lunes, 2 de enero de 2012

CONTRA LAS IDEAS ADMITIDAS


Hitchens, Christopher. Amor, pobreza y guerra. Barcelona. Debolsillo. 2011





Muy de agradecer me parece la publicación en español de esta extensa antología de textos (más de 500 páginas) de uno de los más lúcidos observadores del mundo contemporáneo, el hace poco desaparecido Christopher Hitchens. Especialmente dotado para la provocación y la demolición de las ideas y tópicos más comúnmente admitidos, este periodista independiente y viajero, británico nacionalizado estadounidense (había vivido en este país los últimos veinte años) nunca se casó con nadie y siempre demostró señera independencia de criterio en sus juicios, adornándose además con una prosa fría y analítica, brillante y sarcástica, y un ácido sentido del humor --- estupenda la semblanza de sí mismo que traza en la Introducción, tan moderadamente cínica como irónicamenrte autocomplaciente, donde aprovecha para despacharse a gusto contra una de sus bestias negras, la religión en cualquiera de sus manifestaciones, "el más tóxico de los adversarios, la forma más vil y despreciable de las que han asumido el egoísmo y la estupidez humana"--- que por momentos recuerda a un Chesterton o un Swift

Los escritos agrupados en esta recopilación vieron la luz por primera vez a principios de la pasada década en Vanity fair, Los Angeles Times, The New York Times Review of Books y otras publicaciones, en forma de reseña de libros, artículos de fondo y reportajes y, pese a que en algunos casos han perdido algo de eso que llaman actualidad por hallarse demasiado apegados a los hechos que comentan y en algún otro su argumentación no alcanza a convencer del todo, no desmerecen en absoluto en interés y capacidad de sugerencia y persuasión, apoyados además a menudo en una apabullante documentación. Hitchens toma el título de un antiguo proverbio que viene a decir que la vida de un hombre estará incompleta si no pasa por las tres experiencias del amor, la pobreza y la guerra: de amor, mírese como se mire, hay demasiado poco en el mundo, aunque no deja de hablarse de él; de la pobreza conviene ante todo desmontar el mito tranquilizador que siempre vio en ella un factor ennoblecedor; de la guerra debe pensarse que, contra lo que creen los guerreros y la fabricada verdad de los vencedores, carece de toda posible legitimación y constituye sin duda el más miserable y ruinoso negocio de los hombres.

La primera sección del libro, Amor, dedicada tanto a sus aficiones y querencias como a sus odios y abominaciones, se abre con Las medallas de sus derrotas, donde puede hallarse, además de un desmontaje de algunas creencias muy extendidas relativas a la participación inglesa en la Segunda Guerra Mundial, una radical desmitificación de la figura de Churchill y del prestigio de que goza en la mayor parte de la tradición historiográfica inglesa: pese a lo hábil de su retórica, que hace que en el mundo de habla inglesa sus frases lapidarias y sus sinuosas florituras verbales hayan alcanzado un renombre y una facilidad para la cita comparables a algunos pasajes de la Biblia del Rey Jacobo y algunas obras de Shakespeare, su personalidad escondía una calculada crueldad, un narcisismo egocéntrico ---durante los bombardeos de Londres en 1940 se paseaba por el jardín para impresionar a sus subordinados, cuando sabía por la información confidencial del contraespionaje que los aviones nazis iban a pasar de largo para atacar otras ciudades, y se largaba al campo a casa de un amigo rico cuando le constaba que el objetivo de los alemanes iba a ser la capital--- y una servidumbre incondicional para con las exigencias de la razón de estado, lo que no le libró no obstante de caer en torpezas muy contraproducentes para los intereses de su propio país.

Un hombre de contradicciones permanentes (pp. 49-62) muestra las ambigüedades y paradojas de un espíritu como Kipling, alternativamente atrapado por su reaccionarismo casi visceral, que le llevó a entonar loas al Imperio Británico, y su fascinación por el progreso y la moderna sociedad de masas, señalando también su nada despreciable valor como poeta. El viejo (pp. 64-74) es una reseña de la trilogía que Isaac Deutscher dedicara a Trotsky y un retrato, a mi juicio demasiado amable, del revolucionario ruso en tanto que prefigurador y profeta ---sin que nadie le hiciera mucho caso---del monstruo estaliniano.

