sábado, 27 de mayo de 2017

BALADA DEL EXILIO


megustaleer - Los árboles portátiles - Jon Juaristi

Jon Juaristi. Los árboles portátiles. Madrid. Taurus. 2017. 462 pp.

        En la primavera de 1941 un destartalado barco, el Capitaine Paul Lemerle, parte del puerto de Marsella hacia la Martinica con más de trescientos fugitivos del nazismo a bordo. Son de diversas nacionalidades y condición social: hay judíos, comunistas estalinistas y antiestalinistas, republicanos españoles y gentes sin adscripción política muy definida. Muy pocos se conocen entre ellos y los más han llegado al viaje luego de dolorosas peripecias y angustiosas esperas para conseguir los visados, Algunos han pasado por campos de concentración y todos, en mayor o menor medida, sufren el desprecio y maltrato de las autoridades de Vichy, diligentes lacayos de la Gestapo. Lo significativo es que entre los pasajeros se encuentran personajes ---acompañados o no de sus familias--- como Claude Levi-Srauss, Victor Serge, André Breton, Wifredo Lam, la escritora comunista alemana Anna Seghers y, a modo casi de pariente pobre, el dirigente socialista vasco Toribio Echevarría. Algunos de los citados se han beneficiado de la ayuda de Varian Fry, comisionado de la Emergency Rescue Committee, organización subvencionada por sindicatos e instituciones académicas norteamericanas que se dedica a esa labor humanitaria, y de cada uno de ellos se traza tanto un minucioso retrato (más benevolente y comprensivo en unos casos ---Levi-Srauss---, más acerado y malicioso en otros ---Breton--- ) como una evaluación crítica de su obra artística o su aportación teórico-intelectual. Cuando el barco llegue a Martinica y luego, una vez que buena parte de ellos acabe en México o Nueva York, comparecerán otros muchos figurantes, desde Trotski o Chagall o Peggy Guggenheim o Max Ernst, con los que aquellos entrarán de un modo u otro en relación.

             La singladura del Lemerle hasta el Caribe, que va a durar veintitrés días, viene a ser, en primer lugar y muy evidentemente, una metáfora del exilio y de la destrucción de Europa, sí,  pero también una ilustración de las trasmutaciones y cambios de las ideas, es decir, de los libros, de ahí el título, que Juaristi toma de unos versos de Lope. En todo caso el autor parte de esa anécdota histórica para levantar esta peculiar roman d´essai, una especie de relato ensayístico de variados estilos,largo y tentacular, escrito con saludable desenfado, ironía corrosiva  y abocado a abundantes digresiones, donde se dan la mano la semblanza biográfica, la tesis política y la crítica literaria. De particular interés resulta, por ejemplo, la larga digresión que abarca todo el capítulo 6 de la segunda parte (pp. 265-81, una erudita y muy razonable exégesis que acerca de las nociones de documento y obra de arte mantuvieron en notas cruzadas Breton y Levi-Srauss, o la no menos ecuánime y documentada de las pp. 133-47 acerca del equívoco de las judeolenguas  (el judeoespañol y el yiddish, que reflejarían con fidelidad el estado lingüístico del castellano y del alemán renano de la Baja Edad media), y los modos que adoptó el asimilacionismo judío en la Europa Central en el XIX. El libro me ha parecido, por todo ello, en no pocos tramos, de lectura fascinante, así por el fino criterio con que Juaristi se desenvuelve con la notable masa de información que maneja, como por su capacidad para establecer analogías e insospechadas correspondencias entre fenómenos políticos, lenguajes artísticos y actitudes personales. Lástima que un texto tan revelador e inteligente quede, a mi juicio, algo afeado por detalles (aunque vaya usted a saber si éstos no forman también parte de esa inteligencia)  a los que más abajo me referiré.

              Pero lo que interesa al autor es tratar de mostrar cómo algunos de los relatos ---por plegarme ahora al uso de esta palabra, hoy tan sobreabundante, hasta en la jerga político-mediática--- más operantes e influyentes en la Europa de la primera mitad del XX ---el mito comunista de la revolución bolchevique (Victor Serge), el estructuralismo como método más prestigioso en las ciencias humanas (Levi-Srauss) y por último el arte de las vanguardias, tanto en su vertiente poética como pictórica (Breton y Lam)--- entraron en barrena al contacto con las peculiaridades de la América Latina y sobre todo con el mundo norteamericano, carente de tradición revolucionaria en el sentido europeo y difícilmente conciliable con el ensimismamiento autorreferencial del surrealismo y su insistencia en los dudosos expedientes de cosas tales como el automatismo psíquico o el azar maravilloso, de los que Juaristi no deja de burlarse sin excesivo disimulo.Desde entonces esos tres grandes discursos, por mucho que enriquecieran y fecundaran los años centrales del pasado siglo, no habrían hecho sino ir consumando su decadencia hasta caer en lo trasnochado e irrelevante.

