domingo, 22 de mayo de 2011





DE LA GUERRA: UN LIBRO DE ANTONY BEEVOR Y UN POEMA



La gran monografía ---556 páginas de texto más casi otro centenar de notas, índices y bibliografía, amén de una treintena de fotos y algunos mapas---de A. Beevor Stalingrado (Barcelona, Crítica, 1ª edición en español de 2004, que reproduce el original inglés de 1998), que estos días he releído, me ha vuelto a cautivar por lo menos tanto como cuando la leí por primera vez. No solo me parece excelente la exhaustiva documentación (por ejemplo, el autor ya ha podido tener acceso a los archivos soviéticos, inasequibles para los investigadores hasta 1991) y el rigor --por lo menos aparente-- con que la maneja, sino también y en primer lugar el admirable ritmo narrativo del que el relato hace gala, hasta el punto de que pueda decirse que el libro se lee apasionadamente, de un tirón, pese a-- y quizá también por-- contener toda una enciclopedia de los horrores, como si se tratase ---y soy consciente de lo tópico de la comparación, pero en este caso está justificada---de una buena novela.

En efecto, Beevor aúna la ecuanimidad y objetividad que se debe exigir a un historiador honrado con la capacidad para interesar al lector prácticamente desde el primer momento. No es solo que cumpla con creces los objetivos de un minucioso ensayo político, ideológico y militar --- el autor tiene muy en cuenta y estudia con detenimiento desde la estrategia y la táctica de ambos bandos y las conspiraciones de la alta política y la diplomacia hasta las técnicas de propaganda o las de los interrogatorios a prisioneros---, es que desborda este marco para articular una especie de gran drama épico en que lo que más conmueve es la percepción del atroz sufrimento de los soldados de ambas partes y sobre todo de la población civil rusa, que llegó a extremos inconcebibles. El autor ha podido consultar igualmente multitud de testimonios de los protagonistas, como entrevistas a los sobrevivientes y diarios o correspondencia, que enriquecen el relato al permitir entrar en la intimidad de los actores y ayudan a verlo como el enorme drama coral al que hacía referencia más arriba: escandalizado por el asesinato de 90 huérfanos judíos, un alto oficial alemán, Groscurth, escribió a su esposa "No podemos ni se nos debería ser permitido ganar esta guerra" (p. 81).



Es igualmente muy de agradecer el hecho de que Beevor soslaye el infantil maniqueísmo en que que han solido caer buena parte del cine y de la historiografía de la II Guerra Mundial. Además de la megalomanía criminal de Hitler y de Stalin, queda clara su animadversión por el estalinismo y por el nazismo como inhumanos y crueles aparatos de poder y de terror ideológico, que no repararon, el uno y el otro, en el más olimpico desprecio por la vida humana. Hay a este respecto abundantísimos testimonios en el libro, así, el vívido relato de la matanza de judíos en Kiev (pp. 81-84) o la bestial implacabilidad del mando soviético hasta para con sus propios combatientes: un mínimo de 13500 ejecuciones, sumarísimas o judiciales, por "deserción" o "cobardía", cínicamente despachadas por los comisarios políticos como "incidencias extraordinarias" (p. 220). Conmueve igualmente la capacidad de sacrificio, el heroísmo y la entrega del pueblo soviético, muy permeable a la machacona propaganda del régimen, que presentó la invasión nazi como una "defensa patriótica" --aunque hubo en las filas alemanas decenas de miles de los llamados hiwis o " auxiliares voluntarios", prisoneros o desertores, ucranianos en su mayoría, de los que no pocos estuvieron abocados a una terrible suerte---. El horrible desperdicio de vidas por parte de las autoridades militares soviéticas es secillamenrte difícil de concebir: más de cuatro millones de personas se presentaron voluntariamente a filas, gran parte de las cuales, sin formación, sin armas y muchos con traje todavía de civil, fueron enviadas a la muerte a sabiendas: " Cuatro divisiones de milicia fueron completamente aniquiladas antes de que el sitio de Leningrado hubiera siquiera comenzado. Las familias, ignorando la incompetencia y el caos en el frente, donde reinaban la ebriedad y los saqueos o las ejecuciones de la NKVD, lloraron estas muertes sin críticas al régimen" (p. 48).

Un par de peros: no me ha parecido demasiado convincente y sí un poco exagerada la descripción que Beevor hace de los movimientos conspirativos de algunos oficiales alemanes antinazis, que contravenían las órdenes adrede, dado lo respetuoso que es el autor ---por su formación castrense: fue oficial de carrera del ejército británico--- con la noción del honor militar y la admiración que deja traslucir, sobre todo en los primeros capítulos, por la eficacia de la maquinaria de guerra de los ejércitos alemanes, que no excluye, sin embargo, la consignación de su espeluznante barbarie.



