lunes, 20 de enero de 2014

DE VITA BEATA

George Steiner. Errata. El examen de una vida.  Trad. de Catalina Martínez. Madrid. Siruela. 2001.

        Si bien este espléndido y enjundioso ensayo corresponde bastante bien a lo que tradicionalmente se venía entendiendo por autobiografía intelectual, lo cierto es que el resultado va muchísimo más allá, en brillantez y radicalidad, de lo que suele ser normal en el género. Así, a bote pronto, solo se me ocurre ahora otro que podría parangonársele, el no menos espléndido Les mots  de Sartre, que publicara Gallimard allá por 1964 y tradujera años después para Alianza, yo creo que con harta competencia, Aurora Bernárdez. Así como el texto de Sartre era más íntimo, más, digamos para entendernos, freudiano (recuerdo el hincapié que hacía en las determinaciones de su medio familiar y la huella indeleble que dejaron en él la seca rigidez y el árido puritanismo  del protestantismo alsaciano de sus padres, y también el peso de sus traumas y complejos infantiles, ese niño feo y bizco del que todo el mundo parecía burlarse, y cómo insistía de modo casi obsesivo en la idea, que le poseyó desde muy niño, de que el ansia de leer y escribir iba destinada a vengarse de su existencia), este que nos ocupa está, por lo menos en apariencia, más  abierto y volcado a las incitaciones del mundo, es a la vez más ambicioso y más modesto, más en cierto modo convencional ---pero más rico---  que el de Sartre y también menos lacerante y más pudoroso, aunque no podamos saber si lo que oculta lo hace porque no lo considera relevante o porque cree no tener nada que ocultar, claro que ¿qué  hombre, o por lo menos qué hombre prominente no tiene nada que ocultar?
      En Steiner parecen darse unidas ---y permítaseme el fácil juego de palabras--- la pasión de la inteligencia y la inteligencia de la pasión , hasta tal punto resultan obvias el ansia  de rigor y profundidad en el tratamiento de cualquier problema o cuestión y la huida de la apariencia y la banalidad, por cuanto éstas  vienen a ser el mayor pecado del escritor: la descortesía, la ofensa al entendimiento del lector. Errata está presidido y atravesado por dos certezas, primera,  la de que la cultura judía centroeuropea, de los judíos laicos y emancipados, que va desde la liberación de los guetos por la revolución Francesa y Napoleón hasta la llegada de los nazis, de aproximadamente 1800 hasta 1930, desde Heine a Wittgenstein pasando por Marx, Freud, Mahler, Einstein, Schönberg, Kafka, Adorno, Lévi-Strauss o Benjamin entre otros, constituye el cénit de lo más alto, digno y requintado de la cultura occidental moderna y segunda, la de que no solo esa misma alta y excelsa cultura es en rigor inseparable de la barbarie y el horror con los que convivió y que acabarían por devorarla, sino que los restos, ya maltrechos y averiados, de aquella, que a duras penas consiguieron llegar a la última Modernidad, no muestran más que su patética impotencia ante la nueva ola de barbarie y degradación, no tan vistosas como la de los nazis pero no menos devastadoras, que se abrió con las ruinas, humeantes aún, de la Segunda Guerra Mundial.
            Steiner es, desde luego, un sabio en la erudición humanística y filológica ---acaso uno de los últimos que queden --- aunque demuestra tener muchísima información de primera mano en el campo de las ciencias, y demasiado admirado en unos medios y no tanto en otros, y su vida ---este libro se publicó en inglés en 1997, cuando su autor estaba a punto de cumplir los 70---parece haber sido en  lo esencial la de sus trabajos, estudios y publicaciones, pero me llama gratamente la atención que no se haya quedado ahí; quiero decir que aquellos trabajos e investigaciones no le hayan cegado ,como se demuestra en el libro, hasta el punto de descuidar  la vigilante atención para con los desastres del mundo, si bien en absoluto a la manera de los intelectuales comprometidos  de antaño , y acaso no estaría de más consignar aquí que  no deja de ser curioso que el actual desprestigio de tal marbete haya venido en estos últimos tiempos a correr paralelo con el de su pretendida contrafigura, la de los exquisitos o encerrados en su torre de marfil.

       
Estructurado en once capítulos o movimientos de parecida extensión y organizada la materia narrativa en gran parte no de modo visiblemente continuo mediante el hilo cronológico ni en virtud de ningún otro (el cap. sexto entero se dedica, por ejemplo, a argumentar acerca de la intraducibilidad  de la música, de la imposibilidad de reducirla o cualquier otro lenguaje) y  aparece sometida además a grandes elipsis o saltos, llevada al papel a modo como de fogonazos o reverberaciones,  Errata  arranca con la evocación del ruido de la lluvia en los oídos infantiles--- así empiezan también las memorias de Neruda, Confieso que he vivido---, en este caso en la aldea del Tirol, a mediados de los años treinta, donde sus padres, judíos vieneses recién emigrados a París la década anterior, pasaban las vacaciones; en un país, Austria, en el que, como se dice de inmediato, ya se percibía en el ambiente el inminente destino de tierra ocupada: la  Anchluss  o anexión por la Alemania nazi estaba al caer.
