miércoles, 26 de junio de 2013

COMPENDIO DE TODOS LOS HORRORES


Paul Preston. El Holocausto español. Odio y exterminio en la guerra civil y después. Debolsillo. Barcelona. 2013

       Desde luego no siempre se tiene estómago y ganas de echarse al coleto estas 859 páginas ---incluídas, eso sí, más de doscientas entre puntillosas notas, mapas, fotografías y muy completo índice alfabético--- que el historiador e hispanista británico Paul Preston ha escrito acerca de la represión en la retaguardia de ambos bandos, esto es, de las decenas de miles de muertos lejos de los frentes, en nuestra Guerra Civil y en la inmediata postguerra ( o no tan inmediata, porque es sabido que, si bien los asesinatos, por fusilamiento, hambre y palizas en la cárceles, siguieron hasta mediados de los cuarenta, los últimos maquis no fueron abatidos hasta los sesenta) . Aunque a los familiarizados con la Guerra Civil no les va a reportar novedades importantes, lo cierto es que resulta de lectura harto provechosa y no poco edificante--- insisto, si se tiene cuerpo para ello---, y más hoy, en que destacados plumíferos y propagandistas de la derecha no se recatan en justificar la carnicería del 36 o de culpar de lo sucedido a los extremistas de siempre.
       Preston remoza, criba, matiza o acepta, como es lógico, investigaciones previas, y en este sentido el libro es deudor de los grandes estudios que se han sucedido sobre la Guerra del 36, desde las ya viejas y pioneras de Brenan o de Thomas, que bien recuerdo haber leído, prestadas y aún en ediciones clandestinas, allá en mi adolescencia, gracias a la generosidad del viejo abogado zamorano Don Jesús Barba, hasta las más recientes ---pienso en la espléndida de Antony Beevor, publicada en español en 2005---Y ya que cito a Beevor, hay que decir que aquí no se encuentra, como en su admirable monografía Stalingrado,que se lee como una fascinante novela, aliento trágico alguno; no, aquí se está ante una simple, gélida acta notarial de un enorme cúmulo de atrocidades. Atrocidades por lo demás ya suficientemente contadas y sabidas, solo que aquí el repertorio es más vasto y omnicomprensivo, pues da la impresión de que Preston ha aprovechado todas las fuentes disponibles hasta el momento.
       Lo primero que hay que agradecer al historiador inglés es su prosa ágil y ceñida, tan libre de digresiones innecesarias como ---hasta donde es humanamente posible, claro---de anteojeras ideológicas: si acaso, cabe reprocharle cierta animadversión, dificílmente disimulable --- común, no sé por qué, a casi todos los investigadores anglosajones--- hacia los anarquistas. Y hay que agradecerle también que el libro parta, ya desde el prólogo, de un par de consideraciones previas, que todo el mundo sabe pero que no todos mencionan: primera, el convencimiento y la certeza, en el subconsciente  de la oligarquía española de los años treinta, de que las clases populares, y en particular el proletariado rural andaluz y extremeño, constituían una especie de populacho infrahumano, asalvajado y bestial, que por consiguiente merecía ser tratado como animales --- y en estolos testimonios y citas textuales aportados por Preston son abrumadores y no dejan lugar a dudas---; y segunda, la extrema importancia, a menudo infravalorada, de las fuentes intelectuales de la rebelión del 18 de julio: la fanfarria paranoica de la conspiración judeo-masónica-marxista que se proponía conquistar y destruir Occidente empezando por España, y que la derecha española venía manejando desde atrás, desde Donoso Cortés y todo el reaccionarismo decimonónico, pero que se actualizó obsesivamente, en manos de Albiñana, Cortés Cavanillas, el cardenal Herrera Oria o el cura Tusquets, entre otros, con la caída de la Monarquía (de hecho, la instauración de la República vendría a ser el primer capítulo de aquella  conquista.) Ni que decir tiene que tanto esta orientación ideológica como aquel arraigado convencimiento contaban, por lo que pudiera pasar, con el oportuno brazo ejecutor, la oficialidad africanista, entusiasta del terror redentor y de la tierra quemada, de donde saldrían los Mola, Franco, Yagüe y compañía.  
