lunes, 9 de junio de 2014

BALADAS DE PERDEDORES



 







 Juan Marsé. Un día volveré. Barcelona. Círculo de Lectores. 1982.

            Aunque sí en cuanto a la técnica de composición y a las peculiaridades narrativas, hay que
decir que la novela que nos ocupa no constituye una excepción en lo que se refiere al fondo temático, simbólico y moral del  que brotan buena parte de las de Marsé (las vidas fracasadas de  todos aquellos que fueron los perdedores de la guerra Civil en la Barcelona gris de los cuarenta y cincuenta), universo muy unitario y centrado además por el hecho de que la función y perfil de  no pocos de sus personajes pasen o emigren de unas novelas a otras o que de alguna manera se reproduzcan en otras (y así por ejemplo el Néstor de aquí recuerda mucho al Dani de El embrujo de Shangai o a los chavas de Si te
dicen que caí,
no menos que el viejo policía Polo, la niña minusválida Paquita y el antihéroe Jan
Julivert de este relato hacen pensar  en el  inspector amargado y enfermo de Ronda del Guinardó y en
la Susana y el Kim de El embrujo… respectivamente) y  mundo, en fin,  al que guardo una ya vieja
afición y que explica el que haya leído ---aunque a veces con largos intervalos de tiempo entre una y otra—la mayoría de sus novelas.

       La acción de esta hermosa fábula político-moral sobre el derrumbamiento de todos los sueños
y la inutilidad de la venganza gira en torno al establecimiento definitivo en Barcelona, a fines de los
cincuenta, tras pasar casi trece años en la cárcel, de Jan Julivert, ya escéptico y desencantado,
antiguo  faísta y policía en la época republicana--- y después de haberse empleado a fondo  los
primeros años de la postguerra como atracador de bancos y recaudador por las bravas del impuesto revolucionario para la organización---,y de las expectativas que tal regreso suscita en toda una serie
de personajes de su entorno, en primer lugar del sobrino adolescente Néstor, de la madre de éste, la dulce y resignada Benigna Roig, abandonada por Luis, hermano de Jan que ha preferido quedarse en Francia dirigiendo la lucha antifranquista, de algunos de sus ex camaradas que quisieran verlo de
nuevo en el buen camino, del fiuncionario de policía jubilado Polo, muy implicado años atrás en la represión orquestada por el Régimen ---que acabará ahorcándose en los inmundos urinarios de un miserable cine de barrio--- y del matrimonio formado por Luis y Virginia Klein. Luis ha sido juez en los años triunfales del franquismo y ha mandado a muchos anarquistas al paredón, ha quedado con graves secuelas cerebrales a resultasde un accidente de coche y se ha convertido, al empezar la novela, en
un alcohólico semiamnésico e incapaz de valerse por sí mismo, lo cual no le impide, en los intervalos
de lucidez y oscura memoriaque le permite su alcoholismo, sentir el peso atormentador de su pasado. Néstor es un chico de barrio, recadero en un bar, desgarrado por la huída del padre, avergonzado por
la humillante y poco honrosa manera en que su madre tiene que ganarse la vida y admirador de las pretendidas hazañas de su tío Jan  --que en el inconsciente del muchacho viene evidentemente a
ocupar el lugardel padre biológico---- .

        La trama va poco a poco enriqueciéndose y complicándose  desde el momento en que Jan,
carente de recursos y trabajo e íntimamente amargado, se ve obligado a vivir en el humilde piso de la
cuñada y el sobrino.  Este quisiera en su fuero interno ver  a su tío apañado con su madre para así
tener el padre que le falta, pero Jan , que ya casi no cree en nada pero sí aún un poco en la intachable ética de los viejos ácratas, está atrapado entre el sordo rencor que siente hacia su hermano por haber dejado a Balbina y haberse hecho con las riendas de la organización a base de traiciones y conspiraciones y la mezcla de repulsa y piedad que lo embarga frente a su cuñada, de la que sabe que, además de ejercer la prostitución, funge como amante ocasional del Nene, tipo de golfo callejero, descarado y superficial, que la visita en su casa cuando sabe que Jan está ausente y que recuerda algo

