miércoles, 1 de junio de 2011

TRES MIRADAS SOBRE ZAMORA , TRES CALAS EN LA LÍRICA ESPAÑOLA CONTEMPORÁNEA.




Me propongo en estas breves notas considerar la aparición de la ciudad de Zamora, como motivo literario, en tres composiciones, una muy corta y las otras relativamente largas, de otros tantos poetas contemporáneos, muy distintos entre sí. La primera es una canción de Blas de Otero incluída en la sección cuarta, Geografía e Historia, del libro Que trata de España ( 1960), recopilación que viene a constituir una especie de homenaje y recapitulación de la riquísima tradición del Cancionero y el Romancero anónimos.








El poema, titulado Delante de los ojos, dice así

Puente de piedra en Zamora
sobre las aguas del Duero.

Puente para labriegos, carros,
mulas con campanillas, niños
brunos.

Vieja piedra cansada
de ver bajo tus arcos
pasar el tiempo.

Junto a la orilla, baten
las aceñas, españa
de rotos sueños.

Cuando el poniente pone
sutil el aire y rojo
el cielo,

el puente se dibuja
tersamente, y se oye
gemir el Duero.


Eso es lo que el poeta tiene "delante de los ojos", lo que se le ofrece a la limpidez de su mirada, esa secuencia de viñetas, de trozos de vida, de las que me atrevo a decir que, en su aparente sencillez, alcanzan a sugerir algo tan indefinible como una verdad.Obsérvese con qué economía de medios ( seis brevísimas estrofas en eneasílabos, octosílabos y el verso corto de cierre, asonantado, de cada una de ellas, que recuerdan el molde del romance y de la seguidilla) posa el poeta con admiración y amor su vista en los paisajes y paisanajes españoles, con una disposición de ánimo que viene evidentemente del legado noventayochista y de la intrahistoria unamuniana. Todo, por otra parte, en esta cancioncilla, (la tenue disposición circular, sin llegar al estribillo, la asonancia, los encabalgamientos, la sencilla y a la vez sutil asociación imaginativa) trae a la memoria de modo inevitable las maneras de la poesía anónima popular. El río y su rugir bajo los arcos puntea el paso del tiempo en el inacabable sucederse de los ocasos, indiferente a los sueños y a las vidas de las gentes en torno, en tanto el batir del agua en las aceñas remite de modo simbólico, ahí la pincelada sedicentemente social de buena parte de la poesía de Otero, a los "sueños rotos" de España.




El segundo poema que se va a considerar es Ciudad de meseta, del zamorano Claudio Rodríguez, y se incluyó en Alianza y condena (1958) . Reza así:





Como por estos sitio
tan sano aire no hay, pero no vengo
a curarme de nada.
Vengo a saber qué hazaña
vibra en la luz, qué rebelión oscura
nos arrasa hoy la vida.
Aquí ya no hay banderas,
ni murallas, ni torres, como si ahora
pudiera todo resistir el ímpetu
de la tierra, el saqueo
del cielo. Y se nos barre
la vista, es nuestro cuerpo
mercado franco, nuestra voz vivienda
y el amor y los años
puertas para uno y para mil que entrasen.
Sí, tan sin suelo siempre
cuando hoy andamos por las viejas calles
el talón se nos tiñe
de uva nueva, y oímos
desbordar bien sé qué aguas
el rumoroso cauce del oído.

Es la alianza: este aire
montaraz, con tensión de compañía.
y a saber qué distancia
hay de hombre a hombre, de una vida a otra,
qué planetaria dimensión separa
dos latidos, qué inmensa lejanía
hay entre dos miradas
o de la boca al beso.
¿Para qué tantos planos
sórdidos, de ciudades bien trazadas
junto a ríos, fundadas
en la separación, en el orgullo
roquero?
Jamás casas: barracas,
jamás calles: trincheras,
jamás jornal: soldada.
¿De qué ha servido tanta
plaza fuerte, hondo foso, recia almena,
amurallado cerco?
El temor, la defensa,
el interés y la venganza, el odio,
la soledad: he aquí lo que nos hizo
vivir en vecindad, no en compañía.
Tal es la cruel escena
que nos dejaron por herencia. Entonces,
¿cómo fortificar aquí la vida
si ella es solo alianza?

Heme ante tus murallas,
fronteriza ciudad a la que siempre
el cielo sin cesar desasosiega.
Vieja ambición que ahora
solo admira el turista o el arqueólogo
o quien gusta de timbre y blasones.
Esto no es un monumento
nacional, sino luz de alta planicie,
aire fresco que riega el pulmón árido
y lo ensancha, y lo hace
total entrega renovada, patria
a campo abierto. Aquí o hay costas, mares,
norte ni sur: aquí todo es materia
de cosecha. Y si dentro
de poco llega la hora de la ida
adiós al fuerte anillo
de aire y oro de alianza, adiós al cerro
que no es baluarte, sino compañía,
adiós a tantos hombres
hasta hoy sin rescate. Porque todo
se rinde en derredor y no hay fronteras,
ni distancia, ni historia.
Solo el voraz espacio y el relente de octubre
sobre estos altos campos
de nuestra tierra.