             Escribí más arriba que Los árboles portátiles constituía de hecho una roman d´essai, un ensayo romanceado o novelado. En pp. 70-72 y luego en 339-43 se sitúa lo más nuclear y sustantivo de su tesis: tanto el surrealismo en las artes como el leninismo en política o, en general, las vanguardias no fueron más que variantes del Modernismo en la acepción anglosajona del término, esto es, una reacción defensiva y elitista de las minorías letradas ante la llegada de nuevos públicos al hilo de la democratización y la alfabetización de las masas. Algo que recuerda demasiado al Ortega de La rebelión de las masas.  El bolchevismo, por ejemplo ---pero esto no es nuevo, y de todos modos se ha convertido casi en un lugar común a la vista de lo que ha dado de sí el llamado socialismo real---lo interpreta Juaristi según la matriz leninista de la toma del poder, en nombre de la clase obrera, por una minoría de intelectuales burgueses desclasados, una élite de revolucionarios profesionales, que lo acaba ejerciendo de manera dictatorial. Claro que va aún más allá en lo que sin duda constituye la tesis central del libro. Una tesis tan brillante como arriesgada, para la que se apoya en Peter Sloterdijk y ---un tanto traídas por los pelos--- en las investigaciones de Benveniste sobre el vocabulario de los indoeuropeos. Según esa visión todo el pensamiento occidental  viene a ser  una descomunal acumulación de notas a pie de página de la filosofía de Platón ( p. 71). Así, se conciben el marxismo mismo, el psicoanálisis y el surrealismo como hijos bastardos e incongruentes del platonismo, una plasmación equivocada de los ideales de la República platónica, en que los sabios, depositarios de la razón, encauzan y dirigen, usando para ello a los guerreros,  la ira destructora del pueblo. Una vez que el filósofo ha adquirido las funciones del guerrero con la figura del intelectual revolucionario, ya todo halla acomodo en la República ideal. Mal acomodo, por cierto, porque el surrealismo es un platonismo de poetas y ya Platón había vedado a éstos el acceso a su República, y porque la triada freudiana del Yo, Superyo y Ello no es más que la traslación de la estructura de la ciudad ideal a la topología del alma individual.

           El libro aparece dividido en cuatro grandes apartados o secciones. El primero, Marsella, es una plausible visión literaria de la ciudad, tal como se mostraba en las primeras décadas del XX, apoyándose en Baroja, Jünger, Conrad y Joseph Roth y además una descripción del abigarrado y enrarecido ambiente de refugiados, espías y aventureros en que se convirtió a partir del verano de 1940, cuando devino la puerta de salida para todos los que trataban de escapar a América. El segundo, Mar adentro, refiere las vicisitudes de la travesía y los sueños y proyectos de los personajes durante el viaje en ese campo de concentración flotante, como lo llama de modo enfático Serge. El tercero,  Martinica, mar Caribe, remite a las semanas que pasaron en la isla a la espera de poder seguir a otros destinos, y el último, Maravillas, marchantes y marxismos, se centra en las actividades de los exiliados en las metrópolis de acogida, los contactos que establecen y, en fin, los modos de buscarse la vida, lo que da pie al autor para extenderse en las peculiaridades del mundillo universitario yanqui, las fundaciones, se supone que filantrópicas, de algunos millonarios, y el mercado del arte, y todo ello condescendiendo a veces con la anécdota graciosa y el chismorreo de famosos. En Nueva York  prosigue sus investigaciones Levi Srauss ,al tiempo que ejerce la docencia en la New School for Social Research y se hace con un cargo oficial del gobierno francés, y en esa ciudad malvive e intenta prosperar Breton, bajo la humillante e interesada protección de Peggy Guggenheim, mientras trata de ir vendiendo el surrealismo intrínsecamente latinoamericano que al parecer acaba de descubrir.

         Los detalles, en fin, que anunciaba al final del segundo párrafo, aluden a las muletillas, que llegan a cansar, del tipo de Pero esto Dios lo sabrá o bien Pero Dios sí lo sabe, que Juaristi emplea casi siempre que apunta un posible dato o una conjetura de la que no está seguro y, sobre todo y más importante, a sus a mi juicio gratuitas e improcedentes intromisiones, lo más probable que para dar la impresión al lector de que él ha sido también pieza importante en los acontecimientos que cuenta. Intromisiones que no sé si quedan justificadas pese a que, como declara en p.421, haya tratado de escribir, con mezcal de estilos, al modo medieval, una memoria prenatal posible, la de mi generación y sus grandes relatos, hoy desacreditados.  Algunos ejemplos: aprovechando que Levi-Srauss y un par de amigos alquilan en la Martinica un viejo Ford, fantasea Juaristi que pudiera haber sido uno igual que el que tuvo su padre (de Juaristi, no del francés) y que adquirió en los años cuarenta en las subastas de las requisas procedentes de la Guerra Civil (323-4); a propósito de la pasión coleccionista a la que pudo dar rienda suelta Levi-Stauss a su llegada a Nueva York, aprovecha Juaristi para contarnos la suya propia cuando arribó en los años noventa él mismo a la ciudad acompañado de su hijo mayor (360-62); contando los inicios políticos del etnólogo francés en el socialismo belga de los años treinta, (83-87), se descuelga con las actividades editoriales del padre de una de sus cuñadas, exiliado en ese país, en los cuarenta y cincuenta, hasta culminar en la fundación de la editora católico-progresista Desclée de Brower, y poco más adelante, cuando se explaya ---que tampoco viene muy a cuento---con la escisión del PSB en dos fracciones, la flamenca y la valona, apostilla yo estaba allí cuando se consumó la escisión definitiva, en 1978 (....) y hablé de ella muy a menudo con Mario Onaindía. (...) Una década después, en 1987, inicié la transfusión de efectivos de la socialdemocracia étnica vasca (...) al PSOE (...) y Mario la completó en 1991 (...).  Hombre, tratándose de socialdemocracia étnica es lógico que se acuda al sustantivo transfusión; refiriéndose al Congreso de Intelectuales Antifascistas en la Valencia de 1937 saca a colación el de cuarenta años después porque dice, en el de 1987 la disidencia antibolchevique se vengó de las conclusiones del primero, pero da más bien la impresión de que es porque así puede citarse a sí mismo, junto con Ludolfo Paramio, Vázquez Montalbán y otros....apresurándose, por supuesto, a clasificarse entre los inclasificables (p.74).

No hay comentarios:

Publicar un comentario