al Manolo Pijoaparte  de Últimas tardes con Teresa . Jan quiere rehacer su vida y para ello encuentra empleo, por recomendación de una tía monja, como jardinero, vigilante nocturno y chófer eventual
en la torre de los Klein, por lo demás--- según va sabiendo el lector, pues los detalles se le van
ofre
ciendo muy sabiamente dosificados--- antiguos  y casuales conocidos suyos ya  de los años de
pregue
rra: al padre del ex juez le ha salvado la vida al no delatarlo ni arrestarlo en los meses del terror revolucionario,y con Virginia Klein, entonces prometida de Luis, ha tenido una oscura relación una
noche en un piso requisado (aunque cuando se reencuentran ambos fingen no conocerse de nada),
cuyo verdadero alcance no se le revela al lector. Jan se va a convertir desde el principio en el guardaespaldas y niñera del borracho, al que tiene que proteger y depositar en casa como un fardo
fofo tras meterse éste en todos los líos imaginables (consumo de drogas, parties con jovencitos homosexuales y clamorosas borracheras casi todas las noches por bares de mala nota, donde todo el mundo le saca inmisericordemente el dinero, cuando no es él quien lo pierde o lo tira). Al tiempo,
Jan se ve perseguido y presionado por sus ex camaradas, que lo saben todo de él (muy en primer
lugar su desapego de la organización y su servicio en casa de los Klein),y que han decidido liquidar
al ex juez. Ex Camaradas entre los que destaca el cínico y amoral Reverté, apodado el Mandalay, que

para más inri se ha reformado consiguiendo cierta respetabilidad social a base de muy turbio
negocios ilegales gracias a sus contactos con las esferas del poder (notablemente con los jerarcas
del puerto y los especuladores de terrenos en el delta del Llobregat, relaciones que ha conseguido  aprovechándose de la pusilanimidad, indefensión y casi permanente estado etílico de ex juez, que
no obstante aún conserva un cargo algo más que nominal en el organismo gestor del puerto).
Y a partir de aquí es cuando va precipitándose el desenlace, no por relativamente esperable
menos resuelto con mano maestra.

     Se trata de una novela, creo,  de disposición muy cuidada.  Con un narrador que en los primeros capítulos habla en 1ª persona del plural  y que resulta ser uno, innominado,  distinto de  los otros
amigos de Néstor cuyo nombre sí se cita ---Tito Raich, Pablo y Eloy--- y como  narrador externo en 3ª persona, en la mayor parte del libro, punto de vista singular que le permite hacerse eco de las mu-

chas leyendas y como anécdotas transmitidas oralmente sotto voce en torno al pasado y al presente
de Jan, así el motivo de la pistola presuntamente escondida baja un rosal en el patio del taller donde
el viejo Suau prepara sus carteles de cine, o la certeza que este personaje dice tener, frente a la
opinión del policía Polo y otros, de que Jan es amante de su cuñada, de modo que la materia narrada
se presenta casi siempre  --y ésta me parce una de las mayores gracias de la novela--- con un aire
de ambigüedad o penumbra. Materia  que  se organiza  en cuatro partes, muy parejas en número de páginas, divididas en  5,4,5 y 4 capítulos respectivamente. Cada una de ellas transcurre básicamente
en un escenario: la primera en las calles del barrio y en la casa de Balbina, en la mansión de los Klein
la segunda, la tercera en los garitos que regenta el Mandalay y de nuevo en la torre de los Klein la
últi
ma (con la aparición ahí del atildado y pedantesco Dr. Rey, un neurólogo, ex compañero de un
herma
no de Klein, también médico, que ha sido asesinado por error, al confundirlo con él, por los anarquistas; Rey, que desea indisimuladamente a Virginia, maniobra para internar de por vida al ex
juez en un sanatorio, tras declararlo incapaz mental, y tener así las manos libres). Particularmente memorables,
por la impresión de verdad que transmiten, me han resultado algunos pasajes, como el inicial en que el policía Polo amenaza (pp. 15-16) a Néstor y sus amigos tras sorprenderlos meando

contra unas tapias suburbiales donde había pasquines con retratos de Franco, la primera visita que el Mandalay gira a Balbina, simulando ser un cliente más del burdel, para presionarla y amenazarla
(pp. 139-141),o el suicidio del policía Polo (pp. 167-68) resuelto con admirable economía de medios
y plausible elipsis, orillando así tanto el patetismo como la sensiblería. Pero lo más reseñable me
parece el soberbio personaje de Jan, especie de estoico endurecido por la adversidad, cuya máscara
de impasibilidad acaso esconda una sofrenada ternura y  cuya trágica autoinmolación final quizá
pueda leerse como una sombría y feroz venganza contra sí mismo.




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