          De modo que el niño cree intuir algo oscuro o levemente siniestro , aunque no puede entender nada,  que se desprende de las conversaciones entre su padre, judío liberal no sionista, y su tío gentil, pero, único crío entre cuatro adultos, se refugia, para mayormente matar el hastío, en la lectura compulsiva. De álbumes, de compendios de geografía, de historias fantásticas de viajes y , sobre todo, de una guía ilustrada de los escudos de armas de las familias principescas y arzobispales de Salzburgo, a través de la cual se da cuenta de que ninguna enciclopedia infantil, ningún libro de género alguno podía llegar a ser exhaustivo, y de ahí la mise en abyme de vislumbrar la casi inconmensurable variedad del mundo: siempre podía quedar un detalle, por insignificante que fuese, que escapara a la total catalogación, a la pretensión de agotar una descripción de esto o de aquello, de lo que fuera. Pero pasada la primera fascinación, caótica y espontánea, las lecturas son ya guiadas: el padre, que al igual que el hijo es perfectamente trilingüe en inglés, francés y alemán, le obliga a  leer en voz alta primero y aprender de memoria después fragmentos de muchos autores, de Sthendal a Blake,  de Kafka a Shakespeare, y le inició desde muy temprano en el estudio del griego y el latín: este culto y esta idolatría por la palabra escrita serán ya desde el comienzo su humus, su fuente nutricia y la raíz de su ser. Pese a su condición de no creyentes, los padres se sentían judíos:" el orgulloso judaísmo de mi padre estaba, como el de Freud o Einstein, teñido de agnosticismo mesiánico. Destilaba racionalidad, promesa de ilustración y tolerancia" (pág. 22-23). Ya aquellos años los vivían con temor, y para conjurarlo se aferraban a lo que más querían; en el judaísmo emancipado y  más o menos asimilado  del XIX, sobre todo en el ejemplo de Heine, y por extensión en lo mejor de la cultura austroalemana, veían ellos o creían ver el espejo profético del judaísmo europeo moderno, puesto que "en virtud de lo que acabaría por convertirse en insostenible paradoja, este judaísmo de esperanza laica buscaba en la filosofía, la literatura, la erudición y la música alemanas sus garantías talismánicas".
            El padre vivía de su más que suficiente sueldo de alto funcionario de un Banco, pero las inversiones bancarias le interesaban en el fondo muy poco, en todo caso mucho menos que sus lecturas y sus curiosidades lingüísticas (cuand o murió, ya en os años sesenta, estaba estudiando ruso), de manera que se impuso la tarea de que el hijo se ganara la vida con algo totalmente distinto y de que nunca supiera nada del  oficio de su padre: sería profesor. Cuando, años después, en el internado estudiantil de La Universidad de Chicago en el que vive (p.67), lee y comenta en voz alta  a unos compañeros el último párrafo de Los muertos, de Joyce, y observa cómo las lágrimas ruedan por los párpados de uno de ellos, el considerado más rudo e insensible, sabrá ya inequívocamente cuál habría de ser su destino O quizá incluso antes, cuando hacía el bachillerato, que se centraba entonces en el estudio sistemático de la lengua y la explication de texte, en el Liceo francés de Nueva York, recién llegado a América con sus padres ---institución de cuyo ambiente a principios de los cuarenta se hace aquí (págs. 43 y ss.) una vívida y estupenda evocación---: "algunos profesores tenían una excelente cualificación (...) otros eran  mediocres vestigios del pasado y daban muestras de decrepitud personal o profesional (...)". El Director "era un personaje vagamente elegante, espectral, fascinado por clásicos literarios menores, como Pierre Loti y poco convencido de la inocencia de Dreyfus" Casi todos eran descarados colaboracionistas o filonazis, aunque no pocos cambiaron oportunamente de chaqueta a partir de 1944. Allí también, cuando oye de no recuerda quién el verso de Eluard le dur désir de durer y lo relaciona de inmediato con lo que le pasa, conoce el enamoramiento: siente una irreprimible adoración por una chica de origen ruso, pelo negro azabache, que sigue un curso superior al suyo, pero  no tarda en pasársele,  ante el orgullosos desdén de ella, y siente vergüenza de su "estúpida veneración", no sin cerrar el relato de la anécdota de esta guisa: " Derrotado por la madurez, ¿vuelve uno a estar tan completamente enamorado?" .
           La Universidad de Chicago a fines de los cuarenta era un hervidero: Una ciudad que nunca dormía, una ciudad en donde la brutalidad en la política, en el arte, en el jazz, en la música clásica, en la ciencia atómica, el comercio y las tensiones raciales resultaban palpables y se dejaban sentir como una descarga. una megalópolis de intensidad pura" (p.57) Allí el joven tímido y estudioso perderá, en todos los sentidos de la palabra, la virginidad: palpará el racismo, el antisemitismo, la violencia policíaca, las diferencias de clase; allí su compañero de habitación, un brutal ex paracaidista llamado Alfie, que empieza por preguntarle si él era muy listo y del que se hará de inmediato inseparable amigo, le lleva una noche a un burdel donde tendrá lugar "una iniciación tan concienzuda como bondadosa". A los ojos de su amigo el paracaidista ya era, así pues, un hombre. Steiner le devolverá el favor invitándole a cenar langosta y ensalada César. Ya se mencionó mas arriba el episodio de la lectura de Los muertos. Sí: sería profesor.