Huxley y Un mundo feliz enfatiza los fallos e ingenuidades de la visión utópica del novelista inglés, demasiado ignorante, según Hitchens, de las debilidades de la condición humana, pero, por encima de aquellas ingenuidades, hay que agradecerle que su ficcionalización de la tiranía no dependa en exclusiva del poder del miedo y la violencia, sino de que el Estado policíaco acierte a sugestionar a la gente "para que ame su servidumbre" (Huxley en una carta a Orwell, citada en p. 84), una acertada fórmula que hoy puede resultar una obviedad pero que entonces tuvo un gran valor premonitorio a la vista del todos los regímenes vigentes en el mundo.

La desgracia de la poesía comenta el libro Byron, life and legende, de Fiona McCarthy (pp. 121-130) y hace hincapié en la condición de Byron de renovador de la poesía inglesa y en sus habilidades y virtudes autoparódicas, aunque en mi opinión la reseña de Hitchens aparezca como demasiado biográfica al insistir más de la cuenta en los "desórdenes" de la vida privada del poeta.

El desenfadado y desopilante ensayo Joyce en Bloom se refiere a la pretendida compulsión onanista del genial irlandés, incluye algunas graciosas anécdotas que ponen de manifiesto el ingenio verbal joyciano para " el humor de orinal y los juegos con uno mismo"( "Cuando en un café de Zurich un desconocido le cogió del mitón y exclamó: ¿Puedo besar la mano que escribió Ulises ?, Joyce respondió: No, también ha hecho otras cosas" --p.137--) hace asimismo alusión a los numerosísimos escritores y comentaristas de todo tipo, desde T.Eliot hasta Orwell, que han usado pasajes y citas de la novela sin mencionar la fuente y concluye, lo que es más importante, argumentando que el gran logro moral de la obra de Joyce es su rechazo sin paliativos a toda idea de culpa y de fe trascendente.

El texto que sigue a este, El inmortal (pp. 139-151) va dedicado a Borges y constituye con el anterior una de las joyas de esta sección del libro. Empieza aludiendo a los paralelismos entre el irlandés y el argentino --- cosmopolitismo, filosemitismo y aversión a lo católico, aunque ahí acaban las concomitancias---- y alude luego al especial sesgo que en la obra de Borges tomó su inconsciente aversión y miedo al contacto sexual, desde el trauma que le provocara en su juventud un padre pusilánime que, al pretender ayudarle en su timidez haciendo que visitara un burdel, generó en el escritor un efecto inverso al esperado, para acabar siendo un admirativo recorrido por la mitología borgiana, del tigre al laberinto y al orientalismo, no sin describir al final con pormenores y algo de retranca la visita que el autor mismo hizo a Borges en Buenos Aires a principios de los ochenta, con las manías del anciano y lo arraigado de sus prejuicios y opiniones políticas, sobre las que Hitchens le intenta sonsacar con éxito: aunque sin duda lo que más detestaba era el zafio populismo peronista, respondió cuando se le preguntó por el régimen de Videla " "prefiero un gobierno de caballeros a uno de chulos" ( p. 145) y soltó a propósito de Pinochet la siguiente perla: "un auténtico caballero. Tuvo la amabilidad de concederme un premio literario la última vez que visité su país" (p. 146).
Sucedió en Sunset y Balada de la ruta 66 (pp. 151-197) son dos irónicas visiones de la mitología popular norteamericana, el primero un chispeante anecdotario, de la mano de Billy Wilder, del star system hollywoodense de la época dorada y el segundo una descripción de algunos lugares y parajes de la América profunda y de su paradójico primitivismo y la ingenuidad algo infantiloide se sus gentes.

Fantasmas rebeldes (209-221) es una nada condescendiente reflexión acerca del patriotismo americano y de la fijación historicista y la iconografía generada por la Guerra de Secesión a partir de una comprobación in situ de la reconstrucción que todos los años se hace, con miles de figurantes, de la batalla de Gettysburg en Pennsilvania.

¿Poeta de Amércia? El logro de Bob Dylan es una demoledora crítica de las opiniones vertidas en el libro de Christopher Ricks sobre el bardo judío americano y las pp. 231-239, una ácida burla de la obsesión prohibicionista del alcalde neoyorquino Bloomberg, que trataba a los ciudadanos como a niños deficientes, durante su mandato a principios de la década del 2000, una ciudad que era entonces " el dominio del burócrata mediocre, del inspector con demasiado tiempo, del policía estreñido con la nariz pegada al reglamento, del soplón que quiere delarar a un ciudadano inofensivo, y de un alcalde que es esa figura extremadamente patética y molesta: la del micromegalómano" (p. 232).

