(H)Eladio (H) orta. Resistencia por estética. Valencia. 7 i mig. 1998
Hay
libros que a uno le gustan aunque no le convenzan. Le gustan por la nobleza y limpidez de su textura moral
y de su intención, pero no le convencen por los resultados, demasiado poco
condignos para con lo que podrían augurar aquellas. Por lo demás, es obvio que,
puestos a juzgar, los productos literarios deben evaluarse por lo segundo y no
por lo primero.
Hasta la lectura de este poemario, solo
conocíamos a Eladio Orta por los textos que hace años incluyó Isla Correyero en
su antología Feroces. Radicales,
marginales y heterodoxos en la última poesía española. Provocador (en la
medida en que se puede alcanzar a serlo hoy día), procaz, dinamitero,
irreverente y, por utilizar la sobada fórmula anglosajona, políticamente incorrecto, hay que reconocer que el presente texto algo
debe de acercarse a lo que allí dice la antóloga acerca de “una voz excepcional
situada en los límites de la procacidad, la revolución, la mierda, el sexo y la
burla”.
Leídos estos versos, lo primero que cabe
aducir es que Resistencia por estética constituye
también una ética de la resistencia contra
los poderes establecidos, una rebelión –y una carcajada: el poeta
tiene, concluyentemente, sentido del humor y lo demuestra a cada paso; me atrevo
incluso a suponer que se trata de un individuo, signifique lo que signifique
esa palabra, feliz—contra la
hipocresía pacata, el acomodatismo, la sensiblería, la lánguida comodidad de las
buenas conciencias, el sexo bien entendido, los conchabeos y miserias del
llamado mundo literario, el capital que bajo forma de especulación inmobiliaria
va rápidamente destruyendo lo poco que le queda por destruir y aún una cuantas cosas más.
Pese a la disposición tipográfica del
texto, que prescinde del todo de mayúsculas y de cualquier signo de puntuación,
y que incurre en caprichos como la segmentación de palabras y aun sílabas en
versos distintos, convirtiendo a cada poema en una especie de latigazo
instantáneo y cegador o de flujo verbal continuo (pretendidamente sin pausas)
interrumpido de modo abrupto y a menudo anticlimático y autoirónico (véanse
piezas como Confesiones públicas o Jodido dilema ) o incluso quizá en un
intento de “poesía visual” (véanse 4
insultos o Trama ), lo cierto es que esta poesía es mucho más realista que experimental (a pesar, insisto, de sus atrevimientos y novedades de
disposición gráfica, que a estas alturas
ni resultan tan atrevidas ni tan novedosas),
sobre todo si por aquel marchamo se entiende el dar valor al control mental
sobre el poema, a la inteligibilidad y a la selección del léxico frente a la
divagación y la confusión.
Los versos de Horta (con H, pues que así
figura en la portada, con la grafía que él quiere que corresponda a uno de sus
heterónimos) son, ante todo, decimos, extremadamente claros, proclives a la
proclama rotunda y apodíctica, a la sentencia lapidaria, al grito indisimulado,
al desahogo y al exabrupto, características todas ellas relativamente saludables en el panorama de la poesía española de las dos o tres últimas décadas,
cuyas aguas vienen por desgracia estando demasiado calmas.
Ya en el poema que encabeza el libro, Aviso telegráfico, que tiene, como otros
cuantos, carácter de declaración de intenciones, no engaña Horta (para quien la
poesía es concluyente experimento de subjetividad, y que habla no sólo desde
su vida , sino también de su vida
) al posible lector: “pongo en aviso/ mis pretensiones son claras/ mi estética
de la resistencia anula/ las proclamas a favor del ocultismo engañoso”, y más
adelante: “ se equivoca si busca relax entre sus páginas/ busque relax en otra
parte por favor/ en este libro busque marcha desorden insultos y/ si encuentra
diversión negra/ ríase”/ y explicita cuáles son los objetivos predilectos de su
burla, en verdad una larga lista de sus bestias negras: “porque la mayoría de
las veces los payasos/ están disfrazados de santones /de santones de iglesia/
de santones de parlamentos/ de santones de las letras/ los santones abundan
como la mala yerba/ o como los políticos de escaparate/ o como los
intelectuales orgánicos”/ hasta acabar
en toda una declaración de su particular poética con dos rotundos
endecasílabos: “el verso negro sucio maleante/ huele a rosa elegante en su rosal”.