      El cap. 5 del libro (pp.69-85) viene a ser una brillante y apasionada, pero inevitablemente polémica, exposición-fundamentación del ser judío, aunque al final reconoce honradamente que la cuestión le parece, por lo menos en parte, insoluble. Si, por un lado, como gusta de imaginar la ortodoxia sionista, la cuestión judía o, mejor aún, la condición judía, su mera existencia, "representa lo que los físicos modernos llamarían la singularidad, un hecho o suceso al margen de las normas, ajeno a la probabilidad y a los dictados del sentido común. El judaísmo irradia energía como un agujero negro en la galaxia histórica" (p.69) no es menos cierto por otro que sin embargo, como todo, el judaísmo no deja de ser una cuestión relativa, cultural, sujeta a las circunstancias históricas, y en este sentido un judío laico, liberal e inequívocamente Weltburger , ciudadano del mundo, tendría que pensar que el asunto de los judíos, su extraña supervivencia después de dos mil años de persecución y opresión no son un misterio ontoteológico. Han sobrevivido, pero podrían haber podido perfectamente no haberlo hecho. Para Steiner su larga historia, como la de los chinos, es el resultado de una peculiar interacción de aislamiento y presiones externas. Es más: tiene que consolarse pensando que, incluso después del accidente nazi, los indicadores demográficos demostrarían " al menos en el Occidente liberal y laico, que la asimilación y el olvido de uno mismo en un clima de creciente tolerancia e indiferencia pueden conducir la crónica del judaísmo a una conclusión indolora. Solo determinadas comunidades ortodoxas, incluso dentro del Israel laico, conservarán una identidad auténtica (p.72) Cierto. Podría ser. Pero no les dejan. Además, está el hecho consumado de la existencia del Estado de Israel, y el hecho, no menos indiscutible e históricamente documentado, de que ya antes del Holocausto hubo múltiples intentos--- las matanzas medievales en Renania, la expulsión por la Inquisición, los progromos de Europa del Este durante el XIX--- de erradicar a los judíos, no en lo esencial por razones económicas, políticas o de otro tipo, aunque ésta tuvieran su importancia, sino para literalmente hacer lo que dice el verbo, arrancarlos de raíz: "la intención abiertamente declarada por el nazismo era ontológica. Era la desaparición definitiva de la identidad judía de la faz de la tierra (...) porque ser judío es, para los que odian, el pecado original" " (p.73).Luego la razón de ser del judío es, en el fondo, también para él, religiosa y está en la Biblia :"Para bien o para mal, Roma y la Meca son hijas (¿matricidas?) de Jerusalén" (p.74). El judío sería, según la certera expresión de Karl Barth, krank  an Gott,  enfermo de Dios. Y es, por naturaleza, errante ( Luftmenschen,  criaturas del aire, sin raíces ni patria, " y por ende, aptas para ser convertidas en ceniza", apostilla Steiner). Quizá, pero como dije más arriba, está el hecho del Estado de Israel y no sé si habrá que suponer que éste sea también obra divina, naturalmente se su Dios ( el Israel de hoy sobrevuela como un fantasma, probablemente algo incómodo, todo el texto; se diría que Steiner deplora sotto voce su existencia a la vez que no deja de sentirse fascinado por la proeza de su fabricación y por sus pretendidos logros: en alguna ocasión lo llama milagro triste). Reconoce que "es un defecto lógico del sionismo, un movimiento laico-político, invocar una mística teológico -escritural que en honor a la verdad no puede suscribir." Y no lo puede suscribir, añado yo, sin traicionar sus orígenes y su sentido primigenio. "Sería, creo, algo escandaloso (...) que los milenios de revelación, de llamamientos al sufrimiento, que la agonía  de Abraham y de Isaac, del monte Moriah y de Auschwitz tuviesen como resultado final la creación de un estado-nación armado hasta los dientes, de una tierra para especuladores y mafiosos como todas las demás. Esta normalidad sería para los judíos otra vía de desaparición" (76) ¿Dónde radica, en fin, el secular y universal odio a los judíos? Para Steiner no en la supuesta acusación de deicidio, en la supuesta complicidad de los judíos en la muerte de Cristo, sino en algo anterior y más hondo : sin duda el odio al judío se acrecentó por el cristianismo paulino y de otros padres de la Iglesia, pero es previo a esas fatalidades: "no es el sacrificio de Dios en al persona de su hijo, al margen de lo que este macabro fantasma pueda llegar a significar, el núcleo fundamental (....) , es la creación, la invención, la definición y reevaluación de Dios que hay en el monoteísmo judío y en su ética. Lo que no se le perdona al judío no es el que sea el asesino de Dios, sino el hecho de ser su descendiente" (p.80) Lo que en definitiva estaría en la raíz del judaísmo es lo peculiar  del mandato ( según interpreta nuestro autor la célebre tautología de Éxodo, 3, 14 Soy/El que Soy)  del Dios de Moisés y de Amós: "Deja de ser lo que eres(...) Conviértete, aun a costa de un terrible precio de abnegación, en lo que podrías ser" (p. 81) Si esto es así, habría que concluir que, por una macabra paradoja, Hitler tenía razón al proclamar lapidariamente "El judío ha inventado la conciencia".
