las SS Rudolf  Höss, con un cargamento de 728 polacos transferidos desde la cercana prisión de Tarnów, al otro lado de la frontera del Reich, en la llamada Gobernación General de Polonia. Tres meses después de que ocurriera algo que no dice Wachsmann ni tampoco tendría necesariamente que haberlo hecho: que el primer traslado masivo de judíos a un campo de concentración fue el que en marzo del 40 organizara la NKVD con sesenta y tantos mil judíos polacos deportados a Siberia y Kazajstán  (Antony Beevor. La Segunda guerra mundial. Barcelona. Pasado y Presente. 2015. pág.77). Desde principios del 41,se hizo habitual la colaboración ente las SS y la industria privada para la explotación económica de los campos, con la construcción por entonces del inmenso complejo fabril de la IG Farben en las inmediaciones de Auschwitz para producir caucho sintético, unido a las ya citadas canteras de Mauthausen o los ladrillos de Oraniemburg. En abril de ese año tuvo lugar la inspección de los doctores de las SS Mennecke  y Steinmeyer a las instalaciones de Sachsenhausen, en clave Operación 14f13, con el doble objetivo de allegar cobayas para los experimentos de Eugenesia tan caros a la mitología racial nazi y de estudiar y perfeccionar  las posibilidades técnicas de la muerte masiva por gas. Téngase en cuenta que ya en 1938-39 se había gaseado a miles de discapacitados alemanes y que tales experimentos solo cesaron en 1941 por orden directa de Hitler, obligado por las circunstancias a acallar la creciente preocupación pública por la masacre, aunque la matanza siguió, de forma más discreta, en semiclandestinos manicomios provinciales. En todo caso, parece que en el trabajo de esos médicos reinó la confusión e improvisación, y los objetivos de la operación fueron luego rebajados por decisión superior con el argumento de que detraían demasiados presos para los trabajos forzosos. En adelante solo los discapacitados permanentemente deberían ser condenados a sufrir esos experimentos.

         A partir del otoño de 1941 empezó el exterminio masivo, por hambre, ejecuciones o enfermedad, de prisioneros de guerra soviéticos. Sabido es que la élite nazi los consideraba--- en tanto eslavos y bolcheviques, y no digamos aquellos  que fueran también judíos---infrahumanos. En el último trimestre de 1941, no menos de 1.200.000 prisioneros soviéticos encontró la muerte. Se les dejaba abandonados en descampados, a merced del hambre y del frío, como mucho,en tiendas de campaña provisionales y en algunos casos en zanjas enlodadas. Pero una minoría de ellos fue trasladada a los KL. Los primeros llegaron en esas semanas. Al principio los convoyes eran muy poco numerosos, de unos veinte individuos. Después de meses en campos de la Wermacht, muchos no sobrevivieron a las horas de hacinamiento y penalidades en los vagones de carga: el porcentaje de fallecidos tras esos agotadores viajes casi nunca bajaba del 15-20%. Al llegar al campo a muchos se los mataba de inmediato al consideraros comisarios. Solo en octubre de ese año 1941 las SS ejecutaron a no menos de 9000 prisioneros soviéticos, muchos más asesinatos de una sola tacada que los que había habido nunca hasta entonces en ningún KL. Un mes antes, en setiembre, en unos de los sótanos de Auschwitz se gaseó como prueba a unos cuantos centenares de prisioneros soviéticos. Aunque muchos otros campos usarían gas venenoso para el exterminio en masa, el Zyclon B pareció convertirse en la especialidad de Auschwitz, donde hasta el final de la guerra, según cálculos de Wachsmann ---y de los historiadores más ecuánimes---- no menos de 1100000 personas (al menos 870000 judíos) fueon asesinadas.  Paralelamente, la rápida conquista de extensos territorios de la Unión Soviética espoleó el delirio nazi acerca del espacio vital y la necesaria  germanización del Este, tras el exterminio por hambre de decenas de millones de eslavos. En 1941 Himmler encargó al jefe de Planificación de las SS, Konrad Meyer, el borrador de un Plan General del Este que proponía el arrasamiento de centenares de ciudades y pueblos, la deportación de millones de civiles y la germanización de enormes regiones; el trabajo esclavo de centenares de miles de hombres sería la palanca económica que movería esa gigantesca colonización. objetivo al que se tendría que enfocar la proyectada reforma general del sistema de KL. Sabido es que jamás se llevó a cabo del todo porque a) la inmensa mayoría de presos soviéticos estaba demasiado débil o moribunda para poder trabajar; b) el cambio de rumbo de Stalingrado marcó el principio del fin del Reich;  y  c) porque de todos modos la desmesurada megalomanía del proyecto probablemente ni siquiera hubiera estado al alcance de un nazismo victorioso. Ni siquiera la gigantesca maquinaria de producción armamentística por el trabajo esclavo llegó a ser jamás ni un pálido reflejo de lo que era en los delirantes ensueños de Himmler, tanto por el caos y la descoordinación reinantes como los continuos cambios en las prioridades militares o la inadecuación de la red ferroviaria.