Se ve cómo el mundo verbal –y moral—de Horta está hecho de contrastes
violentos, de oposiciones nítidas sin posibilidad de contaminación (así por
ejemplo la graciosa contraposición “poesía gasolina” frente a “poesía
bicicleta”, que traduce al nivel del uso cotidiano aquella digamos más estructural
y sistemática de “producción positiva”/ “producción negativa”) y opera muy a
menudo por inversión de valores o por ruptura violenta del código, sea
político, ideológico o sexual. Esto es lo que ocurre de manera ejemplar, entre
otras piezas, en Papel higiénico de
diamante: “al poeta de inspiración divina/ retrete de plata y oro/ papel
higiénico de diamante” o en Des-amor, que no me resisto a copiar
entero, dada su brevedad: “tiraré tu clítoris al cubo de la basura/ para que se
lo coman los perros/ o las ratas/ o las lombrices zapaleras/ o los enjutos/
tiéndete con esa cosa que te separa de mí/ olvídate/ olvido yo”, donde el
efecto, tan humorístico como brutal, se consigue evidentemente por el abismo
verbal que se produce respecto a las asociaciones de ideas que,
espontáneamente, en la mente del lector,
genera el campo asociativo que suscita el título. Un mecanismo parecido, que es
el que crea también la eficacia estilística de la formulación, lo constituye la
ruptura de las expectativas del lector, como sucede en Suicidio de la palabra: “1 minuto de silencio/ por tantos picotazos
de decibelios/ programados para romper los tímpanos” o la quiebra, como en Instante galáctico, de un campo
significativo largamente sedimentado en la lírica occidental, desde el amour courtois hasta los lugares comunes
de románticos y modernistas: “las ranas cantaban en los desagües del jardín/ tú
y yo éramos la misma cosa/ el mismo sabor a yerbajo en la boca/ el mismo
lametazo audaz en los ojos”, donde resulta obvio de qué manera “cantaban” y “jardín” del primer verso y todo
el segundo (la parte en que cristaliza el tópico) quedan dinamitados por el resto de lo que se
dice en el poema.
Lo excremental, lo genital, la designación directa de lo residual y de
la inmundicia, de lo “feo” como asunto poético, es lo más aparente, lo más
inmediato de esta poesía: “dentro de las escupideras de nácar/los límites
huelen a meado” (Triángulo equilátero)
o bien –con una inesperada contrafactura del célebre verso de Celaya--: “la
poesía es un arma brutal/ sangrante/ brota mitad orgasmo/ mitad excremento” (La poesía es un arma brutal). La
metáfora erótica, concretamente, se monta siempre a modo de alusión directa: no
es oblicua, zigzagueante, elusiva, como en Góngora, en Lezama Lima o en parte
de la tradición barroca, por poner ejemplos ilustres, sino que opera como un
ramalazo instantáneo, un insulto o un tiro, así en “ tu clítoris/ es una flauta
mágica/ o un piano escacharrado” (Te
pregunto) o en “mercedes tiene las piernas suaves como el coral/ cuando le
hago cosquillas en el manillar/ se le humedece el piñón”(Mercedes es un sol). En otras ocasiones se parte de un símil
todavía relativamente admisible por los cánones del “buen gusto” para hacerlo
volar al final: “sobar tus pezones al alba/como higos maduros/ antes de que los
pájaros/ decidan picotearlos” (Lapsus).