Me permito ahora reproducir un poema mío incluido en el libro Embajadas del ocaso, de 2004, que se escribió con ocasión de la Guerra de Irak de 2001 y del asco que me produjo. Tiene la particularidad de que trata de usar en castellano, espero que con no demasiada torpeza, el viejo hexámetro homérico, de seis marcas rítmicas, aunque cuidando de que ellas no caigan mecánicamente coincidiendo con el acento de palabra y en este caso, puesto que el griego no conocía la rima, con asonancia sistemática en todos los fines de verso.




Primero es de todos la guerra en los varios vicios humanos,


sí, pues volviendo y mirando arredor a tiempos pasados


y hacia atrás, si a la noche de siglos sigues el rastro


verás por el ancho mundo alzarse la peste y estrago


que ofrecen cortadas cabezas y tripas al aire, escarnio


de sangre y de pus, podredumbre de tiernos cuellos de un tajo


sajados y vientres que bola de bofes y humo a lo largo


hediondos de campos y estepas sueltan y en desparramo,


tras si la tierra entera brindara a los perros el pasto


y fiesta sin fin a sus dientes y carne fresca a su hartazgo,


rica ruina de humores y zumos de hígado y bazo:


en suma, el circo tremendo que monta, el foro y teatro


de muerte la mil hacedera el batir de casco y cascajos;


fue esto la guerra por siempre jamás, pavor y reinado


de las hambrunas y llanto terribles, de pena adobados,


y orgía de mozos floridos que rinden vidas y ramos


a nada, tan solo a la idea, fantasía y colgajo


torvos, lo mismo la tilden de patria o viejo historiado


linaje o de tierras, fronteras o hembras o el dios que las trajo,


tesoros y mares, metales, riberas, pasto y ganado,


que todo lo mismo, pues tiene el mismo motivo y marchamo,


y es el sabido poder y dinero, con miedo amasado


horno en que cuaja la pasta de odios y el pálido vaho


de algún estigma odïoso al fondo del alma morando.


Caras mil y mil formas ha dado la guerra a lo largo


de edades y eras, pero igual y la misma en su trazo


y esencia, así que de napoleónicos cañonazos


nos digan que aldeas lombardas borraban a un gesto del brazo,


nos cuenten de indios o flechas, bombas de gases malsanos,


bosques hundiendo del Marne y del Rhin arriba y abajo,


matanzas de rojos o siervos, herejes y cátaros,


pobre costilla de paria puesta a asar en un palo,


de olor de cadáver judío en masa en el patio apilado,


en campos de muerte polacos, o evoquen los días aciagos,


cuando abría la veda de caza a primeros cristianos


allá en el imperio de Roma el césar aquel Diocleciano,


masacres en nombre de Alá o en la Divinidad del Papado,


o en el día de hoy--- en la era del Bienestar Progresado,


en mundo que el orden reinante del todo ha ocupado


hasta la última esquina y rincón del globo terráqueo,


y mundos que antaño llamaban, solo uno y único y bajo


la férula misma y la misma obediencia y mandado


que almas ha hecho a millones pacer al mismo cercado---


vemos cómo se incendian de curvos y súbitos pájaros


de acero y metralla cielos y nubes de Oriente cercano


---pues dice el Señor de los Justos que hay que abrasar a los malos,


lo mismo que antes siempre dijeron tirios y troyanos,


tanto da que de antaño aquellos carlistas curánganos


llamaran a son de trabuco a salvar a la patria en sobrado


peligro inminente, o la orden la dé por el pantallazo


de redes mundiales de ondas el jefe americano


de guardia, uno y el mismo los dos constituyen el mismo tinglado---,


o veas de sangre renegra, junto al turbio Escamandro,


brillar en la trama que Homero cantara en hábiles cantos


peto y coraza de aqueos y troes furiosos y raudos


--- ¿y qué? ,¿es que tanto valía el coño de Helena y el alto


culo, que el pago pedía de testas y brazos quebrados?---,


el caso es que la guerra muestra siempre la fe, y por tanto,


guerra por siempre la misma, eterna, sin velo o recato,


sin buenos ni malos ni héroes tuertos de patas de barro,


pura y desnuda revela sus causas y crudos harapos:


ceguera y memez del pequeño dios de sí soberano


que el hombre ha venido a creerse: a él y a su invento les lanzo


un lapo y el gesto de la higa feliz, y me cisco y me cago


en guerras y en patrias y en honras y en quienes se las inventaron.






























































miércoles, 11 de mayo de 2011

RELECTURAS POETICAS

Martínez Sarrión, A. Cordura. Barcelona. Tusquets, 1999.
Gimferrer, P. Amor en vilo. Barcelona. Seix Barral, 2006.
Grande, F. Las Rubáyyatas de Horacio Martín. Barcelona. Lumen, 1979.














