sábado, 1 de diciembre de 2018

UNA NOVELITA PICANTE



Resultado de imagen de JOSE DONOSO IMAGENES LA MISTERIOSA DESAPARICION DE LA MARQUESA DE LORIA














José Donoso. La misteriosa desaparición de la marquesita de Loria. Barcelona. Seix barral. 1980.














           Pese a no ser especialmente aficionado a eso que hace ciento y pico años todavía se llamaba literatura erótica o galante, he pasado unos ratos en verdad deliciosos con esta novela breve, de apenas 200 páginas, de la que no me parece exagerado decir que constituye, pese a su brevedad,  una de las más acabadas obras maestras del autor, y repárese en que estamos hablando del artífice de textos como El lugar sin límites o de Oscuro pájaro de la noche. 
            Ambientado en el mundo de la aristocracia madrileña, más o menos figurona y parásita, de los años veinte del siglo pasado, el relato nos presenta a la jovencísima heredera, de buena familia latinoamericana, Blanca Arias, que ve cómo se le torna la sangre azul por obra de su temprano matrimonio ---huelga decir que amañado--- con el no menos tierno marquesito de Loria, Paquito, con el que pasa a instalarse en la capital. Al darse la desgraciada circunstancia de que él muere a los pocos meses, la viudita ha de quedar, al menos en apariencia, a merced de su suegra, la intrigante e inescrupulosa Casilda, que ya se las promete muy felices al soñar con poder disponer a placer de las suculentas rentas de la jovencita...pero las cosas no le saldrán al final como ella imaginaba. La novela constituye en esencia la crónica de una educación sentimental, la de la muchacha, cañamazo en el que se tejen y comparecen unos cuantos personajes más, como, amén de otros menores, el viejo crápula Conde de Almanza, la rijosa y casquivana Tere Castillo, amiga de Casilda, el distinguido notario y atildado caballero Don Mamerto Sosa y el pintor Archibaldo Arenas, el más duradero ---aunque tampoco mucho---de los amantes de Blanquita. Pintados todos ellos, además, con ese bien medido barniz esperpéntico ---en esto no me parece que se le vaya la mano nunca a Donoso--- que es precisamente lo que, tan funcional a las otras peculiaridades estilísticas de La misteriosa.... los hace funcionar con gracia y verosimilitud.















            Escrita con mano maestra, además de con indisimulada y un poco cruel retranca y soberano distanciamiento irónico, la novela se regodea en ese mundillo de camas señoriales, discreteos, conciliábulos y traiciones, entre cojines, pebeteros con aroma de almizcle, chalecos de piqué, fraques y botones de polainas enredados en encajes, en el que enseguida empieza a saber moverse, tras su arcangélica ingenuidad inicial, la jovencita. La novela se aplica a ello, así pues, y valdría decir también que el autor disfruta  ---y no digamos el lector, a la vista del resultado--- dando rienda suelta a su peculiar destreza para la metáfora erótica, sobre todo, pero quizá también para la metáfora sin más. Respecto a la primera, muy sutil se nos aparece el juego de alusiones oblicuas y  dosificadas elusiones, siempre en el umbral de lo explícito pero sin sobrepasarlo nunca, que es, dicho sea de paso, algo que distingue el erotismo  bien  narrado de, por ejemplo, la vulgar pornografía. Algunas muestras: recién casados, y vistos en la penumbra del palco de la ópera, Paquito y Blanca reconstituyeron el cuño de una pareja imperial en una moneda; en otro pasaje, el muchacho mete la mano entre los muslos de la marquesita en busca de ese capullo viscoso cuyo pistilo se proponía enloquecer; en otras ocasiones acierta Donoso con el hallazgo de un estupendo logro humorístico, como en el pasaje en que, en el amplísimo salón del palacete, mientras que otros figurantes juegan una partida de bridge, la parejita de enamorados se aplica a la tarea, medio escondidos tras los cojines de un rincón oscuro....sin darse cuenta que el de Almanza, con pasión de voyeur, los está observando, disimulado tras unos crisantemos, inclinado igual que el perro de la RCA Víctor junto a la corneta del gramófono. O los perversos juegos y evoluciones, en los que no me voy a detener, en el largo pasaje (pp. 152-161) del mènage a trois entre Blanca, Tere y el marqués.














           De particular pertinencia y habilidad, para el desarrollo ---y el desenlace final---del relato es la inclusión, ya al final de la novela y a modo de metáfora sostenida, de la figura del perro-deseo, uno de los símbolos tradicionales de la melancolía saturnal, de los terrores y el hundimiento psíquico, pero que aquí acierta a funcionar, un tanto ambiguamente, como una especie de mecanismo de liberación del personaje. Y refiriéndome ya a esta edición, acaso no esté de más consignar que no menos afortunado que lo anterior resulta la inclusión, como entradilla de cada uno de los ocho capítulos, de sendos dibujos, todos ellos suma gracia y oficio, de Rafael de Penagos, Federico Ribas, José Zamora y Varela de Seijas, artistas todos ellos de la época que se evoca en la historia. 

2 comentarios:

  1. NO sé en qué oscura ollería mi carne
    hierve hoy por el exceso
    ni a qué oquedad adeudo este dolor
    con el que el fiel de mi balanza grava
    la carga de los años.
    Será que advierte el cuerpo en este embate
    el tráfago ardentoso de la sangre
    al cabo de las venas,
    su carga licuada e intemperante
    que en esta bóveda de hueso truena
    detonación tras detonación.
    O será tal vez solo el murmullo
    del líquido torrente
    batiendo ciegamente en mis oídos
    como el vagido de unas campanas
    que llamaran a réquiem.
    No sé en qué oscura cocina mi carne
    hierve hoy por el exceso,
    será quizá el don de la ebriedad
    cobrándose al amanecer la pieza
    que en la noche alimenta.
    Por verla así crecer
    y en sí multiplicarse.

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