Lo que primero llama la atención en la poesía de Claudio Rodríguez es esa tersa naturalidad con que la palabra se adecua a la música y a la cadencia del castellano vivo y a la vez esa capacidad para la sugerencia y evocación que desde luego trasciende la apariencia en ocasiones demasiado inmediata o sencilla de su poetizar,y que algun crítico llamó, con no sé si demasiada fortuna, realismo trascendentalizado, aludiendo sin duda a la insólita y personalísima factura de su juego metafórico, a ese, en suma, "estar hablando de otra cosa".

El poema constituye en sus tres partes o movimientos una visión, una teoría ---en el más ajustado y preciso sentido de la palabra, esto es, un conocimiento especulativo con independencia de su aplicación a la sedicente realidad práctica---acerca de una innominada "ciudad de meseta" que bien verosímilmente pudiera ser Zamora, la suya natal. Se trata de una larga serie de endecasílabos y heptasílabos y solo un par de versos más cortos y algún alejandrino, blancos en su mayoría pero con una tenue asonancia distribuida de modo aparentemente casual o saltuario (é-o y á-e en el primer tramo y á-a en el segundo) Con profusión además de bien meditados encabalgamientos: "(...) Y se nos barre/ la vista(...)"; el talón se nos tiñe/ de uva nueva"(...); "(este aire/ montaraz(...)" y muchos más, que dan no poca gracia a lo que es propio de este expediente, marcar el artificio del verso en relación con el fin de frase, como también la dan el gusto del poeta por palabras castizas y entrañadas en la vieja lengua de Castilla, como "relente", "curar", "uva nueva" o el coloquialismo " a saber qué".



En tal ciudad la voz que habla en el poema va a intentar consignar o levantar acta de presencia de la alianza. Sabido es lo que significa esta palabra--opuesta y complementaria de condena--- en la poesía de Claudio: una especie de ligazón, propiamente sagrada, con la tierra, un vínculo con lo telúrico que está más allá de la mera condición de habitantes del planeta, y un ansia de armonía y hermandad con los hombres, una aguda interiorización de pertenecer a la especie que también va más allá del comercio intersubjetivo ---y perdón por el uso de esta fea expresión de filósofo---, una compañía (tomada en su sentido etimológico de com-partir el pan, voz que aparece tres veces en el texto) que para él simboliza sin duda la vida.

El primer movimiento del texto (vv. 1-21) se monta sobre la oposición que podríamos nombrar como cerrazón/apertura o separación/mezcla. Estamos ante la presencia de esa alianza, que se manifiesta del modo imperioso y arraigado que ilustra bien el cariz de las imágenes con las que se la describe: esa "rebelión oscura" que "nos arrasa hoy la vida"---hay que entender aquí por "vida" lo que se nos vende como tal o la convencional y vacua existencia---,ese "ímpetu de la tierra" que "barre" la vista, ese "saqueo" del cielo ---y nótese cómo la impagable ambigüedad de esa formulación difumina o asordina las resonancias bélicas o guerreras del sustantivo, de tal modo que habría que leerlo no en el sentido de que el cielo saquee nada, sino al revés, de que con la alianza se nos traiga el cielo a nosotros aquí abajo--- todo eso por lo que nuestro cuerpo se nos hace "mercado franco" y ya no reparamos en banderas, murallas o torres, pues que ya reinan los olores del vino de cada otoñada y las desbordadas aguas de la cosecha nueva suben ---en estupenda metáfora---al "rumoroso cauce del oído".



Si el primer tramo del poema supone la epifanía de la alianza, el segundo sin embargo (vv.22-48) poetiza, de modo más discursivo y con menos aparato metafórico, lo que la arruina y niega, toda vez que hay que hacerse cargo de la "planetaria dimensión" que aleja y separa un hombre de otro, una vida de la que transcurre al lado. Nuestro mundo está hecho en consecuencia de "planos sórdidos" de ciudades que abocan a la condena a la separación, y de ahí la triple contraposición de barracas, trincheras y soldada frente a casas, calles y jornal ---palabra esta que en Claudio viene a nombrar la ilusionante entrega a la obra bien hecha y aparece por tanto desprovista de sus connotaciones obreristas y sociales ---, consagradora del triunfo de esa moral maldita que ha erigido sus principales items en "El temor, la defensa, /el interés y la venganza, el odio/ la soledad" y la mísera resignación a la simple "vecindad", entendida como mera contigüidad o coexistencia, con el olvido de lo que podría haber sido vida como compañía.Mas pese a todo ello, se pregunta retóricamente al final, acaso resulte vana la pretensión de "fortificar" la vida, de matarla, por cuanto ella es, se nos dice, "solo", pero esencialmente, alianza, y como tal impermeable a todo deslinde o delimitación.