Sabido es lo que puede ocurrir cuando se relee un libro que en su día --en algunos casos bastantes años atrás-- a uno le gustó mucho o por lo menos no le disgustó en exceso. Variaciones en los criterios personales de valoración, el estado de ánimo del momento, la influencia y el poso de lecturas posteriores y mil factores más pueden influir en el hecho de que, para decirlo lapidariamente, ahora ya no nos haga tanta gracia lo que entonces antes nos resultó divertido y enriquecedor. En honor a la verdad, no podría afirmar --ni mucho menos a partes iguales, y más teniendo en cuenta la trayectoria de cada autor-- esto de ninguno de los tres poemarios que se citan al principio de esta entrada, por otra parte tan distintos entre sí por su tono, imaginería y efectos retóricos, aunque desde luego no han provocado en mí el efecto que sí generaron con la primera lectura. Escribo estas breves notas, también e interpretándolo un tanto retrospectivamente, en lo que en una recentísima entrevista decía Félix Grande a propósito de la labor poética: "Cuando las palabras no vienen es porque uno no se las merece".




Con todo, el que me parece más caedizo y prescindible, por la sobreabundancia de cultismos y de referencias mitológicas y culturalistas , es Amor en vilo, que supuso hace cinco años el regreso de Gimferrer a la poesía en castellano. Pese al acierto de algunas metáforas brillantes y arriesgadas, se trata de una retórica --que debe mucho al modernismo rubeniano y a algunas zonas poéticas del barroco-- que ahora me resulta cansina y pesada. Por otro lado, la opción sistemática por la rima consonante --casi todo el poemario lo constituyen sonetos, sea en alejandrinos o en octosílabos-- hace que no pocas composiciones aparezcan forzadas y como exigidas o arrastradas por la necesidad misma de hallar una consonante rara, que lleva a veces al poema al borde del absurdo, la boutade o la incoherencia, amén de chirriar: hay demasiado sonajero o sonsonete en estos versos, sobre todo cuando se acude a rimas internas de dudoso gusto ( "Fue un llamear tan suave como sañudo, agudo/estilete del aire cuando en tu pubis trepo"). Además, no veo cómo se puede tener estómago para escribir cosas como " tu ano es un jardín" cuando lo razonable hubiera sido decir "culo" en vez de esa fea palabra médico-anatómica.




Cordura se sitúa casi en los antípodas del universo poético de Gimferrer por su tono seco, apodíctico y sentencioso, su renuncia al adorno de la rima, su preferencia por el vocabulario abstracto y su casi ausencia de artificio metafórico, aunque no de refrencias culturales: se trata de una poesía quizá en exceso cerebralista e intelectualizada y atravesada por una especie de problemática resignación estoica, diríase que esgrimida y asumida para conjurar los fantasmas de la madurez y la conciencia de las devastaciones de la edad. Hay de todos modos algunas composiciones que juzgo espléndidas, así la titulada Dos tipos, entre otros, de elocución poética, relativamente memorable por lo convincente del mecanismo irónico que sustenta el autorretrato, o A ti, casi innombrable, que acierta a sugerir en el lector el aire de verdad de una refrenada ternura en un poema en el que hubiera sido demasiado fácil caer en la sobrecarga de patetismo o en la autocompasión.




Creo que las Rubbaiyátas que Félix Grande pone en boca de su heterónimo Horacio Martín siguen siendo hoy uno de los mejores libros de poesía erótica o amatoria publicado en español en las últimas décadas, por el tono apasionado y violento de su lenguaje(" Sé una perdida, mi amor, sé una perdida") y la insistente concepción del amor y el erotismo ---que sin duda procede de la mejor tradición romántica, de ciertos misticismos y heterodoxias de las religiones, notablemente del Islam, y del propio temperamento del autor--como fuerzas desbordadas y arrebatadoras que hacen saltar por los aires las leyes y las convenciones sociales. En líneas generales este libro sigue conservando para mí gran parte de la saludable frescura y el poder de seducción que sentí cuando lo leí por vez primera hace veintitantos años y solo le pondría algunos pequeños peros, como la un tanto extraña costumbre que tiene el poeta de anteponer --en contra de la norma gramatical y de los usos de la lengua viva-- la preposición a ante objeto directo de cosas, que suena mal al oído castellano habitual, o la supresión gratuita de los signos de puntuación en muchos poemas, concesión a la moda de las vanguardias y me parece que en ningún caso justificada por el fraseo ni la recitación de la composición misma.








sábado, 7 de mayo de 2011

NOTAS DE LECTURA: CORMAC McCARTHY


McCarthy, Cormac. La oscuridad exterior. Barcelona, Mondadori, 2009.