           Reevaluar, interpretar , traducir y explicar sin fin el mito y la maldición de Babel, la maravilla de las lenguas  del mundo ( Después de Babel. aspectos del Lenguaje y de la Traducción, se llama la gran monografía que publicó en 1975 y que es sin duda el más ambicioso y rico de sus libros) viene a ser al fin y al cabo la tarea más idónea para un erudito trilingüe, y a ello se consagra el cap. 7 (pp. 105-122). Junto a ciertas observaciones sobre los límites de la llamada traducción simultánea y otras,  muy cautas y razonables, acerca de la posible existencia de los universales chomskianos ( puede ser que haya "ciertas estructuras profundas de tenor formal y metamatemático  con reglas y limitaciones válidas para todas las lenguas"), se prodigan aquí ataques a ese  multilingüismo que, desde una cierta corrección política o sentido común --según los cuales la mente del niño, segmentada entre lenguas distintas, se desorganiza y desarticula hasta el extremo de que luego de adulto le sea imposible integrarse eficazmente en un grupo social o comunidad---no deja de parecerle a Steiner, con razón, que bordea, pura y simplemente, la estupidez más crasa, se hallan aquí lúcidas diatribas contra por ejemplo las turbias especulaciones acerca de un presunto esperanto adánico o lingua franca mundial, que por lo demás hoy no podría ser otro, a remolque de la tan cacareada globalización, que el inglés americano. Y es que el mito de Babel, tomado en cierto sentido y aunque se exponga de la manera más atractiva ("Allí donde la creación divina tejiera una prenda perfecta de expresión de la verdad, la catástrofe de Babel no dejó más que retales: una colcha confeccionada con los retazos de aproximaciones, malentendidos, mentiras y provincianismo"--p.111--) resulta demasiado simple y consolador como para convencer a un espíritu despierto: no hay que deshacer ---antes al contrario-- la maldición de Babel: es maravilloso que haya muchas lenguas, cuantas más mejor, aun cuando sea tan evidente que los tiempos no vayan por ahí. Conviene asimismo, correlativamente, desmontar todo chovinismo lingüístico, toda creencia y lucha por la pureza  incontaminada de una lengua ( idea en sí misma ya sospechosa) basada en la espuria pretensión de que solo el monóglata o individuo enraizado en su propia lengua materna podría tener acceso pleno a los matices, meandros y profundidad de ésta, y que el políglota, aunque sensible al matiz y la especificidad, nunca poseerá esa sensación, idea tan radicalmente falsa como desmentida, en la realidad y la historia, por comunidades enteras (buena parte de los judíos europeos de entreguerras como él mismo) y grandes escritores como Beckett, Conrad o Nabokov.
            Dije al principio de esta reseña que Steiner no estaba ciego ---más bien todo lo contrario---para con los desastres del mundo contemporáneo ( y entre ellos vuelve una y otra vez, obsesivamente, al Holocausto), que ilustra y cataloga en no pocos párrafos de los últimos capítulos, y a aquellos no tiene otra cosa que oponer que el coraje y el ejemplo ético--- pese a que, como él mismo reconoce en muchos pasajes,  haya dado ya sobradas muestras de impotencia--- del humanismo : "Una manida aunque justificable retórica insiste en la brevedad, la animalidad, la fealdad o el aburrimiento fundamental de la amplia mayoría de las vidas(...) un realismo irrefutable valida el postulado griego arcaico según el cual lo mejor es no nacer y lo segundo morir joven, siendo la vejez, con escasas excepciones, un  hediondo desperdicio "---p.112-- y sin embargo...hay motivos para la luz, para un mínimo destello de esperanza (¿ fleco o resabio de ese mesianismo que es al parecer consustancial al alma judía?), incluso en un mundo donde cada día se inventan y reactualizan formas sin fin de brutalidad, de terror y de opresión, incluso en un mundo quizá ya irremediablemente convertido en gigantesco depósito de residuos tóxicos, en un mundo ---éste solo el de los países ricos-- que se va convirtiendo en un gigantesco asilo de ancianos, una gerontocracia enferma,  y hay esperanza por la sola razón de que somos animales lingüísticos, y es este atributo el que vuelve soportable y, por increíble que parezca, fructífera nuestra efímera condición de humanos.
        Casi todo el cap. 9 se consagra a honrar la memoria de los que considera sus maestros(los que conoció y trató en vida, no los muertos de los libros), que no fueron según parece precisamente pocos. De cada uno de ellos da unas pocas pinceladas en las que la a menudo punzante ironía no alcanza a vedar  del todo un agua subterránea de admiración y cariño. Un par de muestras: de Jean Boorsch, su viejo profesor de Griego Antiguo en el instituto de Manhattan, escribe que "tenía una mirada mesmérica y mostraba un rictus de cáustica tristeza ante nuestros esfuerzos"; de Allen Tate, de la Universidad de Chicago, dice que lo que más le fascinó fue " el acento y la expresión ante bellum , exquisitamente elegantes, ciertamente distinguidos y cargados con una chispa de veneno, de fingida consternación, de condescendencia"; de un tal R. P. Blackmur, de la misma institución que el anterior, se dice que estaba obsesionado por T.S. Elliot, por el éxito y prestigio entre los alumnos de su colega y rival Tate y que "el alcohol dominaba cada vez más su modo de vida a un tiempo gregario y solitario"; de Alexis Philonenko, su colega en la Universidad de Ginebra, se consigna que depende del humor que tuviera ese día, su compañía podía ser "deslumbrante, seductora," o por el contrario "puede encerrarse en su infatigable flujo mental, en un monólogo solo en parte audible, dirigido hacia adentro y rodeado por el halo opaco del fumador empedernido". Pero la consideración más hermosa sin duda es ésta: "La mayor recompensa para un maestro es lograr el compromiso de aquellos alumnos a los que considera más capaces que él mismo, aquellos cuyas capacidades generarán, deberían generar en el futuro logros mayores que los del propio maestro" (p. 176).      