El tercer movimiento, (vv.4973), como en balanceo con los dos anteriores , corresponde a la pervivencia de la alianza, que se había insinuado en el primero y se problematizó en el segundo. Aquí es ya la ciudad la que con sus murallas comparece ante la mirada del poeta, murallas inútiles pues que fungen como simple testimonio de una "vieja ambición" que hoy tan solo dice algo a la sabiduría muerta del arqueólogo y a la banalidad papanatesca del turista. "Esto no es monumento/nacional, sino luz de alta planicie", se proclama taxativamente, aquí no hay límites ni geografía, todo constituye" materia/ de cosecha", esto es, filial comunión con la tierra, "patria/ a campo abierto" (negación de la idea misma, convencional y política, de patria), que solo se borrará del alma con el adiós de "la hora de la ida", se dice ambiguamente, pues que parece apelar al mismo tiempo a la circunstancia del viaje o la partida y a la muerte. En todo caso, los hombres pasan pero el mundo sigue, y es ese "fuerte anillo/de aire y oro de alianza" lo que al fin permanece y queda con rostro distinto en cada instante y en cada hoy: por ejemplo "el voraz espacio y el relente de octubre" en el momento de esta contemplación.




El tercer texto que se va a considerar es el poema CCIV de Más Canciones y Soliloquios (1988),de Agustín García Calvo, compilación que sigue a la primera serie publicada en libro aparte en 1976 en su primera edición.



El texto es este:



¿Qué nave es esa que a la deriva va?
¿Quizá Zamora?. El casco roído así
de algas, y nadando al flanco
ese delfín y del otro un ciervo:

Zamora. Hiende negra la proa por
un mar de dócil oro y olor de pan,
y al pie le siguen por las olas
malvas, telégrafos, abubillas.

Cabeceando lenta con un vaivén
pesado avanza, y a las amuras van
los seis grumetes asomados
tristes (¡adiós!), y las blancas gorras

gaviotas son que huyen grayando, seis;
no, no gaviotas; tórtolas mansas son,
que de la Torre del Obispo
a deshojar el clavel del viento

por las almenas parten, y flechas seis
de amor amargo, que el corazón panal
del mediodía hieren: hieren
mi corazón. ¡Infeliz Zamora!:

los senos mustios, velas caídas, no
te quiere el novio Noto, su velo azul
te niega. ¿Yace en la sentina
tu capitán de la barba de oro?

¿Quién ha colgado en mástil y entena aquel
descalzo, aquellos muertos verdosos? ¿Quién
llamó a esos cuervos que a centenas
posan en ti y con los ojos rojos

se hacinan, y en su miedo de tempestad
futura siempre graznan así: “La Ley,
la Ley del mar a los que intenten
alas abrir a los libres aires”?

Y vas, hedionda nave, de aquí a allá,
sin rumbo: al pairo vas, y detrás de ti
biliosa estrella se abre, y hierve
sordo rumor de los arrabales,

que puños alzan cárdenos hacia ti,
pero el vigía negro del torreón
los ve no más que espesa espuma
sucia de sed que a tu popa ruge

rabiosa. Y los marinos de la auroral
Juvencia hénos, hénos ahí también,
Sin más que hacer que la cubierta
ir a fregar y las gallinazas

De cuervo andar cogiendo con aserrín.
Pero tú avante, nave de mi dolor
más crudo: que a tu izquierda verde
brinca delfín y a tu diestra ciervo

de cuervos de violetas y moho en flor
tupidos.Ea, nave, que se te dé
mejor piloto y cien remeros
de alma leal y Levante recio

que allá te empuje al rico País del Sol
Muriente: allí la Virgen atlántide
se peina y duerme Dios; se abren
rosas allí los huidos días.

Lo más reseñable en principio de esta composición ---aparte de que el poema tiene todo él un como aire de etérea y difusa ensoñación--- es sin duda el extremado cuidado y artificiosidad que se pone en la métrica y el ritmo, cosa habitual en este poeta, especialmente ducho en adaptar al castellano los elegantes metros antiguos, extremo en el que acaso resida uno de los mayores atractivos de estos versos, que sin embargo tienen otros, así en la exquisita selección de motivos y referencias( Noto, el viento cálido del Sur, nacido de la unión de Eos y Astreo, Juvencia o el país de la eterna juventud, la Atlántida etc), como en la riqueza y espesor de sus imágenes y metáforas (esos cuernos de ciervo envueltos en flores y moho) y, muy a menudo, el hondo conocimiento de la vida que llevan aparejadas.

