domingo, 20 de noviembre de 2016

LA GUERRA DE LOS LISTOS





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Curzio Malaparte. Kaputt. Barcelona. Galaxia Gutenberg. 2009. Traducción de David Paradela. 511pág.

         Escrita entre 1941 y 1944 y con una curiosa y zigzagueante peripecia editorial en su publicación, de la que informa convenientemente el hábil y esforzado traductor en el prólogo, la presente novela es sin duda de las que vale la pena que se lean. Y le dedico esos dos adjetivos al traductor porque creo en verdad que ha logrado dar un excelente texto español para esta novela atípica y compleja, en la que además Paradela ha tenido el buen criterio de dejar sin traducir los numerosos fragmentos, expresiones o palabras aisladas que hay en el libro en lenguas distintas del italiano (sobre todo, en francés, pero también en rumano, finés y sueco), por muy buenas razones, que también explica con acierto y que se refieren en lo esencial a que de este modo se consigue trasladar el efecto---que sin duda estaba ya en la intención, consciente o no, de Malaparte ---de babélico mosaico europeo en los años treinta, mosaico que coincidió con la pavorosa ola de horror, barbarie y degradación moral que se abatió sobre Europa con ocasión de la Segunda Guerra.


          Redactada íntegramente en primera persona, por un narrador lábil y sinuoso, siempre metido de hoz y coz en los hechos que narra, disfrazado mitad de cronista bélico mitad de intelectual observador, que se mueve como pez en el agua entre los centros de decisión de los poderosos y que, si bien es capaz a veces de sentir la compasión y la piedad, no es menos cierto que es asimismo lo suficiente honrado como para saberse no demasiado distinto, en la fibra más íntima de su catadura moral, de la mayoría de los otros personajes. Algunos de los cuales, dicho sea de paso, parecen corresponderse, al menos de nombre, con personajes históricos o reales, como algunos diplomáticos y escritores de la época, ciertos aristócratas y algunos altos oficiales fineses y alemanes.  De Agustín de Foxá, por ejemplo,  se ofrece aquí un memorable retrato, sobre todo p. 228 y ss,  aunque aparece muy a menudo: provocador, alcohólico, descarnadamente cínico y de brillante inteligencia, que lo mismo dice admirar los Diarios de Azaña, que asegura haber leído, como deja caer, sotto voce, lo mismo por cierto que el narrador, su secreta simpatía por los soviéticos y el no menos secreto deseo de que sean ellos quienes acaben ganando la guerra.

         La materia narrada se inscribe, en un continuo balanceo y vaivén entre uno y otro contexto, tanto en los frentes de batalla de media Europa (Finlandia, Polonia, Ucrania, Bielorrusia, Rumanía) como en los bien resguardados medios y ambientes de la retaguardia, de las cancillerías, los cuarteles generales y los palacios de la nobleza, sobre todo la morosa descripción de las veladas en la embajada finesa en la neutral Suecia, los palacios de la aristocracia romana y el palacete que sirve de residencia a Fischer, máximo jerarca nazi en la Varsovia ocupada. Y todo, pero de modo esencial en los pasajes descriptivos y en buena parte de los diálogos, haciendo alarde de una tupida diversidad de referencias culturales y literarias, de la arquitectura finlandesa del XIX a la geografía urbana de Varsovia, de las peculiaridades rítmicas de la épica coral eslava a las eddas escandinavas o la gastronomía tradicional rumana, que no pueden menos que dar al lector una información a menudo provechosa y sobremanera útil y que además en absoluto rompen o cortocircuitan, antes al contrario, el trepidante ritmo de la novela.

        Novela que se halla entre lo más duro y cruel ---pero en múltiples trechos también, por paradójico que parezca, entre lo más hermoso--- de lo que uno ha alcanzado a leer entre la enorme turbamulta de publicaciones, literarias o no, que generó la Guerra del 39-45. Kaputt  resiste bien la comparación, a este respecto, con no importa qué y no desmerece en modo alguno de, por ejemplo,  pienso ahora, a bote pronto, ciertas zonas del Grossman de Tiempo de guerra o de un ensayo tan soberbio como el relativamente reciente Continente salvaje de Keith Lowe.

