lunes, 13 de marzo de 2017

ALBORES DEL SIGLO



Philipp Blom. Años de vértigo. Cultura y cambio en Occidente 1900-1914. Traducción de Daniel Najmías. Barcelona. Anagrama.2013. 677 páginas.

         Por por su puntillosa atención al detalle, por la vasta y bien cribada masa de información que acarrea y por su facilidad expositiva, amén de por su loable desentenderse de prejuicios o anteojeras ideológicas de fondo de que  servirse como andamiaje interpretativo general, ha de considerarse este libro como un excelente ejemplo de las mejores virtudes de la tradición historiográfica anglosajona. En abigarrada compendio  se intenta ofrecer un detallado panorama de los inicios de la Modernidad, en los primeros años del pasado siglo en los principales países europeos y Rusia (no se hace la menor alusión a España, cosa que por lo demás no es muy de extrañar). Se trata de un ensayo--- provisto además de buen número de ilustraciones, algunas en color, de extensa bibliografía y poblado índice analítico--- con pretensión de vasta síntesis omnicomprensiva y  que, si bien se mueve en su mayor parte dentro de un nivel de divulgación no especializada, casi nunca abandona los mínimos exigibles de decoro intelectual y de finura analítica. Puesto que el autor parece además muy consciente de lo banal y empobrecedor de las taxonomías demasiado rígidas ---y de lo equívoco y desgastado en ocasiones de  ciertas etiquetas para referirse a  movimientos sociales, artísticos y culturales en sentido amplio-- ha juzgado más esclarecedor, para el objetivo del libro, la perspectiva relativista, la cuidadosa contextualización de cada fenómeno y los entrecruces de categorías.

            Objetivo que no se limita a rastrear, en esos años de extraordinaria tensión creativa, el surgimiento de ideas y fenómenos que luego señorearían todo el siglo, tales como comunismo y fascismo; socialdemocracia  y democratización; arte conceptual y vanguardias; dialéctica entre procesos de cultura de masas ---notablemente el cine, a cuyos inicios se consagra el cap XII, Palacios del pueblo, pp.447-484---y reacciones más o menos instintivas de las élites; medios de comunicación y fabricación de la opinión pública; producción en serie y consumo suntuario; feminismo y antifeminismo y un largo etcétera. Se trata también de ver esa época no retrospectivamente, sino tal como la experimentaron, arrastrados por ella, los que la vivieron. Años, en definitiva, en que empezó a cristalizar la Modernidad ,como en lo usual se la conoce, y al mismo tiempo la oposición, a menudo malhumorada o violenta, contra ella. Y años en que esos tiempos modernos hubieron  de acabar imponiéndose problemática y contradictoriamente, así en la sociedad como en los individuos digamos  prominentes, toda vez que  allí coexistieron, contra ciertas apariencias, ideaciones, sensaciones y maneras de ver el mundo muy diferentes. Muchos de los grandes artistas considerados luego ---y que se consideraban a sí mismos innovadores, revolucionarios o de vanguardia--- adolecían de sus particulares prejuicios, anclados en la cultura tradicional. Menciona Blom, por ejemplo, cómo Schnitzler despreciaba la pintura abstracta (llamó a su contemporáneo y paisano Schiele charlatán afectado), cómo Picasso era un recalcitrante reaccionario en cuestiones musicales, aunque quizá sea más exacto decir que cualquier tipo de música le traía al pairo, o cómo Stravinski aparecía del todo lego en materia teatral y nunca pisó un teatro, salvo para ensayar con la orquesta o para cobrar. Lo cual quiere decir que las mentalidades y las identidades se formaban a partir de sedimentos culturales no ya distintos, sino casi incompatibles, y que de ese modo se venían a formar individuos fracturados, resultado de amalgamas de elementos heterogéneos, hecho que por lo demás se compadece bien con el carácter fragmentario de  parte no pequeña del arte y el pensamiento modernos, de esa pérdida del centro, de la antigua comunión con el cosmos, que ya el poeta Gottfried Benn apuntara como rasgo sustancial del arte de la modernidad en su pretensión de sustituir a la Religión.

            Cada uno de los quince capítulos ---tantos como los años considerados---va encabezado por el guarismo correspondiente al año  y por un título que se pretende que aluda más o menos metafóricamente al contenido. Así  en el III , Edipo rey, (pp. 74-110), se escribe acerca del surgimiento y primera recepción del psicoanálisis y de su fortuna y utilidad posteriores, de la personalidad y circunstancias familiares de Freud y de la figura patriarcal de Francisco José. Se hacen también útiles observaciones acerca de  la música de Schönberg y de Alban Berg , de la reacción contra la ampulosidad vacua del estilo Secesión que supuso la arquitectura de Adolf Loos y de los escritos críticos y periodísticos de ese guardián del estilo que fue Karl Kraus, todo ello en el contexto de la cultura de fachada y el aire como de baile de máscaras que se respiraba en el decadente imperio de los Habsburgo .Todas las secciones aíslan, así pues, un haz de cuestiones cuyas coimplicaciones y correspondencias el autor alcanza, en ágil descripción, a delimitar, mérito no despreciable si se tiene en cuenta que no siempre parecen a primera vista claramente interrelacionadas. En todas aquellas se brindan al lector, como ya se ha sugerido, tanto semblanzas de muy variados personajes---de Einstein a Sarah Bernhardt--- y múltiples y ricas referencias a obras literarias, pictóricas y musicales, como consideraciones acerca del poder político, peculiaridades sociales y coyunturas económicas. Dado que un resumen pormenorizado haría en exceso prolija esta reseña, me limitaré a citar tan solo unas cuantas pinceladas relativas a algunos capítulos y, en un párrafo posterior, aquellos pasajes que  más me han interesado, ya porque los considere especialmente logrados como relato, ya por carecer uno de la suficiente información o noticia previa.