         Así empieza el cap. penúltimo con el que medio concluye este libro admirable, capítulo que es un repertorio de los lugares y parajes queridos, en primer lugar una alabanza del silencio (" a medida que mi capacidad auditiva se debilita, el martilleo de la música de rock en el taxi en Manhattan, la cháchara de los teléfonos móviles me resultan más insoportables"), el que se disfruta en  la casa de pueblo o campo que él y su mujer poseen en una aldea perdida y apartada del Franco Condado, que se pinta en términos idílicos, entreverados ---por contraste--- con el enjambre de voces y transeúntes de todas las lenguas en la calle 47 de Nueva York, los comerciantes judíos de diamantes en particular (que sin embargo le parece no menos fascinante), la luz del atardecer un día de verano en el desierto del Neguev, el call de Gerona, tres ciudades y tres ríos --- los ríos son "alegorías del tiempo" ( Zúrich y el Limmat, Florencia y el Arno, Basilea y el Rhin, tres  breves joyas descriptivas de geografía emocional.
  

    
         

jueves, 16 de enero de 2014

UNA VIDA ANTE LA CATÁSTROFE



Claude Lanzmann La liebre de la Patagonia. Barcelona, Seix Barral 2011
 ----------------------SHOAH. Documental (9 hrs. 03 min.) 1985.




          Desde siempre, uno ha sentido cierta debilidad por las llamados libros de memorias o autobiografías. Con decir que me llegué a tragar, en su día, hasta Descargo de conciencia, de Laín Entralgo, o Una vida presente, de Julián Marías, plagados ambos libros, por sobre cínicos y mentirosos, de egolatría y autocomplacencia, ya es decir. Recuerdo cómo se me quedó grabado, porque me gustó, algo que leí años ha en uno de los volúmenes de dietario o carnet de notas de Cioran . Decía que tendía a leer todo tipo de literatura memorialística o autobiográfica que caía en sus manos porque le interesaban toda suerte de vidas, incluso las supuestamente más oscuras, para comprobar hasta qué punto acaban arruinándose y pudriéndose los ideales de cualquier individuo. En otro orden de cosas, toda autobiografía es, de un modo u otro, también ficción y en este sentido rigurosamente falsa, aunque solo sea porque ya como género, y si se es un poco riguroso, tiene que empezar por hacerse cargo de eso que Carlos Barral, en el arranque del primer volumen de las suyas ---Años de penitencia, al que, como es sabido, seguirían Los años sin excusa y luego, ya a fines de los ochenta, Con las horas veloces, considerados por algunos, entre los que me cuento, como de las mejores hechas en español en estas últimas décadas--- llamaba mecanismos retóricos de construcción del propio personaje.

        
Pues bien, he leído estas últimas semanas las muy apretadas y casi siempre fascinantes páginas  de esta Liebre de la Patagonia ,del mucho más conocido como cineasta que como escritor Claude Lanzmann, personaje proteico y a veces encantador por mucho que a menudo aparezca como impenitente narciso y alguna que otra vez banal y un tanto estúpido, como cuando, derritiéndose de cursilería como cualquier periodista de provincias, elogia (págs. 374-5) la Conquista de la luna por los americanos en el verano del 69. Y he acompañado la lectura de la visión, aunque sea en la minipantalla de YouTube, morosamente y a trocitos, de su gran documental, del que ya había oído hablar hace años y del que sé que hizo correr en su momento bastante tinta, aunque he preferido, por razones de higiene mental, no curiosear por críticas y reseñas y atenerme estrictamente a lo que a mí me ha sugerido.

           No se trata propiamente de un documental en el sentido técnico de la palabra, puesto que no hay voz en off para indicar lo que va a  ocurrir, señalar qué pensar o unir desde fuera las escenas entre ellas, pero no importa, puesto que es de todos modos  una cinta admirable, pura visión del terror desnudo, cuyo logro no menor es el haber evitado las escenas reales de simple reproducción documental y haber acertado a sugerir la espantosa catástrofe mediante la fuerza simbólica del monótono traqueteo de los viejos trenes de mercancías por de las verdes campiñas polacas y alemanas y el testimonio  impagable de los imborrables personajes que ahí hablan, desde Motke Zaidl e Itzhak Dugin, los dos sobrevivientes de la masacre de Vilna, que lograron escapar del campo cavando un túnel ("Estábamos tan al límite de nuestras fuerzas que los perros nos atraparon, estábamos seguros de morir entre sus fauces. Pero de pronto se pusieron a gemir dando vueltas a nuestro alrededor con gemidos de terror  y temblaban y se echaban al suelo. Olíamos tanto a muerte, porque llevábamos semanas chapoteando en las fosas, que nuestro hedor espantaba hasta a los mismos perros"---p.423---), hasta Simon Srebnik, superviviente de Chelmno, campo en el que fue confinado a los trece años tras haber presenciado in person el asesinato de sus padres: como cantaba con muy melodiosa voz, algunos oficiales de las SS lo obligaban a entonar, mientras remaban por el río, una vieja cantinela militar prusiana que le habían enseñado (esta escena se recrea varias veces a lo largo del documental, con un Simon ya cuarentón, que canta en el bote mientras Lanzmann mismo rema), o el peluquero de Trebilnka, Abraham Bomba, encargado de rapar a las mujeres a las que se iba a gasear minutos después, que encontró a varias conocidas de su ciudad natal, Czestochowa, en tal trance y que al evocarlo en la película estalla en lágrimas, y tantos otros. Sin olvidar  a los verdugos, algunos de los cuales comparecen asimismo (ese adjunto al administrador nazi del gheto de Varsovia que ante las insistentes preguntas de Lanzmann se empeña en repetir que a los judíos se les había encerrado allí para protegerlos, o la esposa del maestro de escuela nazi  --alemán, naturalmente-- del pueblo polaco de Chelmno, que declara, tras mucha insistencia del entrevistador, que sí, que ella había oído que allí había habido un campo de muerte y confinamiento donde habían muerto miles de personas, cuántas no sabía con exactitud ,y que al asegurarle Lanzmann que habían sido 400.000 los asesinados ella exclama Ah, sí, yo sabía que la cifra tenía un 4 ), o a los cómplices más o menos pasivos (esa campesina polaca que, al preguntársele si ella tenía conocimiento de que se gaseara a judíos, declara paladinamente Ah, qué puedo yo saber de eso, si no tengo estudios.
