lunes, 22 de diciembre de 2014

BUEN OFICIO






Juan García Hortelano. Apólogos y Milesios. Barcelona. Ediciones B. 1999.


                 Valiéndose de la dicotomía cervantina entre apólogos, historias que deleitan y enseñan juntamente, y milesios, que atienden solo a deleitar, publicó Hortelano --del que leí tiempo ha  Tormenta de verano y Nuevas amistades, además de su desopilante Gramática parda y de su peculiar poesía, reunida en el pequeño volumen La importancia del comercio, y del que conservo en un anaquel, a la espera, la edición en dos tomos que hiciera Barral de su extensísima  El gran momento de Mary Tribune---en el ya lejanísimo 1975 estos breves textos que, lejos de pasar por obra menor o circunstancial entre las suyas, me parece que podrían legítimamente condensar lo más requintado de su mucho oficio y de su maestría de narrador.


                  He de decir que he pasado un muy divertido y provechosos rato leyendo estos relatos, de modo que por lo menos en mi modesta condición de lector se ha venido a cumplir la funcionalidad cervantina más arriba consignada, porque los he hallado escritos con soberana libertad, fino oído para las modulaciones de la lengua viva, la de la calle, y gran sentido de la ironía, amén de con la puesta en escena de una variada panoplia de recursos técnicos, que van desde la impostación y constantes metamorfosis de la voz narrativa y los cambios continuos de punto de vista hasta la sutil recreación de los registros coloquiales, que no excluye, no obstante, la habilidad para el pastiche literario.


                   El asunto de los tres primeros, Una tarde rota, El último amor y La cosa más loca ---agrupados bajo el pórtico o entradilla de Hablan unas mujeres ---no es sino los desastres que en la sensibilidad y en el alma femenina, pero ay, también en las de los hombres, puede provocar la institución del matrimonio....cuando las cosas vienen mal dadas. Solo que en vez del drama más o menos psicológico, por mucho que haya en la anécdota y en las situaciones mucha soledad, incomprensión y odio, asistimos a una especie de esperpento sublimado por el humor. Se trata de mujeres dominadas, pero no resignadas del todo a esa dominación, por maridos pancistas, aplatanados, inútiles o paradójicamente pusilánimes, mujeres que a veces ---como le ocurre a la protagonista del segundo de los relatos citados-- consigue su propósito: cuando Stefania  logra al fin echar de casa al incómodo y misterioso huésped que ha introducido en ella su marido Benedetto, descansa, aunque no se da del todo por satisfecha. Pero el  mejor de los tres se me antoja el último, en que La Pinta, la narradora, además de la historia de sus amoríos, cuenta cómo ella y su íntima amiga, La Niña ---ambas son marujas relativamente acomodadas gracias a sendos matrimonios ventajosos---entretienen sus ocios cotorreando y robando-- no por necesidad, sino por placer---en los almacenes El Universo Mundo, hasta que es víctima del chantaje de uno de los vigilantes, que lleva mucho tiempo sabiendo sus fechorías y solo espera el momento propicio. Así razona La Pinta: " El abrigo, de cuatro temporadas. Pero me llevaba al cine y se llamaba José Luis o, después, cuando me estaba duchando tras haber despachado con la Niña , se llamaba Ricardo, que luego puso un taller de reparación y lavado de coches, o Faustino, el que más duramos, o Don Ramón, que me aguardaba unas cuantas calles más allá porque no era cuestión que me vieran subir a su auto, o Vitorino, que tenía moto, la primera moto en que yo me monté, gozándola, que se percatasen en el barrio qué muslos tenía la Pinta, percátense, percátense de que yo aquí no me hago vieja(veinte o veintiuno contaría yo por entonces) , o el mismo Fernando, juntos el día entero en la oficina de la fábrica desde la mañana hasta la tarde antes de carme, lloriqueándome, alguna vez a bailar, a dejarme un poco, por gusto y también para luego tener algo que contar a la Niña y que ella me contara, que, eso sí, graciosa y con más sal que ninguna, pero exagerada y un pedazo embustera, la Niña" .


                 La segunda sección del libro ---....y ahora, ocho flores del mal menor---incluye ocho textos más breves, de muy variada  técnica y factura. He aquí una breve noticia de algunos de ellos.  Necromanías es una burla de la incorregible doblez y el cinismo narcisista de la condición humana, apoyándose en la fábula de un escritor recién fallecido que desde el más allá oye los comentarios que de él hacen sus amigos y conocidos. Tu melena enciende la luna es una estupenda parodia del estilo procesal y jurídico-administrativo, que usa la tercera persona en un tono mayestático ---Esta Autoridad(...)---para pergeñar una especie de acta de acusación contra alguien que ha compuesto la letra de una canción amorosa de ese título. Una comedia de costumbres, la minuciosa descripción de una desvencijada sala de teatroconstituye un alarde en el que el autor---como en ciertos pasajes de Benet---juega a embutir el mayor número de subordinadas unas dentro de otras en un único párrafo de dos páginas y media, ya se comprende que de sintaxis harto enrevesada, donde se repiten como en un retornello las expresiones desde la perspectiva de la sala y desde la perspectiva de la escena. El siguiente texto, Jardines al mediodía, es un brillante pastiche de la prosa modernista, con su sintaxis arcaizante y profusión de epítetos, una pintura de una  señorial casa de campo, con la justa dosis de decadencia y sus correspondientes pérgolas, parterres y pistas de tenis. Concierto sobre la hierba, desbordante de imaginación y retranca, es una desternillante burla del mundo futbolístico-patriotero, con el relato de un encuentro entre las selecciones de la Tierra y Marte. Petición de mano, una especie de chiste sobre un chiste a propósito de las trampas de la memoria, parece una parodia a la vez de la novela detectivesca y del peculiar fraseo borgiano:" En cuarenta años de exploraciones, con un único y secreto objetivo, he aprendido los ilimitados contornos de la imprecisión humana. Todo desierto, cualquier extensión polar, la más gigantesca ciudad  o el más impenetrable bosque, acaba en algún punto del espacio". El último de la serie, en fin, de largo y torturado título ---Noticia acerca de los efectos trastocados del bien y del mal en personas aquejadas por estas pasiones---es el relato de la historia de Donato, el artista narciso y triunfador, pero ---en un motivo muy caro a  cierta tradición romántica---íntimamente corroído por el tedio, historia que se quiebra,en un inesperado bucle final, hacia el folletín.

                La última parte del libro se centra en Morfeo en el museo, un irónico elogio de las habitaciones de hotel, que se mete con el tópico tan manido de su tristeza e impersonalidad, y una denuncia de la agobiante presencia de la muerte que parece flotar en la atmósfera de los museos, ese territorio presidido por aquel remedo de eternidad, aquella nada de un sarcasmo mortífero, potenciado por el motivo, tan presente en el relato romántico de fantasmas, de la animación de lo inanimado, pues aquí  los personajes de los cuadros salen de ellos, se desprenden de las superficies coloreadas y cobran una vida siniestra. Y sobre todo en la pieza que cierra el conjunto y que viene a ser como  esa guinda o colofón que sin duda hará las delicias de los amantes de las trastiendas de la literatura, El día que Castellet descubrió a los novísimos o las postrimerías, una desopilante burla ---urdida además con una prosa latinizante, con verbos al final de la frase y oraciones de infinitivo ---de las poses y clichés del mundillo literario, con la fantasmagórica autoridad de la Real Academia incluida, y figurantes que vienen a ser transparentes trasuntos de algunos personajes de la autodenominada gauche divine barcelonesa de los sesenta.           

         

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