jueves, 4 de septiembre de 2014

UN NIHILISTA VOLTERIANO


Fernando Vallejo. La puta de Babilonia. Barcelona. Seix Barral. 2009
Id. La virgen de los sicarios. Madrid. Punto de lectura. 2006.


          Leo ahora estos dos libros del escritor colombiano Fernando Vallejo, autor del que hasta ahora solo tenía vagas noticias. El primero de ellos es un ensayo, de un violento&sesgo panfletario y con mucha descarga de adrenalina, que inbtenta denunciar las muchas tropelías y desastres cometidos desde su origen en nombre del cristianismo como visión del mundo e ideología por lo que podríamos considerar su brazo político,esto es, por la Iglesia Católica. Aunque en verdad asistimos una negación in toto de las tres grandes religiones llamadas de salvación toda vez que no se libran de sus invectivas ni el Islam ni el Judaísmo, al que apostrofa como "religión de carniceros" (p.232).

         Se trata, digo, de un panfleto, me parece que muy inhabitual en nuestros días,tan apasionado como arbitrario,dogmático y soberanamente irreverente.Poseído además por ese ateísmo militante que quizá sea su mayor atractivo, de él no cabe esperar por consiguiente ---pese a lo poco que he podido leer de ella---la exposición sesuda y reposada de obras casi de obligada referencia sobre el asunto, como la monumental Historia criminal del cristianismo de Karlheinz Deschner, en 10 volúmenes( 1986-2013) editada entre nosotros por Martínez Roca. El libro se presenta sin división alguna en capítulos ni apartados, lo que parece reforzar aquel carácter de exabrupto o descarga emocional,y hay que empezar diciendo que lo primero que llama la atención ---en un texto casi siempre entretenido, nada pedantesco a menudo brillante---y lo más gracioso es que Vallejo participa y reproduce, como si él mismo se hubiera contaminado de lo que denuncia,el tono dogmático e intolerante que presume, ni que decir tiene que con razón, en esas religiones. Como es sabido, con la linda metáfora del título es como se referían los albigenses ---y no sé si también Lutero-- a la Iglesia de Roma, Vallejo no tiene inconveniente en escribir sistemáticamente la puta cuando alude a ella. Por lo demás, pese a su dogmatismo y arbitrariedad, el libro merece leerse.

        Haciendo gala de una notable erudición(puesto que se citan numerosos fragmentos en el original latín y griego, hemos de suponer que el autor puede leer esas lenguas)se pretende ante todo poner de manifiesto las múltiples contradicciones, textos corruptos, interpolaciones, lagunas y cambios de interpretación presentes (las más de las veces debidos a cuestiones de hegemonía o banderías políticas en el interior de la Iglesia o en relación con las estructuras de poder de los Estados)no solo en los exégetas cristiano antiguos, medievales y modernos,sino ya en el Antiguo Testamento mismo (cuyo valor literario pone en duda) y el Nuevo. Para Vallejo todos los exégetas cristianos han sido unos falsarios y falsificadores. Se burla de uno de los más antiguos y prestigiosos, como Orígenes, del que pone en solfa su peculiar teoría de la interpretación literal, que él llamaba "corporal", y la alegórica o simbólica de las Escrituras, que utilizaba naturalmente cuando le convenía: "Claro que hay imperfecciones en la Biblia, como son sus contradicciones, repeticiones y rompimientos en la continuidad de los relatos , pero todas ellas se truecan en perfecciones una vez que aceptamos la alegoría y el sentido espiritual "(cit. por Vallejo en p.157).A aquella luz de la busca de contradicciones, por solo citar unos ejemplos, se exploran las fuentes y presunta autenticidad de las epístolas de San Pablo (pp. 74 y ss.), el Libro de Daniel (pp.161 y ss.) y se contrastan y citan hábilmente textos de Porfirio, Celso, Eusebio, Flavio Josefo (sobre todo el llamado Testimonium Flavianum,interpolado por no se sabe quién en las Antigüedades Judaicas de este autor y que tanta polémica suscitara sobre la historicidad de Cristo---pp. 106-112---y de muchos otros. El dogma de la Inmaculada Concepción instaurado por Pío IX echaba por tierra la doctrina paulina de la crucifixión de Cristo entendida como expiación por el pecado original y contradecía a casi toda la patrística y a Santo Tomás (p.192-93). De la Biblia tomada en conjunto dice Vallejo que, salvo unos cuantos versículos de Job y del Eclesiastés, no deja de ser un revoltijo de mitos, leyendas, tradiciones orales, cuentos épicos, proverbios y biografías resuelto todo ello con harta inmoralidad e infamia ( p.164). De impecable lógica y gran agudeza se nos aparece la interpretación que Porfirio en su Contra los cristianos hace, y que Vallejo cita, de la célebre parábola evangélica del camello y el ojo de la aguja (p. 150-51).

           En alguna ocasión echa mano el autor, con demoledora ironía, del sistema de preguntas y respuestas prefabricadas de los catecismos tradicionales para mofarse de las verdades de la Iglesia (pp.202-3) y con no menor sorna se refiere a los tinglados mercantiles que hay tras los a la más disparatada ciencia ficción política:fue una vulgar patraña del cardenal Sedano, entonces Secretario de Estado, cuando dijo en 2000 que el llamado tercer misterio de Fátima era la predicción del atentado que Juan Pablo II había sufrido en 1981; lo que en verdad escondía según Vallejo el famoso misterio era la destrucción del Vaticano por el Estado de Israel con una bomba atómica (p.209).