Utiliza aquí Agustín catorce veces la llamada estrofa alcaica, consistente en dos pentámetros o versos de cinco golpes o marcas rítmicas, de andadura yámbica o trocaica según se empiece por sílaba marcada o no, los dos primeros de cada estrofa, y dos tetrámetros o versos de cuatro pies o golpes, los dos últimos. Los tetrámetros marcan el ritmo sistemáticamente en las sílabas 4,6,9 y11, en tanto que la primera marca recae indistintamente en la 1ª o 2ª. Los golpes acentuales de los dos versos finales de cada estrofa serían 2,4,6 y8, ritmo yámbico, y 1,4,7 y 9, trocaico., que vienen a "corresponder", respectivamente, a dos dodecasilabos castellanos o endecasílabos terminados en aguda (11+1) ,a un eneasílabo (vers. 3º de cada estrofa) y a un decasílabo, constituido también por cuatro pies o golpes en la medida en que empieza siempre por sílaba marcada. Ya se ve que no se hace uso alguno de la rima. Abundantísimos resultan los encabalgamientos, interversales e interestróficos, y los hipérbatos, sobre todo en frases con verbos al final. Mezcla también el poeta niveles y registros de vocabulario, y lo mismo echa mano de cultismos ("hedionda", "cárdenos", "hiende", "Noto", etc) que de vocablos y expresiones populares ("grayando", "gallinazas", "al pairo", "aserrín"). Ricas y palpables ---ya se ha hecho mención más arriba--- resultan las imágenes y metáforas ("deshojar el clavel del viento", "que el corazón panal /del mediodía hieren", "los senos mustios, velas caídas", "de cuernos de violetas y moho en flor" y otras.



Me voy a limitar casi a glosar el poema, dada su complejidad y extensión y la acumulación y densidad de sus intimaciones.

Se trata de una larga invocación a la ciudad de Zamora, contemplada aquí como un navío sin rumbo que se adentra en el mar, al que acompañan por los flancos un ciervo y un delfín, animales de tradición mitológica, y, en una especie de breve enumeración caótica, malvas, telégrafos, abubillas. Mientras penosamente avanza mar adentro, va metamorfoseándose sacudida por su azacaneada singladura: seis grumetes dicen adiós con sus blancas gorras, grumetes que son a la vez gaviotas que huyen por el aire, mansas tórtolas y flechas de amor amargo que asaetean el corazón. Después los cuervos, aves malagoreras y siniestros heraldos del futuro--siempre nefandos--- la amenazan con la desgracia y la muerte, ("la Ley del mar") y la maldicen el "sordo rumor de los arrabales" que levanta sus "puños cárdenos", que bien pudieran referirse a las fuerzas y elementos que van, como se solía decir antes, en el sentido de la historia, pero cuya protesta queda en "espesa espuma/ sucia de sed(...)". No obstante ello, la nave sigue adelante, escoltada solo ahora por el gentil adorno del ciervo y del delfín, hasta perderse en el sinfín de un Occidente y quizá por ello no del todo ignoto ("País del Sol/ Muriente", Atlántida o Islas Venturosas, donde no rige la ley de Dios y donde se pretende, en un bienhadado deseo, que no haya tampoco tiempo: "se abren/rosas alli los huidos días".
bienhadado deseo,

domingo, 22 de mayo de 2011





DE LA GUERRA: UN LIBRO DE ANTONY BEEVOR Y UN POEMA



La gran monografía ---556 páginas de texto más casi otro centenar de notas, índices y bibliografía, amén de una treintena de fotos y algunos mapas---de A. Beevor Stalingrado (Barcelona, Crítica, 1ª edición en español de 2004, que reproduce el original inglés de 1998), que estos días he releído, me ha vuelto a cautivar por lo menos tanto como cuando la leí por primera vez. No solo me parece excelente la exhaustiva documentación (por ejemplo, el autor ya ha podido tener acceso a los archivos soviéticos, inasequibles para los investigadores hasta 1991) y el rigor --por lo menos aparente-- con que la maneja, sino también y en primer lugar el admirable ritmo narrativo del que el relato hace gala, hasta el punto de que pueda decirse que el libro se lee apasionadamente, de un tirón, pese a-- y quizá también por-- contener toda una enciclopedia de los horrores, como si se tratase ---y soy consciente de lo tópico de la comparación, pero en este caso está justificada---de una buena novela.

En efecto, Beevor aúna la ecuanimidad y objetividad que se debe exigir a un historiador honrado con la capacidad para interesar al lector prácticamente desde el primer momento. No es solo que cumpla con creces los objetivos de un minucioso ensayo político, ideológico y militar --- el autor tiene muy en cuenta y estudia con detenimiento desde la estrategia y la táctica de ambos bandos y las conspiraciones de la alta política y la diplomacia hasta las técnicas de propaganda o las de los interrogatorios a prisioneros---, es que desborda este marco para articular una especie de gran drama épico en que lo que más conmueve es la percepción del atroz sufrimento de los soldados de ambas partes y sobre todo de la población civil rusa, que llegó a extremos inconcebibles. El autor ha podido consultar igualmente multitud de testimonios de los protagonistas, como entrevistas a los sobrevivientes y diarios o correspondencia, que enriquecen el relato al permitir entrar en la intimidad de los actores y ayudan a verlo como el enorme drama coral al que hacía referencia más arriba: escandalizado por el asesinato de 90 huérfanos judíos, un alto oficial alemán, Groscurth, escribió a su esposa "No podemos ni se nos debería ser permitido ganar esta guerra" (p. 81).