En una América espectral y diríase que casi metafísicamente poseída por la desgracia,la infelicidad y el anonadante hálito de la muerte, los hermanos Culla y Rinthy Holme son dos pobres diablos que viven amancebados en una desastrada cabaña en algún remoto condado sureño. Cuando ella se queda embarazada él intenta deshacerse de la criatura y la abandona a su suerte en el bosque. Le dice a ella que el crío ha muerto por causas naturales, aunque ante la desconfianza y la desesperación de la muchacha acaba confesando la verdad. Lo que ninguno de los dos sospecha es que un viejo buhonero ha encontrado al niño y lo ha llevado consigo.

Así arranca esta turbia fábula, verdadero santuario del mal, este gélido y desolador relato de inequívoca estirpe faulkneriana --la trama recuerda insistentemente Luz de agosto--- atravesado todo él por el sentimiento de culpa y por una atroz violencia aparentemente gratuita, por una muy aguda interiorización de la idea de pecado, pese a la aparente amoralidad de algunos de los personajes, y sus brutales ritos de expiación: hay, por ejemplo un siniestro y fanático predicador que perora sobre los casos en que la ejecución en la horca está justificada a los ojos de Dios. El resto consiste básicamente en el deambular de los dos protagonistas, por separado, él en busca de ella y la chica en busca del buhonero y por tanto de su bebé y ambos teniéndose que emplear de vez en cuando en pequeños trabajos eventuales: sepulturero, pintor de tejados de establos, jardinera, fregona, que les permiten ir sobreviviendo malamente. A la vez, tres torvos, innominados y misteriosos asesinos se dedican a perseguir y acosar a los dos protagonistas y que no dudan en eliminar sin motivo alguno a buena parte de los personajes con los que los dos hermanos se han topado en su peregrinaje. Ellos son los que desencadenan la violentísima tragedia final, de una brutalidad casi insoportable.

La novela se presenta estructurada en 18 fragmentos sin titular ni numerar, algunos de los cuales precedidos por breves textos en bastardilla que dan cuenta, a modo de siniestro coro y contrapunto dramático, de los movimientos de los asesinos. McCarthy demuestra ser excepcional maestro en el arte de relatar , toda vez que, dueño y señor de sus personajes, se las ingenia sin embargo para resultar felizmente casi invisible, hasta tal punto aquellos parecen creíbles y autónomos, por más que en algunos casos apenas esbozados.

La naturaleza, descrita con chispeante poder de resonancias metafóricas, es una fuerza ajena e inmanejable---toda la novela transcurre en espacios abiertos---,portadora de terribles amenazas y del todo indiferente a los pobres esfuerzos humanos : "Ante él se extendía un yermo fantasmagórico del cual emergían solamente los árboles desnudos en posturas de agonía y vagamente homínidos como siluetas en un paisaje de condenados. Un jardín de los muertos ligeramente humoso que se curvaba como la propia tierra" (pág 215) ; "Y pudo oírla más lejos en los fríos campos humeantes del otoño, sus cacerolas tañendo ominosas en la noche como boyas en una costa árida y sombría, y oyó menguar los sollozos y desvanecerse en la lejanía como los gritos de las aves acuáticas en las vastas y saladas soledades negras donde moran" (pág. 174).

Los personajes, quizá en justa correspondencia, aparecen a menudo al borde mismo de la instintiva animalidad o de la deformación grotesca: mientras comía su cuenco de alubias, el hojalatero "masticó, los ojos entornados, y su rostro a la luz de la lumbre era una máscara de sórdido sosiego como las caras de los que se ahogan" (pág.171); en el pasaje de la desbandada de la enorme piara, de la que los porqueros hacen indirectamente responsable a Culla y por eso quieren lincharlo, estos" (...) se alzaban entre la confusión de carne que tenían a su cuidado y cubiertos de polvo habían empezado a adoptar expresiones satánicas con sus bastones y ojos desorbitados como si en realidad no fueran pastores de cerdos sino discípulos de las tinieblas venidos para conducir a aquellos pupilos a su destino fatal" (pág. 194).