          Wachsmann fija en julio del 42, con la segunda visita de Himmler a Auschwitz (la primera había tenido lugar en la primavera del año anterior) el inicio del Holocausto como tal. Hizo un exhaustivo recorrido por las instalaciones y se detuvo sobre todo en la granja agrícola ( se tenía por experto agrónomo), en las obras en construcción de la IG Farben y aprovechó para exigir prioridad a la puesta en funcionamiento de hornos y cámaras de gas. Ese mismo verano se habían concluido, en brevísimo tiempo, los nuevos campos de Sobibor, Belzec y Treblinka, los tres en el territorio de la Gobernación General y los tres dirigidos por el tremebundo y sádico Globocnik, oficial SS y jefe de policía del distrito de Lublin. Además había entrado en pleno funcionamiento el de Chelmno, un poco más al Oeste, en la parte de territorio polaco anexionada al Reich. En este último campo, y solo en los cuatro primeros meses de 1942 serían gaseadas más de 50000 personas, en su mayoría judíos polacos. A fines del 42 ya los judíos habían sustituido a los prisioneros soviéticos como contingente mayoritario tanto como víctimas del gas como de los trabajos forzados, y estaba en su apogeo, que no cejaría hasta la primavera del 45 en la mayoría de los campos, la maquinaria del exterminio. Y había aumentado sobremanera el número de mujeres presas: a mediados del 42, unas 6700 estaban confinadas en la sección a ellas destinada en el complejo de Auschwitz- Birkenau, y habían superado a las 5800 de Ravensbrück, un campo en principio exclusivamente femenino.  En los meses siguientes continuaron llegando más prisioneras y la mortandad, por enfermedad y malos tratos, era tan espantosa que a fines de ese año, cuando se transfirió al nuevo sector B de Birkenau a las entre 15 y 17000 mujeres que había un poco antes en aquellos dos campos, no menos de la tercera parte de ellas había muerto. Las cifras son aterradoras y, contra lo que se cree, resultarían al final más mortíferos ---en relación al número de presos---los tres campos antecitados (en los que hubo, solo en 1943, no menos de millón y medio de asesinados, de ellos unos 800000 en Treblinka) que todo el complejo de Auschwitz- Birkenau. El principal problema lo constituía el tratamiento de cadáveres: en el verano del 42 hubo que edificar a toda prisa tres hornos adicionales en Birkenau, y, por orden de Himmler, que en ese momento lo visitaba, desenterrar miles de cadáveres de fosas comunes en el bosque próximo, a causa del nauseabundo olor y el riesgo de contaminación de las  aguas subterráneas. En Chelmno se ideó otro sistema: quemar a los muertos en fosas, moler los huesos y luego esparcirlos. Buena parte de las cenizas y los fragmentos de huesos se utilizaron para cubrir las carreteras en invierno o para fertilizar los campos circundantes, con lo cual podría decirse que, en una estremecedora relación causal y si la germanización del Este se hubiese consumado, las futuras cosechas de los asesinos habrían crecido a partir de los restos de los asesinados.