         El primer cap. se centra en  la Exposición Universal de París de 1900---que de hecho viene a constituir el recurrente leiv-motiv del libro bajo la imagen de la dínamo como vórtice de fuerzas infinitas --- y en la explosión de entusiasmo que provocó en las masas de visitantes esa celebración de los triunfos de la técnica y el optimismo futurista que conllevaba, aspecto que dicho sea de paso contrastaba llamativamente con la estética historicista---reveladora de una especie de ombliguismo nacionalista y nostálgico-- que presidió la construcción y decoración de casi todos los pabellones y tinglados escenográgicos. Sigue después con un análisis del estado de ánimo colectivo en Francia, un país acosado por los fantasmas de la derrota en la guerra franco-prusiana, por las consecuencias del affaire Dreyfus y la represión que sucedió a la Comuna. Pese a lo que la Exposición tenía de emblema de la Modernidad, lo cierto es que apenas escondía la angustia e inquietud ante el futuro, visible en los debates en la prensa sobre el declive de las tasa de natalidad, la pérdida de masculinidad en los hombres, la persistencia de los viejos tópicos antisemitas y, sobre todo, el miedo al nuevo papel de las mujeres y al avance de los movimientos feministas, algo esto último  que delataba sin quererlo La Parisienne, la enorme estatua, un tanto kitsch, que presidía la entrada al recinto.

          El segundo se demora en el proceso de capitalización burguesa de la aristocracia victoriana, en las necesidades de mantenimiento de la supremacía naval británica, en un análisis del mosaico multiétnico y plurilingüe del Imperio austrohúngaro y del medievalizante y teocrático de los zares, no sin incluir breves y agudos retratos del mundano y tornadizo Eduardo VII y del zar Nicolás II. El decimotercero ( Todo es cuestión de cura, pp. 484-521) aborda los enconados debates sobre Eugenesia y Biología que, aprovechando el Congreso Internacional de Eugenesia de 1912, se extendieron por toda Europa, pero ante todo en la Alemania del II Reich, y que ocuparon no solo a los medios ilustrados sino también a la imaginación popular. Unos asuntos, obviamente erizados de espinosas implicaciones políticas, que generaron una vasta literatura y en los que se desarrolla la obra y la influencia, del conservador y malthusiano genetista británico Francis Galton, que tuvo entre sus seguidores al economista Keynes y a la joven Virginia Woolf y que pugnaba por justificar nada menos que la fabricación, mediante una selección rigurosa, de una clase aristocrática superior.

          De apasionante lectura se me han hecho, entre otras, las páginas (184-219) que el autor dedica al domingo sangriento en la frustrada Revolución rusa de 1905-6 y a la salvaje represión que la siguió, pese a los esfuerzos y maniobras en la sombra del pragmático político liberal Serguéi Witte, que acabó tirando la toalla ante la cerrazón del ególatra e inmaduro Nicolás II, y al vano y patético sacrificio del ingenuo cura ortodoxo Gapon; al  ominoso régimen de terror impuesto por el rey Leopoldo en la explotación colonial del Congo (pp. 144-182), que llegó a provocar diez millones de muertes y que empezó a conocerse gracias al coraje del periodista Edward Morel, que convirtió ese denuncia en la tarea de su vida; al escándalo del estreno en el parisino Théâtre des Champs-Elysées de La Consagración de la primavera (pp. 418-422), con el público rompiendo butacas y gritando enfurecido, mientras los músicos seguían tocando, aunque muertos de miedo, Stravinski huía presa del pánico y Nijinski, colgado de una de las alas de un palco, daba instrucciones en ruso a los bailarines hasta que éstos acabaron también huyendo por donde pudieron; a la vida y milagros de la formidable baronesa Von Suttner (pp. 281-95) pionera y gran luchadora, en el imperio de los Habsburgo, en pro de una conciencia pacifista y feminista; o, en fin, a los procesos por homosexualidad (pp.248 y ss.) que, en una sociedad tan machista y militarista como la Alemania guillermina, casi salpicaron al mismo emperador.


        Un par de pequeñas objeciones finales: a) por mucho que el autor insista en ello (primero en el prólogo, pp-14-16, y luego al final en 582-85), no me parecen tan evidentes los paralelismos que  trata de establecer entre aquellos años y los nuestros, relativos a una "fascinación por lo inconsciente" o a una "celebración de la violencia y la guerra", y mucho menos respecto a una presunta globalización cuyo mero enunciado contradice en cierto modo la declarada orientación metodológica del libro y b) creo que el panorama hubiera sido más completo si se hubiese considerado el impacto del socialismo y de los movimientos  obreros y la posición y el posible influjo, en las masas populares, de las maniobras reactivas y las doctrinas  de la Iglesia y el catolicismo, asuntos de los que apenas se dice nada.

       

             

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