La novela,cuya lectura provoca una sensación desasogante pero aleccionadora, es la segunda cronológicamente --la edición original es de 1968-- de las de McCarthy, y prefigura de alguna manera todas las posteriores, desde Meridiano de sangre hasta La carretera, aunque esta que comentamos resulte un poco más abarrocada de lenguaje y quizá aún más presidida por un ambiente moral de entre plaga bíblica y apocalipsis, cosa al fin y al cabo lógica en un autor al que se ha considerado el más cabal cronista de una civilización enferma de muerte y que bien merecería volver al Neolítico.

viernes, 29 de abril de 2011

ACTO DE PRESENTACIÓN DEL NUEVO LIBRO





El pasado día 28 de abril se presentó al público el nuevo libro de versos Alrededor de tu clara sombra. El acto fue un pretexto para una reunión de amigos y también --quiero creerlo--una celebración de la poesía misma.



El autor estuvo acompañado por el escritor Gonzalo Torrente Malvido, que hizo la presentación del texto de modo harto heterodoxa y original. Empezó aludiendo a la a su juicio lamentable calidad de la mayor parte de la poesía que las nuevas generaciones de versificadores hace hoy en día y pasó luego a una evaluación del estatuto y sentido de la llamada "poesía de amor" y sus relaciones con los siempre espinosos e inasibles "sentimientos", o, en otras palabras, la consideración de lo que de verdad y mentira hay en la poesía. Denunció a continuación la falsedad radical de la separación entre amor y lujuria y, aunque alabó un tanto hiperbólicamente las cualidades técnicas del libro y la sabiduría versificatoria del autor, no dejó de denunciar con alguna retranca la excesiva fidelidad de este a la ideología y religión del amor.







El poeta estuvo de acuerdo con Gonzalo en lo atinente a la tendenciosa inanidad de la diferencia entre "lujuria" y "amor" y advirtió contra la demasiado fácil tentación de establecer correspondencias automáticas entre lo que se escribe y las circunstancias anímicas y sentimentales del escritor, algo que dio bastante juego para para las intervenciones de algunos asistentes en el coloquio que se estableció al final. Hizo acto seguido algunas breves consideraciones acerca de la poesía como caso especial de lenguaje, como artefacto en el sentido literal de la palabra, esto es, como algo hecho con arreglo a ciertas reglas o técnicas, algo que debe cristalizar en una atención al el silabeo y la distribución de las marcas o golpes rítmicos en el verso, el juego de coincidencia o discoincidencia entre fin de verso y sintaxis y la explotación de las posibilidades que ofrece el significado de palabra (la imagen o metáfora).




Tras la lectura de algunos poemas,se suscitó un muy vivo e interesante debate que apuntó sobre todo a la "sinceridad" o "veracidad" del poeta a la hora de escribir. Algunos intervinientes insistieron en el hecho de que el poeta necesariamente miente pues lo que escribe no puede menos que convertirse en una especie de fabulación que tiene como referente una personaje de ficción que a menudo nada tiene que ver con su personalidad "real", en tanto que otros hicieron hincapié en que la poesía tiene que decir la verdad puesto que a la fuerza debe expresar los sentimientos de quien la hace.












































jueves, 21 de abril de 2011

NOTAS DE LECTURA: LUIS ROSALES

Rosales, Luis. Porque la muerte no interrumpe nada.(Antología) Selección y prólogo de Félix Grande. Madrid. Sibilina y Fundación BBVA. 2009.





Pese a que la que sea seguramente su mejor obra, La casa encendida (1949),haya quedado excluída ---y por las buenas razones esgrimidas por el antólogo, ya que el poema tiene tal lógica unitaria que en una reproducción parcial no podría menos que resultar desnaturalizado--- de la presente antología, lo cierto es que Porque la muerte no interrumpe nada ofrece una muestra suficientemente representativa de la lírica de un autor esencial y muy a tener en cuenta en la poesía española de las últimas décadas, sobre todo por su inventiva verbal y, en sus mejores momentos, su asunción de lo mejor de los logros de las vanguardias de los años treinta . Digo "autor esencial" pero no hasta el extremo de lo que pretende el entusiasta prologuista, para quien Rosales constituye poco menos que una señera cumbre del siglo XX.