          La rebelión y fuga de más de 350 presos del campo de Sobibor, en octubre del 43, después de matar a doce SS y a dos kapos ucranianos (la mayor fuga con éxito llevada a cabo en un KL) provocó un indisimulable nerviosismo y una salvaje sed de venganza en los nazis, que satisfarían al mes siguiente, el 3 de noviembre, en Majdanek, donde, bajo el idílico nombre en clave, para mayor sarcasmo, de Fiesta de la vendimia,  se asesinó expeditivamente de un tiro en la nuca o acribillados por las ametralladoras a al menos 18000 judíos, hombres, mujeres y niños. Según Wachsmann (p. 374) ese día se asesinó a más presos que ningún otro día con cualquier método y en ningún otro campo, incluido Auschwitz. (Aunque recuerdo haber leído en Primo Levi que él está seguro de que por lo menos ahí, donde como es sabido tuvo la desgracia de pasar una temporada, hubo días en que se gaseó a más de 20000 personas). De todos modos, carece de sentido darle vueltas a las cifras, y creo ya haber abusado demasiado de ellas en esta también demasiado larga reseña. Es mucho más definitorio e ilustrativo lo que dijo uno de los verdugos. El oficial médico SS Kremer recordaba, mientras oía, cómodamente sentado en su coche, cómo se iban apagando los gritos de un grupo de mujeres y niños en una cámara de gas un día de setiembre del 42 en Auschwitz, lo que le había comentado su colega el doctor Heinz Thilo poco antes: Estamos en el anus mundi, el culo del mundo(cit Wachsmann p. 381). O lo que comentó graciosamente (p.424) en una entrevista a fines de los 70 la amable Sra. Göth, viuda de Amon Göth, antiguo comandante del campo de Plaszów procesado por corrupción por las mismas SS a las que pertenecía y finalmente ejecutado por los Aliados: recordaba cómo aquellos habían sido unos tiempos hermosos, en que Mi Göth era el rey y yo su reina. ¿A quién no le habría gustado estar en mi lugar?

       
 Las mujeres habían representado un porcentaje ínfimo del total de presos hasta las trascendentales decisiones de fines del 41 y principios del 42, las ya citadas de aniquilar por hambre a millones de eslavos, que se deducía de la aplicación del mito nazi del espacio vital con la conquista de la Unión Soviética y la adopción de la solución final  para los judíos. Ambas circunstancias supusieron un aumento exponencial del número de presas. En Madjanek las mujeres representaban ya más de un tercio de los presos en la primavera del 43. Los contactos entre reclusos de los dos sexos eran normalmente imposibles, aunque se dieron  excepciones en algunos campos por la connivencia o corrupción de los kapos o por el especialísimo estatuto de funcionamiento del recinto, como en Theresienstadt, adonde de todos modos solo iban ancianos, enfermos escogidos y prominentes (judíos relevantes por cualquier motivo a los que podría llegar a convenir canjear por prisioneros alemanes en manos de los Aliados) o en Plaszów, donde excepcionalmente se permitió a los presos de los dos sexos verse por las noches, para lo cual se dejaba abierta la puerta que separaba ambos recintos. En general, las mujeres fueron tratadas con bastante menos brutalidad que los hombres, aunque también aquí se dieron excepciones. En todo caso, el poder terrorista de los verdugos también quedaba bien patente por las destrucción de los rasgos distintivos de ambos sexos, al quedar reducidos casi todos los prisioneros a pálidas figuras esqueléticas y calvas. La preñez de las mujeres en los KL nunca supuso un problema preocupante para los SS y guardianes: ni las judías embarazadas destinadas a la cámara de gas ni las que llegaban con bebés o hijos de corta edad se libraban de la muerte. A los niños huérfanos tampoco se les dio por lo general un trato más benévolo puestio que no escaparon  de las palizas,ni de los castigos ni de los trabajos en los batallones disciplinarios. No obstante, en Madjanek y en Vaivara funcionaron algún tiempo recintos especiales para niños, donde se les trataba con algún miramiento. La rápida conversión de los Lager en un Babel multinacional y plurilingüe (aunque con predominio neto del alemán y el yiddish) no pudo menos que exacerbar muy a menudo las diferencias entre los presos, evidentemente fomentadas también por el sistema de kapos, destinado a dificultar los posibles movimientos de solidaridad, que cuando se dieron tendían a formarse ente connacionales o por afinidades políticas (los comunistas eran los más organizados). Por el contrario, en la primera época de los Kl fue muy virulenta la enemistad entre socialdemócratas y comunistas, y entre los presos gentiles, independientemente de su ideología o nacionalidad, estaba muy arraigado el prejuicio antisemita.

