jueves, 21 de abril de 2011

NOTAS DE LECTURA: LUIS ROSALES

Rosales, Luis. Porque la muerte no interrumpe nada.(Antología) Selección y prólogo de Félix Grande. Madrid. Sibilina y Fundación BBVA. 2009.





Pese a que la que sea seguramente su mejor obra, La casa encendida (1949),haya quedado excluída ---y por las buenas razones esgrimidas por el antólogo, ya que el poema tiene tal lógica unitaria que en una reproducción parcial no podría menos que resultar desnaturalizado--- de la presente antología, lo cierto es que Porque la muerte no interrumpe nada ofrece una muestra suficientemente representativa de la lírica de un autor esencial y muy a tener en cuenta en la poesía española de las últimas décadas, sobre todo por su inventiva verbal y, en sus mejores momentos, su asunción de lo mejor de los logros de las vanguardias de los años treinta . Digo "autor esencial" pero no hasta el extremo de lo que pretende el entusiasta prologuista, para quien Rosales constituye poco menos que una señera cumbre del siglo XX.




Las dos primeras secciones de la compilación, Segundo abril y Retablo de navidad ofrecen relativamente poco interés. Aquella incluye algunas composiciones, silvas y sonetos la mayoría, llenos de resonancias garcilasistas y gongorinas("Venus del aire y mayoral del grano/luna cándida en vilo/tranquilo siempre y con razón tranquilo") que, si muy correctas técnicamente, resultan las más en exceso frías y académicas, amén de, como casi no podría ser de otra manera, demasiado pegadas a la retórica religiosa de la época (" y Dios que es una llaga en el costado/un dulce bien pequeño/un sueño donde al fin se acaba el sueño"). Hay, con todo, algún poema que me parece excelente por su fuerza elegíaca y su sentido del paisaje, como la Egloga de la soledad, que principia "Todo naciendo está, vuelan palomas,/viento largo, tirante, marinero". Esta de Retablo ..., muy breve, la integran textos que se adecuan a la forma de la cuarteta octosilábica aconsonantada o asonantada, el romance y el soneto, que tiene todos el aire de piezas de circunstancias, toda vez que el autor fue componiendo el poemario a lo largo de los años con un poema que hacía por Navidad y con una composición de ese motivo, que aun quizá con más razón, es también, leída hoy, excesivamente deudora de aquella retórica religiosa que mencionábamos antes: "La nieve borra los caminos, ella/ nos llevará hasta Ti que nunca duermes,/su luz alumbrará los pies inermes,/su resplandor nos servirá de estrella".




Otra cosa muy distinta puede decirse de Rimas, de lectura mucho más productiva y placentera. Aquí el autor,aunque no abandona la versificación tradicional-- todavía recurre a ella en las silvas asonantadas de las pág. 50, 55, 58 y 61, en los alejandrinos asonantados de la pág 52, en algún soneto como el de la pág. 53 o en el romancillo hexasilábico de la 59-- hace uso en bastantes piezas del versículo de estirpe vanguardista, que le permite, con su libertad sintáctica, abrirse a una imaginería más moderna y liberarse al menos hasta cierto punto de unas adherencias que le suponían una rémora. En algunos versículos, cuya andadura y sucesión tienden a coincidir con el segmento sintáctico ---operan básicamente por la acumulación de comparaciones en serie y de coordinadas con "y"-- no es difícil hallar ecos del Neruda de las Residencias, como el uso de la sarta de subordinadas sin principal explícita o las comparaciones de las que no se expresa el segundo término de la comparación, así en El secreto, que empieza "Como el niño que se ha quedado solo/desde aquel día en que, temblando entre lo oscuro". Por lo demás, el espléndido poema que inaugura la sección, Autobiografía ( "Como el náufrago metódico que contase las olas que le faltan para morir/ y las contase, y las volviese a contar, para evitar errores...) ya prefigura en su color e imaginería el tono temático que predomina en estas composiciones y en realidad en todas las de las demás secciones salvo quizá en las de la titulada Canciones: algo como un resignado estoicismo, como una doliente conformidad que, sobre el cañamazo de la interiorización del dolor, va punteando la experiencia del vivir. A este respecto, resulta por ejemplo estremecedora la tierna humanidad con que acaba el poema La casa está más junta que una lágrima: hablando de la casa familiar de La Coruña, le pide a Dios que se la conserve en todas sus habitaciones, "hasta la pequeñita/ donde le dabas pan a aquellos gorriones/ que acompañaron a tu abuelo en su entierro".