        A veces resulta, por lo demás, muy difícil estar de acuerdo con él, como cuando, en su furor iconoclasta no salva ni a francisco de Asís, al que califica de hipócrita y falsario (p.250)porque consumía carne pese a llamar hermanos a los animales (esto de la defensa de los animales debe de ser una obsesión de Vallejo, porque lo saca a colación con cualquier pretexto.) De Mahoma dice, sin aportar mayores pruebas, que fue "uno de los seres más dañinos y viles que ha parido la tierra"(p. 171)y en otro lugar (p.229) niega tajantemente que los musulmanes hayan aportado algo (ni en la medicina, ni en la matemática ni en nada ) a la cultura y el saber universales. Ningún elemento de progreso espiritual ni de libertad de conciencia ve en la Reforma de Lutero (p 271 y ss), a quien pone también a parir por, entre otras cosas, haber traicionado a los campesinos que le siguieron al principio, excepción hecha de haber denunciado el escándalo de las indulgencias,aquel invento de Bonifacio VIII, y haber debilitado a la Iglesia dividiéndola en dos, sin lo cual, afirma sin pestañear, "no habrían sido posibles ni el Siglo de las Luces ni la Revolución Francesa ni cuantos movimientos libertarios vinieron después". Sin embargo, el santón hindú Mahavira (que vivió hacer 26 siglos)deviene para Vallejo nada menos que "la máxima luz moral de la humanidad",(p.301) infinitamente superior a todos los Cristos y Mahomas habidos y por haber,por el solo hecho de haber fundado el primer asilo, de que tengamos noticia, para animales viejos y enfermos.



          Si no se recata en poner de manifiesto algunas de las tristes hazañas de los Papas antiguos o del Renacimiento, tampoco lo hace en el caso de los modernos, como cuando pone de manifiesto la hipocresía y las maniobras de Pío IX ante el proceso de unificación de Italia (pp. 192 y ss.) o cómo el Banco Vaticano captó y usó, bajo Pío XII fondos de los ustachis croatas y de los nazis, además de aludir a la indiferencia, cuando no la secreta simpatía de éste último hacia el régimen hitleriano. El Vaticano sigue hoy inmerso en turbios asuntos financieros, como es bien conocido, y según una investigación del London Telegraph es el principal beneficiario del lavado de 55.000 millones de dólares de dinero sucio italiano, hecho que lo convierte en uno de los principales paraísos fiscales del mundo.

        La novela breve La virgen de los sicarios es una desolada y nada edificante visión de la Colombia (sobre todo Medellín) de las bandas de narcotraficantes, con el fondo de la corrupción rampante de los políticos, la violencia brutal, despiadada y casi constitutiva de esa sociedad y un pueblo aparentemente paralizado, humillado y embrutecido (casi todo el mundo parece pasarse el día ensordeciéndose con vallenatos y emisiones de partidos de fútbol), del que se diría que solo le queda asistir como espectador pasivo del tinglado. Digo que esto último solo en apariencia porque, como queda claro en la novela y se sabe por las crónicas políticas y hasta por las noticias de prensa, una parte de ese pueblo vive de los grandes cárteles de la droga y se beneficia también de ellos, lo que sin duda hace más complejo el problema. De hecho, Alexis solo accederá al peculiar contrato que le ofrece su protector, cuando se ha quedado en paro al desarbolar la policía el cártel de Pablo Escobar y ejecutar a éste.

            Un narrador, al principio innominado y del que se dan muy pocos detalles personales pero del que, avanzado el relato, el lector va enterándose de que es una muy transparente máscara del propio Vallejo, entra en relación con ese mundo a través del conocimiento casual de Alexis, un joven sicario del que se encapricha y al que usa, con el consentimiento del muchacho, como amante, mantenido e idolillo erótico. Intelectual ya metido en años, que ha escrito en su juventud algunos libros de lingüística, que ha vivido largos años en el extranjero y que regresa a su país porque quiere morir en su ciudad natal, solitario y misántropo, el narrador-protagonista no espera más de la vida que algunos ratos de placer comprado. Su visión del mundo se reduce  a una especie de nihilismo metafísico (el mundo es un absurdo matadero y el ser humano, en su estupidez y egoísmo, no tiene remedio) y de reaccionarismo cruel y fascistoide (los pobres lo que quieren es no trabajar y vivir del cuento y en el fondo merecen que se les trate, por lo menos en Latinoamérica, como es costumbre inveterada). Congruentemente con ello su discurso  abunda en formulaciones apodícticas y formularias, sea sobre la religión, la situación política, el paso del tiempo y otros asuntos, que por su impenitente radicalismo aparecen como impermeables a cualquier matización, como "La vejez es indigna, indecente, repulsiva, infame, asquerosa, y los viejos no tienen más derecho que el de la muerte"(p.92), o "no hay roña más grande sobre esta tierra que la religión católica"(p.69).

           Escrito en una prosa cortante, fría---bastante funcional a la sucinta trama-- de sintaxis breve,  ritmo muy rápido y sin concesiones apenas a la adjetivación ornamental y a la metáfora, el relato me ha gustado porque  es eficaz en la medida en que acierta a transmitir al lector una sensación de vida y cierta conciencia de la  inevitabilidad del destino, que le da al mundo narrado un aire de pequeña tragedia. Y es eficaz también en el bucle final, que el lector no se espera, cuando el narrador toma determinada decisión luego de enterarse del terrible secreto que relaciona a Alexis y a Wilmar, su segundo amante, una vez desaparecido el primero víctima de un asesinato callejero. Como no podría ser menos, la novelita abunda en colombianismos y en términos propios de la jerga del narcotráfico, y así es de agradecer que uno pueda enterarse de lo que quieren decir tombo, verraco, quebrar, fierro, basuco y muchos más términos, y acude  con alguna  frecuencia a  peculiaridades estilísticas del tipo de la elipsis, como la omisión del verbo principal delante del que anunciativo.

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