Es igualmente muy de agradecer el hecho de que Beevor soslaye el infantil maniqueísmo en que que han solido caer buena parte del cine y de la historiografía de la II Guerra Mundial. Además de la megalomanía criminal de Hitler y de Stalin, queda clara su animadversión por el estalinismo y por el nazismo como inhumanos y crueles aparatos de poder y de terror ideológico, que no repararon, el uno y el otro, en el más olimpico desprecio por la vida humana. Hay a este respecto abundantísimos testimonios en el libro, así, el vívido relato de la matanza de judíos en Kiev (pp. 81-84) o la bestial implacabilidad del mando soviético hasta para con sus propios combatientes: un mínimo de 13500 ejecuciones, sumarísimas o judiciales, por "deserción" o "cobardía", cínicamente despachadas por los comisarios políticos como "incidencias extraordinarias" (p. 220). Conmueve igualmente la capacidad de sacrificio, el heroísmo y la entrega del pueblo soviético, muy permeable a la machacona propaganda del régimen, que presentó la invasión nazi como una "defensa patriótica" --aunque hubo en las filas alemanas decenas de miles de los llamados hiwis o " auxiliares voluntarios", prisoneros o desertores, ucranianos en su mayoría, de los que no pocos estuvieron abocados a una terrible suerte---. El horrible desperdicio de vidas por parte de las autoridades militares soviéticas es secillamenrte difícil de concebir: más de cuatro millones de personas se presentaron voluntariamente a filas, gran parte de las cuales, sin formación, sin armas y muchos con traje todavía de civil, fueron enviadas a la muerte a sabiendas: " Cuatro divisiones de milicia fueron completamente aniquiladas antes de que el sitio de Leningrado hubiera siquiera comenzado. Las familias, ignorando la incompetencia y el caos en el frente, donde reinaban la ebriedad y los saqueos o las ejecuciones de la NKVD, lloraron estas muertes sin críticas al régimen" (p. 48).

Un par de peros: no me ha parecido demasiado convincente y sí un poco exagerada la descripción que Beevor hace de los movimientos conspirativos de algunos oficiales alemanes antinazis, que contravenían las órdenes adrede, dado lo respetuoso que es el autor ---por su formación castrense: fue oficial de carrera del ejército británico--- con la noción del honor militar y la admiración que deja traslucir, sobre todo en los primeros capítulos, por la eficacia de la maquinaria de guerra de los ejércitos alemanes, que no excluye, sin embargo, la consignación de su espeluznante barbarie.



Me permito ahora reproducir un poema mío incluido en el libro Embajadas del ocaso, de 2004, que se escribió con ocasión de la Guerra de Irak de 2001 y del asco que me produjo. Tiene la particularidad de que trata de usar en castellano, espero que con no demasiada torpeza, el viejo hexámetro homérico, de seis marcas rítmicas, aunque cuidando de que ellas no caigan mecánicamente coincidiendo con el acento de palabra y en este caso, puesto que el griego no conocía la rima, con asonancia sistemática en todos los fines de verso.




Primero es de todos la guerra en los varios vicios humanos,


sí, pues volviendo y mirando arredor a tiempos pasados


y hacia atrás, si a la noche de siglos sigues el rastro


verás por el ancho mundo alzarse la peste y estrago


que ofrecen cortadas cabezas y tripas al aire, escarnio


de sangre y de pus, podredumbre de tiernos cuellos de un tajo


sajados y vientres que bola de bofes y humo a lo largo


hediondos de campos y estepas sueltan y en desparramo,


tras si la tierra entera brindara a los perros el pasto


y fiesta sin fin a sus dientes y carne fresca a su hartazgo,


rica ruina de humores y zumos de hígado y bazo:


en suma, el circo tremendo que monta, el foro y teatro


de muerte la mil hacedera el batir de casco y cascajos;


fue esto la guerra por siempre jamás, pavor y reinado


de las hambrunas y llanto terribles, de pena adobados,


y orgía de mozos floridos que rinden vidas y ramos


a nada, tan solo a la idea, fantasía y colgajo


torvos, lo mismo la tilden de patria o viejo historiado


linaje o de tierras, fronteras o hembras o el dios que las trajo,


tesoros y mares, metales, riberas, pasto y ganado,


que todo lo mismo, pues tiene el mismo motivo y marchamo,


y es el sabido poder y dinero, con miedo amasado


horno en que cuaja la pasta de odios y el pálido vaho


de algún estigma odïoso al fondo del alma morando.