Las dos primeras secciones de la compilación, Segundo abril y Retablo de navidad ofrecen relativamente poco interés. Aquella incluye algunas composiciones, silvas y sonetos la mayoría, llenos de resonancias garcilasistas y gongorinas("Venus del aire y mayoral del grano/luna cándida en vilo/tranquilo siempre y con razón tranquilo") que, si muy correctas técnicamente, resultan las más en exceso frías y académicas, amén de, como casi no podría ser de otra manera, demasiado pegadas a la retórica religiosa de la época (" y Dios que es una llaga en el costado/un dulce bien pequeño/un sueño donde al fin se acaba el sueño"). Hay, con todo, algún poema que me parece excelente por su fuerza elegíaca y su sentido del paisaje, como la Egloga de la soledad, que principia "Todo naciendo está, vuelan palomas,/viento largo, tirante, marinero". Esta de Retablo ..., muy breve, la integran textos que se adecuan a la forma de la cuarteta octosilábica aconsonantada o asonantada, el romance y el soneto, que tiene todos el aire de piezas de circunstancias, toda vez que el autor fue componiendo el poemario a lo largo de los años con un poema que hacía por Navidad y con una composición de ese motivo, que aun quizá con más razón, es también, leída hoy, excesivamente deudora de aquella retórica religiosa que mencionábamos antes: "La nieve borra los caminos, ella/ nos llevará hasta Ti que nunca duermes,/su luz alumbrará los pies inermes,/su resplandor nos servirá de estrella".




Otra cosa muy distinta puede decirse de Rimas, de lectura mucho más productiva y placentera. Aquí el autor,aunque no abandona la versificación tradicional-- todavía recurre a ella en las silvas asonantadas de las pág. 50, 55, 58 y 61, en los alejandrinos asonantados de la pág 52, en algún soneto como el de la pág. 53 o en el romancillo hexasilábico de la 59-- hace uso en bastantes piezas del versículo de estirpe vanguardista, que le permite, con su libertad sintáctica, abrirse a una imaginería más moderna y liberarse al menos hasta cierto punto de unas adherencias que le suponían una rémora. En algunos versículos, cuya andadura y sucesión tienden a coincidir con el segmento sintáctico ---operan básicamente por la acumulación de comparaciones en serie y de coordinadas con "y"-- no es difícil hallar ecos del Neruda de las Residencias, como el uso de la sarta de subordinadas sin principal explícita o las comparaciones de las que no se expresa el segundo término de la comparación, así en El secreto, que empieza "Como el niño que se ha quedado solo/desde aquel día en que, temblando entre lo oscuro". Por lo demás, el espléndido poema que inaugura la sección, Autobiografía ( "Como el náufrago metódico que contase las olas que le faltan para morir/ y las contase, y las volviese a contar, para evitar errores...) ya prefigura en su color e imaginería el tono temático que predomina en estas composiciones y en realidad en todas las de las demás secciones salvo quizá en las de la titulada Canciones: algo como un resignado estoicismo, como una doliente conformidad que, sobre el cañamazo de la interiorización del dolor, va punteando la experiencia del vivir. A este respecto, resulta por ejemplo estremecedora la tierna humanidad con que acaba el poema La casa está más junta que una lágrima: hablando de la casa familiar de La Coruña, le pide a Dios que se la conserve en todas sus habitaciones, "hasta la pequeñita/ donde le dabas pan a aquellos gorriones/ que acompañaron a tu abuelo en su entierro".






El contenido del corazón adopta pura y simplemente la prosa, pero con las especialísimas modulaciones rítmicas que le dan su sintaxis de andadura amplia y llena de repeticiones y la precisión de las descripciones, que llega a recordar por su peculiar temblor lírico algunos fragmentos de las prosas de Juan Ramón Jiménez. La imagen recurrente es la de las lágrimas como símbolo y sedimento del dolor: " Aun el ver de mis ojos y el gustar de mis labios son una tradición ininterrumpida que yo rezo de nuevo, y el llanto es una acción de gracias de todos los que me antecedieron en el conocimiento del dolor"(p.72), " Vamos creciendo hacia los muertos. Ellos son la cadena de nieve, y la cadena de nieve que a ellos nos une es nuestro propia crecimiento" (p.102). El libro viene a constituir una especie de alegoría de la ubicuidad de la muerte y su esencial indistinción de la vida, una serie de divagaciones recordatorias, evaluadoras de la experiencia del vivir --a través de la evocación (de la vieja criada, del hijo Luis Cristóbal, del hermano Gerardo, de la madre, de los espacios y juegos de la infancia) o del diálogo (con la esposa sobre todo)--- y una declaración de amor, que se tematiza como entrega y vitalicia complicidad: "Y queda, en fin, tu imagen, como un hueco en los ojos, como un hueco que va agrandándose cada vez más. pero no importa. La muerte tiene un límite y algo deja tras ella. Ya nada puede separarnos. Ni siquiera nosotros mismos" (p. 110). Notoria resulta, por lo demás, la habilidad del poeta para la adjetivación insólita y el símil inesperado: "una luz lenta y colegiala"(p-87), "Amelia tenía las piernas súbitas como un pronunciamiento militar" (p. 89) "era delgada, cránea, definitiva", "era bendecidísima y candeal" (p.88).