          El libro lleva transcrito a modo de pórtico, y de ahí el título, un hermosísimo pasaje de Silvina Ocampo, una especie de minifábula de corte simbólico--alegórico sobre una liebre perseguida por una jauría de perros, que remite evidentemente al trágico destino del pueblo judío. El texto se dictó en su totalidad, como aclara el autor en el prefacio, a dos colaboradores o secretarias, aunque no resulte de por sí evidente en todas sus partes  esa  gracia o frescura del relato oral que cabría suponerle dado su método de fabricación.
          La vida aquí evocada se nos presenta, como debe ser, de forma caótica, abigarrada y caudalosa, sin seguir un orden cronológico regular, con abundantísimas digresiones y saltos atrás, pero con una cierta ligazón contrapuntística, capítulo a capítulo, entre las peripecias del joven e incluso del niño y del adolescente y las del hombre maduro, ya al menos en parte refrenado en sus entusiasmos y un tanto escéptico por las enseñanzas de la edad.
            Los primeros cap. evocan el medio familiar judío parisino de pequeña burguesía, los veraneos campestres en el solar de los abuelos maternos, la figura tutelar, pero muy contradictoriamente percibida por el niño, del padre, la admiración casi incondicional hacia la madre, los embates del antisemitismo ambiental---eran los últimos años treinta, los inmediatamente anteriores a la Guerra, y los más avisados de los judíos franceses ya se empezaban a oler la catástrofe que se avecinaba--- y, en fin, las continuas desavenencias y la tormentosa relación entre sus padres, que acabarían al poco en divorcio definitivo. En el cap. 3º ---págs. 46 y ss--- se trae a colación, dentro de los numerosísimos viajes a Israel que hizo el autor en sus años maduros, sus experiencias como piloto aficionado, pero instruido por oficiales del Tsahal, con aviones de guerra, y su inequívoca admiración por lo que considera grado de competencia técnica del ejército judío, páginas que ya se comprenderá que no me han interesado mayormente, pese a su pathos épico, porque no me van nada las glorias militares, sean del pelaje que sean. La década de los cuarenta será para el adolescente Lanzmann la de, además de la  desintegración familiar (con la madre que huye a  París con su nuevo amante y el padre y los tres hijos semiescondidos en un oscuro pueblo del Macizo Central, empleado el progenitor como peón y jornalero agrícola), la de otras desintegraciones sin duda más trascendentes: su entrada, siendo aún estudiante de instituto, en la Resistencia, la militancia clandestina también del padre, aunque en los primeros tiempos cada uno de ellos fuera ignorante de la del otro, las peleas con compañeros antisemitas del instituto, y el jugarse el pellejo día a día, ante la Gestapo o la policía de Vichy. El relato de las peripecias de guerra de guerrillas en el maquis es sobrio y digno, nada heroico, y no se oculta un episodio de cobardía en el que se ve directamente involucrado el narrador y que traería como consecuencia la muerte de dos camaradas.
            Sin solución de continuidad se pasa a relatar en la siguientes páginas la trayectoria vital de los abuelos maternos, judíos de Odessa que recalan en Francia en la segunda década del siglo y que repiten, por lo demás, la historia de tanto Ostjuden emigrado a Occidente desde los shtetl de Bielorrusia, Ucrania o los Balcanes en el periodo de entreguerras (y que dicho sea de paso forma el sedimento y el mundo anímico de muchos de los admirables relatos de un Joseph Roth). Los años 43 y 44 siguen siendo los de las escaramuzas de las guerrillas pero también los de la adopción por Lanzmann de la ortodoxia comunista y, con la Liberación, el salto a París a iniciar sus estudios superiores de Filosofía. El regreso a París coincide asimismo con el reencuentro con la madre ----con la que ahora no dejará de tener sus encontronazos, dado el carácter irascible y posesivo de ella, y el inicio de la estrecha amistad con el amante de ésta, Monny, atrabiliario personaje, vividor dandy  y poeta surrealista, el descubrimiento del sexo y de las primeras amantes (esa burguesita casada que según cuenta le estaba repitiendo de continuo Pero Claude, qué guapo eres),--- además de su primera toma de contacto y familiarización con el milieu intelectual parisino de los cuarenta y cincuenta . Por cierto, que leyendo estos pasajes no he podido dejar de recordar la espléndida monografía, bien hilvanada y documentada, de otro judío parisino, aunque éste lo sea de adopción, Herbert Lottman, La Rive gauche, que editó entre nosotros hace unos años Tusquets y que acaso sea, hasta donde alcanzo a conocer, de los mejores libros escritos sobre ese asunto . También de esos años data  su conocimiento de Sartre y de Simone de Beauvoir, personajes estos absolutamente capitales en la vida de Lanzmann y cuyas sombras ocupan de algún modo todo el libro, por lo que merecen párrafo aparte.