Caras mil y mil formas ha dado la guerra a lo largo


de edades y eras, pero igual y la misma en su trazo


y esencia, así que de napoleónicos cañonazos


nos digan que aldeas lombardas borraban a un gesto del brazo,


nos cuenten de indios o flechas, bombas de gases malsanos,


bosques hundiendo del Marne y del Rhin arriba y abajo,


matanzas de rojos o siervos, herejes y cátaros,


pobre costilla de paria puesta a asar en un palo,


de olor de cadáver judío en masa en el patio apilado,


en campos de muerte polacos, o evoquen los días aciagos,


cuando abría la veda de caza a primeros cristianos


allá en el imperio de Roma el césar aquel Diocleciano,


masacres en nombre de Alá o en la Divinidad del Papado,


o en el día de hoy--- en la era del Bienestar Progresado,


en mundo que el orden reinante del todo ha ocupado


hasta la última esquina y rincón del globo terráqueo,


y mundos que antaño llamaban, solo uno y único y bajo


la férula misma y la misma obediencia y mandado


que almas ha hecho a millones pacer al mismo cercado---


vemos cómo se incendian de curvos y súbitos pájaros


de acero y metralla cielos y nubes de Oriente cercano


---pues dice el Señor de los Justos que hay que abrasar a los malos,


lo mismo que antes siempre dijeron tirios y troyanos,


tanto da que de antaño aquellos carlistas curánganos


llamaran a son de trabuco a salvar a la patria en sobrado


peligro inminente, o la orden la dé por el pantallazo


de redes mundiales de ondas el jefe americano


de guardia, uno y el mismo los dos constituyen el mismo tinglado---,


o veas de sangre renegra, junto al turbio Escamandro,


brillar en la trama que Homero cantara en hábiles cantos


peto y coraza de aqueos y troes furiosos y raudos


--- ¿y qué? ,¿es que tanto valía el coño de Helena y el alto


culo, que el pago pedía de testas y brazos quebrados?---,


el caso es que la guerra muestra siempre la fe, y por tanto,


guerra por siempre la misma, eterna, sin velo o recato,


sin buenos ni malos ni héroes tuertos de patas de barro,


pura y desnuda revela sus causas y crudos harapos:


ceguera y memez del pequeño dios de sí soberano


que el hombre ha venido a creerse: a él y a su invento les lanzo


un lapo y el gesto de la higa feliz, y me cisco y me cago


en guerras y en patrias y en honras y en quienes se las inventaron.






























































miércoles, 11 de mayo de 2011

RELECTURAS POETICAS

Martínez Sarrión, A. Cordura. Barcelona. Tusquets, 1999.
Gimferrer, P. Amor en vilo. Barcelona. Seix Barral, 2006.
Grande, F. Las Rubáyyatas de Horacio Martín. Barcelona. Lumen, 1979.














Sabido es lo que puede ocurrir cuando se relee un libro que en su día --en algunos casos bastantes años atrás-- a uno le gustó mucho o por lo menos no le disgustó en exceso. Variaciones en los criterios personales de valoración, el estado de ánimo del momento, la influencia y el poso de lecturas posteriores y mil factores más pueden influir en el hecho de que, para decirlo lapidariamente, ahora ya no nos haga tanta gracia lo que entonces antes nos resultó divertido y enriquecedor. En honor a la verdad, no podría afirmar --ni mucho menos a partes iguales, y más teniendo en cuenta la trayectoria de cada autor-- esto de ninguno de los tres poemarios que se citan al principio de esta entrada, por otra parte tan distintos entre sí por su tono, imaginería y efectos retóricos, aunque desde luego no han provocado en mí el efecto que sí generaron con la primera lectura. Escribo estas breves notas, también e interpretándolo un tanto retrospectivamente, en lo que en una recentísima entrevista decía Félix Grande a propósito de la labor poética: "Cuando las palabras no vienen es porque uno no se las merece".




Con todo, el que me parece más caedizo y prescindible, por la sobreabundancia de cultismos y de referencias mitológicas y culturalistas , es Amor en vilo, que supuso hace cinco años el regreso de Gimferrer a la poesía en castellano. Pese al acierto de algunas metáforas brillantes y arriesgadas, se trata de una retórica --que debe mucho al modernismo rubeniano y a algunas zonas poéticas del barroco-- que ahora me resulta cansina y pesada. Por otro lado, la opción sistemática por la rima consonante --casi todo el poemario lo constituyen sonetos, sea en alejandrinos o en octosílabos-- hace que no pocas composiciones aparezcan forzadas y como exigidas o arrastradas por la necesidad misma de hallar una consonante rara, que lleva a veces al poema al borde del absurdo, la boutade o la incoherencia, amén de chirriar: hay demasiado sonajero o sonsonete en estos versos, sobre todo cuando se acude a rimas internas de dudoso gusto ( "Fue un llamear tan suave como sañudo, agudo/estilete del aire cuando en tu pubis trepo"). Además, no veo cómo se puede tener estómago para escribir cosas como " tu ano es un jardín" cuando lo razonable hubiera sido decir "culo" en vez de esa fea palabra médico-anatómica.