         Maneja Malaparte con igual maestría, me parece, todos los registros, desde la descripción ceñida y detallista hasta la pintura esperpéntica o la caricaturización grotesca de un personaje o situación, o los diálogos elegantes e hipercultos, llenos a la vez de sobreentendidos irónicos, la mostración de lo horroroso y lo cruel o la pura poesía. Valga como ejemplo de lo que digo la estremecedora descripción del ghetto de Varsovia (pp. 116 y ss.), los bombardeos aliados en Nápoles, casi al final de la novela o---casi sin solución de continuidad con lo primero---el banquete de los capitostes nazis, y de algunas de sus mujeres, amantes, soplones y aduladores, en el palacete de Fischer, que comparece como hombre cultivado pero al que al mismo tiempo se considera un psicópata infantiloide (pp.129 y ss.). El lector podrá también asistir a las infames pruebas de lectura a las que un coronel de las SS somete a grupos de prisioneros soviéticos, pp.264-71, la grotesca y lograda caricatura de Himmler en la sauna, p. 424, el terrible espectáculo de los soldados alemanes sin párpados, porque, quemado por el terrible frío de la estepa, el párpado puede llegar a desprenderse como una piel muerta, pág 328), la tremebunda anécdota del sanguinario Ante Pavelic, el caudillo de los ustache croatas, que le muestra al narrador y al embajador de Italia una cesta con lo que parecen viscosas y gelatinosas ostras, pero que resultan ser ojos humanos que han arrancado a los prisioneros (p.352), la horrenda y maravillosa visión de  los caballos congelados en el lago Ladoga, al pie de Leningrado (p. 74: El lago era como una inmensa plancha de mármol blanco sobre la cual había colocados cientos y cientos de cabezas de caballos. Parecían cercenadas por el corte limpio de un hacha. Las cabezas eran lo único que emergía de la costra de hielo. Todas miraban hacia la orilla. En sus ojos abiertos aún ardía la llama blanca del terror (...) Parecían los caballos de madera de un tiovivo (...) una escena de un cuadro de El Bosco.).  No menos espléndido arte literario y/o intensidad dramática tienen la descripción de la muchacha Ilse, p.342, urdida con un empedrado de metáforas gongorinas, y la más pura poesía (en medio del horror) salta en la hermosísima fábula del niño ruso miliciano y el oficial nazi del ojo de cristal, p.336-40, o el juego de traiciones mutuas, delealtades y soterradas luchas por el poder entre los decadentes figurones de la aristocracia romana y algunos altos funcionarios fascistas, Ciano et alii, dignos, en su perspicacia psicológica y maestría narrativa, de un Stendhal o un Flaubert.

       Lo que decía al principio: una de las novelas (más bien pocas, de las miles y miles que circulan por ahí, y eso que yo ésta la he llegado a conocer bastante tarde) que bien vale la pena el trabajo ---y el placer---de leerla.



































































































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Curzio Malaparte. Kaputt. Barcelona. Galaxia Gutenberg. 2009. Traducción de David Paradela. 511pág.


         Escrita entre 1941 y 1944 y con una curiosa y zigzagueante peripecia editorial en su publicación, de la que informa convenientemente el hábil y esforzado traductor en el prólogo, la presente novela es sin duda de las que vale la pena que se lean. Y le dedico esos dos adjetivos al traductor porque creo en verdad que ha logrado dar un excelente texto español para esta novela atípica y compleja, en la que además Paradela ha tenido el buen criterio de dejar sin traducir los numerosos fragmentos, expresiones o palabras aisladas que hay en el libro en lenguas distintas del italiano (sobre todo, en francés, pero también en rumano, finés y sueco), por muy buenas razones, que también explica con acierto y que se refieren en lo esencial a que de este modo se consigue trasladar el efecto---que sin duda estaba ya en la intención, consciente o no, de Malaparte ---de babélico mosaico europeo en los años treinta, mosaico que coincidió con la pavorosa ola de horror, barbarie y degradación moral que se abatió sobre Europa con ocasión de la Segunda Guerra.



          Redactada íntegramente en primera persona, por un narrador lábil y sinuoso, siempre metido de hoz y coz en los hechos que narra, disfrazado mitad de cronista bélico mitad de intelectual observador, que se mueve como pez en el agua entre los centros de decisión de los poderosos y que, si bien es capaz a veces de sentir la compasión y la piedad, no es menos cierto que es asimismo lo suficiente honrado como para saberse no demasiado distinto, en la fibra más íntima de su catadura moral, de la mayoría de los otros personajes. Algunos de los cuales, dicho sea de paso, parecen corresponderse, al menos de nombre, con personajes históricos o reales, como algunos diplomáticos y escritores de la época, ciertos aristócratas y algunos altos oficiales fineses y alemanes.  De Agustín de Foxá, por ejemplo,  se ofrece aquí un memorable retrato, sobre todo p. 228 y ss,  aunque aparece muy a menudo: provocador, alcohólico, descarnadamente cínico y de brillante inteligencia, que lo mismo dice admirar los Diarios de Azaña, que asegura haber leído, como deja caer, sotto voce, lo mismo por cierto que el narrador, su secreta simpatía por los soviéticos y el no menos secreto deseo de que sean ellos quienes acaben ganando la guerra.