Las Canciones participan de ese inequívoco aire sentencioso y gnómico que inauguraron en la poesía castellana moderna los Proverbios de Machado y proviene en los más de los casos del enunciado de una imposibilidad lógica o de una contradicción insoluble: "Hay dos palabritas/ que me hacen sufrir/la palabra no, la palabra sí./ Al contestarlas/ o te mientes o te engañas" (p.117). No todas resultan igualmente logradas, como es natural, pero a veces se da de pleno con el feliz acierto satírico: "Se desmorona hablando/ se desmorona/ medrará porque tiene/ lengua de alfombra" (p. 126).






Diario de una resurrección está compuesto casi en su totalidad en el antecitado versículo de origen vanguardista y acentúa notoriamente la tendencia a la imagen hermética o ilógica ("Así he visto tu piel de azúcar distraída/ tu tic parpadeante/ tu delgadez aprendiendo a escribir",p.162), y a la adjetivación insólita: "un pequeño jadeo desvertebrado y horadante" (p.149), "esta emoción pávida y terminal"(p.163). Las palabras más repetidas en el libro son las del espejo ( pues la identidad solo la garantiza y otorga la mirada reflejada de y en otro ser) y la del luto ( pues la pena y el dolor parecen en esta poesía, lo mismo quizá que en la cultura popular de todos los tiempos y lugares y en el subconsciente colectivo, coextensivas de la existencia misma.)






La última sección de la antología, La carta entera, acentúa acaso el aparente prosaísmo y las expresiones feístas pero sabe arrancar a las palabras en no pocas ocasiones una resonancia novedosa o sugerir una connotación metafórica relativamente insospechada, y perfecciona la habilidad y la gracia para el hallazgo verbal ( "decía las palabras de costado/ simultáneas y acalambradas, p. 185, ) e incluso para el neologismo y la creación léxica desde las posibilidades morfológicas del español ( "sintigo", p.220, "despreguntación", p. 198, " inmémore", p.199 y muchos más ejemplos que se podrían aducir). Usa también Rosales con cierta profusión esos "Ahora bien", esos conectores concesivos --quizá otra resonancia nerudiana-- tan naturaalmente funcionales al ritmo del versículos y a a la andadura lógica del poema. Temáticamente, las composiciones insisten sobre todo en la pérdida de la infancia como antesala de la conciencia de la muerte, en la certidumbre de que vivir es esperar, en la cárcel de la soledad, la muerte prorrogada pero siempre ubicua. En este sentido me resultan memorables composiciones como Testamento de errores, exposición sobre la nadería, casi kafkiana, y la insignificancia del hombre moderno o Al parecer todos estamos predestinados a que nos hagan la puñeta, donde, partiendo de que la mentira es consustancial a este desdichado mundo de los hombres, se urde una andanada contra la hipocresía y la maldad de los humanos, o las imágenes de la desolación y de la ruina, del extrañamiento, que se incluyen en un poema como El mundo sideral es la esperanza (p 215) :" el exilio se convierte en diluvio/ las aguas se acecientan de hora en hora/y arrastran los ganados,/ las casas/ los enseres/ penetran por los ojos de los vivos y desentierran a los muertos/ y todo el mundo huye porque no sabe dónde ir/ mientras sigue lloviendo,/ mientras llueve continuamente porque el exilio se ha convertido en el nuevo diluvio universal".

jueves, 14 de abril de 2011



NOTAS DE LECTURA: CHAVES NOGALES




Chaves Nogales, Manuel. La agonía de Francia. Barcelona, Libros del asteroide, 2010.




Es difícil escribir acerca de un libro que ha concitado tan unánimes elogios y ditirambos, me temo que en parte porque se ha visto al autor como una especie de adelantado, en una época en que hay que reconocer que esto no dejaba de tener su valor, de la hoy casi universal religión de la Democracia.




Compuesto en 1940, en los difíciles momentos en que el autor se las apañaba para conseguir escapar de la Gestapo, cosa que conseguiría al instalarse en Inglaterra, en donde moriría poco después, se editó en Montevideo en 1941 y no se reeditó hasta el año pasado, aunque ya un poco antes tanto el autor como sus obras --perfectamente desconocidos durante todas esas décadas por bien sabidas razones -- habían sido reivindicados primero por Andrés Trapiello en Las armas y las letras y luego por otros.