El contenido del corazón adopta pura y simplemente la prosa, pero con las especialísimas modulaciones rítmicas que le dan su sintaxis de andadura amplia y llena de repeticiones y la precisión de las descripciones, que llega a recordar por su peculiar temblor lírico algunos fragmentos de las prosas de Juan Ramón Jiménez. La imagen recurrente es la de las lágrimas como símbolo y sedimento del dolor: " Aun el ver de mis ojos y el gustar de mis labios son una tradición ininterrumpida que yo rezo de nuevo, y el llanto es una acción de gracias de todos los que me antecedieron en el conocimiento del dolor"(p.72), " Vamos creciendo hacia los muertos. Ellos son la cadena de nieve, y la cadena de nieve que a ellos nos une es nuestro propia crecimiento" (p.102). El libro viene a constituir una especie de alegoría de la ubicuidad de la muerte y su esencial indistinción de la vida, una serie de divagaciones recordatorias, evaluadoras de la experiencia del vivir --a través de la evocación (de la vieja criada, del hijo Luis Cristóbal, del hermano Gerardo, de la madre, de los espacios y juegos de la infancia) o del diálogo (con la esposa sobre todo)--- y una declaración de amor, que se tematiza como entrega y vitalicia complicidad: "Y queda, en fin, tu imagen, como un hueco en los ojos, como un hueco que va agrandándose cada vez más. pero no importa. La muerte tiene un límite y algo deja tras ella. Ya nada puede separarnos. Ni siquiera nosotros mismos" (p. 110). Notoria resulta, por lo demás, la habilidad del poeta para la adjetivación insólita y el símil inesperado: "una luz lenta y colegiala"(p-87), "Amelia tenía las piernas súbitas como un pronunciamiento militar" (p. 89) "era delgada, cránea, definitiva", "era bendecidísima y candeal" (p.88).



Las Canciones participan de ese inequívoco aire sentencioso y gnómico que inauguraron en la poesía castellana moderna los Proverbios de Machado y proviene en los más de los casos del enunciado de una imposibilidad lógica o de una contradicción insoluble: "Hay dos palabritas/ que me hacen sufrir/la palabra no, la palabra sí./ Al contestarlas/ o te mientes o te engañas" (p.117). No todas resultan igualmente logradas, como es natural, pero a veces se da de pleno con el feliz acierto satírico: "Se desmorona hablando/ se desmorona/ medrará porque tiene/ lengua de alfombra" (p. 126).






Diario de una resurrección está compuesto casi en su totalidad en el antecitado versículo de origen vanguardista y acentúa notoriamente la tendencia a la imagen hermética o ilógica ("Así he visto tu piel de azúcar distraída/ tu tic parpadeante/ tu delgadez aprendiendo a escribir",p.162), y a la adjetivación insólita: "un pequeño jadeo desvertebrado y horadante" (p.149), "esta emoción pávida y terminal"(p.163). Las palabras más repetidas en el libro son las del espejo ( pues la identidad solo la garantiza y otorga la mirada reflejada de y en otro ser) y la del luto ( pues la pena y el dolor parecen en esta poesía, lo mismo quizá que en la cultura popular de todos los tiempos y lugares y en el subconsciente colectivo, coextensivas de la existencia misma.)






La última sección de la antología, La carta entera, acentúa acaso el aparente prosaísmo y las expresiones feístas pero sabe arrancar a las palabras en no pocas ocasiones una resonancia novedosa o sugerir una connotación metafórica relativamente insospechada, y perfecciona la habilidad y la gracia para el hallazgo verbal ( "decía las palabras de costado/ simultáneas y acalambradas, p. 185, ) e incluso para el neologismo y la creación léxica desde las posibilidades morfológicas del español ( "sintigo", p.220, "despreguntación", p. 198, " inmémore", p.199 y muchos más ejemplos que se podrían aducir). Usa también Rosales con cierta profusión esos "Ahora bien", esos conectores concesivos --quizá otra resonancia nerudiana-- tan naturaalmente funcionales al ritmo del versículos y a a la andadura lógica del poema. Temáticamente, las composiciones insisten sobre todo en la pérdida de la infancia como antesala de la conciencia de la muerte, en la certidumbre de que vivir es esperar, en la cárcel de la soledad, la muerte prorrogada pero siempre ubicua. En este sentido me resultan memorables composiciones como Testamento de errores, exposición sobre la nadería, casi kafkiana, y la insignificancia del hombre moderno o Al parecer todos estamos predestinados a que nos hagan la puñeta, donde, partiendo de que la mentira es consustancial a este desdichado mundo de los hombres, se urde una andanada contra la hipocresía y la maldad de los humanos, o las imágenes de la desolación y de la ruina, del extrañamiento, que se incluyen en un poema como El mundo sideral es la esperanza (p 215) :" el exilio se convierte en diluvio/ las aguas se acecientan de hora en hora/y arrastran los ganados,/ las casas/ los enseres/ penetran por los ojos de los vivos y desentierran a los muertos/ y todo el mundo huye porque no sabe dónde ir/ mientras sigue lloviendo,/ mientras llueve continuamente porque el exilio se ha convertido en el nuevo diluvio universal".

No hay comentarios:

Publicar un comentario