viernes, 15 de julio de 2011

DOS POEMAS DE JOSE PALAZUELO

Se ofrecen aquí un par de composiciones de mi buen amigo Palazuelo, desgraciadamente desaparecido hace unos pocos meses a una edad que podría considerarse más bien temprana. De él diré tan solo que fue poeta de formación autodidacta y que, zamorano transterrado a Madrid, se ganó la vida con diversas ocupaciones esporádicas, como camarero y pintor de brocha gorda. Todos los poemas que dejó escritos, y que me confió con el encargo de que hiciera con ellos "lo que te dé la gana", según me dijo varias veces, son rigurosamente inéditos. Algo de su imaginería, de su fraseo y también de su fondo moral recuerdan a algunos de los poetas españoles de esa que los manuales llaman Generación de los 50 a los que tenía por medio maestros (sobre todo a Gil de Biedma y a Angel González).



Ciertos deudos y allegados han propalado la especie de que no fuera del todo ajena a su muerte su condición de fumador compulsivo y su no menos irrefrenable afición a la bebida, pero yo me permito disentir de razonamiento tan obscenamente causalista. La prudencia y el pudor me obligan, por lo demás, a guardar silencio, al menos de momento, sobre algunos otros detalles de su corta y no muy feliz vida. Sirva la inclusión aquí de estos versos como modesto homenaje a su memoria.




I



Porque del trompeteo de flauta y castañuelas


de tus rumbosas farras, las discordantes vías

y encrucijadas todas de tus noches


solo quedan lavajos de aguas semipodridas,


cuarteado maderamen

tomado de una herrumbre oscurecida


por lluvias sin memoria,

por eso justamente acaso entonces


se arruina tu fe toda y se muda en mentira,

casi en máscara vuelta,


y hay un fragor de como vidrios rotos,

de irrestañable herida,


de un perro vagabundo e hijo de mil leches,

gañendo y malherido


lejos, con mataduras y comido de los piojos,

en las vigilias de tu amanecida.





II



Y entonces nos hablaban de sus hijos,


con el gin-tónic del primer receso,

y así nos lo decían, entrecortadamente;


era, más que una confesión, yo creo

que un simple mecanismo, y bien elemental,


con que intentar exorcizar el miedo,

sustantivo y difuso, de sus vidas.


Una de ellas decía, con un velo

de no sé qué nostalgia


semiforzada....mira, estoy en esto

para ahorrar un poquito y ya volverme


a Canarias con mi niña...Y el gesto

y el juego de ojos se le resolvían


en un mohín amargo en los hollejos

de la mejilla. La otra...allá en Brasil


no se vive muy bien....ya tú sabes, mi amor...

Y la mirada se le iba, al tiempo,


a la mal ajustada


lámpara y al ahumado terciopelo

del hall de la entradita. Y hay, cómo decirlo,


algo afín al cariño, en mi recuerdo

ahora y también entonces, entre todos nosotros,

como una asordinada simpatía


que salva el hiato entre los dos momentos,

ahora y entonces,


cuando el cielo

destilaba un color de flujos seminales


y hosco añil de colada, y abajo, por el suelo,

los rezagados coches de la noche


parecían marchar lejos, muy lejos,

ladrando a la alta luna, tal perdidos,


enrabietados perros.



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