lunes, 11 de abril de 2011

NOTAS DE LECTURA:ANTONIO OREJUDO

Orejudo, Antonio. Un momento de descanso. Barcelona, Tusquets, 2011.

Aunque ya algunos lectores o críticos se han apresurado a señalar parentescos --y de verdad los hay, sobre todo temáticos: el narrador-protagonista es un español profesor en una universidad norteamericana en la que no se siente muy a gusto-- con Todas las almas, de Javier Marías (que es de mediados de los ochenta) y con La velocidad de la luz, de Javier Cercas( que es bastante posterior), la verdad es que las concomitancias no van mucho más allá y que la lectura deja, al menos a mí, un relativo buen sabor de boca y una impresión nada desagradable, pese a que están de más las fotos que se incluyen, que distraen innecesariamente al lector y pese a que Orejudo, al que sobran inventiva y capacidad narrativa, abusa un tanto de la acumulación de detalles de humor grueso. Se trata de la cuarta novela del autor (no conozco las tres anteriores) y hay que decir que aquí se mezclan con notable habilidad núcleos temáticos e ingredientes heterogéneos (la novela de campus, la formación del escritor, la condición de intelectual, la ruina probablemente ya irreversible de los estudios humanísticos, la institución familiar como generadora de todo tipo de neurosis y algunos más).


La novela, escrita en una prosa de sintaxis corta y nerviosa, que el autor acierta, a modo de balanceo o contrapunto, a alternar con algunos pasajes de fraseo más amplio y ritmo lento, quiere ser un discurso sobre la verdad y la mentitra, las falsas apariencias( cada personaje duda de lo que los otros le han contado), la impostación y la falsedad morales y la final e irónica claudicación ante la podredumbre del personaje que parecía más incorruptible.


El relato se presenta estructurado en tres partes o capítulos. En el primero se cuenta el reencuentro, buscado por el segundo, entre el narrador y su viejo amigo Arturo Cifuentes, que llevan 17 años sin verse, desde que ambos estuvieron juntos en USA, y casi sin saber nada el uno del otro. La intención de Cifuentes, que se irá conociendo a lo largo de la novela, no es sino pedir ayuda al narrador para escribir un libro que ayude a desmitificar la memoria de Augusto Desmoines, que había sido, ya de mayor, maestro de ambos en la Universidad y presunto prohombre del mundo académico republicano represaliado por el franquismo. Pero por lo pronto le pone al corriente de lo que ha sido la peripecia de su vida en ese tiempo: entre otras, cosas su mudanza de Nueva York a Missouri, la crisis y la separación matrimonial de su esposa Lib, de la que siente unos terribles celos, los problemas con su hijo adolescente, enfermo, el desentendimiento afectivo entre ambos y consiguientemente las dificultades para encauzar su educación, la galería de tipos excéntricos y ridículos que pueblan el Departamento de Español donde ha trabajado (una de las profesoras,especialista nada menos que en el feminismo aplicado a la épica medieval, tiene la afición de fotografiar penes de escritores célebres) y, acaso lo más importante y lo que ha motivado su regreso a España, el auto de fe que le montan en su trabajo por haber discriminado y humillado en público a una alumna negra cuando la sorprendió durmiendo en clase, aunque lo cierto es que se limitó a soltar una amable ironía.


En el segundo, de carácter extremadamente autoparódico (Cómo me hice escritor se titula) relata el narrador sus andanzas en el período inmediatamente anterior a su partida a América(con la inclusión, un tanto forzada y gratuita en aras de lo hilarante y esperpéntico, del pasaje de las manchas de semen en el códice del Mio Cid que se guarda en la Biblioteca Nacional) y las ulteriores vicisitudes de su estadía norteamericana (que incluye excelentes reproduccionnes burlescas del inglés americano hablado por hispanos y el pasaje, creo que más pertinente y funcional a la trama, de los experimentos farmacológicos a los que se somete por dinero y que le provocan extrañas alucinaciones que le posibilitan adivinar la vida pasada y futura de cuantas personas encuentra por la calle, capacidad adivinatoria que le permiten asimismo inventarse citas y bibliografía falsas, lo que exasperará a sus colegas, que se movilizan hasta lograr su expulsión.




La tercera parte desvela, en fin, las claves de verdad y falsedad de los personajes y es una demoledora crítica de la postración moral y la indigencia intelectual de la actual Universidad española. Me parece, en conjunto, lo más logrado de la novela y gira, ya con el regreso del narrador a España, en torno al conocimiento que va teniendo este, ayudado por Cifuentes y por un nuevo personaje, Castillejo hijo, cuyo padre había sido traicionado en el pasado por Desmoines, de la leyenda que el prócer ha fabricado de su propia vida y de las corruptelas y rampante miseria del milieu universitario, cuyo capo máximo resulta ser el rector Virgilio, hijo de Desmoines. Hay un episodio, prolijo y un tanto rocambolesco pero desternillante, donde se narran las maniobras mafiosas del rector en un tribunal de oposiciones para colocar a su protegido, y otro, el final del relato,que funciona a modo de moraleja quizá un tanto obvia, cuando Cifuentes ha conseguido por fin, gracias a Virgilio Desmoines, lo que tanto ansiaba, donde aquel declara al narrador su determinación de no renunciar a la "felicidad de los simples" y de no volver a ser más "un islote de honradez" en el "mar de vileza" que se supone que es el mundo.


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