Se trata de un vibrante y apasionado reportaje, en una prosa ágil y precisa que no condesciende nunca al adorno preciosista y a eso que su paisano Cernuda llamaba con retranca bonitura en el decir, no tanto sobre la sorprendentemente rápida capitulación de Francia ante la Alemania hitleriana en los inicios de la Segunda Guerra Mundial, sino más bien sobre la crisis moral , el hundimiento de la nación y de la civilización francesas, para Chaves quintaesencia del liberalismo, el progreso cultural y los valores democráticos, ante los embates del totalitarismo fascista.




Dos son las ideas directrices, verdaderos leitmotiv que guían toda su exposición y que se repiten un tanto machaconamente a lo largo del libro: la de que la democracia y el liberalismo no fueron los causantes de la derrota y la decadencia de Francia sino más bien al revés, que fue precisamente el déficit de la una y el otro en los momentos decisivos lo que provocó la ruina, y la de la incuestionable superioridad moral y espiritual de la democracia frente a las dictaduras, ideas harto razonables cuya pertinencia Chaves se esfuerza en demostrar desde múltiples puntos de vista y todo indica que manejando información fiable y conocimiento de los hechos.




En la disección de esta derrota de Francia no deja Chaves prácticamente títere con cabeza, pues tan entregada --viene a concluir--estaba una gran parte de su sociedad, lo mismo sus capas dirigentes que los sectores populares, a la inercia y la decadencia morales, al derrotismo y a la secreta admiración por los nazis, que en verdad hacían aquella inevitable. Describe, así, la cobardía y la doblez de la mayor parte de la clase política, la trahison des clercs perpetrada por no pocos intelectuales, que los llevó a "negar su propia esencia y repetir con pavorosa inconsciencia los gritos de guerra del hitlerismo" (pág. 89), la corrupción del aparato militar, inoperante, caótico y sin moral de combate, el egoísmo y rapacidad del gran capital financiero, la inercia y frivolidad de la aristocracia y el entreguismo y la desidia de la mayoría de las masas populares, en las que hacía fácil mella la propaganda hitleriana. Sorprende, sin embargo, el elogio que hace de la grandeza y la honradez de algunos políticos, sobre todo Daladier y De Gaulle, y de la capacidad de sacrificio y la disciplina del proletariado, sobre todo de sus cuadros y militancia comunista, porque aceptó el aumento de jornada laboral decretado por el gobierno, aunque tampoco se priva, y con razón, de ponerlos de vuelta y media en otros pasajes (estaba muy fresco y presente el nefasto pacto Molotov-Ribbendropp) por su política catastrófica y sectaria.


Me parece que Chaves ve con excepcional lucidez, por ejemplo, el juego de las diplomacias y precarias alianzas que saltaría luego hecho pedazos por el pacto entre Hitler y Stalin y también la culpa que tuvo el proverbial nacionalismo francés, el fondo chovinista y patriotero tan enraizado en la patria de las libertades civiles, en la permeabilidad a la propaganda nazi y en el surgimiento en el imaginario popular de un inconfesable automatismo proalemán.


Hay varios puntos que me han llamado especialmente la atención, tras la lectura del libro, escrito sin duda con coraje y no poca honestidad intelectual. Uno es la inquebrantable fe del autor en la democracia parlamentaria, que llega a ser casi un poco conmovedora--- y no estoy muy seguro de si se puede medio comprender, habida cuenta de las excepcionales circunstancias que vivió tan de cerca, la Guerra Civil ante todo--- . Otro, el eco inequívocamente orteguiano de algunos de sus razonamientos---tampoco era tan ingenuo Chaves como para no desconfiar de las masas---- así en la pág. 62:" (...) la única verdad de la decadencia de las democracias radica en el hecho indudable de la rebelión de las masas, el gran fenómeno de nuestro tiempo, provocado no por un afán de superación multitudinario, sino por un desencadenamiento diabólico de los más bajos instintos". Y otro, en fin, el hecho de que Chaves parezca creer a veces en algo como las virtudes terapéuticas y purificadoras de la guerra (una idea particularmente siniestra); así, el la pág 120, criticando el a su juicio exceso de celo del mando militar francés por ahorrar vidas ( que es, reconoce inmediatamente antes, "una de las virtudes principales de los jefes") dice:" en las circunstancias en que la guerra se planteaba este sistema había de ser fatal porque solo el baño de sangre inevitable y terrible que la guerra exigía hubiera limpiado a Francia de la podredumbre ideológica que la consumía".




Lo mejor que se puede decir de este libro, en fin, es que, pese a su fe y su insistencia un poco cansina en las grandes palabras (Democracia, Liberalismo, Civilización) nunca perdió de vista dónde estaban los dictadores. Y no es poco.