         La materia narrada se inscribe, en un continuo balanceo y vaivén entre uno y otro contexto, tanto en los frentes de batalla de media Europa (Finlandia, Polonia, Ucrania, Bielorrusia, Rumanía) como en los bien resguardados medios y ambientes de la retaguardia, de las cancillerías, los cuarteles generales y los palacios de la nobleza, sobre todo la morosa descripción de las veladas en la embajada finesa en la neutral Suecia, los palacios de la aristocracia romana y el palacete que sirve de residencia a Fischer, máximo jerarca nazi en la Varsovia ocupada. Y todo, pero de modo esencial en los pasajes descriptivos y en buena parte de los diálogos, haciendo alarde de una tupida diversidad de referencias culturales y literarias, de la arquitectura finlandesa del XIX a la geografía urbana de Varsovia, de las peculiaridades rítmicas de la épica coral eslava a las eddas escandinavas o la gastronomía tradicional rumana, que no pueden menos que dar al lector una información a menudo provechosa y sobremanera útil y que además en absoluto rompen o cortocircuitan, antes al contrario, el trepidante ritmo de la novela.



        Novela que se halla entre lo más duro y cruel ---pero en múltiples trechos también, por paradójico que parezca, entre lo más hermoso--- de lo que uno ha alcanzado a leer entre la enorme turbamulta de publicaciones, literarias o no, que generó la Guerra del 39-45. Kaputt  resiste bien la comparación, a este respecto, con no importa qué y no desmerece en modo alguno de, por ejemplo,  pienso ahora, a bote pronto, ciertas zonas del Grossman de Tiempo de guerra o de un ensayo tan soberbio como el relativamente reciente Continente salvaje de Keith Lowe.



         Maneja Malaparte con igual maestría, me parece, todos los registros, desde la descripción ceñida y detallista hasta la pintura esperpéntica o la caricaturización grotesca de un personaje o situación, o los diálogos elegantes e hipercultos, llenos a la vez de sobreentendidos irónicos, la mostración de lo horroroso y lo cruel o la pura poesía. Valga como ejemplo de lo que digo la estremecedora descripción del ghetto de Varsovia (pp. 116 y ss.), los bombardeos aliados en Nápoles, casi al final de la novela o---casi sin solución de continuidad con lo primero---el banquete de los capitostes nazis, y de algunas de sus mujeres, amantes, soplones y aduladores, en el palacete de Fischer, que comparece como hombre cultivado pero al que al mismo tiempo se considera un psicópata infantiloide (pp.129 y ss.). El lector podrá también asistir a las infames pruebas de lectura a las que un coronel de las SS somete a grupos de prisioneros soviéticos, pp.264-71, la grotesca y lograda caricatura de Himmler en la sauna, p. 424, el terrible espectáculo de los soldados alemanes sin párpados, porque, quemado por el terrible frío de la estepa, el párpado puede llegar a desprenderse como una piel muerta, pág 328), la tremebunda anécdota del sanguinario Ante Pavelic, el caudillo de los ustache croatas, que le muestra al narrador y al embajador de Italia una cesta con lo que parecen viscosas y gelatinosas ostras, pero que resultan ser ojos humanos que han arrancado a los prisioneros (p.352), la horrenda y maravillosa visión de  los caballos congelados en el lago Ladoga, al pie de Leningrado (p. 74: El lago era como una inmensa plancha de mármol blanco sobre la cual había colocados cientos y cientos de cabezas de caballos. Parecían cercenadas por el corte limpio de un hacha. Las cabezas eran lo único que emergía de la costra de hielo. Todas miraban hacia la orilla. En sus ojos abiertos aún ardía la llama blanca del terror (...) Parecían los caballos de madera de un tiovivo (...) una escena de un cuadro de El Bosco.).  No menos espléndido arte literario y/o intensidad dramática tienen la descripción de la muchacha Ilse, p.342, urdida con un empedrado de metáforas gongorinas, y la más pura poesía (en medio del horror) salta en la hermosísima fábula del niño ruso miliciano y el oficial nazi del ojo de cristal, p.336-40, o el juego de traiciones mutuas, delealtades y soterradas luchas por el poder entre los decadentes figurones de la aristocracia romana y algunos altos funcionarios fascistas, Ciano et alii, dignos, en su perspicacia psicológica y maestría narrativa, de un Stendhal o un Flaubert.



       Lo que decía al principio: una de las novelas (más bien pocas, de las miles y miles que circulan por ahí, y eso que yo ésta la he llegado a conocer bastante tarde) que bien vale la pena el trabajo ---y el placer---de leerla.

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