Pese a bien fundadas prevenciones frente a los premios literarios, he decidido enviar esta composición al concurso convocado por la Fundación de Ferrocarriles Españoles, cuyas bases especifican que ha de tratarse de una composición de entre 100 y 320 versos y tener al tren como motivo principal.
DEL TREN
Te mueves tú, tren,
y tú te arrancas
desperezándote lento,
a tu ritmo tan solo
y tu medida,
dulce chirrïante
por tu ferrovía,
tú, justo invento, ingenio puro
y benévola máquina tranquila
cuajada en recias,
nobles tracerías,
tú, buen monstruo de metal
y ásperos plásticos
y émbolos y ferralla y cables
en feliz acometida,
y grapas a miles y clavos
que al sellar, herméticas,
tus múltiples galerías
les dan un poso de útero cálido,
cómo, --y cómo, tras tanto verlas,
nos rinden tus maravillas—
te alzas y creces y no te cansas
y en tu hercúleo esfuerzo
te embebes y porfías
fuerte y seguro
de, fiel a la pauta que tu balanceo
gobierna y guía,
seguir marcando el terso
diapasón exacto,
y vía adelante, vía
arriba te vas, que nunca acaba,
que nunca alcanza,
feliz, a desastrar la sutil
gracia de la partida
ni la ficción ideal
del movimiento:
es un blanco ensalmo, una finta
de ambiguos guiños,
que cines y trampantojos,
de tanto imitarte, cifran:
ir como un sueño y volar,
volar no más,
y ni solo ni
tampoco en compañía.
Pues por eso sigues tú, tren,
y más y más, vía arriba
y ves que a ti todo
se te remueve,
como cendal etéreo que te encandila
y al fin te deja quieto
---quieto moviéndose—
bajo del cielo
la claraboya altísima,
y ves que a envolverse en un negro
capullo se da la conciencia
y a su copo te hila
dorada jaula
--según ante el ojo pasan,
y al pasar se medioesquinan,
unas tras otras,
como al son de una esquila
prestidigitadora,
ellas, las cosas,
bajo de una luz amoratada,
alunada y esquiva:
allá unos maíces
se comban entre ocres y lilas,
allá una ladera boscosa
con su fuentecilla,
o por aquella campa de paseo
entre dengues y risas,
muchachitas quinceañeras
en risueña pandilla,
más allá tiernas vacas paciendo
meditativas,
o al fondo de aquel sendero
la aseada verja
de una casita---;
jaula dorada
de ásperas lanas
de palabrerías,
que, cuanto más a ti te apuntan,
más se hacen como cosas
en concierto infinitas
y más, al tiempo,
rehuyéndote y deshaciéndose
más se desflecan y más chirrían.
Pero tú, tren, sigues,
afable y benigno monstruo,
emboscándote en tus vías:
arrancas de los suburbios
de la urbe grande
---justo donde la urbe se perdía---
por pura tierra de nadie,
allá en donde los sitios
hasta de sus nombres se olvidan
y vas serpenteando
de morralla en vertedero,
ante tapias enladrilladas
de autovías,
entre las que han por doquier plantado
hoscos almacenes
y lo que llaman naves
de muros plastificados
y turbias cristalerías;
que dejas muy pronto no obstante,
pues que ¿ves? nunca
han de acabarse tus vías,
porque se está abriendo ya,
ya se te abría
el gran lienzo azul de
de los aspados molinos
y la verdeante y ceñida,
desparramada cenefa
prieta y verdeamarilla
de pámpanos al tresbolillo,
mágico tapiz en donde
la gran llanada,
bajo del globo de oro
ardía y ardía;
y hasta el manso contrafuerte
de seguido te bajabas,
a los perfiles y a las líneas
de agreste Sierra Morena,
vasto vasar y cuenco
de adelfos y clavellinas,
oscura Sierra Morena,
tan pespunteada de olivas,
montaraces arroyuelos
y guirnaldas de amapolas
y buganvillas,
si así tú, vestida de fiesta,
vieja matrona pareces
y al tiempo niña;
crestas tras las que se esconde
---y al revelarse
ya se escondía---
el valle, el tuyo, gran río,
Betis inmemorïal,
que cruza las dos ciudades
mayores, venenosas perlas
de un mercado antiguo
--tabernas, patios y celosías---,
y ay de las dos, Córdoba de mil,
treinta mil flores,
pérfida Sevilla,
venenosas perlas
de
tan lindas, sí,
para ante todo añoraros
en la lejanía,
ay, si al pasar
por ellas, apenas,
apenas se os veía;
mientras que tú seguías, tren,
abajo, al Sur,
al hondo y profundo Sur,
y ay de ti, extrema punta
del Sur extremo,
que agavillas
verdes veredas
y te orlas de salitrosos,
aguanosos esteros
y ácida luz ahíta
de las marismas,
tú, Sur cercano y tan remoto,
donde enloquecen los vientos
y no abrasan las gargantas, no,
que las arrastran
y las rehilan
flechas silbantes
de coplas asesinas,
llagas de pena negra
y del amor
desastre y ruina;
pero ya allí mismo, ante ti,
¿era el fin?; al fin la orilla
riba del mar,
costa de la luz ebria,
costa encendida
de amoríos fantasïosos,
nítido y exacto álabe
de la bahía.
Y entonces tú y el tren
---dínoslo ya,
tú, tren, que desde siempre
bien lo sabías---
veis que todo
era un ensueño,
tu ensueño, tren, que manso mece
sólo, ay, esas frías
y cálidas espumas,
con que, al reinventarla,
rememorándola,
a ella, a la vida
y sus emblemas, signos del mundo
y sus mercaderías,
así te la edulcoran
y te la agrían;
signos del mundo, sí,
velados por ese aura
pïadosa e indistinta
que a duras penas nos oculta
y nos revela
una doliente corona
de tan míseras como miríficas
pedrerías,
en las que, irremediablemente,
vas desnudándote
----pues tú, al cabo,
dime tú de dónde y a dónde,
dime tú, alma,
¿a dónde ibas?,
¿por qué derroteros
creías ir a perderte
y fabulabas que te perdías?---,
mas acaso siga el corazón,
acaso, quizá,
torcidas vías,
vías del amor, ay,
si tan frecuentadas de antaño,
nunca marcadas
y nunca extintas,
ibas solo desnudándote
de lo que vivías;
mientras sigue y sigue el tren
arriba, de arriba abajo
y más arriba
y la alta tarde se te arquea
y se repliega, dormida,
en túmulos de escarlata
---dulce ocaso de sangre,
cómo tus ascuas
enternecidas
asaetan el alma,
al bies la cruzan
de cárdenas melancolías---
que señorean
la augusta e ígnea perspectiva
verdeazulosa y radiante,
marina,
que se irisa de alfileres
de rocío y neblina,
mientras que tú ibas desnudándote,
ibas así deshaciéndote,
así como el tren,
sin querer casi,
sin trabajos ni cuitas,
desnudándote al fin
de ideas malas
y fantasías.
Muy intenso... me gusta mucho. Suerte!
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