Cordura se sitúa casi en los antípodas del universo poético de Gimferrer por su tono seco, apodíctico y sentencioso, su renuncia al adorno de la rima, su preferencia por el vocabulario abstracto y su casi ausencia de artificio metafórico, aunque no de refrencias culturales: se trata de una poesía quizá en exceso cerebralista e intelectualizada y atravesada por una especie de problemática resignación estoica, diríase que esgrimida y asumida para conjurar los fantasmas de la madurez y la conciencia de las devastaciones de la edad. Hay de todos modos algunas composiciones que juzgo espléndidas, así la titulada Dos tipos, entre otros, de elocución poética, relativamente memorable por lo convincente del mecanismo irónico que sustenta el autorretrato, o A ti, casi innombrable, que acierta a sugerir en el lector el aire de verdad de una refrenada ternura en un poema en el que hubiera sido demasiado fácil caer en la sobrecarga de patetismo o en la autocompasión.




Creo que las Rubbaiyátas que Félix Grande pone en boca de su heterónimo Horacio Martín siguen siendo hoy uno de los mejores libros de poesía erótica o amatoria publicado en español en las últimas décadas, por el tono apasionado y violento de su lenguaje(" Sé una perdida, mi amor, sé una perdida") y la insistente concepción del amor y el erotismo ---que sin duda procede de la mejor tradición romántica, de ciertos misticismos y heterodoxias de las religiones, notablemente del Islam, y del propio temperamento del autor--como fuerzas desbordadas y arrebatadoras que hacen saltar por los aires las leyes y las convenciones sociales. En líneas generales este libro sigue conservando para mí gran parte de la saludable frescura y el poder de seducción que sentí cuando lo leí por vez primera hace veintitantos años y solo le pondría algunos pequeños peros, como la un tanto extraña costumbre que tiene el poeta de anteponer --en contra de la norma gramatical y de los usos de la lengua viva-- la preposición a ante objeto directo de cosas, que suena mal al oído castellano habitual, o la supresión gratuita de los signos de puntuación en muchos poemas, concesión a la moda de las vanguardias y me parece que en ningún caso justificada por el fraseo ni la recitación de la composición misma.








sábado, 7 de mayo de 2011

NOTAS DE LECTURA: CORMAC McCARTHY


McCarthy, Cormac. La oscuridad exterior. Barcelona, Mondadori, 2009.



En una América espectral y diríase que casi metafísicamente poseída por la desgracia,la infelicidad y el anonadante hálito de la muerte, los hermanos Culla y Rinthy Holme son dos pobres diablos que viven amancebados en una desastrada cabaña en algún remoto condado sureño. Cuando ella se queda embarazada él intenta deshacerse de la criatura y la abandona a su suerte en el bosque. Le dice a ella que el crío ha muerto por causas naturales, aunque ante la desconfianza y la desesperación de la muchacha acaba confesando la verdad. Lo que ninguno de los dos sospecha es que un viejo buhonero ha encontrado al niño y lo ha llevado consigo.

Así arranca esta turbia fábula, verdadero santuario del mal, este gélido y desolador relato de inequívoca estirpe faulkneriana --la trama recuerda insistentemente Luz de agosto--- atravesado todo él por el sentimiento de culpa y por una atroz violencia aparentemente gratuita, por una muy aguda interiorización de la idea de pecado, pese a la aparente amoralidad de algunos de los personajes, y sus brutales ritos de expiación: hay, por ejemplo un siniestro y fanático predicador que perora sobre los casos en que la ejecución en la horca está justificada a los ojos de Dios. El resto consiste básicamente en el deambular de los dos protagonistas, por separado, él en busca de ella y la chica en busca del buhonero y por tanto de su bebé y ambos teniéndose que emplear de vez en cuando en pequeños trabajos eventuales: sepulturero, pintor de tejados de establos, jardinera, fregona, que les permiten ir sobreviviendo malamente. A la vez, tres torvos, innominados y misteriosos asesinos se dedican a perseguir y acosar a los dos protagonistas y que no dudan en eliminar sin motivo alguno a buena parte de los personajes con los que los dos hermanos se han topado en su peregrinaje. Ellos son los que desencadenan la violentísima tragedia final, de una brutalidad casi insoportable.

La novela se presenta estructurada en 18 fragmentos sin titular ni numerar, algunos de los cuales precedidos por breves textos en bastardilla que dan cuenta, a modo de siniestro coro y contrapunto dramático, de los movimientos de los asesinos. McCarthy demuestra ser excepcional maestro en el arte de relatar , toda vez que, dueño y señor de sus personajes, se las ingenia sin embargo para resultar felizmente casi invisible, hasta tal punto aquellos parecen creíbles y autónomos, por más que en algunos casos apenas esbozados.