             La célebre pareja de filósofos entró a saco en su vida. De Sartre destaca de inmediato su sencillez, su generosidad y su accesibilidad ----imagen que como se ve está en el otro extremo de tanto testimonio coetáneo y posterior--- , pese a que en aquellos años ya eran enormes su gloria literaria y su prestigio, y del Castor el hechizo que le provocó casi desde el primer momento y el inequívoco cariño e interés que la Beauvoir sintió por aquel muchacho, quince años menor que ella, vivo y buscavidas, que para pagarse sus estudios no vacilaba en, de acuerdo con Monny, el novio de su madre, y con los mismos escritores,  vender falsos o amañados manuscritos de poetas célebres---Aragon, Eluard o Francis Ponge, entre otros--- a aficionados papanatas, o en, disfrazado de cura, pedir limosna puerta a puerta, para un presunto orfanato, en las casa de los burgueses. El relato de los amores con el Castor, con el conocimiento  y aquiescencia de Sartre, por supuesto, está urdido con nervio y pasión y no carece, tal como el personaje se ve  a sí mismo, de interés y cierta grandeza moral, toda vez que se nos presenta lejos de lo que podría considerarse fácil complacencia en lo morboso y sedicentemente perverso, incluso cuando se refiere a los periodos de consensuado menàge a trois , en que llegaron a pactar incluso los días de la semana en que a cada uno de los dos hombres correspondía pasar la noche con ella. Para que, en fin, la cosa resultara aún más digamos que espesamente incestuosa, se nos informa de que por aquella época el filósofo Gilles Deleuze --- a quien el narrador, que pertenecía a su entorno, estimaba y admiraba intelectualmente--- se convirtió en amante de la hermana pequeña de Lanzmann, Évelyne, a la sazón muchacha de diecisiete años, a la que aquél, en un episodio de vileza, cobardía y bajeza moral inconcebibles, acabó abandonando de mala manera (pág 160 y ss). Tras una breve relación con el pintor Serge  Rezvani, la muchacha acabó volviendo, por poco tiempo también, con Deleuze, quien la volvió a someter a una relación humillante y semiclandestina, aquella que parecía convenir a los pujos de respetabilidad burguesa de él y que lógicamente  no podía acabar más que como el rosario de la aurora. Por si esto fuera poco,  Evelyne , criatura generosa, noble y angelical tal como nos la presenta su hermano, mantendría poco después una liaison con el mismo Sartre, a quien como es sabido iban sobremanera las jovencitas, hasta que pasados un par de años la muchacha pondría fin a la relación, convencida de la inalterabilidad de las costumbres del filósofo, que gustaba de mantener varias amantes a la vez, entre las que siempre había una preferida u oficial  que nunca resultó ser ella . Evelyne conseguiría sobreponerse y proseguir unos años una interesante carrera como actriz  de teatro,  pero sus pulsiones autodestrructivas y sus cada vez más frecuentes depresiones acabarían llevándola al suicidio a mediados de los sesenta. Nada extraña que  las páginas ---167 y ss.--- consagradas a honrar la memoria de la desdichada hermana y evocar las circunstancias del suicidio se cuenten entre lo más apasionado y sentido del libro: Lanzmann parece haberla querido mucho y declara no haber conseguido jamás librarse del complejo de culpa que suele atenazar a los deudos y allegados sobrevivientes en  este tipo de episodios.
          El cap. X  ---pp 183 y ss--- en un nuevo salto atrás en el tiempo---1947--- se dedica a evocar los meses de estancia en Alemania como becario, a instancias de Michel Tournier, primero en Tubingen y luego en Berlin, su rápido y apasionado aprendizaje del idioma, sus amores con la joven Wendi von Neurath, perteneciente a una linajuda y aristocrática familia con demasiadas  ramificaciones y contactos con la alta jerarquía en los años nazis, e incluye no pocas agudas observaciones sobre el ambiente moral y las circunstancias existenciales de aquel país recién salido de la derrota y abocado en aquellos años  a la miseria material y al examen de conciencia. Observaciones que en algunos casos se hallan  bien lejos del tópico y de las apariencias . Se cuenta por ejemplo cómo en Suabia o en Baviera muchas pequeñas y medianas ciudades, así como centenares de pueblos y aldeas, habían quedado prácticamente intactas e igualmente intactas permanecían las bases del sedimento moral del nazismo: cómo en la preciosa ciudad medieval de Gunzburg, sede de las fábricas Mengele, la familia del llamado ángel de la muerte de Auschwitz seguía siendo la más respetada de la ciudad y cómo todavía décadas después, cuando volvió a pasar por allí con ocasión del rodaje de Shoah, los tractores y cosechadoras de las granjas y aldeas de los alrededores ostentaban en grandes letras blancas la imagen de marca MENGELE. El seminario, en fin, que como lector de francés en la entonces recién fundada Universidad Libre de Berlín organizó con estudiantes alemanes sobre Antisemitismo acabó siendo suspendido por improcedente por las autoridades francesas de ocupación.