Pero es en las segunda y tercera parte del libro, las de contenidos más propiamente políticos, donde Hitchens da rienda suelta a su pasión demoledora e iconoclasta. Y así leemos, por ejemplo, en Escenas de una ejecución (pp. 259-271),una apasionada denuncia, tras asistir in person a algunas de ellas, de la pena capital en algunos estados de USA , que acierta a desmontar inteligentemente, mostrando lo inútil del crimen legal para los objetivos a los que se dice tender, las cobardes y lúgubres racionalizaciones de los partidarios de semejante institución:" la matanza médica de un perdedor enloquecido e impotente, un descendiente de esclavos y un viejo legionario del Imperio, no hizo que la sociedad ni ningún individuo estuvieran más seguros" (p. 271).

O En la enfermedad y con sigilo, una reseña de un libro sobre J.F.Kennedy de un tal Robert Dallek, donde asistimos a un ácido retrato del expresidente americano y de todo el clan familiar y a una puesta en solfa de toda la beatería y la adulación que los Kennedy suscitaron entre muchos de los creadores de opinión y los grandes medios de comunicación --en parte comprados---, además de un recordatorio de las estrechas relaciones del clan con la mafia, cosa por lo demás ya bien sabida. La figura de J.F. Kennedy comparece aquí como del todo patética, personaje siempre enfermo y sometido a la ingesta de toneladas de medicamentos, compulsivamente entregado a un donjuanismo obsesivo y sin embargo obligado desde joven ---desde que "el truculento tirano que era su padre" (p. 275) lo presionara para presentarse a un escaño por el Congreso en 1946--- a "una hiperactividad histérica y estéril". El mito de los Kennedy, así pues, se deshace a poco que se lo considere: "La reputación del tinglado de los Kennedy depende ahora de un lloroso esfuerzo de voluntad(...) a los niños se les puede perdonar que sigan creyendo en hadas, pero resulta algo siniestro cuando la nota aguda pasa de la puerilidad a la senilidad"(p. 281).

En Las mentiras de Michael Moore se presenta a este cineasta y activista, tan prestigiado por la progresía europea, como un demagogo aventurero y un defensor solapado del régimen de Sadam Husein (pero esto, pese a la brillantez de las invectivas de Hitchens, no me lo creo del todo). En Poder judío, peligro judío, (364 y ss.) presenta el antisemitismo como la más venenosa destilación de los prejuicios políticos modernos y como una ideología oscurantista y analfabeta.

Los textos, con todo, para mí más atractivos son aquellos que podríamos incluir bajo el rótulo de un ateísmo militante, andanadas contra la superstición de la religión poseídas por un saludable tono volteriano, como El diablo y la madre Teresa (pp. 345 y ss.) o El Divino (341-44), dedicado al Dalai Lama, donde ataca y revela la cara oculta de esos personajes tan investidos de espiritualidad. Respecto a este último, no deja de deplorar que todos los medios occidentales se hayan ouesto acríticamente al servicio de "un simple mortal que, como mínimo, proclama la completa estupidez de la reencarnación y afirma la creencia siniestra , si no en realidad loca, de que la muerte es solo una etapa en un gran ciclo que parece compuesto de trivialidad y sometimiento" (p. 343) y se reserva para la llamada monja de los pobres, a la que llegó a conocer en persona y sobre cuyas actividades se documentó concienzudamente, la más acerba de las invectivas: elogiaba la pobreza y el sufrimiento como regalos del cielo, se oponía a cualquier control de natalidad y a una mínima libertad para las mujeres del Tercer Mundo y su clínica de Calcuta no era más que un hospicio primitivo para que la gente muriese, pese a las millonarias cantidades de dinero que recibió de ricos corruptos y estafadores ( sin embargo, cuando ella cayó enferma voló en primera clase a un hospital privado de California).

De lectura no menos divertida y aleccionadora es, en fin, alguno de los últimos incluídos en la recopilación, como Visita a un pequeño planeta ( 421 y ss.), relato de un viaje a Corea del Norte, cuyo siniestro régimen condena a la población al hambre y a una existencia de zombis lobotomizados, y los consagrados ( pp. 459-523) a combatir el islamismo fundamentalista (que Hitchens fue el primero en calificar de islamofascismo), esa "teocracia desolada y estéril".

No hay comentarios:

Publicar un comentario