La naturaleza, descrita con chispeante poder de resonancias metafóricas, es una fuerza ajena e inmanejable---toda la novela transcurre en espacios abiertos---,portadora de terribles amenazas y del todo indiferente a los pobres esfuerzos humanos : "Ante él se extendía un yermo fantasmagórico del cual emergían solamente los árboles desnudos en posturas de agonía y vagamente homínidos como siluetas en un paisaje de condenados. Un jardín de los muertos ligeramente humoso que se curvaba como la propia tierra" (pág 215) ; "Y pudo oírla más lejos en los fríos campos humeantes del otoño, sus cacerolas tañendo ominosas en la noche como boyas en una costa árida y sombría, y oyó menguar los sollozos y desvanecerse en la lejanía como los gritos de las aves acuáticas en las vastas y saladas soledades negras donde moran" (pág. 174).

Los personajes, quizá en justa correspondencia, aparecen a menudo al borde mismo de la instintiva animalidad o de la deformación grotesca: mientras comía su cuenco de alubias, el hojalatero "masticó, los ojos entornados, y su rostro a la luz de la lumbre era una máscara de sórdido sosiego como las caras de los que se ahogan" (pág.171); en el pasaje de la desbandada de la enorme piara, de la que los porqueros hacen indirectamente responsable a Culla y por eso quieren lincharlo, estos" (...) se alzaban entre la confusión de carne que tenían a su cuidado y cubiertos de polvo habían empezado a adoptar expresiones satánicas con sus bastones y ojos desorbitados como si en realidad no fueran pastores de cerdos sino discípulos de las tinieblas venidos para conducir a aquellos pupilos a su destino fatal" (pág. 194).

La novela,cuya lectura provoca una sensación desasogante pero aleccionadora, es la segunda cronológicamente --la edición original es de 1968-- de las de McCarthy, y prefigura de alguna manera todas las posteriores, desde Meridiano de sangre hasta La carretera, aunque esta que comentamos resulte un poco más abarrocada de lenguaje y quizá aún más presidida por un ambiente moral de entre plaga bíblica y apocalipsis, cosa al fin y al cabo lógica en un autor al que se ha considerado el más cabal cronista de una civilización enferma de muerte y que bien merecería volver al Neolítico.

viernes, 29 de abril de 2011

ACTO DE PRESENTACIÓN DEL NUEVO LIBRO





El pasado día 28 de abril se presentó al público el nuevo libro de versos Alrededor de tu clara sombra. El acto fue un pretexto para una reunión de amigos y también --quiero creerlo--una celebración de la poesía misma.



El autor estuvo acompañado por el escritor Gonzalo Torrente Malvido, que hizo la presentación del texto de modo harto heterodoxa y original. Empezó aludiendo a la a su juicio lamentable calidad de la mayor parte de la poesía que las nuevas generaciones de versificadores hace hoy en día y pasó luego a una evaluación del estatuto y sentido de la llamada "poesía de amor" y sus relaciones con los siempre espinosos e inasibles "sentimientos", o, en otras palabras, la consideración de lo que de verdad y mentira hay en la poesía. Denunció a continuación la falsedad radical de la separación entre amor y lujuria y, aunque alabó un tanto hiperbólicamente las cualidades técnicas del libro y la sabiduría versificatoria del autor, no dejó de denunciar con alguna retranca la excesiva fidelidad de este a la ideología y religión del amor.







El poeta estuvo de acuerdo con Gonzalo en lo atinente a la tendenciosa inanidad de la diferencia entre "lujuria" y "amor" y advirtió contra la demasiado fácil tentación de establecer correspondencias automáticas entre lo que se escribe y las circunstancias anímicas y sentimentales del escritor, algo que dio bastante juego para para las intervenciones de algunos asistentes en el coloquio que se estableció al final. Hizo acto seguido algunas breves consideraciones acerca de la poesía como caso especial de lenguaje, como artefacto en el sentido literal de la palabra, esto es, como algo hecho con arreglo a ciertas reglas o técnicas, algo que debe cristalizar en una atención al el silabeo y la distribución de las marcas o golpes rítmicos en el verso, el juego de coincidencia o discoincidencia entre fin de verso y sintaxis y la explotación de las posibilidades que ofrece el significado de palabra (la imagen o metáfora).




Tras la lectura de algunos poemas,se suscitó un muy vivo e interesante debate que apuntó sobre todo a la "sinceridad" o "veracidad" del poeta a la hora de escribir. Algunos intervinientes insistieron en el hecho de que el poeta necesariamente miente pues lo que escribe no puede menos que convertirse en una especie de fabulación que tiene como referente una personaje de ficción que a menudo nada tiene que ver con su personalidad "real", en tanto que otros hicieron hincapié en que la poesía tiene que decir la verdad puesto que a la fuerza debe expresar los sentimientos de quien la hace.