       Las cifras de muertos por la represión que Preston da, tras profusa casuística y mucha consideración ponderativa, porque hay aún comarcas para los que no se tiene data alguno (y cabe la posibilidad de que nunca los haya) ascienden a en torno a 40-45.000 para la retaguardia republicana y en torno a 130-160.000 para la franquista ---que son parecidos a los que aportan Beevor y otros autores--Claro que hay que tener en cuenta que con la determinante salvedad de que, como es bien conocido, mientras que en el bando franquista el exterminio fue desde el principio planificado y organizado desde arriba (ya declaraciones de Mola meses antes del inicio de la rebelión son inequívocas al respecto, y muy pocos días después del 18 de julio aleccionó  a los alcaldes de Navarra, carlistas en su mayoría, de esta guisa: "Hay que sembrar el terror...hay que dar la sensación de dominio eliminando sin escrúpulos ni vacilación a todos los que no piensan como nosotros. Nada de cobardías. Si vacilamos un momento y no procedemos con la máxima energía, no ganamos la partida. Todo aquel que ampare u oculte un sujeto comunista o del Frente Popular será pasado por las armas" (pág.253), en el republicano respondió a explosiones espontáneas y brutales de cólera largamente reprimida desde la provocación y la violencia legal del Bienio Negro, que liquidó expeditivamente todas las pequeñas conquistas y reformas de los gobiernos azañistas de 1931-33 y reprimió salvajemente la rebelión de los mineros asturianos, explosiones de cólera (así por ejemplo el episodio de la cárcel Modelo madrileña los primeros días de la guerra y la posterior proliferación de checas y patrullas de control) que las autoridades republicanas intentaron desde el primer momento contener,  si bien las más de las veces en vano.
      Los cap. 1 al 4 (pp.29-190) historían los origenes del odio y la mentalidad de exterminio del enemigo que fue tomando cuerpo y permeando toda la sociedad española desde la proclamación misma de la República, con la explosiva situación en el campo andaluz, la sistemática provocación de la derecha desde al menos 1933, la progresiva desesperación de los desheredados (¡ Que os dé de comer la  República¡), la radicalización imparable de la CNT y de una parte del PSOE y la conspiración, ya rampante y sin marcha atrás, de buena parte del generalato y de los dirigentes de la extrema derecha, de Calvo Sotelo a Gil Robles o a Primo de Rivera.
      Las pág. 193 a 457 (cap.5 a 9) remiten, ya iniciada la contienda, al terror impuesto por Queipo ,Yagüe, Castejón y su Columna de la Muerte, el capitán Díaz Criado, el aristócrata Mora-Figueroa y otros en Andalucía y Extremadura (renuncio a transcribir ni uno siquiera de los numerosísimos y espeluznantes episodios de horror descritos en el libro y casi también ninguno de los no menos numerosos casos de traición, cobardía o crueldad casi inconcebibles, ni las anécdotas o declaraciones que retratan a psicópatas sanguinarios y enloquecidos, como Queipo --pp.216 y ss.--), el de Mola en Navarra, Galicia y las provincias castellanoviejas y el de las retaguardias republicanas en Cataluña, Levante, zonas de Aragón y sobre todo Madrid, con la represión dela quinta columna y la viciada atmósfera de traiciones, venganza y delaciones. En Madrid operaban personajes como el siniestro tipógrafo García Atadell, ladrón y asesino, que acabó capturado y ejecutado por los franquistas en Portugal cuando trataba de huir a América con maletas repetas de dinero y joyas, o el psicópata Sandoval, que dirigió la checa cenetista del cine Europa, y que acabó muerto, al acabar la guerra, por las torturas franquistas,  y en Madrid ---pág.362--se llegó a detener a Don Antonio Machado en un café de Chamberí porque lo confundieron---pobre poeta-- con un cura.
