domingo, 21 de mayo de 2017

LA CIUDAD DE LAS BOMBAS

'Apóstoles y asesinos', de Antonio Soler

Antonio Soler. Apóstoles y asesinos. Barcelona. Galaxia Gutemberg. 2016. 440 pp.

               Participando a la vez de la biografía novelada, del ensayo de interpretación histórica y de la crónica política, y teniendo siempre presentes los cánones y convenciones de la novela negra, hay que decir que esta Vida, fulgor y muerte del Noi del Sucre ---como reza el subtítulo---del escritor malagueño Antonio Soler cumple con creces las expectativas de un lector con un mínimo de exigencia, en la medida en que alcanza a urdir un relato de sostenido interés y eficacia y resuelto con oficio, consecuencia sin duda de haber manejado con notable habilidad los materiales de que disponía, tan atractivos  ---me atrevo a suponer-- y tan intrínsecamente novelísticos para casi cualquier narrador. Me parece que podría incluirse sin desdoro alguno en la gran tradición de la novela urbana barcelonesa, desde Vida privada, de Sagarra, hasta La verdad sobre el caso Savolta o las obras mayores de Marsé, aunque ya se sabe que todas las comparaciones son odiosas. Si bien me resulta obvio que Soler ha logrado evitar la fácil y torpe tentación del maniqueísmo en lo que respecta a los dos llamémoslos bandos en guerra---ni todos los sindicalistas o militantes obreros son aquí unos héroes ni todos los patronos, burgueses y policías unos canallas---,lo consigue solo hasta cierto punto en el caso del personaje principal. Digo esto porque tengo la impresión de que al final se le va un poco la mano con Seguí, al que, después de haber enriquecido en su espesor psicológico, en sus rumias y sus perplejidades, durante toda la novela, acaba pintando con brocha en exceso idealizadora y hagiográfica, y es poco verosímil un personaje tan de una pieza, una criatura que funcione siempre como dechado de todas las virtudes.

                 Con todo, Soler ha conseguido pintar un abigarrado fresco de la peligrosa y convulsa, pero apasionante y llena de vida Barcelona de las dos primeras décadas del pasado siglo, sobre todo de los años 1917-23, los de la generalización de la Ley de fugas bajo el reinado del siniestro tándem Anido-Arlegui. Un retablo en el que conviven ---es un decir--- burgueses, políticos corruptos, sindicalistas, policías,militares, matones, soplones, traidores, confidentes, arribistas, psicópatas, asesinos por dinero o por instinto y todavía algunas categorías más, y en la que la casi ininterrumpida sucesión de secuestros y asesinatos, consumados o no, y de conciliábulos y conspiraciones, nunca llega a aburrir ni a resultar monótono. Y esto por dos razones. Primera, porque Soler se mueve en varios registros, con una prosa nerviosa, seca, impresionista, sin apenas subordinación, casi barojiana, que predomina en la primera mitad de la novela, y otra de periodo largo, más rápida. movida  y atenta a los menores detalles y matices, con mayor presencia en la segunda, tal como ocurre en los memorable pasajes del magnicidio de Eduardo Dato ---pp. 305-11---, del intento de asesinato ( manipulado, esto es, organizado por él mismo como coartada para la represión posterior) de Martínez Anido ---pp- 376-385---o del funeral de Layret ---pp.261-66---, con las brutales cargas de la Guardia Civil, que asesta sablazos hasta al ataúd, el coraje y la serenidad de Nicolau D´Olwer y la salida de D´Ors, que asiste al cortejo y que, entre cínico y esteticista, comenta Qué marco más bello para este entierro patético. Pasajes, dicho sea de paso, que remiten casi de modo inevitable al cine de gánsters ---y de hecho Soler alude en más de una ocasión, sobreactuada e irónicamente, a Scorsese y Coppola--- Y segunda, porque el autor tiene la destreza de colocar, a modo de contrapunto de los fragmentos digamos de acción, otros en los que se da cuenta, con el tono pretendidamente objetivo de la crónica, de las vicisitudes y circunstancias del contexto sociopolítico y de la historia contemporánea, sea la huelga revolucionaria de 1917, las decisiones del gobierno o los congresos de la CNT.

                   Particularmente feliz es Soler en su capacidad para dibujar, a veces con un solo adjetivo, o con un quiebro caricaturesco, la silueta definitoria de un personaje; así, la cara de Layret era de pompas fúnebres, y el andamiaje metálico que llevaba bajo la ropa emitía, al caminar, como un crujido de barco; el aspecto de Seguí resulta grande, sonoro, con dientes de piano; la mirada de Lerroux vidriosa, de zorro disecado; el Barón de Koënning lucía una dentadura pangermánica; Milans del Bosch tiene ojos de matadero, la barba cuadrada, los bigotes formando un siniestro balancín, delgado, chupado. Por otro lado, a Pestaña se le describe con unos tintes que recuerdan los de ciertos personajes de Baroja: taciturno, nobilísimo, terco, con un punto de fatalismo místico (con qué cara, entre ingenua y escandalizada, debía contar, muchos años después del tiempo en que transcurre la novela, a Ángel María de Lera  ---pág.208---cómo vio, en el viaje que hizo a Moscú, y entre otras decepciones sin duda más dolorosas, a los delegados leninistas dejar los zapatos a las puertas de la habitación del hotel para que se los lustrasen los empleados). El autor no rehuye a veces el tono de animalización esperpéntica al describir (p.349), por ejemplo, el ambiente en las cárceles tras la restauración de las garantías constitucionales por el gobierno de Sánchez Guerra: los patios son un hormiguero sobre los que se ha posado un pie gigante. Los presos se encuentran y se dispersan en una agitación epiléptica, agitan las antenas, intercambian un mensaje (...)

             En fin, no puedo dejar de sentir cierta tristeza tras  leer esta historia de crímenes y sangre. Tristeza por la manera en que el anarcosindicalismo y la CNT acabaron devorándose a sí mismos y perdiendo todo su prestigio por la alocada deriva de su fracción más radical y fanática y por el patético final, casi cantado, dadas las circunstancias  ---y ellos parecieron haberlo intuido desde muy pronto---que encontraron los mejores,sobre todo Layret y Seguí. Pero no tienen mucho sentido, creo, en otro orden de cosas, las especulaciones de Soler, en las últimas páginas del libro, acerca de los derroteros políticos que hubiera tomado el Noi, de haber vivido, embarcado como estaba entonces en sus intentos de moderación de la CNT, de colaboración con la UGT y tentado además, habida cuenta de sus relaciones con Companys y otros políticos de la izquierda catalanista, por la entrada en la política parlamentaria. O en todo caso eso sería materia de otro libro.

        

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