          El cap. siguiente se va a 1948 fecha de su primer viaje a Israel, donde asiste como espectador a los primeros pasos del entonces recién nacido Estado, donde llega a conocer, gracias a la intermediación de su antiguo amigo J. Ebenstein, compañero de estudios en la adolescencia y ya establecido allí, a Ben Gurión, que le causará una viva impresión, donde le surge la idea germinal de lo que se convertirá años después en su documental Pourquoi Israel? y donde , last but not least ,conoce fugazmente, en Jerusalén, a la judía alemana, entonces casada con un hombre de negocios, Angelika Schrobsdorff, a la que reencontrará también en Israel cuatro años más tarde para convertirla en el amor más apasionado  de su vida. Siguen una páginas donde en larga digresión se empeña Lanzmann en una farragosa disquisición sobre qué puede ser eso de ser judío ,a partir de la  ocurrencia sartriana de que la conciencia y la identidad judía las crea y fabrica el Antisemitismo, que quizá intuitiva y fenomenológicamente no sea nada disparatada pero que Lanzmann alarga y complica sobremanera por la acumulación, en su discurso, de jerga filosofizante y pedantesca.

              Las págs. 238 a 269 se consagran a un relato pormenorizado de la vida en común ---casi conyugal , dice--- con S. de Beauvoir, de 1952 al 59, sus viajes, a veces acompañados por Sartre (entre ellos algunos a España, pues nos enteramos de que el Castor sentía pasión nada menos que  por los Toros), sus ilusiones y ambiciones mutuas, sus cientos y cientos de horas de trabajos comunes, de contarse mutuamente los libros que iba haciendo ella y las colaboraciones periodísticas de las que vivía él. Tiempo después, en los años de la laboriosa realización y montaje de Shoah, la Beauvoir habrá de ser su consejera y confidente, su mayor apoyo en los momentos de desánimo y uno de los grandes admiradores y agudos críticos del documental. Hasta la muerte de la escritora a mediados de los ochenta les unirá una entrañable y fraternal amistad. Lanzmann la acompaña en sus últimos momentos y así lo rememora en unos hermosos párrafos elegíacos.  1958 es el año de su viaje  a Corea del Norte para hacer un reportaje para France Dimanche. Vivirá allí, entre otras peripecias, el desesperante tira  y afloja con la férrea burocracia estalinista, que lo vigila constantemente y solo le deja ver lo permitido. A raíz de una convalecencia en un hospital conocerá a una atractiva enfermera norcoreana con la que se enfrascará en una brevísima, apasionada y semiclandestina  (la muchacha se juega mucho, porque las relaciones con occidentales están severamente prohibidas) historia de amor, que ha de acabar de forma abrupta y según él bastante desgarradora para ambos, por el obligado regreso a Francia al expirar el permiso de residencia. Muchos años después habrá de volver a Corea, podrido de nostalgia, y con la quimérica esperanza de reencontrarse con la muchacha .Recorrerá  obsesivamente los parajes y calles que recorrieron juntos pero comprueba que ni siquiera existe ya el hospital en que ella trabajaba.
           Los años sesenta serán testigos de nuevos viajes, a China, a Norteamérica , como corresponsal de France Soir y de Elle,  de nuevo a Israel, donde se implicará a fondo en el conflicto y las polémicas en torno a la cuestión árabe israelí, que culminará en la confección del número especial sobre esa cuestión de Les Temps Modernes de 1967 y donde se casará, apadrinado por el gran sabio G. Scholem,  con la actriz Judith Magre,  con la que se establecerá en París en una relación duradera y estable,  el trato y conocimiento, por motivos profesionales, de múltiples personajes , desde Franz Fanon, el malogrado héroe de la independencia argelina, hasta Nasser, los actores  Brigitte Bardot  e Yves Montand , o el famoso comandante Cousteau, oceanógrafo y estrella televisiva, del que se hace un vitriólico retrato por su petulancia narcisista y su condición de filonazi en su juventud y de antisemita siempre, o el escritor judío- suizo Albert Cohen, el de Bella del Señor  y no pocos más. Se deja constancia además de  las alegres algaradas del famoso Mayo del 68, donde volverá a encontrar la camaradería de Sartre, entonces convertido en agitador de ultraizquierda y director de  La cause du Peuple.
           El último tercio del libro, a partir de la pág. 368, quizá el mejor narrado y el contado  con más soltura, entusiasmo y pasión, es esencialmente la minuciosa crónica de los largos años de búsqueda de financiación, permisos burocráticos en muchos países, localización de escenarios y encuentro de protagonistas ( a los que había que convencer para que se pusieran ante la cámara y hablaran, cosa que a menudo no era nada fácil) para la realización de Shoah, y una vez hecha la película , las alabanzas y ataques que recibió (más o menos en parecida proporción) y los intentos de utilización sectaria o espuria por unos y otros ( desde el pase privado para Mitterrrand en el Elíseo hasta la emisión, escandalosamente troceada y manipulada hasta convertirla en un  instrumento de propaganda propio, por la televisión polaca, bajo el régimen postestalinista del general Jaruzelski).