            Conviene recordar, como oportunamente lo hace Preston, que el sentimiento de culpa que podría embargar a algunos de los asesinos de la zona nacional ya se encargaba de disiparlo la Iglesia católica, que brindaba las justificaciones en bandeja . En agosto del 36, Aniceto de Castro, canónigo de la catedral de Salamanca , declaraba ---y se me perdonará la larga cita (p.278), pero es que no tiene desperdicio---: "Cuando se sabe cierto que al morir y al matar se hace lo que Dios quiere, ni tiembla el pulso al disparar el fusil ni tiembla el corazón al encontrarse cara a la muerte.¿Dios lo quiere? ¿Dios quiere que si es preciso  muera y si es preciso mate?¿Esta es una guerra santa o una execrable militarada? Los valientes que ahora son rebeldes son precisamente los hombres de más profundo espíritu religioso, los militares que creen en Dios y en la Patria, los jóvenes de comunión diaria. Será nuestro grito el grito de los cruzados: Dios lo quiere. ¡Viva España católica¡ ¡Arriba la España de Isabel la católica¡".
       El cap. 10 se consagra al relato pormenorizado de las circunstancias que desembocaron el la célebre y tan cacareada matanza de Paracuellos, que tanta tinta hizo correr y que tan obsesivamente, desde hace décadas, tiene ocupada a la historiografía de la derechona. Tras larga consideración de análisis de fuentes Preston opta por atribuir la responsabilidad de los fusilamientos ---entre 2.000 y 2.500--- por igual al comisario Cazorla, a Carrillo y a Serrano Pocela, los tres altos cargos de la Junta de Defensa, a los agentes de la NKVD Kotov, Vidali y Grigulevitch ---este posible asesino in person de Nin---, con la posible aquiescencia también de las patrullas cenetistas que controlaban la carretera de Valencia y acaso todavía un presunto mirar para otro lado de los generales Miaja y Pozas. Téngase en cuenta para este asunto que ---aunque naturalmente no lo justifica---la población madrileña vivía traumatizada por las informaciones aportadas por las oleadas de refugiados acerca de las atrocidades franquistas en el Sur, además de sufrir salvajes bombardeos aéreos, y que entre los paseados había centenares de militares profesionales simpatizantes de los rebeldes, cuando no franquistas enfervorizados, que se habían negado en redondo a engrosar el ejército republicano al invitárseles a ello.
        Los cap. 11 y 12 ( quinta parte del libro. Dos conceptos de la Guerra, pp.511-611) se refieren a la conquista franquista del Norte y a la caída de Cataluña, campañas ambas que comportaron asimismo episodios de tremebundo terror y bajezas y servidumbres no menos aterradoras.Un par de muestras: cuando Onaindía, un cura vasco, protestó ante el cardenal Gomá por la ejecución de algunos párrocos nacionalistas y por el bombardeo de Guernica, recibió la siguiente respuesta: "Lamento como el que más lo que ocurre en Vizcaya, hace meses sufro por ello, Dios es testigo. Especialmente lamento la destrucción de sus villas, donde tuvieron su asiento en otros tiempos la fe y el patriotismo. Pero no se necesitaba ser profeta para predecir lo que ocurre." (p. 573). Cuando el atormentado cura se atrevió a sugerir la lealtad del pueblo vasco con el gobierno legal de Madrid Gomá bramó:"Los pueblos pagan sus pactos con el mal y su protervia en mantenerlos"(id.); cuando las columnas ranquistas avanzaban, ya sin resistencia alguna, por las comarcas leridanas, docenas de  payeses de todas las edades, algunos incluso ancianos, fueron ejecutados por el simple hecho de haber pronunciado alguna palabra en catalán, y en el pueblecito de Maials, varias muchachas jóvenes fueron salvajemente violadas y posteriormente asesinadas por falangistas borrachos (p. 606).
       El cap. 13 y último da cuenta, en fin, del viacrucis de juicios, ejecuciones sumarias, torturas y cárceles que hubieron de soportar los perdedores. Del mayor interés son por ejemplo las circunstancias de la captura en Francia de Companys ---al que no le valió de nada el haber salvado la vida a numerosos burgueses derechistas, a varios obispos y al mismísimo cardenal Vidal i Barraquer---, las torturas a que se sometió al ex chequista Sandoval, los suicidios masivos de los agolpados en el puerto de Alicante o lo que declaró el fiscal (pág. 619) al condenar a muerte a un grupo de 19 cenetistas de Manzanares (Ciudad Real). En suma, un libro recomendable.
     

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