        En enero de 1945 los tres enormes KL de Auschwitz, Gross-Rosen y Stutthof (que albergaban entre los tres no menos de 190.000 presos) quedaban directamente sobre la ruta de avance hacia Alemania del Ejército Rojo, en un momento en que todos los campos reunían unos 700.000 prisioneros. A los dirigentes de las SS les pilló desprevenidos el ataque soviético, lo que no hizo sino aumentar la confusión, con órdenes contradictorias o con intentos de evacuación cuando ya era demasiado tarde. En Bergen-Belsen se llegó a agolpar a más de 45000 prisioneros, muchos provenientes de otros campos abandonados. Las condiciones eran tan espantosas ---uno de los sobrevivientes lo describió como una gigantesca letrina---que en unas pocas semanas más de la tercera parte de ellos había muerto de tifus o disentería.  En todo caso, parece claro que nunca se dio la orden ---presumiblemente por Himmler---de paralizar el exterminio, como argumentan algunos historiadores. Jamás se abandonó el proyecto de la Solución final  y de hecho en Auschwitz mismo se siguió asesinando a judíos y otros presos después de haberse dejado de usar las cámaras de gas.Y estas se dejaron de usar porque el deterioro ya irreversible de las posiciones militares del Reich hizo inviable la continuación de las deportaciones masivas y además en algunos campos las SS, nerviosas y aterrorizadas por el avance soviético, no encontraban modo de borrar las huellas de sus crímenes. Querían evitar lo ocurrido en Madjanek, donde las instalaciones habían caído casi intactas en manos rusas. A la desesperada y de modo precipitado, los nazis montaron evacuaciones masivas de presos hacia el Oeste, en trenes o más comúnmente a pie, puesto que para entonces las infraestructuras andaban ya muy deterioradas: las llamadas marchas de la muerte, que provocarían, como puede suponerse, un enorme coste en vidas, dado que lo más habitual fue que se abandonase en los recintos a los heridos o incapaces de caminar, condenándolos así a una rápida muerte por hambre, salvo en los casos en que los rusos por un lado del mapa y los occidentales por el otro llegasen a tiempo. Hubo asesinatos en masa (por ejemplo en Sachsenhausen en febrero del 45) pero también situaciones en que los oficiales y guardias evitaron las masacres por miedo a las posibles represalias de los Aliados. Los presos, que ya olían el fin de su cautiverio, no pudieron sin embargo sustraerse a la desesperación, la miseria y la general degradación moral, que derivó por lo general en un caos violento e infernal: algunos reclusos, famélicos, tendían emboscada a los compañeros que llevaban víveres a las cocinas, y a la vez eran atacados con porras y palos por otros grupos de prisioneros encuadrados en mafias. En muchos casos, como es lógico, se asaltaron cocinas y almacenes, o lo que quedaba de ellos, pues dadas las circunstancias se estaba empezando a perder el miedo a los guardias.

       La peculiar vida de los sobrevivientes quizá estuviera marcada, en general, por lo que Primo Levi llamó la memoria de la ofensa y por el insoportable peso de la culpa tras haber sobrevivido cuando tantos otros perecieron, pero hubo ex presos que intentaron por todos los medios ---si es que eso es posible---borrar su terrible experiencia. Los intereses de la alta política en la inmediata postguerra, durante la llamada Guerra fría, convirtió en incómodo e inconveniente el asunto de los KL y más aún el Holocausto. En la RFA hubo una acomodaticia amnesia bastante generalizada, que solo empezaría a romperse en parte con el cambio del clima político a fines de los años sesenta, en tanto que el inefable régimen neoestaliniano de la RDA distorsionó también la memoria de los campos según sus conveniencias, alimentando el eje ficticio de la historia oficial comunista con el mito del héroe antifascista, olvidando el Holocausto y el esencial papel de los liberadores americanos e intentando esconder el hecho de que su propio régimen, el de la RDA, nacía también con el estigma de la tiranía. En Polonia la memoria pública de los campos estuvo sesgada desde el principio del lado de la historia nacional y del nacionalismo polaco, y los campos representaban oficialmente la resistencia patriótica contra Alemania, la solidaridad socialista y el martirio católico, ocultando que la inmensa mayoría de los muertos polacos era judía. En Alemania Occidental se convirtió lo que quedaba de los KL en una especie de parque temático (así, Dachau), mientras que en Polonia y en la Alemania Oriental se los readaptó para tratar de convertirlos en espacios de legitimidad de sus propios regímenes.

     

       

               
                  
        

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