I
Regreso
de unos brazos,
en el quedo batir de la agonía,
pálpito ensanchador, estremecido
como un junco indefenso
ante una vasta herrumbre de ventiscas,
pálpito que cediendo
va ya al astil, a la cureña fría
que os aguardan, callados,
tan solo atentos a una
rada sin horizontes y sin vistas.
Y entre el eco siniestro de esa música,
áspera y serpenteante, desgastada
como el mundo y ya tuya
para siempre, transida de miríadas
de milenios de eras y de generaciones,
intentamos velar, que no nos ciegue
el hachazo crüel
de su ley y su ruina.
Y así velamos hoy,
oh alta caducidad,
que pendes desde un cielo de púas y de estrías,
negro como los copos
de nieves de muy antaño,
que en vano intentan aflorar
con la impotente y pía
palabra de la pérdida y el éxodo.
Y así velamos hoy,
zarandeadas tablillas
arrojadas a un mar que, borracho y henchido
de sus devastaciones,
desvanece la luz
que bebe lentamente,
que rae y desencarna hasta la fibra
íntima de la sangre,
y a tu arduo, recio esquife
de espuma maternal,
cenefa diamantina,
le clava un yerto sello de presagios,
livideces de esquirla y lejanía.
II
Ya la llevas contigo,
oyes el golpe seco, el rascar como gubia
de los remos, los gritos
del barquero inmortal,
y ya hueles las dalias que en el mármol
grisiento se te amustian.
Y un rebullir de gestos,
que aletea en lo alto
como flotante espuma,
enjambre de unas llamas
vacilantes, deudoras
de una deshilachada
niebla de inciensos, pugna,
inerme casi, por alzar su pálido
destello frente al ala
del ángel tremebundo
que por ti inquiere y busca.
Cangilones que suenan despaciosos
en la oxidada noria
de esa melancolía acre y desnuda,
sin red y sin coartada,del fin.
en el quedo batir de la agonía,
pálpito ensanchador, estremecido
como un junco indefenso
ante una vasta herrumbre de ventiscas,
pálpito que cediendo
va ya al astil, a la cureña fría
que os aguardan, callados,
tan solo atentos a una
rada sin horizontes y sin vistas.
Y entre el eco siniestro de esa música,
áspera y serpenteante, desgastada
como el mundo y ya tuya
para siempre, transida de miríadas
de milenios de eras y de generaciones,
intentamos velar, que no nos ciegue
el hachazo crüel
de su ley y su ruina.
Y así velamos hoy,
oh alta caducidad,
que pendes desde un cielo de púas y de estrías,
negro como los copos
de nieves de muy antaño,
que en vano intentan aflorar
con la impotente y pía
palabra de la pérdida y el éxodo.
Y así velamos hoy,
zarandeadas tablillas
arrojadas a un mar que, borracho y henchido
de sus devastaciones,
desvanece la luz
que bebe lentamente,
que rae y desencarna hasta la fibra
íntima de la sangre,
y a tu arduo, recio esquife
de espuma maternal,
cenefa diamantina,
le clava un yerto sello de presagios,
livideces de esquirla y lejanía.
II
Ya la llevas contigo,
oyes el golpe seco, el rascar como gubia
de los remos, los gritos
del barquero inmortal,
y ya hueles las dalias que en el mármol
grisiento se te amustian.
Y un rebullir de gestos,
que aletea en lo alto
como flotante espuma,
enjambre de unas llamas
vacilantes, deudoras
de una deshilachada
niebla de inciensos, pugna,
inerme casi, por alzar su pálido
destello frente al ala
del ángel tremebundo
que por ti inquiere y busca.
Cangilones que suenan despaciosos
en la oxidada noria
de esa melancolía acre y desnuda,
sin red y sin coartada,del fin.
Mima, alimenta
el breve altar votivo del recuerdo,
su halo de luz cruda,
lo solo que nos hace
sobrellevar la carga
de la supervivencia entre las sombras
erizadas de un mundo
de turbias angosturas,
del capcioso penacho
de la ausencia y la culpa.
III
Y la afanosa y sólita
rueda insignificante de afanes se te para
ante ese lacerante,
continuo gris metálico de océano,
que ya se te ha mudado
en para siempre estampa,
sin huella ni registro,
de aquel dormir amniótico, las aguas
ignotas del origen, su germinar sin nombre,
ah tan inseparables
del otro lado oscuro
en donde reina un sol que no se pone,
sino que resplandece en el espejo
aciago, enmudecido,
de otra vida sin fin,
una oquedad desierta e inasible.
Mar de inmortalidad,
caediza, irreparable
espada de la muerte.
el breve altar votivo del recuerdo,
su halo de luz cruda,
lo solo que nos hace
sobrellevar la carga
de la supervivencia entre las sombras
erizadas de un mundo
de turbias angosturas,
del capcioso penacho
de la ausencia y la culpa.
III
Y la afanosa y sólita
rueda insignificante de afanes se te para
ante ese lacerante,
continuo gris metálico de océano,
que ya se te ha mudado
en para siempre estampa,
sin huella ni registro,
de aquel dormir amniótico, las aguas
ignotas del origen, su germinar sin nombre,
ah tan inseparables
del otro lado oscuro
en donde reina un sol que no se pone,
sino que resplandece en el espejo
aciago, enmudecido,
de otra vida sin fin,
una oquedad desierta e inasible.
Mar de inmortalidad,
caediza, irreparable
espada de la muerte.
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