En otros registros, con todo, sabe Orta
(por ejemplo en La carga son los años,)
tocar la tecla moral de la perplejidad, la melancolía del tiempo y la
inseguridad respecto a sí mismo: “estoy inmerso/ en un desmarque generacional/
y en una infusión de aire fresco”; o urdir , en el espacio de ficción del
poema, un personaje en el que proyectarse, con distanciamiento e ironía, como
ocurre, a base de un coloquialismo extremo, en una de las a mi juicio mejores
piezas de la colección (Poeta analizado
por su madre): “ en fin/ mi hijo no tiene remedio/quien no convive con las
gentes/ lo mínimo/ lo necesario/ termina más solo que la
una/sin mujer/ ni corbata que ponerse/aunque con esa seriedad de difunto/ y esa
sonrisa de sabérselo todo/ y esa manía de no callarse/por nada/ ni ante nadie/
sin remedio la corriente le empuja/ a escribir poemas/ y a morirse de hambre”;
o cultivar el autorretrato zumbón, con un deje de desgarro fingido, autosatisfacción
y cinismo: “anuncio en el periódico:/ amin gaver/ 5 minutos de intensa poética/
rayando la cuarentena/estatura media latina/soltería incoada/ sobrevive entre
retamas/ busca novia por tres días” (…) para cerrar con un inesperado
anticlímax: “postdata:/se aconseja/que la supuesta novia/traiga un buen
costo/porque los supermercados quedan lejos”.
Se mueve la lengua poética de Orta en los dominios del lenguaje
conversacional y común. Pero este aserto
no quiere decir en absoluto que carezca de artificio: no pocas de sus
gracias, quiebros e intentos de apartamiento de la norma dan la impresión de
querer enlazar con el espíritu juguetón de ciertas vanguardias del pasado
siglo, pues no es sólo que no retroceda ante formulaciones que los gramáticos puristas
tildarían de “incorrectas” o en los bordes de la agramaticalidad (“en un cajón
hay un bicho/que se le traba la lengua viperina”, de Bicho encerrado en un cajón), sino que también algunas de sus imágenes se me antojan
especialmente felices – como aquélla de “pasan los días como mariposas
disecadas/ en los escaparates de la política institucional”, que podría haber
firmado un Oliverio Girondo—o aquélla en que, hablando de las horripilantes
edificaciones del litoral, dice que a tales engendros “como churros con café/
debía desayunárselos el mar” (Esos
edificios de Pryconsa) o por fin esto otro, con sabor a la vanguardia más
irreverente, de “las estrellas queridísima lectora/ se están lavando los pies
en los charcos” . La creación léxica presenta, por lo demás, algunos ejemplos
sabrosos como “le tacté las periferias de sus tetas” (A bocados nos traga la noche) o “sin puto lenguaje pusmoderno
mariposeando/entre los colmillos afilados de la ingeniería financiera”.
Sabe muy bien este autocalificado de “postperdedor”, (evidentemente creado
sobre “postmoderno”), en fin, cuáles son las diferencias de lenguaje entre las
gentes de poder y las que permanecen al margen de él y, lo que es otra manera
de decir lo mismo, las colusiones de lenguaje—de cualquier tipo que éste sea—y
poder: “en los límites de un paraje natural/ se afianzan los intereses
oblicuos/los cheques en blanco/ de la manada estéticamente guapa/ de la guapura
estética asesina/ que con su lenguaje estético destructor/ alimenta la
producción positiva.”
Hay un poema de Martínez Sarrión (Obra
poética improbable, el que cierra su libro De acedía,de 1986) que tengo por ejemplar, por su condensación
irónica y su bien sedimentada sabiduría,
que principia de esta guisa: “Ni arma
cargada de futuro,/ ni con tal lastre de pasado/ que suponga sacarse de la
manga/ una estólida tienda de abalorios/ con la oculta intención de levantar
efebos”. Pues bien, la poesía de Orta, sin ser algo del otro mundo, tampoco resulta del todo
prescindible, pese a que ---y vuelvo al principio---a uno no le convenza
demasiado. En los versos de Sarrión: no parece que sea ni lo primero –ni falta que hace—ni casi
seguro que se trate de lo segundo. Y esto es, para conluir, lo menos que se
puede decir de ella.
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